lunes, 5 de junio de 2017

6 de Junio: MARTES DE PENTECOSTÉS. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger. DON DE CIENCIA.

EL ESPIRITU SANTO Y LA FORMACIÓN DE LA IGLESIA
 
Hemos visto la obra del Espíritu Santo que realizaba en el mundo por los Apóstoles y por los que les sucedieron, la conquista del género humano al nombre de Jesús, a quien "todo poder ha sido dado en el cielo y en la tierra" (S. Mat., XXVIII, 18). La lengua de fuego ha vencido, y el Príncipe del mundo, a pesar de sus furores, ha visto desplomarse sus altares y caer su poder. Veamos la consecuencia de las obras de este divino Espíritu por la glorificación del Hijo de Dios que le ha enviado a los hombres. 


Emmanuel descendió aquí abajo buscando en su amor a la Esposa que había deseado desde toda la eternidad. La abrazó tomando la naturaleza humana y uniéndola indisolublemente a la persona divina; pero esta unión individual no era suficiente para su amor. Se dignó aspirar a poseer la raza humana entera; le era necesaria su Iglesia, "su única", como la llama en el Cantar de las Cantares (Cant., VI, 8), su Iglesia formada de la flor y nata de todos los pueblos, "llena de gloria sin tacha ni arruga, pero santa e inmaculada" (Eph., V, 27). Encontró a la raza humana manchada por el pecado, indigna de celebrar con él las nuncias augustas a que la convidaba. Su amor no titubeó. Declaró que era el Esposo anunciado; lavó con su propia sangre las manchas de su desposada y la dio en dote los méritos infinitos que había conquistado. 


Habiéndola preparado para sí mismo, quiso que su unión con Él fuese lo más íntima posible. Jesús y su Iglesia son un solo cuerpo; Él es la cabeza, ella es el conjunto de los miembros reunidos en la unidad bajo este único jefe. Esta es la doctrina del Apóstol: "Cristo es la cabeza de la Iglesia; nosotros somos los miembros de su cuerpo, somos de su carne y de sus huesos" (Eph., V, 23-30). Este cuerpo se formará por la agregación sucesiva de los hijos de la raza humana que, prevenidos con el socorro sobrenatural de la gracia, quisieren tomar parte a ella; y este mundo que habitamos será conservado hasta que el último elegido que falte aún a la integralidad del cuerpo místico del Hijo de Dios se haya unido a ella por toda la eternidad. Entonces todo estará consumado y la última de las consecuencias de la Encarnación se cumplirá. 


Ahora bien, de la misma manera que en el Verbo encarnado la humanidad está compuesta de un alma invisible y de un cuerpo visible, así la Iglesia será a la vez un alma y un cuerpo; un alma cuya belleza sólo podrá contemplar acá abajo el ojo de Dios; un cuerpo que atraerá las miradas de los hombres y será testimonio admirable del poder de Dios y del amor que tiene a la raza humana. Hasta los días en que estamos, los justos llamados a reunirse bajó el divino Jefe habían pertenecido sólo al alma de la Iglesia; porque el cuerpo no existía aún. El Padre celestial los había adoptado por hijos suyos, el Hijo de Dios los había aceptado por miembros suyos y el Espíritu Santo, cuya acción veremos más adelante, había realizado íntimamente su elección y su consumación. El punto de partida del nuevo orden de cosas está en María. En ella residió primero la Iglesia completa, alma y cuerpo. La que debía ser también tan realmente la Madre del Hijo de Dios según la humanidad, como el Padre celestial es su Padre según la divinidad, debía ser en el orden de los tiempos como en la medida de las gracias, superior a todo lo que había precedido y a todo lo que debía seguir. 


El Emmanuel quiso también colocar por sí, fuera de su madre muy querida, los fundamentos de su Iglesia. Puso con sus benditas manos la Piedra fundamental, levantó sus columnas y hemos visto cómo empleó los cuarenta días que precedieron a la Ascensión en la organización de esta Iglesia aún tan limitada, pero que un día debía cubrir todo el mundo. Anunció que estaría con los suyos "hasta la consumación de los siglos" (S. Mat., XXVII, 20); era prometer que, cuando subiese al cielo, la raza de sus discípulos se perpetraría hasta el fin de los tiempos. 


Para el cumplimiento de su obra que sólo había bosquejado, contaba con el Espíritu divino, Era también menester que este Espíritu Santo descendiese para perfeccionar y confirmar a los elegidos. Debía ser su Paráclito, su Consolador, después de la partida de su Maestro; era la Virtud de lo alto que debía protegerles como una armadura en sus combates; debía ponerles en la memoria las enseñanzas de su Maestro; debía fecundizar con su acción los Sacramentos que Jesús había instituido y cuyo poder estaba en ellos por el carácter que había impreso en sus almas. He ahí porqué les dijo: "Os conviene que me vaya; porque si yo no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros" (S. Juan, XVI, 7). El día de Pentecostés vimos al Espíritu Santo obrar sobre la persona de los Apóstoles y de los discípulos; ahora nos hace falta verle poner manos en la obra de la creación, del mantenimiento y perfeccionamiento de esta Iglesia, a quien Jesús ha prometido asistir con su presencia misteriosa "hasta la consumación de los siglos" (S. Mat., XXVIII, 20). 


COMIENZOS DE LA IGLESIA. — La primera operación del Espíritu Santo en la Iglesia es la elección de los miembros que deben componerla. Este derecho de elección le es de tal modo personal, que, según las palabras del texto sagrado, los discípulos mismos que Jesús escogió para ser las bases de su Iglesia, los eligió "con el concurso del Espíritu Santo" (Act., I, 2). 


Le vimos el día de Pentecostés principiar su obra por la elección de tres mil personas. Pocos días después son conquistadas otras cinco mil mediante la predicación de Pedro y Juan bajo los pórticos del templo. Después de los judíos llega su vez a los gentiles; el Espíritu Santo conduce a Pedro a casa del centurión Cornelio, y penetra en este Romano y en sus familiares, eligiéndoles así para la naciente Iglesia y llamándolos al bautismo. La Liturgia nos hizo revivir este pasaje en la Misa de ayer. 


¿Quién podrá seguir en adelante la marcha de este Espíritu Santo, que nadie ni nada será capaz de impedir? "La voz de sus elegidos recorre toda la tierra y su palabra de fuego resuena hasta en los últimos confines del mundo" (Ps., XVIII.). El Espíritu Santo les precede y les acompaña siempre y es quien hace la conquista, cuando ellos hablan. En los principios del siglo III, un escritor cristiano pudo decir a los magistrados del imperio romano: "Somos de ayer y todo lo llenamos, vuestras villas, vuestras ciudades, vuestros campos, los palacios, el senado, el foro" (TERTULIANO, Apologías, c. XXXVII). Nada resiste el empuje arrollador del Espíritu Santo; no pasaron todavía tres siglos desde la manifestación del día de Pentecostés y elige para miembros de su Iglesia a los mismos Césares. 


Así se va formando poco a poco la Esposa que Jesús aguarda y cuyo crecimiento y desarrollo contempla con amor desde el cielo. En los primeros años del siglo IV, esta misma Iglesia, obra del Espíritu Santo, traspasa los límites del imperio romano; y si en este mismo imperio se encuentran esparcidos grupos aún aferrados al paganismo, han oído por lo menos hablar de ella, y la misma rabia que la profesan es un testimonio fehaciente del potente desarrollo que alcanza ante sus ojos. 


DESARROLLO DE LA IGLESIA. — Mas no vayamos a creer que el papel del Espíritu Santo se limita a asegurar el establecimiento de la Iglesia sobre las ruinas del imperio pagano. Jesús quiere una Esposa inmortal, que sea cada vez más conocida, por su presencia, en todos los lugares y en todos los tiempos, superior a toda otra división de la raza humana por la expansión de su imperio y el número de sus miembros. 


El Espíritu Santo no debe detenerse en el cumplimiento de su misión. Si Dios se ha propuesto sumergir al imperio culpable en la inundación de los bárbaros, es éste un nuevo triunfo para el Espíritu. Dejadle que penetre y agite suavemente esta formidable masa. Tiene allí sus elegidos, y los tiene por millones. Ha renovado la faz de la tierra pagana y renovará la del mundo bárbaro. Los cooperadores que Se prepara no le traicionarán. Crea sin cesar nuevos apóstoles, y siendo como es tan poderoso, de todos hace material apto para su obra. Las Clotildes, las Bertas, las Teodelindas, las Heduvigis y tantas otras engrosan sus filas: adornada por sus manos reales, la Esposa de Jesús crece sin cesar, cada vez más joven y más bella. 


Faltan todavía por asociar a este movimiento los vastos continentes de Europa, porque es necesario consolidar la obra en las regiones, en que las cristiandades de la primera época habían sido sumergidas, bajo las olas torrenciales de la invasión. A partir de fines del siglo VI, el Espíritu Santo envía, poco a poco, uno después de otro, a islas de Bretaña, a Alemania, a las raza escandinavas, a los países eslavos, los Agustinos, Bonifacios, Anscarios, Adalbertos, Cirilos, Metodios y Otones. Por mediación de estos instrumentas fieles del Espíritu Santo, la Esposa repara las pérdidas que ha sufrido en Oriente, donde el cisma y la herejía sucesivamente han ido cercenando su heredad primitiva. Este, que siendo Dios como el Padre y el Hijo, ha recibido como misión mantenerla en sus honores, vigila fiel y escrupulosamente por su guarda. 


Y, en efecto, cuando una defección más desastrosa aún está a punto de estallar en Europa, bajo la pretendida reforma, el Espíritu Santo ha tomado ya sus medidas de antemano. Las Indias Orientales han sido conquistadas por la nación fidelísima; un nuevo mundo occidental ha nacido de las aguas y forma un nuevo florón para el reino católico. 


Entonces el Espíritu Santo, siempre preocupado de conservar en su dignidad y en su pureza el sagrado depósito que le ha confiado el Verbo encarnado, suscita nuevos enviados para llevar a estas inmensas regiones el nombre de aquel que es el Esposo, y que desde lo alto del cielo contempla con satisfacción el desarrollo que adquiere la Esposa. Francisco Javier es un don precioso para las Indias Orientales; sus hermanos, en cooperación con los hijos de Domingo y Francisco, preparan con una perseverancia tenaz la heredad que las Indias Occidentales ofrecen a la Iglesia. 


TRIUNFO FINAL DE LA IGLESIA. — Mas si algo más tarde la vieja Europa, demasiado crédula a los doctores de la mentira, parece rechazar este noble reino que constituye las complacencias del Hijo eterno de Dios, si, traicionada y maltratada, ultrajada y privada de sus derechos, esta noble Iglesia debe sostener lucha con aquellos que durante mucho tiempo fueron sus hijos, tened por cierto que el Espíritu Santo no permitirá que falle en sus destinos. Examinad la obra que realiza actualmente. ¿De dónde nacen, si no es de su hálito, sus vocaciones al apostolado, cada vez más numerosas? Mientras que por una parte los retornos de los herejes a su antigua fe son ahora más frecuentes que nunca, todas las regiones infieles son, asimismo, visitadas por los heraldos inflamados del Evangelio. El siglo XIX y XX ha vuelto a ver a los mártires, ha escuchado los interrogatorios de los procónsules chinos y anamitas y ha recogido, envueltos en la aureola de la admiración, las respuestas de los confesores sugeridas por el Espíritu Santo, según la promesa de su divino Maestro. El Extremo Oriente da sus elegidos, los negros de África son evangelizados; y aunque una quinta parte de la tierra permanece rebelde, posee ya numerosos fieles bajo una jerarquía de pastores legítimos. 


¡Sed, pues, bendecido, Espíritu divino, que con tanta solicitud velas sobre la Esposa de Jesús! Ella no ha desfallecido ni un solo día gracias a tu acción constante e incansable. No has dejado pasar un solo siglo sin suscitar apóstoles que la enriquecieran con sus conquistas, has solicitado constantemente con tu divina gracia espíritus y corazones que se consagren a ella; en todos los pueblos, en todos los siglos, tú mismo has elegido los innumerables fieles que la integran. Como es nuestra madre y nosotros somos sus hijos y es la Esposa de nuestro Capitán, con el que esperamos reunimos mediante ella, trabajando por la gloria del Hijo de Dios que te ha enviado a la tierra, has trabajado también por nosotros, pobres y humildes pecadores. Te ofrecemos por todo humildes acciones de gracias. 


El Emmanuel nos ha revelado que permanecerá así con nosotros hasta el fin de los tiempos y reconocemos la necesidad de tu presencia, ¡oh divino Espíritu! Dirige la formación de la Iglesia, consérvala y haz que salga victoriosa de todos los ataques, transportarla de una región a otra, cuando el suelo que pisa no es digno de llevarla; tú eres el vengador de todos aquellos que la ultrajan y lo seguirás siendo hasta el último día. 


Pero esta Esposa de Dios debe permanecer así, siempre desterrada, lejos de su Esposo. Lo mismo que María, que permaneció algunos años en la tierra trabajando en la glorificación de su Hijo, y finalmente ascendió a los cielos para reinar con Él, la Iglesia permanecerá militante aquí abajo durante los siglos necesarios para completar el número de los elegidos. Pero estamos seguros que ha de llegar un tiempo del que se ha escrito: "Han llegado las bodas del Cordero y su Esposa está dispuesta. Fuéle otorgado un vestido de lino de una brillantez deslumbrante y el tisú son las obras justas de los santos que ella ha formado" (ApocXIX, 7.). En estos últimos tiempos la Esposa, siempre bella y digna de tal Esposo, no crecerá más; disminuirá aquí abajo en proporción directa con su crecimiento allá en el cielo. En su alrededor, sobre la tierra se dejará sentir la defección predicha por San Pablo. Los hombres la abandonarán y correrán hacia el Príncipe del mundo, que será desatado "por poco tiempo" (Apoc., XX, 3.), y hacia la bestia, a la que "será otorgado hacer la guerra a los santos y aun vencerlos" (Ibid., XIII, 7.). 


Las últimas horas de la Esposa aquí abajo serán dignas de ella; sostendrás a nuestra madre hasta que llegue el Esposo. Mas después del nacimiento del último elegido, el Espíritu y la Esposa se unirán en un mismo grito. "Ven" (Ibid., XXII, 17), dirán. Entonces el Emmanuel aparecerá en las nubes del cielo, la misión del Espíritu Santo habrá terminado y la Esposa, "recostada sobre su amado" (CantVIII, S.) se elevará de esta tierra ingrata y estéril al cielo, donde le aguardan las bodas de la eternidad. 


MISA


La Estación se celebra hoy en la iglesia de Santa Anastasia, basílica en la que asistimos a la Misa de la Aurora el día de Navidad. La volvemos a ver hoy, cuando la serie de misterios de nuestra salvación se halla en su término. Bendigamos a Dios, que se ha dignado dar cima con tanto vigor a lo que había comenzado tan suavemente. Los neófitos asisten aún a esta Misa con sus vestidos blancos y su presencia es un testimonio a la vez del amor del Hijo de Dios, que los ha purificado en su sangre, y del poder del Espíritu Santo, que los ha arrebatado al imperio tiránico del príncipe de este mundo. 


El Introito se dirige a los neófitos y les anima a alegrarse. En adelante están llamados para reino celestial; que ofrezcan, pues, una perenne acción de gracias a aquel que se ha dignado escogerlos. Las palabras de esta pieza, que datan de la más remota antigüedad, están tomadas del libro IV de Esdras, que los primeros cristianos solían leer con frecuencia, a causa de la belleza y gravedad de sus enseñanzas, aunque no sea reconocido por la Iglesia como un libro inspirado. 


