EL SANTÍSIMO SACRAMENTO EN EL CENTRO DE LA LITURGIA.
— La luz del Espíritu Santo, que vino a aumentar en la Iglesia la
inteligencia siempre viviente del misterio de la augusta Trinidad, la
lleva a contemplar en seguida esta otra maravilla que concentra ella
misma todas las operaciones del Verbo encarnado, y nos conduce desde
esta vida a la unión divina. El misterio de la Sagrada Eucaristía va a
aparecer en todo su esplendor, y es importante disponer los ojos de
nuestra alma para recibir saludablemente la irradiación que nos aguarda.
Lo mismo que no hemos estado nunca sin la noción del misterio de la
Santísima Trinidad, y que nuestros homenajes se dirigen siempre a ella;
así también la Sagrada Eucaristía no ha dejado de acompañarnos en todo
el curso de este año litúrgico, ya como medio de rendir nuestros
homenajes a la suprema Majestad, ya como alimento de la vida
sobrenatural. Podemos decir que estos dos inefables misterios nos son
conocidos y que los amamos; pero las gracias de Pentecostés nos han
abierto una nueva entrada en lo más íntimo que tienen; y, si el primero
nos pareció ayer rodeado de los rayos de una luz más viva, el segundo va
a brillar para nosotros con un resplandor que los ojos de nuestra alma
nunca habían recibido.
Siendo la Santísima Trinidad, como hemos hecho
ver, el objeto esencial de toda la religión, el centro a que vienen a
parar todos nuestros homenajes, aún cuando parezca que no llevamos una
intención inmediata, se puede decir también que la Sagrada Eucaristía es
el más precioso medio de dar a Dios el culto que le es debido, y por
ella se une la tierra con el cielo. Es, pues, fácil, penetrar la razón
del retraso que la Iglesia tuvo en la institución de las dos
solemnidades que suceden inmediatamente a la de Pentecostés. Todos los
misterios que hemos celebrado hasta aquí, estaban contenidos en el
augusto Sacramento, que es el memorial y como el resumen de las
maravillas que el Señor hizo por nosotros (Salmo, CX, 4). La realidad de la presencia
de Cristo bajo las especies sacramentales, hizo que en la Hostia
reconociésemos en Navidad al Niño que nos nació; en Pasión, la víctima
que nos rescató; en Pascua, al vencedor de la muerte. No podíamos
celebrar todos estos misterios sin apelar en nuestro socorro al inmortal
Sacrificio, y no podía ser ofrecido, sin renovarlos ni reproducirlos.
Las fiestas mismas de la Santísima Virgen y de
los Santos nos mantenían en la contemplación del divino Sacramento.
María, a quien hemos honrado en sus solemnidades de la Inmaculada
Concepción, de la Purificación, de la Anunciación, ¿no formó con su
propia sustancia este cuerpo y esta sangre que ofrecemos sobre el altar?
La fuerza invencible de los Apóstoles y de los Mártires que hemos
celebrado, ¿no la sacaron del alimento sagrado que da el ardor y la
constancia? Los Confesores y las Vírgenes, ¿no nos han parecido como la
floración del campo de la Iglesia que se cubre de espigas y de racimos
de uva, gracias a la fecundidad que le da Aquél que es la a la vez el
pan y la vid?
