LA EUCARISTIA SACRIFICIO PERFECTO
NOCIÓN DEL SACRIFICIO.
— La Eucaristía tiene por objeto principal la aplicación incesante del
Sacrificio del Calvario; es, pues, necesario considerar este sacrificio
del Hombre-Dios en si mismo, a fin de admirar mejor la maravillosa
continuación que se hace en la Iglesia. Conviene para esto precisar
primeramente la noción general de Sacrificio.
Dios tiene derecho al homenaje de su criatura.
Si los reyes y señores de la tierra tienen derecho a exigir de sus
vasallos el reconocimiento solemne de su soberanía, el dominio supremo
del primer Ser, causa primera y fin último de todas las cosas, lo impone
con más justo título a los seres llamados de la nada por su omnipotente
bondad. Y, del mismo modo que por el censo que le acompañaba, el
homenaje de siervos y vasallos llevaba, con la confesión de su
sujección, la declaración efectiva de bienes y derechos que reconocían
tener de su Señor; del mismo modo, el acto por el que la criatura se
humilla ante su criador, deberá manifestar suficientemente, por sí
mismo, que le reconoce como Señor de todas las cosas y autor de la vida.
Mas puede suceder que la criatura, por su
propia acción, tenga dada contra ella, a la justicia de Dios, derechos
de otro modo temibles que los de su omnipotencia y bondad. La
misericordia divina puede entonces, es cierto, suspender o conmutar la
ejecución de las venganzas del supremo Señor; pero el homenaje del ser
creado, hecho pecador, no será ya completo sino con la condición de
expresar en adelante, con su dependencia de criatura, la confesión de su
falta y de la justicia del castigo incurrido por la transgresión de los
preceptos divinos; la oblación suplicante del esclavo rebelado deberá
mostrar, por su naturaleza, que Dios no es solamente el autor de la vida
sino el Árbitro de la muerte.
Esta es la verdadera noción del Sacrificio, así
llamado porque separa de la multitud de seres de igual naturaleza y
hace sagrada la ofrenda por la que se expresa: oblación interior y
puramente espiritual en los espíritus libres de lo material; oblación
espiritual y sensible a la vez para el hombre, que, compuesto de alma y
cuerpo, debe homenaje a Dios por uno y otro. El sacrificio no puede
ofrecerse más que a Dios solo; y la religión, que tiene por objeto el
culto debido al Señor, no encuentra más que en él su expresión última.
UNIDAD DE LA CREACIÓN EN DIOS.
— Por el sacrificio Dios alcanza el fin que se propuso en la
creación: su propia gloria (Prov., XVI, 4). Mas para que se elevase del mundo hacia su
Creador un homenaje que representase la medida de sus dones, hacía falta
un jefe que representase al mundo entero en su persona, y que,
disponiendo de él como de bien propio, le ofreciese al Señor en toda su
plenitud consigo mismo. Pero Dios dispone las cosas de modo más
admirable aún: dándole por jefe a su Hijo revestido de nuestra
naturaleza, hace que el homenaje de esta naturaleza inferior,
revistiendo la dignidad de la persona, el honor rendido sea
verdaderamente digno de la Majestad suprema.
¡Maravillosa coronación de la obra creadora! La
gloria inmensa que rinde al Padre el Verbo encarnado, ha unido a Dios y
a la criatura, tan distantes uno de otro; y rebosa sobre el mundo en
abundante gracia que acaba por llenar el abismo. El Sacrificio del Hijo
del Hombre llega a ser la base y razón del orden sobrenatural, en el
cielo y en la tierra. Como objeto primero y principal del decreto de la
creación, salieron de la nada para Cristo, a la voz del Padre, los
diversos grados del ser espiritual y material, llamados a formar su
palacio y corte: así también en el orden de la gracia, él es
verdaderamente el hombre, el Predilecto. El espíritu de amor se
esparcirá de este único predilecto, de la Cabeza, sobre todos sus
miembros, comunicando sin medida la verdadera vida y el ser sobrenatural
a aquellos que Cristo llama a participar de su divina sustancia en el
banquete del amor. Porque a continuación de la Cabeza vendrán los
miembros, uniendo al suyo su homenaje; y este homenaje, que de por sí
hubiera permanecido por debajo de la Majestad infinita, recibirá, por su
incorporación al Verbo encarnado en el acto de su Sacrificio, la
dignidad de Cristo mismo.
