miércoles, 21 de junio de 2017

22 de Junio: JUEVES DE LA INFRAOCTAVA DEL CORPUS. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

EL MISTERIO DE LA PRESENCIA REAL
 
¡Gloria al Cordero cuya inmolación triunfante plasmó esta presencia maravillosa en el Santísimo Sacramento! ¡A El la virtud, la divinidad, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la bendición por los siglos! (Apoc., V 12). Por Él descendió a nosotros la Sabiduría eterna, y por Él habita ella con nosotros (Ibíd., XXI, 23). A su suave resplandor, al cerrar hoy esta Octava, contemplemos con el mayor respeto la naturaleza de la inefable permanencia, que nos conserva de este modo en su integridad el Misterio de la fe hasta el fin del mundo. 


SECUENCIA DE LA MISA. — Del sur al septentrión, del levante al poniente, en todas partes, en este día, los hijos de la Iglesia repiten, en sus cantos, estas palabras que no son otra cosa que el eco rimado de la voz del Apóstol: "La carne de Cristo es comida, y su sangre es bebida; no obstante eso, permanece entero en cada una de las especies. Sin quebrarle, romperle o dividirle, le recibe entero aquel que le recibe. Si le recibe uno sólo o si mil, lo mismo reciben éstos que aquel; se da sin consumirse. Cuando se divide la forma misteriosa, no dudes un momento, sino ten presente que permanece tan entero en el fragmento, como en la forma completa. La sustancia no se divide de ningún modo, solamente se parte el signo; pero no disminuye por  eso ni el estado ni la extensión de lo que ese signo encubre." 

La Iglesia, en efecto, nos enseña, "que en cada una de las especies y en cada una de sus partes, se halla contenido verdadera, real y sustancialmente, el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y por consiguiente, Cristo entero" (Concilio de Trento. Ses., XIII, c. 1-3). Es verdad que las palabras del Sacrificio por sí mismas, no obrando sino lo que significan, producen única y exclusivamente bajo la doble especie el Cuerpo y Sangre del Señor; pero Cristo, resucitado e inmortal, permanece indivisible. "Cristo salido del sepulcro, no morirá más, dice el Apóstol; muriendo por el pecado, ha muerto una vez por todas; viviendo ahora, vive para Dios". En todas partes, pues, donde se halla, en virtud de la Consagración, el santísimo Cuerpo o Sangre redentora, allí mismo, por vía de consecuencia natural y de necesaria concomitancia, reside en su totalidad la sagrada humanidad, unida al Verbo. 

LA TRANSUBSTANCIACIÓN. — Temerosa la Liturgia de no poder manifestar de otro modo un misterio tan profundo con la suficiente precisión y exactitud, se vale hoy de la terminología de la Escolástica. Ella misma nos enseña que la conversión del pan en Cuerpo y del vino en Sangre, se hace de sustancia a sustancia, sin que en este cambio maravilloso, llamado por esto transubstanciación, se afecten, alteren o destruyan los accidentes o modos de los dos términos de la conversión. Así es como, privados de su sujeto o sostén natural, las especies o apariencias de pan y vino, se hallan sustentadas inmediatamente por la virtud divina; produciendo y recibiendo las mismas impresiones que hubiera recibido y producido su propia sustancia, son el signo sacramental que sin informar el cuerpo de Cristo, ni  prestarle sus cualidades y dimensiones, determina y mantiene su presencia mientras estas especies no son esencialmente modificadas. Por su parte, el Cuerpo de Cristo, habiendo sustituido directamente con su propia sustancia a la sola sustancia de pan y vino, se halla fuera, por la fórmula sagrada, de las leyes misteriosas de la  extensión, cuyos secretos no ha podido penetrar todavía la ciencia humana; todo entero en toda la especie, y todo entero también en cada parte sensible, se asemeja en esto a las sustancias espirituales: de este modo también el alma humana se halla del mismo modo en todo el cuerpo  y entera también en todos los miembros. Tal es, en fin, el misterio del estado sacramental, que presente a nosotros en las dimensiones de la hostia y no más allá, por su sustancia, de este modo sustraída a las leyes de la extensión, Cristo permanece en Sí mismo, tal cual se halla en el cielo, "El Cuerpo de Cristo en el Sacramento, dice Santo Tomás, conserva todos sus accidentes, por consecuencia necesaria; y sus partes permanecen ordenadas entre sí del mismo modo que lo son en la naturaleza de las cosas, aunque ellas no se hallen en relación y no se puedan comparar según este orden, con el espacio externo" (III" p. qu, LXXVI, art. 4).

JESÚS PRESENTE EN LA HOSTIA. — La noción de Sacrificio exigía en la Eucaristía esta apariencia pasiva de la víctima, así como la condición del banquete en que se consuma, determinaba la naturaleza especial de los elementos sacramentales elegidos por Cristo Jesús. Mas lejos de nosotros, en presencia de la sagrada Hostia, toda idea de penosa cautividad, de padecimiento actual, de virtud laboriosa para el huésped divino de las especies sagradas; a pesar de esta muerte exterior, allí palpitan la vida, el amor y la hermosura triunfal del Cordero, vencedor de la muerte, rey inmortal de los siglos. Permanece en la hostia inmaculada con toda su virtud y esplendor, el más bello de los hijos de los hombres ( Salm., XLIV, 3), con la admirable proporción, la disposición armoniosa de sus miembros divinos, formados de una carne virginal en el seno de María Inmaculada. 

