LA CONSAGRACION AL SAGRADO CORAZÓN
IMPORTANCIA DE ESTA CONSAGRACIÓN.
— Al amor creado y al amor increado del Sagrado Corazón de Jesús, no
podemos responder sino con amor, con amor generoso, total, absoluto,
cuya manifestación más expresiva será el consagrarnos por entero a Aquel
que nos amó hasta el extremo de entregarse por nosotros. Así se expresa
la Encíclica Miserentissimus del 8 de mayo de 1928: "Entre todos los
honores propios del culto al Sagrado Corazón, ocupa el primer lugar el
de la Consagración. Reconocemos por ella que todo lo hemos recibido de
la bondad eterna, y nos ofrecemos nosotros y todo lo que nos pertenece,
al divino Corazón de Jesús."
CONSAGRACIÓN DEL GÉNERO HUMANO.
— Este acto que Pío XI recomendó a todos los fieles, lo había pedido
León XIII a todo el mundo, cuando quiso consagrar al Sagrado Corazón el
género humano en 1899. León XIII expuso los motivos de esta consagración
en su Encíclica Annum Sacrum: "Jesucristo se merece absolutamente este
testimonio general y solemne de sumisión y piedad, porque es el Rey y
Maestro supremo, cuya autoridad se extiende a los católicos y aún a ios
mismos herejes e infieles. Se le debe también en virtud de la Redención,
porque murió por todos y cada uno de los hombres en particular, y no
ejerce su poder sino por la verdad, la justicia y, sobre todo, por la
caridad."
En este sentido, la consagración es un
reconocimiento de los derechos de Cristo sobre el el, mundo entero, en
cuanto Creador y Redentor, derechos de su Realeza social, cuyos
títulos nos recordará y detallará la fiesta de Cristo Rey.
CONSAGRACIÓN INDIVIDUAL.
— Pero como esta consagración general y global hecha por el Sumo Pontífice, podría no movernos suficientemente, nuestro Señor Jesucristo,
por medio de su Vicario en la tierra, insiste en que a esa consagración
general añadamos la consagración voluntaria personal, y nos da las
razones: "Dios y Redentor al mismo tiempo, posee en su plenitud y modo
perfecto, todo lo existente. En cuanto a nosotros, es tan grande nuestra
desnudez e indigencia, que nada le podemos ofrecer que nos pertenezca.
Sin embargo de eso, el amor y bondad que nos profesa, no rehusa el
ofrecimiento y consagración que le hacemos de sus propios bienes como si
fueran nuestros. No sólo no los rehusa; es más, los desea y los pide:
"Hijo mío, entrégame tu corazón." Podemos, pues, serle agradables, por
el ofrecimiento espontáneo de nuestros afectos. Consagrándonos a Él, no
sólo reconocemos y aceptamos su imperio abierta y gozosamente, pero
además testimoniamos de hecho que, si lo que ofrecemos fuera nuestro, lo
ofreceríamos con gusto. Le suplicamos que se digne recibir de nosotros
lo que le pertenece..."
"Y puesto que el Sagrado Corazón es el símbolo y
la imagen viva de la caridad infinita de Jesucristo que nos incita a
amarle para siempre, es natural que nos consagremos a este Corazón
Santísimo. Esto significa consagrarse y adherirse a Jesucristo, porque
todo honor, todo homenaje o señal de devoción al divino Corazón, va
dirigida verdadera y propiamente hacia el mismo Jesucristo."
Nos interesa comprender netamente el alcance de
las palabras pontificias, que, a no dudarlo, son la expresión del
pensamiento divino, cuyo mejor comentario lo hallaremos en los dos
santos que han sido el prototipo más perfecto del acto que se nos exige.
Cuando Santa Margarita María y el bienaventurado Claudio de la
Colombière hicieron su consagración, quisieron entregarse totalmente al
Sagrado Corazón y hacerle un ofrecimiento solemne y definitivo de su
vida. ¡Qué otra cosa quiso decirnos la Santa, cuando en su acto de
consagración declaró: "que se donaba y consagraba al Sagrado Corazón,
para servirle con todas las partes de su ser, para amarle y
glorificarle; que su voluntad suprema había de ser toda para Él, y
hacerlo todo por su amor"! Con qué conciencia de inmolación escribía el
Bienaventurado Claudio de la Colombière: ¡"Me consagro a tu Sagrado
Corazón, lo más perfecta y estrechamente posible... No, amado Salvador,
nunca me apartaré de ti y no me apegaré sino a Ti"!
Sobre esto mismo escribía Santa Margarita
María: "Haréis una cosa agradabilísima a Dios si os consagráis e
inmoláis al Sagrado Corazón... haciéndole el sacrificio de vos mismo y
consagrándole todo vuestro ser, para dedicaros a su servicio y
procurarle toda la gloria, amor y alabanza que os sea posible. He ahí,
yo así lo creo, lo que el divino Corazón exige para el perfeccionamiento
y coronación de la obra de vuestra santificación."
EXIGENCIAS DE LA CONSAGRACIÓN.
