Hemos visto la obra del Espíritu Santo que
realizaba en el mundo por los Apóstoles y por los que les sucedieron, la
conquista del género humano al nombre de Jesús, a quien "todo poder ha
sido dado en el cielo y en la tierra" (S. Mat., XXVIII, 18). La lengua de fuego ha vencido, y
el Príncipe del mundo, a pesar de sus furores, ha visto desplomarse sus
altares y caer su poder. Veamos la consecuencia de las obras de este
divino Espíritu por la glorificación del Hijo de Dios que le ha enviado a
los hombres.
Emmanuel descendió aquí abajo buscando en su
amor a la Esposa que había deseado desde toda la eternidad. La abrazó
tomando la naturaleza humana y uniéndola indisolublemente a la persona
divina; pero esta unión individual no era suficiente para su amor. Se
dignó aspirar a poseer la raza humana entera; le era necesaria su
Iglesia, "su única", como la llama en el Cantar de las Cantares (Cant., VI, 8), su
Iglesia formada de la flor y nata de todos los pueblos, "llena de gloria
sin tacha ni arruga, pero santa e inmaculada" (Eph., V, 27). Encontró a la raza
humana manchada por el pecado, indigna de celebrar con él las nuncias
augustas a que la convidaba. Su amor no titubeó. Declaró que era el
Esposo anunciado; lavó con su propia sangre las manchas de su desposada y
la dio en dote los méritos infinitos que había conquistado.
Habiéndola preparado para sí mismo, quiso que
su unión con Él fuese lo más íntima posible. Jesús y su Iglesia son un
solo cuerpo; Él es la cabeza, ella es el conjunto de los miembros
reunidos en la unidad bajo este único jefe. Esta es la doctrina del
Apóstol: "Cristo es la cabeza de la Iglesia; nosotros somos los miembros
de su cuerpo, somos de su carne y de sus huesos" (Eph., V, 23-30). Este cuerpo se
formará por la agregación sucesiva de los hijos de la raza humana que,
prevenidos con el socorro sobrenatural de la gracia, quisieren tomar
parte a ella; y este mundo que habitamos será conservado hasta que el
último elegido que falte aún a la integralidad del cuerpo místico del
Hijo de Dios se haya unido a ella por toda la eternidad. Entonces todo
estará consumado y la última de las consecuencias de la Encarnación se
cumplirá.
Ahora bien, de la misma manera que en el Verbo
encarnado la humanidad está compuesta de un alma invisible y de un
cuerpo visible, así la Iglesia será a la vez un alma y un cuerpo; un
alma cuya belleza sólo podrá contemplar acá abajo el ojo de Dios; un
cuerpo que atraerá las miradas de los hombres y será testimonio
admirable del poder de Dios y del amor que tiene a la raza humana. Hasta
los días en que estamos, los justos llamados a reunirse bajó el divino
Jefe habían pertenecido sólo al alma de la Iglesia; porque el cuerpo no
existía aún. El Padre celestial los había adoptado por hijos suyos, el
Hijo de Dios los había aceptado por miembros suyos y el Espíritu Santo,
cuya acción veremos más adelante, había realizado íntimamente su
elección y su consumación. El punto de partida del nuevo orden de cosas
está en María. En ella residió primero la Iglesia completa, alma y
cuerpo. La que debía ser también tan realmente la Madre del Hijo de Dios
según la humanidad, como el Padre celestial es su Padre según la
divinidad, debía ser en el orden de los tiempos como en la medida de las
gracias, superior a todo lo que había precedido y a todo lo que debía
seguir.
El Emmanuel quiso también colocar por sí, fuera
de su madre muy querida, los fundamentos de su Iglesia. Puso con sus
benditas manos la Piedra fundamental, levantó sus columnas y hemos visto
cómo empleó los cuarenta días que precedieron a la Ascensión en la
organización de esta Iglesia aún tan limitada, pero que un día debía
cubrir todo el mundo. Anunció que estaría con los suyos "hasta la
consumación de los siglos" (S. Mat., XXVII, 20); era prometer que, cuando subiese al cielo,
la raza de sus discípulos se perpetraría hasta el fin de los tiempos.