Reuniendo todos nuestros medios para honrar a
estos gloriosos habitantes de la corte celestial, hemos hecho uso de la
salmodia, de los himnos, de los cánticos, de las fórmulas más solemnes y
tiernas; pero como homenaje a su gloria, nada igualaba a la ofrenda del
Sacrificio. Allí, entrábamos en comunicación directa con ellos, según
la enérgica expresión de la Iglesia en el canon de la Misa
(communicantes). Adoran ellos eternamente a la Santísima Trinidad por
Jesucristo y en Jesucristo; por el Sacrificio nos uníamos a ellos en el
mismo centro, mezclábamos nuestros homenajes con los suyos, y para ellos
resultaba un aumento de honra y de felicidad. La Sagrada Eucaristía,
Sacrificio y Sacramento, siempre nos estaba presente; y, si en estos
días debemos ¡recogernos para mejor comprender la grandeza y poder
infinitos, si debemos esforzarnos por gozar con más plenitud la inefable
suavidad, no es un descubrimiento que se nos muestra de súbito: se
trata del elemento que el amor de Cristo nos dejó preparado, y del cual
usamos ya, para entrar en relación directa con Dios y rendirle nuestros
deberes más solemnes y a la vez más íntimos.
PRIMERA FIESTA DEL CORPUS.
— Sin embargo, el espíritu que gobierna a la Iglesia, debía inspirarla
un día el pensamiento de establecer una solemnidad particular en honor del misterio augusto en que
se contienen los demás. El elemento sagrado que da a todas las fiestas
del año su razón de ser y las ilumina con su propio resplandor, la
Eucaristía, pedía por sí misma una fiesta en relación con la
magnificencia de su objeto.
Pero esta exaltación de la Hostia, sus marchas
triunfales, tan justamente caras a la piedad cristiana de nuestros días,
eran imposibles en la Iglesia del tiempo de los mártires. No fueron
usadas después de la victoria, porque no formaban parte en la manera y
espíritu de las formas litúrgicas primitivas, que continuaron en uso por
mucho tiempo. En primer lugar eran menos necesarias y como superfluas
para la fe viva de aquella edad: la solemnidad del Sacrificio mismo, la
participación común en los Misterios sagrados, la alabanza no
interrumpida de los cantos litúrgicos que irradiaban alrededor del
altar, daban a Dios homenaje y gloria, mantenían la exacta noción del
dogma, y tenían en el pueblo una sobreabundancia de vida sobrenatural
que ya no se encuentra en la época siguiente. El memorial divino daba
sus frutos: las intenciones del Señor al Instituir el misterio, se
habían cumplido, y el recuerdo de esta institución, celebrada entonces
como en nuestros días en la Misa de Jueves Santo, quedaba grabada
profundamente en el corazón de los fieles.
LA DEBILITACIÓN DE LA FE.
— Así fue hasta el S. XIII; pero entonces, y por consecuencia del
enfriamiento que constata la Iglesia a principios de este siglo la fe se
debilitó, y con ella, la robusta piedad de las antiguas naciones
cristianas. En esta decadencia progresiva, que no debía detener las
maravillas de la santidad individual, era de temer que el adorable
Sacramento, que es el misterio de la fe por esencia, tuviese que sufrir
más que ningún otro, de la indiferencia y frialdad de las nuevas
generaciones. Ya en diversas partes y por inspiración del infierno,
había aparecido alguna negación sacrilega de la Sagrada Eucaristía,
conmoviendo a los fieles, si bien estaban aún demasiado apegados
generalmente a sus tradiciones para dejarse seducir, pero que puso en
guardia a los pastores y que hizo ya sus víctimas.
LAS HEREJÍAS SACRAMENTARÍAS.
— Escoto Erígena había elaborado la fórmula de la herejía
Sacramentaría. La Eucaristía no era para él sino "un signo, una figura
de la unión espiritual con Jesús, percibida por sola la inteligencia" ( Denys: Jerarquía celeste).
Su necia pedantería tuvo poca resonancia, y no prevaleció contra la
tradición católica expuesta en los sabios escritos de Pascasio Radberto,
Abad de Corbeya. Renovados en el S. XI por Berengario, los sofismas de
Escoto turbaron aún más seriamente y por más tiempo la Iglesia de
Francia, sin que por eso sobreviviesen a la sutil vanidad de su segundo
padre. El infierno avanzaba poco en sus ataques demasiado directos aún;
alcanzó mejor su fin por caminos desviados. El imperio bizantino
favorecía los restos de la secta maniquea, que, mirando la carne como la
obra del principio malo, arruinaba a la Eucaristía por su base.
