LA SAGRADA COMUNIÓN
UNIÓN CON LA VÍCTIMA INMOLADA.
— ¡Gloria a Cristo Salvador, que nos da en su carne inmolada el pan de
vida y entendimiento! ¡Cuerpo de Jesús, templo augusto edificado por la
eterna Sabiduría! De su costado, abierto violentamente, sale el río
sagrado cuyas olas traen el Verbo a nuestras bocas sedientas. Visitando
Jesús la tierra, la embriaga; prepara su alimento a los hijos de los
hombres. Mas la copa que presenta, es la del Sacrificio; la mesa que
prepara, es un altar; porque tal es la preparación de este alimento: una
victima es la que nos da su carne a comer y su sangre a beber; la
inmolación es, pues, la preparación directa y necesaria del banquete en
que se entrega a los convidados.
Pero ¿no son ellos mismos la comida de Cristo
en esta sagrada mesa? Si da Él todo lo que es, ¿no es para tomarlo todo a
su vez? ¿Cuáles serán, pues, nuestros preparativos del festín, sino
aquellos mismos por donde Él pasa? No es una víctima, sino victimas, las
que inmola la Sabiduría, para el banquete misterioso de pan y vino que
prepara en su casa.
¿No se nos quiere decir con esto que, para los
miembros de Cristo, la verdadera preparación inmediata al banquete
sagrado, no es otra que el mismo Sacrificio, la Misa, celebrada u oída
en la unión más perfecta y posible con la máxima y principal Víctima?
LA LITURGIA EUCARÍSTICA.
— ¿Podría hacer cosa mejor el cristiano en este momento, que dejarse
conducir dócilmente por la Iglesia en su Liturgia? ¿Podrá temer
abandonarse sin reserva a aquella a quien Cristo se confió enteramente,
para la determinación de las reglas que deben presidir la administración
del Sacramento de su amor, para la disposición, solemnidad,
preparativos, y lo que acompaña al Sacrificio, del que la Comunión es a
la vez el complemento y término glorioso?
La Comunión no es obra de devoción privada; la
devoción privada no puede disponer al hombre convenientemente para esta
visita del Señor, cuyo fin es estrechar cada vez más los lazos con Cristo
y todos sus miembros, unificados ya en la inmolación del único y
universal Sacrificio para la gloria del Padre. El acto sagrado bien
comprendido y atentamente seguido, el desarrollo progresivo de las
ceremonias y fórmulas santificadas, por sí solo es capaz de poner
completamente al alma que siente el atractivo de Dios, en el grandioso
punto de vista católico, que es el mismo del Señor. No tema el alma que
ha de disminuir de este modo su recogimiento, o que se ha de entibiar el
amor que con razón desea llevar a la sagrada mesa; se presentará a ella
tanto más agradable y mejor adornada a las miradas del Esposo, cuanto
el egoísmo inconsciente o el individualismo estrecho, frutos frecuentes
de métodos particulares, queden más seguramente desterrados de su
corazón en la gran escuela de la Iglesia y bajo la poderosa acción de la
Liturgia.
Así lo comprendieron los Apóstoles y sus
discípulos inmediatos, fundadores autorizados de la Liturgia de los
primeros tiempos; no pensaron que exponían la piedad de los nuevos
convertidos a una peligrosa tibieza, con todo el aparato de pompas
exteriores que desde el principio tendieron a hacerle como inseparable
de la participación de los sagrados Misterios. Así lo practicaron
nuestros abuelos los mártires en el glorioso seguro de las catacumbas,
desarrollándose en estos estrechos subterráneos esplendores que nunca
conoceremos; como Sixto II, inmolado en la cátedra en que presidía con
majestad apostólica, rodeado de los numerosos ministros de las funciones
sagradas, no temieron desafiar la cólera imperial bajo el fuego de la
persecución, para salvaguardar la solemnidad de las asambleas
cristianas, donde se estrechaba el vínculo de las almas y se animaba su
valor con el banquete común del Pan de los fuertes. Así continuó
haciendo, y todavía lo hizo con mayor solemnidad la Iglesia libre de las
persecuciones, en el oro y esplendor de las basílicas que reemplazaron a
las criptas de los cementerios en el siglo de triunfo. Los Padres y
Doctores de la Iglesia, los santos de los tiempos antiguos, no
conocieron otra preparación habitual para el Santísimo Sacramento que
las magnificencias de la Liturgia, las solemnidades del Sacrificio
ofrecido con el concurso de todos y la participación activa del pueblo
cristiano.
UNA DESVIACIÓN DE LA PIEDAD.
— Muchos fieles de nuestros días han perdido el sentido de la Liturgia
no teniendo ni la noción del Sacrificio. El augusto misterio eucarístico
se resume para éstos en la presencia real del Señor, que quiere
permanecer en medio de los suyos para recibir sus homenajes
particulares. El toque de la campanilla que anuncia la elevación, no es
para ellos más que la señal de la simple llegada del Señor: adoran, mas
sin pensar unirse a la Víctima, sin inmolarse con la Iglesia en las
grandes intenciones católicas, cuya fiel expresión rememora cada año la
Liturgia. Si por casualidad van a comulgar ese día, tal vez dejen
entonces a un lado el libro piadoso que los tenía santamente ocupados en
su interior, para pasar el tiempo dulcemente en emociones más o menos
estudiadas que sacaron de él: hasta el momento en que, admitidos a la
sagrada mesa, Cristo deberá buscar en la gracia lejana de su bautismo,
más bien que en sus afectos o pensamientos del presente, esta
indispensable cualidad de miembro de la Iglesia, que la Comunión
requiere sobre todos las otras y que principalmente viene a confirmar.
¿Es, pues, de admirar que en gran número de
almas la Religión, cuyo fundamento verdadero es el Sacrificio, descanse
más bien sobre un sentimentalismo vago, con cuya influencia se
obscurecen siempre las nociones fundamentales del dominio divino, de la
justicia suprema, del culto propiamente dicho mediante la reparación, el
servicio y el homenaje, que son nuestros deberes primeros para con la
suprema Majestad? ¿De donde resulta en tantos cristianos que se
confiesan y comulgan, esta debilidad en la fe, esta ignorancia total
de la noción práctica de la Iglesia, sino de que, habiendo perdido el
culto para ellos, con las pompas de la Liturgia, que desconocen ya, su
carácter social, la Comunión ha perdido también su verdadero sentido y
deja en su aislamiento tranquilo a esos hombres para quienes no es ella
el lazo de unidad, mediante Cristo-Cabeza, con todo el cuerpo cuyos
miembros fueron hechos por el bautismo? Aún fuera de esos católicos de
nombre, para quienes la Iglesia no parece otra cosa que un término de
historia incomprendido, ¿cuántas almas hay de las admitidas a la
Comunión frecuente o diaria, que comprendan hoy este axioma de San
Agustín: La Eucaristía es nuestro pan cotidiano, porque la virtud que
significa, es la UNIDAD, salud del cuerpo y de los miembros?(S. Agustín, Sermón 57, 037).
DOCTRINA DEL CONCILIO DE TRENTO.
— Resumiendo esta enseñanza tradicional, mejor que nosotros pudiéramos
hacerlo y con la autoridad del Espíritu Santo, los Padres de Trento se
expresan así en la sesión XIII: "El Santo Concilio, con todo afecto
paternal, advierte, exhorta, ruega y conjura por las entrañas
misericordiosas de nuestro Dios a todos los que llevan el nombre de
cristianos y a cada uno de ellos, que se reúnan unánimemente en este
signo de la unidad, en este lazo de la caridad, en este símbolo de la
concordia. Que se acuerden de la suprema majestad, del inefable amor de
Jesucristo nuestro Señor, que entregando su preciosa vida en precio de
nuestra salvación, nos dio su carne por alimento. Que crean y confiesen
con tal constancia y firmeza estos sagrados Misterios de su Cuerpo y
Sangre, que los honren y reverencien con tanta devoción y amor que
puedan recibir con frecuencia este pan superior a toda sustancia. ¡Ojalá
sea para ellos la verdadera vida, la salud perpetua del alma!
Confortados por su fuerza, pasen de la peregrinación de esta tierra
miserable a la patria celestial, para comer allí al descubierto ese pan
de los ángeles que los alimenta aquí abajo oculto en los velos de las
sagradas especies" ( Sesión XIII de la Eucaristía, c. VIII)
Año Litúrgico de Guéranger
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