¡Sangre divina, precio de nuestro rescate, entrada para siempre en esas venas que te derramaron por el mundo! como en otro tiempo, llevas la vida en esos miembros gloriosos, bajo el impulso del Corazón sagrado a quien mañana rendiremos especial homenaje. ¡Alma santísima del Salvador, presente en el Sacramento como forma sustancial de este cuerpo perfectísimo que es por ti el verdadero cuerpo del Hombre-Dios inmortal! En tus profundidades encierras todos los tesoros de Sabiduría eterna. Recibisteis, como especial misión, plasmar en una vida humana, en un lenguaje múltiple y sensible, la inefable hermosura de la Sabiduría del Padre, enamorada de los hijos de los hombres, y quisiste conquistar su amor mediante una manifestación puesta a su alcance. Cada una de las palabras y de los pasos dados por Jesús, cada uno de los misterios de su vida pública o privada, nos revela por grados este divino esplendor. Verdaderamente delante de esos hombres que ella amaba, la Sabiduría y la gracia crecían en Él juntamente con la edad; hasta que, por fin, todas estas enseñanzas, ejemplos y misterios, maravillosas manifestaciones de sus hechizos íntimos, esa misma Sabiduría los dejó fijos para el porvenir, en el Sacramento divino, monumento perenne, luz de las almas, memorial vivo, desde donde el amor vela calladamente por nosotros, "La carne, la sangre de Cristo, es el Verbo manifestado, dice San Basilio; es la Sabiduría, hecha sensible por la Encarnación, y todo ese modo misterioso de vida en la carne que nos revela la perfección moral, la belleza natural y divina. Allí se encuentra el alimento del alma y, por tanto, desde ahora la prepara para la contemplación de las divinas realidades. 

PROCESIÓN DE LA OCTAVA. — La Octava durante la cual el Sacramento divino ha recibido los homenajes solícitos de nuestra adoración, termina como comenzó: por la procesión triunfal. Después de Vísperas, el Diácono baja la custodia del templete en que él mismo la colocó, y la deposita en manos del sacerdote. La sagrada Hostia atraviesa de nuevo los umbrales del templo, rodeada por la majestad de los mismos ritos, aclamada por los mismos cantos de alegría, acogida por las demostraciones entusiastas del pueblo fiel. Nuevamente ve postrada la naturaleza a sus pies, embalsama el ambiente a su paso, aleja los poderes enemigos (Efes., II, 2; VII, 12), bendice el campo y el pueblo y esparce entre las mieses, que ondean ya en sazón, sus fecundos rayos. De nuevo en su templo, ya no volverá a salir más, sino para fortificar a los moribundos en su viaje a la eternidad, o para darse misericordiosamente a los enfermos que no pueden llegarse a su Dios por sus propias fuerzas. En este momento bendice por última vez al pueblo prosternado a sus pies y entra en el tabernáculo. 

Abismados en profunda adoración, testimoniemos nuestros sentimientos a Dios, oculto entre los velos sacramentales, repitiendo el himno  celestial, muestra fiel de la ciencia del Doctor Angélico, sobrepasada por el humilde y ferviente amor que desbordan cada una de sus estrofas.

Una vez cerrada la puerta del tabernáculo, tras el Dios de la Hostia, nuestros corazones no abandonarán el augusto Misterio. Mejor comprendido por las gracias y luces que han descendido sobre nosotros durante esta Octava, será más amado de nuestras almas divinizadas, conquistadas por Él con los sublimes atractivos de la Sabiduría eterna. 

HIMNO 

Adorote devotamente, oh Deidad oculta,
que yaces escondida bajo estos accidentes:
a ti se entrega todo mi corazón,
porque, al contemplarte, todo desfallece.

En ti se equivocan vista, tacto y gusto
sólo al oído se cree con seguridad:
creo cuanto dijo el Hijo de Dios,
nada más veraz que la palabra de la Verdad.

En la cruz estaba oculta sola la Deidad,
aquí, en cambio, yace escondida también la humanidad:
sin embargo, creo y confieso ambas a dos,
y pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

No contemplo, como Tomás, las llagas;
sin embargo, Te confieso por mi Dios:
haz que cada vez crea más en Ti,
en Ti espere y a Ti ame. 

¡Oh memorial de la muerte del Señor!
Pan vivo, que al hombre da la vida:
haz que mi alma viva siempre de Ti,
y goce de tu dulce sabor.

Piadoso pelícano, Señor, Jesús,
a mí, inmundo, límpiame con tu sangre,
de la que una sola gota es suficiente
para salvar al mundo de todo crimen.

¡Oh Jesús! a quien miro ahora velado:
suplícote se haga lo que tanto ansio:
para que, viéndote a cara descubierta,
sea feliz con la visión de tu gloria. Amén.


Año Litúrgico de Guéranger


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario