EL MISTERIO DE LA PRESENCIA REAL
¡Gloria al Cordero cuya inmolación triunfante
plasmó esta presencia maravillosa en el Santísimo Sacramento! ¡A El la
virtud, la divinidad, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la bendición
por los siglos! (Apoc., V 12). Por Él descendió a nosotros la Sabiduría eterna, y por Él habita ella con nosotros (Ibíd., XXI, 23). A su suave resplandor, al cerrar hoy esta
Octava, contemplemos con el mayor respeto la naturaleza de la inefable
permanencia, que nos conserva de este modo en su integridad el Misterio
de la fe hasta el fin del mundo.
SECUENCIA DE LA MISA.
— Del sur al septentrión, del levante al poniente, en todas partes, en
este día, los hijos de la Iglesia repiten, en sus cantos, estas palabras
que no son otra cosa que el eco rimado de la voz del Apóstol: "La carne
de Cristo es comida, y su sangre es bebida; no obstante eso, permanece
entero en cada una de las especies. Sin quebrarle, romperle o dividirle,
le recibe entero aquel que le recibe. Si le recibe uno sólo o si mil,
lo mismo reciben éstos que aquel; se da sin consumirse. Cuando se divide
la forma misteriosa, no dudes un momento, sino ten presente que
permanece tan entero en el fragmento, como en la forma completa. La
sustancia no se divide de ningún modo, solamente se parte el signo;
pero no disminuye por eso ni el estado ni la extensión de lo que ese
signo encubre."
La Iglesia, en efecto, nos enseña, "que en cada
una de las especies y en cada una de sus partes, se halla contenido
verdadera, real y sustancialmente, el cuerpo, sangre, alma y divinidad
de Nuestro Señor Jesucristo, y por consiguiente, Cristo entero" (Concilio de Trento. Ses., XIII, c. 1-3). Es
verdad que las palabras del Sacrificio por sí mismas, no obrando sino lo
que significan, producen única y exclusivamente bajo la doble especie
el Cuerpo y Sangre del Señor; pero Cristo, resucitado e inmortal,
permanece indivisible. "Cristo salido del sepulcro, no morirá más, dice
el Apóstol; muriendo por el pecado, ha muerto una vez por todas;
viviendo ahora, vive para Dios". En todas partes, pues, donde se halla,
en virtud de la Consagración, el santísimo Cuerpo o Sangre redentora,
allí mismo, por vía de consecuencia natural y de necesaria
concomitancia, reside en su totalidad la sagrada humanidad, unida al
Verbo.
LA TRANSUBSTANCIACIÓN.
— Temerosa la Liturgia de no poder manifestar de otro modo un misterio
tan profundo con la suficiente precisión y exactitud, se vale hoy de la
terminología de la Escolástica. Ella misma nos enseña que la conversión
del pan en Cuerpo y del vino en Sangre, se hace de sustancia a
sustancia, sin que en este cambio maravilloso, llamado por esto
transubstanciación, se afecten, alteren o destruyan los accidentes o
modos de los dos términos de la conversión. Así es como, privados de su
sujeto o sostén natural, las especies o apariencias de pan y vino,
se hallan sustentadas inmediatamente por la virtud divina; produciendo y
recibiendo las mismas impresiones que hubiera recibido y producido su
propia sustancia, son el signo sacramental que sin informar el cuerpo
de Cristo, ni prestarle sus cualidades y dimensiones, determina y
mantiene su presencia mientras estas especies no son esencialmente
modificadas. Por su parte, el Cuerpo de Cristo, habiendo sustituido
directamente con su propia sustancia a la sola sustancia de pan y vino,
se halla fuera, por la fórmula sagrada, de las leyes misteriosas de la
extensión, cuyos secretos no ha podido penetrar todavía la ciencia
humana; todo entero en toda la especie, y todo entero también en cada
parte sensible, se asemeja en esto a las sustancias espirituales: de
este modo también el alma humana se halla del mismo modo en todo el
cuerpo y entera también en todos los miembros. Tal es, en fin, el
misterio del estado sacramental, que presente a nosotros en las
dimensiones de la hostia y no más allá, por su sustancia, de este modo
sustraída a las leyes de la extensión, Cristo permanece en Sí mismo, tal
cual se halla en el cielo, "El Cuerpo de Cristo en el Sacramento, dice
Santo Tomás, conserva todos sus accidentes, por consecuencia necesaria; y
sus partes permanecen ordenadas entre sí del mismo modo que lo son en
la naturaleza de las cosas, aunque ellas no se hallen en relación y no
se puedan comparar según este orden, con el espacio externo" (III" p. qu, LXXVI, art. 4).
JESÚS PRESENTE EN LA HOSTIA.
— La noción de Sacrificio exigía en la Eucaristía esta apariencia
pasiva de la víctima, así como la condición del banquete en que se
consuma, determinaba la naturaleza especial de los elementos
sacramentales elegidos por Cristo Jesús. Mas lejos de nosotros, en
presencia de la sagrada Hostia, toda idea de penosa cautividad, de
padecimiento actual, de virtud laboriosa para el huésped divino de las
especies sagradas; a pesar de esta muerte exterior, allí palpitan la
vida, el amor y la hermosura triunfal del Cordero, vencedor de la
muerte, rey inmortal de los siglos. Permanece en la hostia inmaculada
con toda su virtud y esplendor, el más bello de los hijos de los
hombres ( Salm., XLIV, 3), con la admirable proporción, la disposición armoniosa de sus
miembros divinos, formados de una carne virginal en el seno de María
Inmaculada.
¡Sangre divina, precio de nuestro rescate,
entrada para siempre en esas venas que te derramaron por el mundo! como
en otro tiempo, llevas la vida en esos miembros gloriosos, bajo el
impulso del Corazón sagrado a quien mañana rendiremos especial homenaje.