Mientras Berengario, ávido de gloria, dogmatizaba con estrépito sin
provecho para el error, Tracia y Bulgaria dirigían sus apóstoles
silenciosamente hacia Occidente. Lombardía, las Marcas y Toscana fueron
infectadas; pasados los montes, la impura chispa cayó a la vez sobre
varios puntos del reino cristianísimo. Orleans, Toulouse, Arrás, vieron
el veneno entrar por sus muros. Se creyó haber sofocado el mal en su
origen, con enérgicas represiones, pero el contagio se extendía a
ocultas. Tomando el mediodía de Francia por base de sus operaciones, la
herejía se organizó solapadamente durante todo el S. XII; tales fueron
sus disimulados progresos, que quitándose la careta por fin, pretendió, a
principios del S. XIII, sostener con las armas en la mano sus dogmas
impíos. Fueron necesarios ríos de sangre para someterla y quitarla sus
plazas fuertes; y mucho tiempo aún después de la derrota de la
insurrección armada, la Inquisición tuvo que vigilar activamente las
provincias infectadas por el azote de los Albigenses.
LA VISIÓN DE LA BIENAVENTURADA JULIANA.
— Simón de Monforte fue el paladín de la fe. Pero al tiempo mismo en
que el brazo victorioso del héroe cristiano abatía a la herejía, Dios
preparaba a su Hijo, indignamente ultrajado por los sectarios en el
Sacramento de su amor, un triunfo más pacifico y una reparación más
completa. En 1208, una humilde religiosa hospitalaria, la Beata Juliana
de Mont-Cornillon, cerca de Lieja, tuvo una visión misteriosa en que se
le apareció la luna llena, faltando en su disco un trozo. Después de
dos años le fue revelado que la luna representaba la Iglesia de su
tiempo, y que el pedazo que faltaba, indicaba la ausencia de una
solemnidad en el Ciclo litúrgico. Dios quería dar a entender que una
fiesta nueva debía celebrarse cada año para honrar solemne y
distintamente la institución de la Eucaristía; porque la memoria
histórica de la Cena del Señor en el Jueves Santo, no respondía a las
necesidades nuevas de los pueblos inquietados por la herejía; y no
bastaba tampoco a la Iglesia, ocupada por otra parte entonces por las
importantes funciones de ese día, y absorbida pronto por las tristezas
del Viernes Santo.
Al mismo tiempo que Juliana recibía esta
comunicación, la fue mandado poner manos a la obra y hacer conocer al
mundo la divina voluntad. Veinte años pasaron antes de que la humilde y
tímida virgen se lanzase a tomar sobre sí tal iniciativa. Se abrió por
fin a un canónigo de San Martín de Lieja, llamado Juan de Lausanna, a
quien estimaba singularmente por su gran santidad, y le pidió tratase
del objeto de su misión con los doctores. Todos acordaron reconocer que
no sólo nada se oponía al establecimiento de la fiesta proyectada, sino
que resultaría, por el contrario, un aumento de la gloria divina y un
gran bien de las almas. Animada por esta decisión, la Bienaventurada
hizo componer y aprobar para la futura fiesta un oficio propio, que
comenzaba por estas palabras: Animarum, cibus, del que quedan todavía
algunos fragmentos.
LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI.
— La Iglesia de Lieja, a quien la Iglesia universal debía ya la fiesta
de la Santísima Trinidad, estaba predestinada al nuevo honor de dar
origen a la fiesta del Santísimo Sacramento. En 1246, después de tanto
tiempo y de obstáculos innumerables, Roberto de Torôte, obispo de Lieja,
estableció por decreto sinodal que, cada año, el Jueves después de la
Trinidad, todas las iglesias de su diócesis deberían observar en lo
sucesivo, con abstención de obras serviles y ayuno preparatorio, una
fiesta solemne en honor del inefable Sacramento del Cuerpo del Señor.