Asimismo, y no nos cansaremos de repetirlo
contra el individualismo estrecho que tiende a dar a las prácticas de
devoción privada la preponderancia sobre la solemnidad de los grandes
actos litúrgicos, que forman la esencia de la religión: mediante el
Sacrificio la creación entera se consuma en la unidad; y la verdadera
vida social se funda en Dios por el Sacrificio. Sean uno en nosotros
como nosotros mismos tal es la última intención del Creador, revelada al
mundo por el Ángel del gran Consejo, venido a la tierra para realizar
este programa divino. Ahora bien, la religión es la que reúne ante Dios
los distintos elementos del cuerpo social; y el Sacrificio, que es el
acto fundamental de ella, es a la vez medio y fin de esta grandiosa
unificación en Cristo, cuya terminación indicará la consumación del
reino eterno del Padre, que por él habrá llegado a ser todo en todos.
CRISTO, SACERDOTE Y VÍCTIMA.
— Mas este reinado de la eternidad, que prepara al Padre el reino
terreno de Cristo tiene enemigos que es necesario reducir. Los
Principados, las Potestades y Virtudes del infierno se han coaligado
contra ella. La envidia, al atacar al hombre, imagen de Dios, introdujo
en el mundo la desobediencia y la muerte; por el hombre hecho su
esclavo, el pecado se sirve, como de un arma, de todos los preceptos
divinos contra su Autor. Por eso, antes de ser agradables al Padre, los
futuros miembros de Cristo anhelan un sacrificio de propiciación y de
redención. Es necesario que Cristo mismo viva la vida de expiación del
pecador, padezca sus dolores y muera de muerte. Pues tal era la pena
impuesta como sanción desde el principio al precepto divino; pena
suprema para el transgresor, que no puede sufrirla, mayor, pero sin
proporción con la ofensa de la infinita majestad, a menos que una
persona divina, tomando la espantosa responsabilidad de esta deuda
infinita, padezca la pena del hombre y le devuelva a la inocencia.
¡Venga, pues, nuestro Pontífice, aparezca el
divino Caudillo de nuestra raza y de todo el mundo! Porque amó la
justicia y odió la iniquidad, Dios le ungió con el aceite de alegría
entre todos sus hermanos (Sal., XLIV, 8). Era Cristo por el sacerdocio destinado para Él desde el seno del Padre; es Jesús, porque el Sacrificio que acaba de
ofrecer, salvará a su pueblo del pecado: JESU-CRISTO: tal debe ser el
nombre del Pontífice eterno.
¡Qué poder y amor en su sacrificio! Sacerdote y
víctima a la vez, para destruirla triunfa de la muerte y al mismo
tiempo abate el pecado en su carne inocente; satisface hasta el último
óbolo,.y mucho más, a la justicia del Padre; arranca el decreto que nos
era contrario a nosotros y le clava en la cruz, le borra con su sangre,
y, despojando a los Principados enemigos de su tiránico imperio, los
encadena a su carro triunfal (Col., II, 15). Crucificado con él, nuestro hombre viejo
perdió su cuerpo de pecado; renovado con la sangre redentora, sale con
él de la tumba a una vida nueva. "Vosotros estáis muertos, dice el
Apóstol, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios; cuando aparezca
Cristo vuestra vida, también apareceréis con él en la gloria." Cristo,
en efecto, padeció, como Cabeza; su Sacrificio abarca todo el cuerpo
cuya cabeza es, y le transforma con él para el holocausto eterno cuyo
suave olor embalsamará los cielos.