INTROITO 


Recibid el gozo de vuestra gloria, aleluya: dando gracias a Dios, aleluya: que os llamó a los celestes reinos, aleluya, aleluya. Salmo: Atiende, pueblo mío, a mi Ley: inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca. V. Gloria al Padre. 


En la Colecta, la iglesia nos enseña que la acción del Espíritu Santo está llena de dulzura para nuestras almas. Esta acción divina los purifica de todas sus imperfecciones y los preserva al mismo tiempo de los ataques del espíritu pérfido y envidioso que les está acechando sin cesar. 


COLECTA 


Suplicámoste, Señor, nos asista la virtud del Espíritu Santo: la cual purifique clemente nuestros corazones, y nos proteja de toda adversidad. Por el Señor. 


EPÍSTOLA 


Lección de los Hechos de los Apóstoles.

En aquellos días, habiendo oído los Apóstoles, que estaban en Jerusalén, que Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a ellos a Pedro y a Juan. Los cuales, habiendo ido, oraron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo: pues aún no había venido sobre ninguno de ellos, sino que sólo se habían bautizado en el nombre del Señor Jesús. Entonces impusieron sobre ellos las manos, y recibieron el Espíritu Santo. 


MISIÓN EN SAMARÍA. — Los habitantes de Samaría aceptaron la predicación evangélica llevada allí por el diácono Felipe. Recibieron de su mano el bautismo, que los hizo cristianos. Se recuerda el diálogo de Jesús con una mujer de esta ciudad al borde del pozo de Jacob y los tres días que pasó en compañía de sus moradores. Su fe ha sido recompensada; el bautismo los ha hecho hijos de Dios y miembros vivos de su Redentor. Pero es necesario aún que reciban el Espíritu Santo en el sacramento, que da la fuerza. El diácono Felipe no pudo otorgarles este don; dos apóstoles, Pedro y Juan, revestidos del carácter pontifical, se lo confieren, haciéndolos perfectos cristianos. Este relato nos viene a recordar la gracia que el Espíritu Santo se ha dignado hacernos, imprimiendo en nuestras almas el sello de la Confirmación; estémosle reconocidos por este bien que nos ha unido a él con lazos más estrechos, haciéndonos al mismo tiempo capaces de confesar valientemente nuestra fe en presencia de todos los que quieran ser nuestros jefes. 


ALELUYA 


Aleluya, aleluya. V. El Espíritu Santo os enseñará cuanto yo os he dicho.

Aleluya. (Aquí se arrodilla) V. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles: y enciende en ellos el fuego de tu amor. 


Se canta a continuación la Secuencia Veni, Sancte Spiritus AQUÍ.


EVANGELIO 


Continuación del santo Evangelio según San Juan



En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: En verdad, en verdad os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, ese es ladrón y robador. Mas, el que entra por la puerta, es pastor de las ovejas. A este tal abre el portero, y las ovejas oyen su voz, y llama nominalmente a las propias ovejas, y las saca. Y, cuando ha sacado las ovejas, marcha delante de ellas: y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero al extraño no le siguen, sino que huyen de él: porque no conocen la voz de los extraños. Este proverbio les dijo Jesús. Pero ellos no entendieron lo que Él les dijo. Entonces Jesús les dijo de nuevo: En verdad, en verdad os digo: que yo soy la puerta de las ovejas. Todos, los que han venido, han sido ladrones y robadores, y no les escucharon las ovejas. Yo soy la puerta. Si alguien entrare por mí, se salvará: y entrará, y saldrá, y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, y matar, y perder. Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia. 


FIDELIDAD AL VERDADERO PASTOR. — Proponiendo este pasaje evangélico a los neófitos de Pentecostés, quiere la Iglesia ponerlos en guardia contra un peligro con que pueden chocar en el curso de la vida. 