La fiesta del Santísimo Sacramento fue, pues celebrada por primera vez en esta insigne iglesia, en 1247. El sucesor
de Roberto, Enrique de Gueldre, guerrero y gran señor, tuvo ocupaciones
muy distintas que su predecesor. Hugo de Saint-Cher, cardenal de Santa
Sabina, legado en Alemania, habiendo acudido a Lieja para poner remedio a
los desórdenes que se producían en el nuevo gobierno, oyó hablar del
decreto de Roberto y de la nueva solemnidad. Siendo prior en otro tiempo
y provincial de los Frailes Predicadores, fue uno de los que,
consultados por Juan de Lausanna, habían alabado el proyecto. Consideró
honroso para sí celebrar la fiesta y cantar la Misa con gran pompa.
Además, por ordenanza con fecha del 29 de Diciembre de 1253, dirigida a
los Arzobispos, Obispos, Abades y fieles del territorio de su legación,
confirmó el decreto del obispo de Lieja, y lo extendió a todas las
tierras de su jurisdicción, concediendo indulgencia de cien días a todos
los que, contritos y confesados, visitasen piadosamente las iglesias en
que se hacía el oficio de la fiesta, el mismo día, o la Octava. El año
siguiente, el cardenal de San Jorge del Velo de Oro, que le sucedió en
su legación, confirmó y renovó las ordenanzas del cardenal de Santa
Sabina. Pero estos decretos reiterados no pudieron triunfar de la
frialdad general; y tales fueron las maniobras del enemigo, que se
sentía herido hasta lo más hondo, que después de la salida de los
legados, se vió a eclesiásticos de gran renombre y constituidos en
dignidad oponer a las ordenanzas sus decisiones particulares. Cuando
murió la Bienaventurada Juliana, en 1258, la iglesia de San Martín fue
la única en celebrar la fiesta, ella que había tenido la misión de
establecerla en el mundo entero. Pero dejaba, para continuar su obra,
una piadosa reclusa, por nombre Eva, que fue la confidente de sus
pensamientos.
LA EXTENSIÓN DE LA FIESTA A LA IGLESIA UNIVERSAL.
— El 29 de Agosto de 1261, Santiago Pantaleón subía al trono pontificio
con el nombre de Urbano IV. Había conocido a la Bienaventurada Juliana
cuando era Arcediano de Lieja, y había aprobado sus planes. Eva creyó
ver en esta exaltación una señal de la Providencia. A instancias de la
reclusa, Enrique de Gueldre, escribió al nuevo Papa para felicitarle y
pedirle confirmase con su aprobación suprema la fiesta instituida por
Roberto de Torôte. Al mismo tiempo, diversos prodigios, y especialmente
el del corporal de Bolsena, ensangrentado por una hostia milagrosa casi a
los ojos de la corte pontificia, que residía entonces en Orvieto,
vinieron como a urgir a Urbano de parte del cielo y a afianzar el buen
celo que antes había manifestado por la honra del Santísimo Sacramento.
Santo Tomás de Aquino fue encargado de componer según el rito romano el
Oficio que debía reemplazar en la Iglesia al de la Bienaventurada
Juliana, adaptado por ella al rito de la antigua liturgia francesa. La
bula Transiturus dió en seguida a conocer al mundo las intenciones del
Pontífice: Urbano IV, recordando las revelaciones de que había tenido
conocimiento en otro tiempo, establecía en la Iglesia Universal, para la
confusión de la herejía y la exaltación de la fe ortodoxa, una
solemnidad especial en honor del augusto memorial dejado por Cristo a su
Iglesia. El día señalado para esta fiesta era la Feria quinta o Jueves después de la Octava de Pentecostés.