Penetrémonos, oh Cristianos, de estas grandes
enseñanzas. Cuanto más comprendamos el Sacrificio del Hombre-Dios en su
inconmensurable grandeza, más fácilmente dejaremos a la Iglesia, por
medio de su Liturgia, levantar nuestras almas de las egoístas y
mezquinas preocupaciones de una piedad frecuentemente replegada sobre sí
misma. Miembros de Cristo-Pontífice, ensanchemos nuestros corazones y
abrámoslos a los torrentes de luz y amor que brotan del Calvario.
MISA
(En algunas Iglesias, menos
afortunadas que en España, solamente hoy celebran la Solemnidad del
Corpus. En ellas se canta la Misa de la fiesta misma con la
conmemoración ordinaria del domingo. Pero donde la solemnidad se celebró
el Jueves, sólo se hace su conmemoración en la Misa de este domingo,
que es el segundo después de Pentecostés. Hoy muy generalmente se hace
la gran Procesión del Corpus, y en las Iglesias de España suele
celebrarse otra segunda casi tan solemne como la del mismo día).
El Introito está sacado de los Salmos. Canta
los beneficios con que el Señor protege a su pueblo y le liberta de sus
enemigos. Celebremos con amor a nuestro Dios, seguro refugio y firme
apoyo nuestro.
INTROITO
El Señor se hizo protector mío, y me sacó a la llanura: me salvó porque me quiso. — Salmo: Ámete yo, Señor, fortaleza mía: el Señor es mi sostén, y mi refugio, y mi libertador. V. Gloria al Padre.
La Iglesia, pide en la Colecta, el temor y amor
del nombre sagrado del Señor. El temor, en efecto, de que aquí se
trata, es el temor del hijo a su padre; no excluye el amor, le asegura,
al contrario, preservándole de la negligencia y extravíos a los que una
falsa familiaridad arrastra frecuentemente a ciertas almas.
COLECTA
Haz, Señor, que tengamos a la Vez el perpetuo
temor y amor.de tu nombre: porque nunca privas de tu gobierno a los que
educas en la firmeza de tu dilección. Por nuestro Señor.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Juan. (III, 13-18).
Carísimos: No os admiréis si os odia el mundo.
Nosotros sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida,
porque amamos a los hermanos. El que no ama, permanece en la muerte:
todo el que odia a su hermano, es homicida. Y sabéis que ningún homicida
tiene en sí la vida eterna. En esto conocemos la caridad de Dios, en
que Él dio su vida por nosotros: y nosotros debemos darla por los
hermanos. El que tuviere las riquezas de este mundo, y viere a su
hermano padecer necesidad, y cerrare sus entrañas a él: ¿cómo
permanecerá en él la caridad de Dios? Hijitos míos, no amemos de palabra
ni con la lengua, sino de obra, y de verdad.
MEMORIAL DEL AMOR DIVINO.
— Estas palabras del discípulo amado no podían recordarse mejor al
pueblo fiel que en la Octava que prosigue su curso. El amor de Dios para
nosotros es el modelo como la razón del que debemos a nuestros
semejantes; la caridad divina es el tipo de la nuestra. "Os he dado
ejemplo, dice el Salvador, para que como yo he hecho con vosotros, lo
hagáis vosotros mismos" (S. Juan, XIII, 15). Si pues Él dio hasta su vida, es necesario
saber dar la nuestra, cuando se presentare ocasión, para salvar a
nuestros hermanos. Con mayor razón debemos socorrerlos, según nuestros
medios, en sus necesidades, amarlos no de palabra o con la lengua, sino
efectiva y verdaderamente.
Ahora bien, ¿qué es el memorial divino sino la
elocuente demostración del amor infinito, el monumento real y la
representación permanente de esa muerte de un Dios, a la que se refiere
el Apóstol?