En el momento presente, son el rebaño de Jesús, el buen Pastor, y este divino Pastor se halla representado ante ellos por los hombres que El mismo ha confiado el encargo de apacentar sus corderos. Estos hombres han recibido su misión de Pedro, y todo el que se halla con Pedro se halla también con Jesús. Pero sucede muchas veces que se introducen falsos pastores en el aprisco y el Salvador los califica de salteadores y ladrones, porque, en lugar de entrar por la puerta, penetran por las tapias en el redil. Nos dice que Él mismo es la Puerta por la que deben pasar todos los que tienen derecho a apacentar su rebaño. Todo pastor, para no pasar por ladrón, debe recibir la misión de Jesús, y esta misión no puede venir sino por medio de aquel que ha establecido para que ocupe su puesto hasta que venga Él mismo en persona. 

El Espíritu Santo ha derramado sus dones en las almas de estos nuevos cristianos; pero las virtudes que brillan en ellos no se pueden ejercer de suerte que les sirvan para alcanzar la vida eterna, sino en el seno de la Iglesia verdadera. Si en lugar de seguir al legítimo pastor tienen la desgracia de entregrarse a falsos pastores, todas estas virtudes resultan estériles. Deben, pues, huir como de un mercenario de aquel que no ha recibido su misión del Maestro, que únicamente puede conducirles a los pastos de vida. Frecuentemente, en el correr de los siglos se han encontrado pastores cismáticos; es deber de los fieles el huir de ellos y todos los hijos de la Iglesia deben prestar atención a la prevención que nuestro Señor les dirige aquí. La Iglesia que Él ha fundado y que gobierna por medio de su Espíritu Santo tiene como carácter y distintivo el ser Apostólica. La legitimidad de la misión de los pastores se manifiesta por la sucesión; y como Pedro vive en sus sucesores, el sucesor de Pedro es la fuente del poder pastoral. Quien está con Pedro, está con Jesucristo. 


En el Ofertorio, la Iglesia, preludiando al Sacrificio, exalta, por las palabras del salmista, el alimento sagrado que van a comulgar los fieles; es un maná bajado del cielo, el pan de los mismos Ángeles. 


OFERTORIO 


El Señor abrió las puertas del cielo: y llovió para ellos maná, para que comieran: les dio pan del cielo, pan de Ángeles comió el hombre. Aleluya. 


La víctima que va a ser ofrecida tiene la virtud de purificar por su inmolación a aquellos que son llamados a alimentarse de ella; la Santa Iglesia, en la Secreta, pide esto mismo para los fieles que integran la asamblea. 


SECRETA 


Suplicámoste, Señor, nos purifique la oblación del presente don y nos haga dignos de la sagrada participación. Por el Señor. 


En la antífona de la Comunión, la Iglesia recuerda las palabras por las cuales Jesús anunció que el Espíritu Santo le glorificaría. Nosotros, que acabamos de contemplar a este Espíritu obrando en todo el mundo, sabemos que ha cumplido el oráculo en toda su extensión.

COMUNIÓN 


El Espíritu, que procede del Padre, aleluya: El me glorificará, aleluya, aleluya. 


El pueblo fiel ha participado en el Misterio de Jesús; la Iglesia nos enseña en la poscomunión que la virtud del Espíritu Santo ha intervenido en este momento con su acción divina. El es quien ha obrado el cambio de los dones: sagrados en el cuerpo y sangre del Redentor, y quien ha preparado las almas para que se unan al Hijo de Dios, purificándolas de todo pecado. 


POSCOMUNIÓN 


Suplicámoste, Señor, hagas que el Espíritu Santo repare nuestras almas con estos divinos Sacramentos: porque Él es la remisión de todos los pecados. Por el Señor. 