Parecía que la causa quedaría por fin
terminada; pero los trastornos que asolaban entonces a Italia y al
Imperio, hicieron olvidar la bula de Urbano IV, antes de que pudiera ser
puesta en ejecución. Más de cuarenta años pasaron antes que de nuevo
fuera promulgada y confirmada por Clemente V en el Concilio de Viena.
Juan XXII, insertándola en el Cuerpo del Derecho en las Clementinas, la
dio fuerza de ley definitiva, y tuvo así la gloria de dar la última
mano, hacia el año 1318, a esta gran obra cuya conclusión había exigido
más de un siglo.
EL DESEO DEL CORAZÓN HUMANO.
— Contra esta fiesta y su divino objeto, los hombres han repetido las
palabras: ¿Cómo puede hacerse esto? (S. Juan, III, 9; VI, 53) y la razón parecía justificar sus
dichos contra lo que llamaban las pretensiones insensatas del corazón
del hombre.
Todo ser tiene sed de felicidad, y, con todo
eso, no aspira más que al bien de que es capaz; porque la condición del
bien es no encontrarse más que en la plena satisfacción del deseo que le
persigue.
El hombre, como todo lo que vive alrededor
suyo, tiene sed de dicha; y con todo eso, él solo en este mundo siente
en sí aspiraciones que sobrepasan inmensamente los límites de su frágil
naturaleza. Dios, al revelársele por sus obras, de una manera
correspondiente a su naturaleza creada; Dios, causa primera y fin
universal, perfección sin límites, belleza infinita, bondad suma, objeto
bien digno de aquietar para siempre, colmándolos, su inteligencia y su
corazón: Dios así conocido, así gustado, no basta al hombre. Este ser de
la nada quiere el infinito en su sustancia; suspira por la paz del
Señor y por su vida íntima. La tierra a sus ojos es desierto sin salida,
sin agua para apagar su sed; "como el ciervo, exclama, busca el agua de
las fuentes, así mi alma aspira a ti, oh Dios! ¡Mi alma tiene sed del
Dios fuerte, del Dios vivo! ¡Oh! ¿Cuándo iré, cuándo apareceré ante la
cara de Dios?" (Salm., XLI. 2-3)
¡Entusiasmo extraño seguramente para la fría
razón! ¡Aspiraciones, al parecer, verdaderamente insensatas! Esta vista
de Dios, esta vida divina, este festín cuyo alimento será Dios mismo,
¿podrá algún día hacer el hombre que estas sublimidades no queden
infinitamente por encima de las potencias de su naturaleza, como de toda
naturaleza creada? Un abismo le separa del objeto que le encanta, y no
es otro que 1a, enorme desproporción de la nada al ser. El acto creador
con toda su omnipotencia no puede por sí solo llenar el abismo; y para
que la desproporción cesase de ser un obstáculo a la unión deseada,
sería menester que Dios mismo salvase la distancia y se dignase
comunicar a este hijo de la nada sus propias energías. Mas ¿qué es el
hombre para que el Ser supremo, cuya magnificencia está por encima de
los cielos, rebaje hasta él su excelencia?
RESPUESTA DEL AMOR INFINITO.
— Dios es amor; y lo admirable no es que nosotros hayamos amado a Dios,
sino que Él mismo se nos haya anticipado con su amor. Ahora bien, el
amor reclama la unión, y la unión requiere semejanza (S. Juan, IV, 10). ¡Oh riquezas de
la naturaleza divina, en la que se manifiestan, del mismo modo
infinitos, el Poder, la Sabiduría y el Amor, que constituyen la Trinidad
Augusta! ¡Gloria a Ti, Espíritu Santo, cuyo reino, apenas comenzado,
ilumina con sus rayos nuestros ojos mortales! ¡En esta semana que nos ve
comenzar contigo el inventario de los preciosos dones dejados en
nuestras manos por el Esposo al subir al cielo (Psal,. LXII, 19), en este primer Jueves
que nos recuerda la Cena del Señor, descubres a nuestros corazones la
plenitud, el objeto, la admirable armonía de las obras que realiza el
Dios uno en su esencia y trino en sus personas; en el velo de las
especies sagradas ofreces a nuestros ojos el memorial vivo de las
maravillas realizadas por el concierto de la Omnipotencia, la Sabiduría y
el Amor! (Salm. CX, 4) La Eucaristía sola podía, efectivamente, poner en pleno
esplendor el desenvolvimiento en el tiempo, la marcha progresiva de los
divinos designios inspirados por el amor que los conduce hasta el fin.(S. Juan, XIII,-1)
ALABANZA A LA SABIDURÍA ETERNA.