Para el cumplimiento de su obra que sólo había
bosquejado, contaba con el Espíritu divino, Era también menester que
este Espíritu Santo descendiese para perfeccionar y confirmar a los
elegidos. Debía ser su Paráclito, su Consolador, después de la partida
de su Maestro; era la Virtud de lo alto que debía protegerles como una
armadura en sus combates; debía ponerles en la memoria las enseñanzas de
su Maestro; debía fecundizar con su acción los Sacramentos que Jesús
había instituido y cuyo poder estaba en ellos por el carácter que había
impreso en sus almas. He ahí porqué les dijo: "Os conviene que me vaya;
porque si yo no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros" (S. Juan, XVI, 7). El día de
Pentecostés vimos al Espíritu Santo obrar sobre la persona de los
Apóstoles y de los discípulos; ahora nos hace falta verle poner manos en
la obra de la creación, del mantenimiento y perfeccionamiento de esta
Iglesia, a quien Jesús ha prometido asistir con su presencia misteriosa
"hasta la consumación de los siglos" (S. Mat., XXVIII, 20).
COMIENZOS DE LA IGLESIA.
— La primera operación del Espíritu Santo en la Iglesia es la elección
de los miembros que deben componerla. Este derecho de elección le es de
tal modo personal, que, según las palabras del texto sagrado, los
discípulos mismos que Jesús escogió para ser las bases de su Iglesia,
los eligió "con el concurso del Espíritu Santo" (Act., I, 2).
Le vimos el día de Pentecostés principiar su
obra por la elección de tres mil personas. Pocos días después son
conquistadas otras cinco mil mediante la predicación de Pedro y Juan
bajo los pórticos del templo. Después de los judíos llega su vez a los
gentiles; el Espíritu Santo conduce a Pedro a casa del centurión
Cornelio, y penetra en este Romano y en sus familiares, eligiéndoles así
para la naciente Iglesia y llamándolos al bautismo. La Liturgia nos
hizo revivir este pasaje en la Misa de ayer.
¿Quién podrá seguir en adelante la marcha de
este Espíritu Santo, que nadie ni nada será capaz de impedir? "La voz de
sus elegidos recorre toda la tierra y su palabra de fuego resuena hasta
en los últimos confines del mundo" (Ps., XVIII.). El Espíritu Santo les precede y
les acompaña siempre y es quien hace la conquista, cuando ellos hablan.
En los principios del siglo III, un escritor cristiano pudo decir a los
magistrados del imperio romano: "Somos de ayer y todo lo llenamos,
vuestras villas, vuestras ciudades, vuestros campos, los palacios, el
senado, el foro" (TERTULIANO, Apologías, c. XXXVII). Nada resiste el empuje arrollador del Espíritu Santo;
no pasaron todavía tres siglos desde la manifestación del día de
Pentecostés y elige para miembros de su Iglesia a los mismos Césares.
Así se va formando poco a poco la Esposa que
Jesús aguarda y cuyo crecimiento y desarrollo contempla con amor desde
el cielo. En los primeros años del siglo IV, esta misma Iglesia, obra
del Espíritu Santo, traspasa los límites del imperio romano; y si en
este mismo imperio se encuentran esparcidos grupos aún aferrados al
paganismo, han oído por lo menos hablar de ella, y la misma rabia que la
profesan es un testimonio fehaciente del potente desarrollo que alcanza
ante sus ojos.
DESARROLLO DE LA IGLESIA.
— Mas no vayamos a creer que el papel del Espíritu Santo se limita a
asegurar el establecimiento de la Iglesia sobre las ruinas del imperio
pagano. Jesús quiere una Esposa inmortal, que sea cada vez más conocida,
por su presencia, en todos los lugares y en todos los tiempos, superior
a toda otra división de la raza humana por la expansión de su imperio y
el número de sus miembros.