EL DON DE CIENCIA 


Habiendo sido el alma desarraigada del mal por el don de Temor de Dios, y abierta a los afectos nobles por el don de Piedad, experimenta la necesidad de saber el medio de evitar todo aquello que es objeto de su temor y encontrar lo que debe amar. El Espíritu Santo viene en su ayuda, reportándole lo que ella desea, infundiéndola el don de Ciencia. Por este don precioso se la aparece la verdad, conoce lo que Dios pide y lo que reprueba, todo lo que debe buscar y lo que debe huir. Sin la ciencia divina, nuestra vista corre peligro de extraviarse, a causa de las densas tinieblas que tan frecuentemente obscurecen del todo o en parte la inteligencia del hombre. Estas tinieblas provienen, desde luego, de nuestra propia naturaleza, que lleva impresas señales reales de decadencia. Tienen también como causa los prejuicios y máximas del mundo que adulteran con frecuencia a los espíritus tenidos como los más firmes. Finalmente, la acción de Satanás, príncipe de las tinieblas, va dirigida en gran parte hacia el fin de rodear nuestra alma de obscuridades o de extraviarla sumiéndola en falsos resplandores. 




La fe que se nos infundió en el bautismo es la luz de nuestra alma. Por el don de Ciencia, el Espíritu Santo hace producir a esta virtud rayos muy vivos que disipen nuestras tinieblas. Entonces, las dudas se aclaran, el error se esfuma y aparece la verdad en todo su radiante esplendor. Cada cosa se ve en su verdadera claridad, que es la claridad de la fe. Se descubren los deplorables errores que circulan por el mundo, que seducen a un número tan grande de almas y cuya víctima ha sido quizá frecuentemente uno mismo. 


El don de Ciencia nos revela el fin que Dios se ha propuesto en la creación, este fin sin el cual los seres no encuentran ni el bien ni el reposo. Nos muestra el uso que debemos hacer de las criaturas que se nos han dado no precisamente como un estorbo, sino como una ayuda eficaz en nuestra marcha hacia Dios. Una vez descubierto el secreto de la vida, nuestro caminar se hace seguro, no vacilamos ya más y nos sentimos dispuestos a abandonar todo camino que no nos conduciría a nuestro fin. 


Esta es la Ciencia, don del Espíritu Santo, que el Apóstol tiene en vista, cuando, hablando a los cristianos, les dice: "Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; caminad, pues, como hijos de la luz" (Eph., V, 8). De ahí proviene esta firmeza, este tesón de la conducta cristiana. La experiencia puede tener sus fallos algunas veces y el mundo se alarma al pensar en los malos pasos, que hay que temer mucho; es que el mundo ha obrado sin el don de Ciencia. "El Señor conduce al justo por caminos rectos, y para asegurar sus pasos le ha dado la ciencia de los Santos" (Sag., X, 10). Cada dia se da esta lección. El cristiano, en medio de la luz sobrenatural, escapa a todos los daños, y si no tiene la experiencia propia, posee la experiencia de Dios. 


Sé bendito, Espíritu Santo, por esta luz que derramas sobre nosotros y que mantienes con tan amable constancia. No permitas que jamás vayamos en busca de otra. Ella sola nos es suficiente; sin ella todo son densas tinieblas. Líbranos de las tristes inconsecuencias de las cuales muchos se dejan seducir imprudentemente. Aceptan un día tu dirección, y al siguiente se abandonan a los prejuicios del mundo, llevando una doble vida que no satisface ni al mundo ni a ti. Nos es necesario, pues, el amor a esta Ciencia que tú nos has otorgado, si queremos salvarnos; el enemigo de nuestras almas envidia en nosotros esta ciencia salvadora; quisiera suplantarla con sus tinieblas. No permitas, Espíritu Santo, que realice sus pérfidos designios y ayúdanos siempre a discernir lo falso de lo verdadero, lo justo de lo injusto. Que, según la palabra de Jesús, nuestro ojo sea sencillo, a fin de que todo nuestro cuerpo, es decir, el conjunto de nuestros actos, de nuestros deseos y de nuestros pensamientos se realicen en la luz; líbranos de ese ojo que Jesús llama malo y que envuelve en tinieblas todo el cuerpo.


Año Litúrgico de Guéranger


 


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