— Oh Sabiduría, salida de la boca del Altísimo, que abarcas de un
extremo a otro y dispones todas las cosas con fortaleza y suavidad
implorábamos en el tiempo de Adviento tu venida a Belén, la casa del
pan; eran la aspiración primera de nuestro corazón. El día de tu
gloriosa Epifanía manifestó el misterio de las bodas y reveló al Esposo;
la Esposa fue preparada en las aguas del Jordán; cantamos a los Magos
que se dirigían con presentes al festín figurativo, y a los comensales
que bebían vino milagroso. Mas el agua cambiada en vino, presagiaba aun
más excelsas maravillas. La viña, la verdadera viña cuyos sarmientos
somos nosotros, dio flores embalsamadas y frutos de gracia y honor. El
trigo abunda en los valles y éstos cantan un himno de alabanza.
Sabiduría, noble soberana, cuyos atractivos
divinos cautivan desde la infancia los corazones ávidos de la verdadera
hermosura; ¡ha llegado por fin, el día del verdadero festín de las
bodas! Como una madre llena de honor, acudes a alimentarnos con el pan
de vida, a embriagarnos con la bebida saludable. Es mejor tu fruto que
el oro y la piedra preciosa, mejor tu sustancia que la plata más pura.
Los que Te comen, volverán a tener hambre; los que Te beben, no apagarán
su sed. Porque tu conversación no tiene nada de amargo, tu compañía
nada de hastío; contigo están la alegría y el júbilo, las riquezas, la
gloria y la virtud.
En estos días que elevas tu trono en la
asamblea de los santos, sondeando a placer los misterios del divino
banquete, deseamos publicar tus maravillas, y en unión contigo, cantar
tus alabanzas ante los ejércitos del Altísimo. Dígnate abrir nuestra
boca y llenarnos de tu Espíritu, divina sabiduría, a fin de que nuestra
alabanza sea digna de su objeto y abunde, conforme a tu promesa, en la
boca de tus adoradores.
MISA
El Señor viene a alimentar a sus elegidos con
el trigo echado a la tierra y multiplicado por la inmolación mística,
sobre todos los altares; viene en este día a triunfar entre los suyos, a
escuchar nuestros gritos de júbilo al Dios de Jacob. Estos son los
pensamientos que interpreta el solemne Introito por el que la Iglesia
empieza sus cantos. Está compuesto de trozos del salmo LXXX.
INTROITO
Los alimentó con grosura de trigo, aleluya: y
los sació con miel de la roca, aleluya, aleluya, aleluya. — Salmo:
Ensalzad a Dios, nuestro ayudador: cantad jubilosos al Dios de Jacob. V.
Gloria al Padre.
En la Colecta, la Iglesia recuerda la intención
del Señor al instituir el Sacramento del amor en la víspera de su
muerte, como memorial de la Pasión que pronto debía padecer. Pide que,
penetrados así de su verdadero sentido en los honores rendidos al Cuerpo
y Sangre divinos, obtengamos el fruto de su sacrificio.
