LA EUCARISTÍA Y LA UNIDAD DEL CUERPO MÍSTICO
DOCTRINA DE DIONISIO EL AREOPAGITA.
— "Sacramento de los sacramentos (Dionisio, La Jerarquía ecles., c. III, 1) ¡oh Santísimo! levantando los velos
que te rodean de sus significados misteriosos, muéstrate de lejos en tu
esplendor y llena nuestras almas de tu directa y purísima luz." Así
exclama en su lenguaje incomparable el revelador de las divinas
jerarquías.
El sacerdote acaba de realizar los sagrados
Misterios; los pone ante los ojos bajo el velo de las especies. Este
pan, oculto hasta ahora y que no formaba más que un todo, lo descubre,
lo divide en muchas partes; da a todos del mismo cáliz: multiplica
simbólicamente y distribuye la UNIDAD, consumando así el Sacrificio.
Porque la unidad simple y oculta del Verbo que se desposa con la
humanidad entera, ha penetrado desde las profundidades de Dios hasta el
mundo visible y múltiple de los sentidos; y adaptándose al número sin
cambiar de naturaleza, uniendo nuestra bajeza a sus grandezas, nuestra
vida y su vida, su sustancia y nuestros miembros, no quiere hacer de
todos sino un todo con ella: del mismo modo el Sacramento divino, uno,
simple, indivisible en su esencia, se multiplica amorosamente bajo el
signo exterior de las especies, a fin de que, recogiéndose en su
principio y volviendo a entrar de lo múltiple en su propia unidad, lleve
consigo allí a los que han venido a él en la santidad.
Por eso el nombre que más le conviene, es
EUCARISTÍA, acción de gracias, ya que contiene el objeto de toda
alabanza y de todos los dones celestiales llegados a nosotros.
Maravilloso sumario de las operaciones divinizantes, sostiene nuestra
vida y restaura la semejanza divina de nuestras almas en el prototipo
supremo de la eterna belleza; nos conduce en excelsas ascensiones por un
camino sobrehumano; por él se reparan las ruinas del primer pecado; él
pone fin a nuestra indigencia; y, tomando todo en nosotros, dándose por
entero, nos hace participantes de Dios y de sus bienes.
DOCTRINA DE SAN AGUSTÍN.
— "¡Oh Sacramento de amor! ¡Oh signo de la unidad! ¡Oh lazo de
caridad" (Sobre S. Juan, Tratado XXVI, 13), prosigue a su vez San Agustín. Mas esta fuerza unitiva de la
Eucaristía, magníficamente elogiada por el Areopagita en el acercamiento
que obra entre Dios y su criatura, el obispo de Hipona se complace en
verla edificando, en la paz, el cuerpo místico del Señor, y
disponiéndole para el eterno Sacrificio y la comunión universal y
perfecta de los cielos. Tal es la idea madre que le inspira acentos
sublimes sobre el Santísimo Sacramento:
Yo Soy el pan vivo bajado del cielo, había
dicho el Salvador; sí alguien comiere de este pan, vivirá eternamente, y
el pan que yo le daré, es mi carne para vida del mundo porque mi carne
es verdaderamente comida y mi sangre verdaderamente bebida (Ibíd., 50). Esta
comida y esta bebida que promete a los hombres, explica San Agustín, es
sin duda y directamente su verdadera carne y la sangre de sus venas; es
la misma hostia inmolada en la Cruz. Por consiguiente, establecida en su
propia y real sustancia, inmolada con Él como una sola hostia, en un
mismo Sacrificio, "es la Iglesia con todos sus miembros, predestinados,
llamados, justificados, glorificados, o también viadores." Solamente en
el cielo se declarará en su plenitud y estabilidad el misterio
eucarístico, inefable saciedad de las almas, que consistirá en la unión
permanente y perfecta de todos en todos y en Dios por Jesucristo. "Como,
en efecto, prosigue San Agustín, lo que los hombres desean al comer y
beber, es saciar el hambre y apagar la sed, este resultado no se alcanza
verdaderamente sino por la comida y bebida, que hace a los que la
toman, inmortales e incorruptibles, a saber, la sociedad de los santos,
donde reinará la paz con plena y perfecta unidad" (Sobre S. Juan, Tratado XXVI, 15-17). ¡Festín único digno
de los cielos! ¡Banquete espléndido, donde cada elegido, participando
del cuerpo entero, le da a su vez crecimiento y plenitud!
Esta es la Pascua de la eternidad que anunciaba
el Señor cuando, al fin de su vida, queriendo poner término a la Pascua
de las figuras con la realidad aún velada del Sacramento, convida a los
suyos a un festín nuevo en la patria sin figuras y sombras. No
comeré en adelante de esta Pascua, hasta su consumación en el reino de
Dios dijo a los depositarios de la alianza; no gustaré tampoco de este
fruto de la vid hasta el día que le beba con vosotros, vino nuevo, en
el reino de mi Padre. Día sin fin, día de luz resplandeciente,
cantado por David: donde la Sabiduría, libre de velos, embriagada ella
misma la primera de amor en su divino banquete, apretando para siempre
en un solo abrazo a la Cabeza y a los miembros, inebriará al hombre con
el torrente de sus divinos deleites y de la vida que ella bebe en el
seno del Padre! ¿Mas Cristo, nuestro Cabeza, ha penetrado ya las nubes;
inundada de delicias, apoyada en su Amado, la Iglesia sube
incesantemente del desierto ( Cant., VII, 1-5), el número de sus miembros, hermanos
nuestros, admitidos al festín sagrado de los cielos, se completa cada
día. Con razón exclama Cristo: Ahora esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne (Gen., II, 23);
se le adhieren como la esposa al esposo, no formando más que un mismo
cuerpo. La Eucaristía ha producido esta adaptación maravillosa, que no
se se revelará sino en el día de la gloria; mas aquí abajo es adonde, a
la sombra de la fe, transforma ella de este modo a los predestinados en
Cristo.
EL CUERPO DE CRISTO.
— Dios es amor, dijimos anteriormente; el amor exige unión y la unión
exige semejantes. Ahora bien esta asemejanza del hombre a Dios, que no
podía realizarse sino por el llamamiento del hombre a la participación
de la naturaleza divina, es obra especial del Espíritu Santo, mediante
la gracia; es el resultado de su permanencia personal en el alma
santificada, cuyas potencias y la misma sustancia penetra íntimamente.
Así hizo en Cristo, al inundar el ser humano con su plenitud en el seno
de la Virgen María, al mismo tiempo que la eterna Sabiduría se unió a
esta naturaleza inferior y creada, pero desde entonces santa y perfecta
por siempre en el Espíritu santificador. Así hace también al preparar a
la Iglesia, la Ciudad Santa, al banquete de las bodas del Cordero. Así
los hijos y miembros de la Esposa, identificados con Cristo, formando un
solo cuerpo con Él, quedan hechos participantes de sus bodas divinas
con la Sabiduría eterna.
Año Litúrgico de Guéranger
No hay comentarios:
Publicar un comentario