El Espíritu Santo no debe detenerse en el
cumplimiento de su misión. Si Dios se ha propuesto sumergir al imperio
culpable en la inundación de los bárbaros, es éste un nuevo triunfo para
el Espíritu. Dejadle que penetre y agite suavemente esta formidable
masa. Tiene allí sus elegidos, y los tiene por millones. Ha renovado la
faz de la tierra pagana y renovará la del mundo bárbaro. Los
cooperadores que Se prepara no le traicionarán. Crea sin cesar nuevos
apóstoles, y siendo como es tan poderoso, de todos hace material apto
para su obra. Las Clotildes, las Bertas, las Teodelindas, las Heduvigis y
tantas otras engrosan sus filas: adornada por sus manos reales, la
Esposa de Jesús crece sin cesar, cada vez más joven y más bella.
Faltan todavía por asociar a este movimiento
los vastos continentes de Europa, porque es necesario consolidar la obra
en las regiones, en que las cristiandades de la primera época habían
sido sumergidas, bajo las olas torrenciales de la invasión. A partir de
fines del siglo VI, el Espíritu Santo envía, poco a poco, uno después de
otro, a islas de Bretaña, a Alemania, a las raza escandinavas, a los
países eslavos, los Agustinos, Bonifacios, Anscarios, Adalbertos,
Cirilos, Metodios y Otones. Por mediación de estos instrumentas fieles
del Espíritu Santo, la Esposa repara las pérdidas que ha sufrido en
Oriente, donde el cisma y la herejía sucesivamente han ido cercenando su
heredad primitiva. Este, que siendo Dios como el Padre y el Hijo, ha
recibido como misión mantenerla en sus honores, vigila fiel y
escrupulosamente por su guarda.
Y, en efecto, cuando una defección más
desastrosa aún está a punto de estallar en Europa, bajo la pretendida
reforma, el Espíritu Santo ha tomado ya sus medidas de antemano. Las
Indias Orientales han sido conquistadas por la nación fidelísima; un
nuevo mundo occidental ha nacido de las aguas y forma un nuevo florón
para el reino católico.
Entonces el Espíritu Santo, siempre preocupado
de conservar en su dignidad y en su pureza el sagrado depósito que le ha
confiado el Verbo encarnado, suscita nuevos enviados para llevar a
estas inmensas regiones el nombre de aquel que es el Esposo, y que desde
lo alto del cielo contempla con satisfacción el desarrollo que adquiere
la Esposa. Francisco Javier es un don precioso para las Indias
Orientales; sus hermanos, en cooperación con los hijos de Domingo y
Francisco, preparan con una perseverancia tenaz la heredad que las
Indias Occidentales ofrecen a la Iglesia.
TRIUNFO FINAL DE LA IGLESIA.
— Mas si algo más tarde la vieja Europa, demasiado crédula a los
doctores de la mentira, parece rechazar este noble reino que constituye
las complacencias del Hijo eterno de Dios, si, traicionada y maltratada,
ultrajada y privada de sus derechos, esta noble Iglesia debe sostener
lucha con aquellos que durante mucho tiempo fueron sus hijos, tened por
cierto que el Espíritu Santo no permitirá que falle en sus destinos.
Examinad la obra que realiza actualmente. ¿De dónde nacen, si no es de
su hálito, sus vocaciones al apostolado, cada vez más numerosas?
Mientras que por una parte los retornos de los herejes a su antigua fe
son ahora más frecuentes que nunca, todas las regiones infieles son,
asimismo, visitadas por los heraldos inflamados del Evangelio. El siglo
XIX y XX ha vuelto a ver a los mártires, ha escuchado los
interrogatorios de los procónsules chinos y anamitas y ha recogido,
envueltos en la aureola de la admiración, las respuestas de los
confesores sugeridas por el Espíritu Santo, según la promesa de su
divino Maestro. El Extremo Oriente da sus elegidos, los negros de África
son evangelizados; y aunque una quinta parte de la tierra permanece
rebelde, posee ya numerosos fieles bajo una jerarquía de pastores
legítimos.
¡Sed, pues, bendecido, Espíritu divino, que con
tanta solicitud velas sobre la Esposa de Jesús! Ella no ha desfallecido
ni un solo día gracias a tu acción constante e incansable. No has
dejado pasar un solo siglo sin suscitar apóstoles que la enriquecieran
con sus conquistas, has solicitado constantemente con tu divina gracia
espíritus y corazones que se consagren a ella; en todos los pueblos, en
todos los siglos, tú mismo has elegido los innumerables fieles que la
integran. Como es nuestra madre y nosotros somos sus hijos y es la
Esposa de nuestro Capitán, con el que esperamos reunimos mediante ella,
trabajando por la gloria del Hijo de Dios que te ha enviado a la tierra,
has trabajado también por nosotros, pobres y humildes pecadores. Te
ofrecemos por todo humildes acciones de gracias.
El Emmanuel nos ha revelado que permanecerá así
con nosotros hasta el fin de los tiempos y reconocemos la necesidad de
tu presencia, ¡oh divino Espíritu! Dirige la formación de la Iglesia,
consérvala y haz que salga victoriosa de todos los ataques,
transportarla de una región a otra, cuando el suelo que pisa no es digno
de llevarla; tú eres el vengador de todos aquellos que la ultrajan y lo
seguirás siendo hasta el último día.
Pero esta Esposa de Dios debe permanecer así,
siempre desterrada, lejos de su Esposo. Lo mismo que María, que
permaneció algunos años en la tierra trabajando en la glorificación de
su Hijo, y finalmente ascendió a los cielos para reinar con Él, la
Iglesia permanecerá militante aquí abajo durante los siglos necesarios
para completar el número de los elegidos. Pero estamos seguros que ha de
llegar un tiempo del que se ha escrito: "Han llegado las bodas del
Cordero y su Esposa está dispuesta. Fuéle otorgado un vestido de lino de
una brillantez deslumbrante y el tisú son las obras justas de los
santos que ella ha formado" (ApocXIX, 7.). En estos últimos tiempos la Esposa, siempre
bella y digna de tal Esposo, no crecerá más; disminuirá aquí abajo en
proporción directa con su crecimiento allá en el cielo. En su alrededor,
sobre la tierra se dejará sentir la defección predicha por San Pablo.
Los hombres la abandonarán y correrán hacia el Príncipe del mundo, que
será desatado "por poco tiempo" (Apoc., XX, 3.), y hacia la bestia, a la que "será
otorgado hacer la guerra a los santos y aun vencerlos" (Ibid., XIII, 7.).
Las últimas horas de la Esposa aquí abajo serán
dignas de ella; sostendrás a nuestra madre hasta que llegue el Esposo.
Mas después del nacimiento del último elegido, el Espíritu y la Esposa
se unirán en un mismo grito. "Ven" (Ibid., XXII, 17), dirán. Entonces el Emmanuel
aparecerá en las nubes del cielo, la misión del Espíritu Santo habrá
terminado y la Esposa, "recostada sobre su amado" (CantVIII, S.) se elevará de esta
tierra ingrata y estéril al cielo, donde le aguardan las bodas de la
eternidad.
MISA
La Estación se celebra hoy en la iglesia de
Santa Anastasia, basílica en la que asistimos a la Misa de la Aurora el
día de Navidad. La volvemos a ver hoy, cuando la serie de misterios de
nuestra salvación se halla en su término. Bendigamos a Dios, que se ha
dignado dar cima con tanto vigor a lo que había comenzado tan
suavemente. Los neófitos asisten aún a esta Misa con sus vestidos
blancos y su presencia es un testimonio a la vez del amor del Hijo de
Dios, que los ha purificado en su sangre, y del poder del Espíritu
Santo, que los ha arrebatado al imperio tiránico del príncipe de este
mundo.
El Introito se dirige a los neófitos y les
anima a alegrarse. En adelante están llamados para reino celestial; que
ofrezcan, pues, una perenne acción de gracias a aquel que se ha dignado
escogerlos. Las palabras de esta pieza, que datan de la más remota
antigüedad, están tomadas del libro IV de Esdras, que los primeros
cristianos solían leer con frecuencia, a causa de la belleza y gravedad
de sus enseñanzas, aunque no sea reconocido por la Iglesia como un libro
inspirado.
INTROITO
Recibid el gozo de vuestra gloria, aleluya:
dando gracias a Dios, aleluya: que os llamó a los celestes reinos,
aleluya, aleluya. — Salmo: Atiende, pueblo mío, a mi Ley: inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca. V. Gloria al Padre.
En la Colecta, la iglesia nos enseña que la
acción del Espíritu Santo está llena de dulzura para nuestras almas.
Esta acción divina los purifica de todas sus imperfecciones y los
preserva al mismo tiempo de los ataques del espíritu pérfido y envidioso
que les está acechando sin cesar.
COLECTA
Suplicámoste, Señor, nos asista la virtud del
Espíritu Santo: la cual purifique clemente nuestros corazones, y nos
proteja de toda adversidad. Por el Señor.
EPÍSTOLA
Lección de los Hechos de los Apóstoles.
En aquellos días, habiendo oído los Apóstoles,
que estaban en Jerusalén, que Samaría había recibido la palabra de Dios,
enviaron a ellos a Pedro y a Juan. Los cuales, habiendo ido, oraron por
ellos, para que recibieran el Espíritu Santo: pues aún no había venido
sobre ninguno de ellos, sino que sólo se habían bautizado en el nombre
del Señor Jesús. Entonces impusieron sobre ellos las manos, y recibieron
el Espíritu Santo.
MISIÓN EN SAMARÍA.
— Los habitantes de Samaría aceptaron la predicación evangélica llevada
allí por el diácono Felipe. Recibieron de su mano el bautismo, que los
hizo cristianos. Se recuerda el diálogo de Jesús con una mujer de esta
ciudad al borde del pozo de Jacob y los tres días que pasó en compañía
de sus moradores. Su fe ha sido recompensada; el bautismo los ha hecho
hijos de Dios y miembros vivos de su Redentor. Pero es necesario aún que
reciban el Espíritu Santo en el sacramento, que da la fuerza. El
diácono Felipe no pudo otorgarles este don; dos apóstoles, Pedro y Juan,
revestidos del carácter pontifical, se lo confieren, haciéndolos
perfectos cristianos. Este relato nos viene a recordar la gracia que el
Espíritu Santo se ha dignado hacernos, imprimiendo en nuestras almas el
sello de la Confirmación; estémosle reconocidos por este bien que nos ha
unido a él con lazos más estrechos, haciéndonos al mismo tiempo capaces
de confesar valientemente nuestra fe en presencia de todos los que
quieran ser nuestros jefes.
ALELUYA
Aleluya, aleluya. V. El Espíritu Santo os enseñará cuanto yo os he dicho.
Aleluya. (Aquí se arrodilla) V. Ven, Espíritu
Santo, llena los corazones de tus fieles: y enciende en ellos el fuego
de tu amor.
Se canta a continuación la Secuencia Veni, Sancte Spiritus AQUÍ.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan.
En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: En
verdad, en verdad os digo: El que no entra por la puerta en el redil de
las ovejas, ese es ladrón y robador. Mas, el que entra por la puerta, es
pastor de las ovejas. A este tal abre el portero, y las ovejas oyen su
voz, y llama nominalmente a las propias ovejas, y las saca. Y, cuando ha
sacado las ovejas, marcha delante de ellas: y las ovejas le siguen,
porque conocen su voz. Pero al extraño no le siguen, sino que huyen de
él: porque no conocen la voz de los extraños. Este proverbio les dijo
Jesús. Pero ellos no entendieron lo que Él les dijo. Entonces Jesús les
dijo de nuevo: En verdad, en verdad os digo: que yo soy la puerta de las
ovejas. Todos, los que han venido, han sido ladrones y robadores, y no
les escucharon las ovejas. Yo soy la puerta. Si alguien entrare por mí,
se salvará: y entrará, y saldrá, y encontrará pasto. El ladrón no viene
más que a robar, y matar, y perder. Yo he venido para que tengan vida, y
la tengan en abundancia.
FIDELIDAD AL VERDADERO PASTOR.
— Proponiendo este pasaje evangélico a los neófitos de Pentecostés,
quiere la Iglesia ponerlos en guardia contra un peligro con que pueden
chocar en el curso de la vida.