COLECTA
Oh Dios, que bajo este admirable Sacramento,
nos dejaste el recuerdo de tu pasión: suplicámoste hagas que veneremos
de tal modo los sagrados Misterios de tu Cuerpo y Sangre, que sintamos
siempre en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Corintios. (XI, 23-29).
Hermanos: Pues yo recibí del Señor lo que os
he enseñado a vosotros: que el Señor Jesús, en la noche que iba a ser
entregado, tomó el pan, y, dando gracias, lo partió, y dijo: Tomad, y
comed: Este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros: haced esto en
memoria mía. Tomó igualmente el cáliz, después que cenó, diciendo: Este
cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre. Haced esto, cuantas veces
bebáis, en memoria mía. Porque, cuantas veces comáis este pan, y bebáis
el cáliz, anunciaréis la muerte del Señor, hasta que venga. Por tanto,
quien comiere este pan, o bebiere el cáliz del Señor, indignamente, será
reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Pruébese, pues, el hombre a si
mismo: y coma así de este pan y de este cáliz. Porque, el que lo come, o
lo bebe, indignamente, come y bebe su propio juicio, no distinguiendo
el cuerpo del Señor.
ANUNCIO DE LA MUERTE DEL SEÑOR.—La
Sagrada Eucaristía como Sacrificio y Sacramento, es el centro mismo de
la religión cristiana; por eso el Señor quiso que el hecho de su
institución, descansase, en los escritos inspirados, sobre cuádruple
testimonio. San Pablo, a quien acabamos de escuchar, une su voz a la de
San Mateo, San Marcos y San Lucas. Apoya su relato, conforme en todo al
de los evangelistas, sobre la misma palabra del Salvador, que se dignó
aparecérsele e instruirle en persona, después de su conversión.
El Apóstol insiste sobre el poder que el Señor
dió a sus discípulos de renovar la acción que acababa de realizar, y en
particular nos enseña que cada vez que el sacerdote consagra el cuerpo y
sangre de Jesucristo, anuncia la muerte del Señor, manifestando por
estas palabras la unidad del sacrificio sobre la cruz y sobre el altar.
Por la inmolación del Redentor sobre la cruz, la carne de este cordero
de Dios llega a ser asimismo "verdadera comida", y su sangre, "verdadera
bebida", como lo dirá pronto el Evangelio. No lo olvide el cristiano ni
en este dia de triunfo. Lo hemos visto hace un instante: la Iglesia en
la Colecta no desea sino inculcar profundamente en el alma de sus hijos
la última y tierna recomendación del Señor: "Cada vez que bebáis de este
cáliz de la nueva alianza, hacedlo en memoria mía." La elección que
hace para la Epístola de este trozo del gran Apóstol, debe servir al
cristiano para comprender mejor que la carne divina que alimenta su
alma, fue preparada en el Calvario, y que, si el Cordero está hoy vivo e
inmortal, por una muerte dolorosa fue por la que llegó a ser nuestro
alimento. El pecador reconciliado debe recibir con compunción el sagrado
Cuerpo, del que debe reprocharse amargamente el haber agotado toda la
Sangre por sus pecados; el justo participará de él con humildad,
acordándose de que también él tuvo su parte en los dolores del Cordero
inocente, y que, si hoy siente en sí la vida de la gracia, no lo debe
sino a la Sangre de la Víctima, cuya Carne le va a ser dada en alimento.
PUREZA REQUERIDA.
-— Temamos ante todo la audacia sacrilega reprendida por el Apóstol,
del que no teme infligir, por un monstruoso desorden, una nueva muerte
al Autor de la vida, en el banquete mismo de quien dió su Sangre para
rescatarle. "Pruébese el hombre a sí mismo, dice San Pablo, y sólo
entonces coma de este pan y beba de este cáliz". Esta prueba es la
confesión sacramental para todo hombre que tiene conciencia de un pecado
grave no acusado todavía: por grande que sea su arrepentimiento y
aunque esté ya reconciliado con Dios por un acto de contrición perfecta,
el precepto del Apóstol, interpretado por la costumbre de la Iglesia y
sus definiciones conciliares, le prohibe el acceso a la Sagrada Mesa
hasta que confiese su falta en el sacramento de la Penitencia.