— Sería una triste ilusión creer que nuestra consagración se limita a
la simple recitación, aún piadosa, de una fórmula compuesta por un
Santo, aprobada por la Iglesia, pero sin ninguna influencia en la
conducta de nuestra vida. Nuestro Señor no se contenta con meras
palabras aún dichas con sinceridad. Exige de nosotros obras, y obras que
empeñen a todo nuestro ser y transformen nuestra vida. Cuando un
religioso se consagra a Dios por los votos de la religión, conoce bien a
lo que le obligan los términos de la fórmula que pronuncia. Entonces se
obra en su existencia un cambio radical; en adelante ya no se
pertenece, se hace hombre de Dios, su vida está consagrada a Él aún en
los más mínimos detalles, se entrega sin reservas y para siempre tomando
como testigos de su donación el cielo y la tierra. Exceptuado el voto,
nuestra consagración al Sagrado Corazón debería ejercer en nuestra vida
la misma influencia. Y éste era también el pensamiento de Santa
Margarita María: "Si queréis ser del número de sus amigos—decía—Le
ofreceréis este sacrificio de vos mismo..., y en adelante os
consideraréis como propiedad y dependencia del adorable Corazón."
Quizá nuestro Señor exija del que se ha
entregado a Él, grandes sacrificios; mas no nos importe, pues Él nos
dará fuerza para sobrellevarlos, y no hay tristeza para el que ama. Le
repetirá las palabras severas de otro tiempo: "Si alguno quiere ser mi
discípulo, se renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga." Es, en
efecto, una obligación que se impone a todo cristiano, y de modo
particular, a quien quiera seguir a Cristo más de cerca. ¿Mas quién no
ve que este programa austero se hace más fácil e incluso atrayente
cuando el corazón desborda en amor y confianza hacia un Dios a quien se
ha dado todo y de quien uno se siente amado tiernamente?
EXCELENCIAS DE LA CONSAGRACIÓN.
— Mas también, ¡qué grande será la recompensa de aquellos que
pertenecieren al Sagrado Corazón! Si su profesión da a la vida del
religioso un valor considerable al doblar el mérito de sus acciones, nos
advierte Santa Margarita María que "para todos aquellos que se han
consagrado al Sagrado Corazón y buscan más que su honra, esta sola
intención dará un mayor mérito y aceptación a sus acciones delante de
Dios, que todo lo que pudieran hacer sin ella". (Vie et Oeuvres, t. II, p. 279)
Promete también la Santa, que todos aquellos
que se consagren al Sagrado Corazón, no perecerán, y añade: "Este
Sagrado Corazón me descubre los tesoros de amor y de gracias que guarda
para aquellos que se consagren y sacrifiquen para darle y procurarle
todo el honor, amor y gloria que se halle en su mano". ( Vie et Oeuvres, p. 396) "No puedo creer
que las personas consagradas a este Sagrado Corazón, perezcan y caigan
bajo el dominio de Satanás, por el pecado mortal", pero con tal que,
"después de haberse dado enteramente a Él, traten de honrarle, amarle y
glorificarle con todas sus fuerzas ajustando su vida a sus santas
máximas". (Vie et Oeuvres, p. 328)
Así entendida la consagración al Sagrado
Corazón, producirá frutos abundantes y permanentes, y practicada en todo
el mundo, contribuirá, según el sentir de los Romanos Pontífices, a la
unión de todos los pueblos, mediante los lazos de la caridad cristiana y
de un convenio de paz.
He aquí el texto de la Consagración que Santa
Margarita María hizo de sí misma, dictado por el Sagrado Corazón, tal
como lo escribió al P. Croiset.
"Yo, N... me entrego y consagro al Corazón de
Nuestro Señor Jesucristo; mi persona y mi vida, mis acciones, penas y
padecimientos, para no servirme de nada de mi ser, sino sólo para
amarle, honrarle y glorificarle. Mi voluntad irrevocable es ser todo para Él y hacerlo todo por su amor,
renunciando de todo corazón a todo lo que no sea de su agrado. Te elijo,
pues, Sagrado Corazón, como único objeto de mi amor, protector de mi
vida, prenda de mi salvación, y remedio en mi fragilidad e inconstancia,
reparador de todos los defectos de mi vida, y refugio seguro en la hora
de mi muerte. Sé, oh Corazón bondadoso, mi justificación ante Dios, tu
Padre, y no permitas que caigan sobre mí los rayos de su justa cólera:
Corazón amante, en ti tengo puesta mi confianza, pues todo lo temo de mi
malicia y fragilidad, pero lo espero todo de tu bondad. Haz desaparecer
de mí todo aquello que te desagrade o se resista a ti. Tu purísimo amor
arraigue tan íntimo en mi corazón, que nunca pueda olvidarte o
separarme de ti: Te suplico, por todas tus bondades, que mi nombre se
escriba en ti, puesto que he cifrado toda mi gloria y felicidad en vivir
y morir como esclavo tuyo. Así sea."
Año Litúrgico de Guéranger
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