Por eso el Señor, para promulgar la ley del
amor fraterno que venía a traer al mundo, aguarda a la institución del
Sacramento, que debía dar a esta ley su sólido apoyo. Mas, apenas creó
el augusto misterio, apenas se dió bajo las especies sagradas, dijo: "Os
doy un mandamiento nuevo; mi mandamiento es que os améis los unos a los
otros, como yo os he amado" (S. Juan,, XIII, 34; XV, 12). Precepto nuevo, en efecto, para un pueblo
en que el egoísmo era la única ley; signo distintivo que iba a hacer
reconocer entre todos a los discípulos de Cristo (S. Juan, XIII, 35), y destinarlos a la vez
al odio del género humano (Tácito, Ann, XV) rebelde a esta ley del amor. Las palabras
puestas por San Juan en su Epístola: "Carísimos, no os extrañéis de que
os odie el mundo; porque sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida
si amamos a nuestros hermanos; el que no ama permanece en la muerte",
se refieren a la acogida hostil que el mundo de entonces dispensó al
nuevo pueblo.
El cristianismo existe, si existe la unión de
los miembros entre sí mediante su divina Cabeza; la Eucaristía es el
alimento sustancial de esta unión, el lazo poderoso del cuerpo místico
del Salvador, que por él crece cada día en la caridad. La caridad, la
paz, la concordia, es, pues, con el amor de Dios, la más indispensable y
mejor preparación para los sagrados misterios. Es lo que nos explica la
recomendación del Señor en el Evangelio: "Cuando presentes tu ofrenda
en el altar, si te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna
cosa contra ti, deja tu ofrenda cabe el altar y ve antes a reconciliarte
con tu hermano, y vuelve en seguida a presentar tu ofrenda".(S. Mateo, V, 23-24)
El Gradual, sacado de los Salmos, da gracias al
Señor por su protección en el pasado, e implora contra los enemigos
siempre implacables, la continuación de su poderoso socorro.
GRADUAL
En mi tribulación clamé al Señor, y me escuchó. V. Señor, libra mi alma de los labios inicuos, y de la lengua engañosa.
Aleluya, aleluya. V. Señor, Dios mío, en ti he esperado : sálvame de todos los que me persiguen y líbrame. Aleluya.
EVANGELIO
En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos esta
parábola: Un hombre hizo una gran cena, y llamó a muchos. Y, a la hora
de la cena, envió a su siervo a decir a los invitados que vinieran,
porque ya estaba preparado todo. Y comenzaron a excusarse todos a la
vez. El primero le dijo: He comprado una granja, y necesito salir y
verla: ruégote me excuses. Y otro dijo: He comprado cinco yuntas de
bueyes, y voy a probarlas: ruégote me excuses. Y otro dijo: He tomado
esposa: y, por ello no puedo ir. Y, vuelto el siervo, anunció esto a su
señor. Entonces el padre de familias, airado, dijo a su siervo: Sal
pronto por las plazas y barrios de la ciudad: e introduce aquí a los
pobres, y débiles, y ciegos, y cojos. Y dijo el siervo: Señor, se ha
hecho como mandaste, y todavía hay sitio. Y dijo el señor al siervo: Sal
por los caminos y cercados: y fuérzalos a entrar, para que se llene mi
casa. Pues os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron llamados,
gustará mi cena.
EL FESTÍN DE LAS BODAS DEL CORDERO.
— Cuando aún no se había establecido la fiesta del Corpus Christi, este
evangelio estaba señalado ya para este Domingo. El Espíritu divino que
asiste a la Iglesia en la ordenación de su Liturgia, preparaba de este
modo anticipadamente el complemento de las enseñanzas de esta gran
solemnidad. La parábola que propone aquí el Señor, sentado a la mesa de
un jefe de los fariseos, volverá a repetirla en el templo, en los días
que precedieron a su Pasión y Muerte Esta insistencia es significativa y
nos revela suficientemente la importancia de la alegoría. ¿Cuál es, en
efecto, este convite de numerosos invitados, este festín de las bodas,
sino aquel mismo de quien hizo los preparativos la Sabiduría eterna
desde el principio del mundo? Nada faltó a las magnificencias de estos
divinos preparativos. Con todo eso, el pueblo amado, enriquecido con
tantos beneficios, hizo muecas de desagrado al amor; por sus abandonos
despectivos se propuso provocar la cólera del Dios su Salvador.