¡Alma santísima del Salvador, presente en el Sacramento como forma
sustancial de este cuerpo perfectísimo que es por ti el verdadero cuerpo
del Hombre-Dios inmortal! En tus profundidades encierras todos los
tesoros de Sabiduría eterna. Recibisteis, como especial misión, plasmar
en una vida humana, en un lenguaje múltiple y sensible, la inefable
hermosura de la Sabiduría del Padre, enamorada de los hijos de los
hombres, y quisiste conquistar su amor mediante una manifestación puesta
a su alcance. Cada una de las palabras y de los pasos dados por Jesús,
cada uno de los misterios de su vida pública o privada, nos revela por
grados este divino esplendor. Verdaderamente delante de esos hombres que
ella amaba, la Sabiduría y la gracia crecían en Él juntamente con la
edad; hasta que, por fin, todas estas enseñanzas, ejemplos y misterios,
maravillosas manifestaciones de sus hechizos íntimos, esa misma
Sabiduría los dejó fijos para el porvenir, en el Sacramento divino,
monumento perenne, luz de las almas, memorial vivo, desde donde el amor
vela calladamente por nosotros, "La carne, la sangre de Cristo, es el
Verbo manifestado, dice San Basilio; es la Sabiduría, hecha sensible por
la Encarnación, y todo ese modo misterioso de vida en la carne que nos
revela la perfección moral, la belleza natural y divina. Allí se
encuentra el alimento del alma y, por tanto, desde ahora la prepara para
la contemplación de las divinas realidades.
PROCESIÓN DE LA OCTAVA.
— La Octava durante la cual el Sacramento divino ha recibido los
homenajes solícitos de nuestra adoración, termina como comenzó: por la
procesión triunfal. Después de Vísperas, el Diácono baja la custodia del
templete en que él mismo la colocó, y la deposita en manos del
sacerdote. La sagrada Hostia atraviesa de nuevo los umbrales del templo,
rodeada por la majestad de los mismos ritos, aclamada por los mismos
cantos de alegría, acogida por las demostraciones entusiastas del pueblo
fiel. Nuevamente ve postrada la naturaleza a sus pies, embalsama el
ambiente a su paso, aleja los poderes enemigos (Efes., II, 2; VII, 12), bendice el campo y el
pueblo y esparce entre las mieses, que ondean ya en sazón, sus fecundos
rayos. De nuevo en su templo, ya no volverá a salir más, sino para
fortificar a los moribundos en su viaje a la eternidad, o para darse
misericordiosamente a los enfermos que no pueden llegarse a su Dios por
sus propias fuerzas. En este momento bendice por última vez al pueblo
prosternado a sus pies y entra en el tabernáculo.
Abismados en profunda adoración, testimoniemos
nuestros sentimientos a Dios, oculto entre los velos sacramentales,
repitiendo el himno celestial, muestra fiel de la ciencia del Doctor Angélico, sobrepasada por el humilde y ferviente amor que desbordan cada
una de sus estrofas.
Una vez cerrada la puerta del tabernáculo, tras
el Dios de la Hostia, nuestros corazones no abandonarán el augusto
Misterio. Mejor comprendido por las gracias y luces que han descendido sobre nosotros durante esta Octava, será más amado de nuestras
almas divinizadas, conquistadas por Él con los sublimes atractivos de
la Sabiduría eterna.
HIMNO
Adorote devotamente, oh Deidad oculta,
que yaces escondida bajo estos accidentes:
a ti se entrega todo mi corazón,
porque, al contemplarte, todo desfallece.
que yaces escondida bajo estos accidentes:
a ti se entrega todo mi corazón,
porque, al contemplarte, todo desfallece.
En ti se equivocan vista, tacto y gusto
sólo al oído se cree con seguridad:
creo cuanto dijo el Hijo de Dios,
nada más veraz que la palabra de la Verdad.
sólo al oído se cree con seguridad:
creo cuanto dijo el Hijo de Dios,
nada más veraz que la palabra de la Verdad.
En la cruz estaba oculta sola la Deidad,
aquí, en cambio, yace escondida también la humanidad:
sin embargo, creo y confieso ambas a dos,
y pido lo que pidió el ladrón arrepentido.
aquí, en cambio, yace escondida también la humanidad:
sin embargo, creo y confieso ambas a dos,
y pido lo que pidió el ladrón arrepentido.
No contemplo, como Tomás, las llagas;
sin embargo, Te confieso por mi Dios:
haz que cada vez crea más en Ti,
en Ti espere y a Ti ame.
sin embargo, Te confieso por mi Dios:
haz que cada vez crea más en Ti,
en Ti espere y a Ti ame.
¡Oh memorial de la muerte del Señor!
Pan vivo, que al hombre da la vida:
haz que mi alma viva siempre de Ti,
y goce de tu dulce sabor.
Pan vivo, que al hombre da la vida:
haz que mi alma viva siempre de Ti,
y goce de tu dulce sabor.
Piadoso pelícano,
Señor, Jesús,
a mí, inmundo, límpiame con tu sangre,
de la que una sola gota es suficiente
para salvar al mundo de todo crimen.
a mí, inmundo, límpiame con tu sangre,
de la que una sola gota es suficiente
para salvar al mundo de todo crimen.
¡Oh Jesús!
a quien miro ahora velado:
suplícote se haga lo que tanto ansio:
para que, viéndote a cara descubierta,
sea feliz con la visión de tu gloria. Amén.
suplícote se haga lo que tanto ansio:
para que, viéndote a cara descubierta,
sea feliz con la visión de tu gloria. Amén.
Año Litúrgico de Guéranger
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