En el momento presente, son el rebaño de Jesús,
el buen Pastor, y este divino Pastor se halla representado ante ellos
por los hombres que El mismo ha confiado el encargo de apacentar sus
corderos. Estos hombres han recibido su misión de Pedro, y todo el que
se halla con Pedro se halla también con Jesús. Pero sucede muchas veces
que se introducen falsos pastores en el aprisco y el Salvador los
califica de salteadores y ladrones, porque, en lugar de entrar por la
puerta, penetran por las tapias en el redil. Nos dice que Él mismo es la
Puerta por la que deben pasar todos los que tienen derecho a apacentar
su rebaño. Todo pastor, para no pasar por ladrón, debe recibir la misión
de Jesús, y esta misión no puede venir sino por medio de aquel que ha
establecido para que ocupe su puesto hasta que venga Él mismo en
persona.
El Espíritu Santo ha derramado sus dones en las
almas de estos nuevos cristianos; pero las virtudes que brillan en ellos
no se pueden ejercer de suerte que les sirvan para alcanzar la vida
eterna, sino en el seno de la Iglesia verdadera. Si en lugar de seguir
al legítimo pastor tienen la desgracia de entregrarse a falsos pastores,
todas estas virtudes resultan estériles. Deben, pues, huir como de un
mercenario de aquel que no ha recibido su misión del Maestro, que
únicamente puede conducirles a los pastos de vida. Frecuentemente, en el
correr de los siglos se han encontrado pastores cismáticos; es deber de
los fieles el huir de ellos y todos los hijos de la Iglesia deben
prestar atención a la prevención que nuestro Señor les dirige aquí. La
Iglesia que Él ha fundado y que gobierna por medio de su Espíritu Santo
tiene como carácter y distintivo el ser Apostólica. La legitimidad de la
misión de los pastores se manifiesta por la sucesión; y como Pedro vive
en sus sucesores, el sucesor de Pedro es la fuente del poder pastoral.
Quien está con Pedro, está con Jesucristo.
En el Ofertorio, la Iglesia, preludiando al
Sacrificio, exalta, por las palabras del salmista, el alimento sagrado
que van a comulgar los fieles; es un maná bajado del cielo, el pan de
los mismos Ángeles.
OFERTORIO
El Señor abrió las puertas del cielo: y llovió
para ellos maná, para que comieran: les dio pan del cielo, pan de Ángeles comió el hombre. Aleluya.
La víctima que va a ser ofrecida tiene la
virtud de purificar por su inmolación a aquellos que son llamados a
alimentarse de ella; la Santa Iglesia, en la Secreta, pide esto mismo
para los fieles que integran la asamblea.
SECRETA
Suplicámoste, Señor, nos purifique la oblación del presente don y nos haga dignos de la sagrada participación. Por el Señor.
En la antífona de la Comunión, la Iglesia
recuerda las palabras por las cuales Jesús anunció que el Espíritu Santo
le glorificaría. Nosotros, que acabamos de contemplar a este Espíritu
obrando en todo el mundo, sabemos que ha cumplido el oráculo en toda su
extensión.
COMUNIÓN
El Espíritu, que procede del Padre, aleluya: El me glorificará, aleluya, aleluya.
El pueblo fiel ha participado en el Misterio de
Jesús; la Iglesia nos enseña en la poscomunión que la virtud del
Espíritu Santo ha intervenido en este momento con su acción divina. El
es quien ha obrado el cambio de los dones: sagrados en el cuerpo y
sangre del Redentor, y quien ha preparado las almas para que se unan al Hijo de Dios, purificándolas de todo pecado.
POSCOMUNIÓN
Suplicámoste, Señor, hagas que el Espíritu
Santo repare nuestras almas con estos divinos Sacramentos: porque Él es
la remisión de todos los pecados. Por el Señor.
EL DON DE CIENCIA
Habiendo sido el alma desarraigada del mal por
el don de Temor de Dios, y abierta a los afectos nobles por el don de
Piedad, experimenta la necesidad de saber el medio de evitar todo
aquello que es objeto de su temor y encontrar lo que debe amar. El
Espíritu Santo viene en su ayuda, reportándole lo que ella desea,
infundiéndola el don de Ciencia. Por este don precioso se la aparece la
verdad, conoce lo que Dios pide y lo que reprueba, todo lo que debe
buscar y lo que debe huir. Sin la ciencia divina, nuestra vista corre
peligro de extraviarse, a causa de las densas tinieblas que tan
frecuentemente obscurecen del todo o en parte la inteligencia del
hombre. Estas tinieblas provienen, desde luego, de nuestra propia
naturaleza, que lleva impresas señales reales de decadencia. Tienen
también como causa los prejuicios y máximas del mundo que adulteran con
frecuencia a los espíritus tenidos como los más firmes. Finalmente, la
acción de Satanás, príncipe de las tinieblas, va dirigida en gran parte
hacia el fin de rodear nuestra alma de obscuridades o de extraviarla
sumiéndola en falsos resplandores.
La fe que se nos infundió en el bautismo es la
luz de nuestra alma. Por el don de Ciencia, el Espíritu Santo hace
producir a esta virtud rayos muy vivos que disipen nuestras tinieblas.
Entonces, las dudas se aclaran, el error se esfuma y aparece la verdad
en todo su radiante esplendor. Cada cosa se ve en su verdadera claridad,
que es la claridad de la fe. Se descubren los deplorables errores que
circulan por el mundo, que seducen a un número tan grande de almas y
cuya víctima ha sido quizá frecuentemente uno mismo.
El don de Ciencia nos revela el fin que Dios se
ha propuesto en la creación, este fin sin el cual los seres no
encuentran ni el bien ni el reposo. Nos muestra el uso que debemos hacer
de las criaturas que se nos han dado no precisamente como un estorbo,
sino como una ayuda eficaz en nuestra marcha hacia Dios. Una vez
descubierto el secreto de la vida, nuestro caminar se hace seguro, no
vacilamos ya más y nos sentimos dispuestos a abandonar todo camino que
no nos conduciría a nuestro fin.
Esta es la Ciencia, don del Espíritu Santo, que
el Apóstol tiene en vista, cuando, hablando a los cristianos, les dice:
"Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor;
caminad, pues, como hijos de la luz" (Eph., V, 8). De ahí proviene esta firmeza, este
tesón de la conducta cristiana. La experiencia puede tener sus fallos
algunas veces y el mundo se alarma al pensar en los malos pasos, que hay
que temer mucho; es que el mundo ha obrado sin el don de Ciencia. "El
Señor conduce al justo por caminos rectos, y para asegurar sus pasos le
ha dado la ciencia de los Santos" (Sag., X, 10). Cada dia se da esta lección. El
cristiano, en medio de la luz sobrenatural, escapa a todos los daños, y
si no tiene la experiencia propia, posee la experiencia de Dios.
Sé bendito, Espíritu Santo, por esta luz que
derramas sobre nosotros y que mantienes con tan amable constancia. No
permitas que jamás vayamos en busca de otra. Ella sola nos es
suficiente; sin ella todo son densas tinieblas. Líbranos de las tristes
inconsecuencias de las cuales muchos se dejan seducir imprudentemente.
Aceptan un día tu dirección, y al siguiente se abandonan a los
prejuicios del mundo, llevando una doble vida que no satisface ni al
mundo ni a ti. Nos es necesario, pues, el amor a esta Ciencia que tú nos
has otorgado, si queremos salvarnos; el enemigo de nuestras almas
envidia en nosotros esta ciencia salvadora; quisiera suplantarla con sus
tinieblas. No permitas, Espíritu Santo, que realice sus pérfidos
designios y ayúdanos siempre a discernir lo falso de lo verdadero, lo
justo de lo injusto. Que, según la palabra de Jesús, nuestro ojo sea
sencillo, a fin de que todo nuestro cuerpo, es decir, el conjunto de
nuestros actos, de nuestros deseos y de nuestros pensamientos se
realicen en la luz; líbranos de ese ojo que Jesús llama malo y que
envuelve en tinieblas todo el cuerpo.
Año Litúrgico de Guéranger
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