Mas, a pesar de ello, la Sabiduría eterna
ofrece todavía a los hijos ingratos de Abraham, Isaac y Jacob, en
recuerdo de su padres, el primer lugar en el banquete; a las ovejas
perdidas de la casa de Israel fue a las que fueron enviados primeramente
los Apóstoles (S. Mat., X, 6; Act., XIII, 46). "¡Inefables miramientos! exclama San Juan Crisóstomo.
Cristo llama a los judíos antes de la cruz; lo hace también después de
su inmolación y continúa llamándolos. Cuando debía, a nuestro juicio,
aplastarlos con fuerte castigo, los invita a su alianza y los llena de
honores. Mas los que asesinaron a sus profetas y Le mataron a Él mismo,
solicitados por el Esposo y convidados a las bodas por su propia
víctima, no hacen ningún caso y ponen como pretexto sus parejas de
bueyes, sus mujeres o sus campos". Pronto estos pontífices, escribas y
fariseos hipócritas perseguirán y matarán a los apóstoles unos tras
otros; y el servidor de la parábola no llevará de Jerusalén al banquete
del Padre de familias más que los pobres, humildes y enfermos de las
calles y plazas de la ciudad, en los que la ambición, la avaricia o los
placeres no encontraron obstáculo al advenimiento del reino de Dios.
Entonces se consumará la vocación de los
gentiles y el gran misterio de la sustitución del nuevo pueblo por el
antiguo en la alianza divina. "Las bodas de mi Hijo estaban preparadas,
dirá Dios Padre a sus servidores; pero los que estaban invitados, no han
sido dignos. Id, pues, dejad la ciudad maldita que desconoció el tiempo
de su visita (Luc., XIX, 44); salid a las encrucijadas, recorred las calles, buscad en
los campos de los gentiles y llamad a las bodas a todos los que
encontréis".
Gentiles, glorificad a Dios por su misericordia (Rom., XV, 9).
Invitados, sin méritos por vuestra parte, al festín preparado para
otros, temed incurrir en los reproches que los excluyeron de los favores
prometidos a sus padres. Ciego y cojo llamado de la encrucijada, ven
presto a la mesa sagrada. Piensa también, por el honor de Aquel que te
llama, dejar los vestidos sucios del mendigo del camino. Vístete con
diligencia el vestido nupcial (Hom., 69 sobre S. Mat.). Tu alma, en adelante, por el llamamiento
a estas bodas sublimes, es reina: "Adórnala con púrpura, dice San Juan
Crisóstomo; pónla la diadema y colócala sobre un trono, ¡Piensa en las
bodas que te esperan, en las bodas del Señor! ¿De qué tisú de oro y
variedad de ornamentos no debe resplandecer al alma llamada al franquear
el umbral de la sala del festín y de esta cámara nupcial?"
El Ofertorio, como el gradual, es una apremiante demanda de socorro fundada en la divina misericordia.
OFERTORIO
Señor, vuélvete, y libra mi alma: sálvame por
tu misericordia. La Iglesia implora en la Secreta el doble efecto del
divino Sacramento en la transformación de las almas: la purificación de
los restos del pecado, y el progreso en las obras de la vida celestial.
SECRETA
Purifíquenos, Señor, la oblación que va a ser
dedicada a tu nombre: y llévenos de día en día a la práctica de la vida
celestial. Por nuestro Señor.
Durante la Comunión, la Iglesia, inundada de
los favores del cielo, manifiesta su agradecimiento a Aquel que, siendo
Señor Altísimo, es también su Esposo y la colma de estos bienes
excelentes.
COMUNIÓN
Cantaré al Señor, que me dió bienes: y salmearé al nombre del Altísimo.
En la Poscomunión pidamos con la Iglesia que la
frecuentación del misterio sagrado no sea infructuoso en nuestras
almas, sino que produzca frutos de Salvación cada vez más abundantes.
POSCOMUNIÓN
Recibidos los sagrados dones, suplicámoste,
Señor, hagas que, con la frecuentación del Misterio, crezca el efecto de
nuestra salvación. Por nuestro Señor.
Año Litúrgico de Guéranger
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