El Gradual y el verso del Aleluya presentan un
ejemplo de paralelismo entre los dos testamentos. El Salmista exalta en
él la bondad infinita del Señor, del que todo ser viviente espera su
alimento; y el Salvador, se presenta aquí a nosotros, en San Juan, como
verdadero alimento.
GRADUAL
Los ojos de todos están fijos en ti, Señor: y
tú les das el sustento en tiempo oportuno. V. Abres tu mano: y llenan de
bendición a todo viviente.
Aleluya, aleluya. V. Mi carne es verdaderamente
comida, y mi sangre es verdaderamente bebida: el que come mi carne y
bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Aleluya.
A continuación viene la Secuencia, obra del
Doctor Angélico, donde la Iglesia, verdadera Sión, manifiesta su
entusiasmo, desahoga su amor al Pan vivo y vivificador, en términos de
una precisión escolástica que parecería habría de resistirse a toda
forma poética. El misterio eucarístico se desenvuelve en ella con la
plenitud concisa y la sencilla y grandiosa majestad, cuyo maravilloso
secreto tuvo Santo Tomás. Esta exposición sustancial del objeto de la
fiesta, sostenida por un canto en armonía con el pensamiento, justifica
completamente el entusiasmo excitado en el alma por la sucesión de estas
estrofas magistrales.
SECUENCIA
1. Alaba, Sión, al Salvador,
Alaba al Caudillo y al Pastor
Con himnos y cánticos.
2. Cuanto puedas, tanto osa:
Porque es mayor que toda loa,
Ni bastas para alabarle.
3. Tema especial de la loa
Que se propone este día,
Es un Pan vivo y vital.
4. El que en la Mesa sagrada,
A la turba de los Doce
Fue dado sin vacilar.
5. Sea plena, sea sonora la loa,
Sea agradable, sea graciosa
Del alma la exultación.
6. Porque es el solemne día
En que se celebra la primera
Institución de esta Mesa.
7. En esta mesa del nuevo Rey,
La nueva Pascua de la nueva Ley
Termina la Pascua antigua.
8. El nuevo rito anula al antiguo;
La verdad a la sombra pone en fuga,
La luz a la noche elimina.
9. Lo que en la Cena hizo Cristo,
Mandó también que se hiciera
En memoria y recuerdo suyo.
10. Los iniciados en los sagrados ritos
Consagramos el pan y el vino
En hostia de salvación.
11. Es enseñanza dada a los cristianos,
Que el pan se convierte en carne,
Y el vino en sangre se torna.
12. Lo que no entiendes ni ves,
Lo afirma la animosa fe,
Sobre el orden natural de las cosas.
13 Bajo distintas especies,
Que son signos y no cosas,
Yacen realidades excelsas.
14. La carne es comida, la sangre bebida:
Pero Cristo permanece todo
Debajo de cada especie.
15. No es cortado por el que lo toma,
Ni quebrado ni partido:
Es recibido íntegramente.
16. Lo toma uno, lo toman mil:
Cuanto éstos, tanto aquél:
Ni recibido se consume.
17. Lo toman buenos, lo toman malos:
Pero con suerte desigual,
Para vida o para muerte.
18. Es muerte para los malos, es vida para los
Mira de una misma recepción [buenos:
Qué dispar es el efecto.
19. Dividido, en fin, el Sacramento,
No vaciles, sino piensa,
Que hay tanto bajo un fragmento
Cuanto se esconde en el todo.
20. Nada se rompe del ser:
Solo el signo es dividido:
Pero ni el estado ni la estatura
Del designado se disminuye.
21. Este es el Pan de los Ángeles,
Hecho comida de los viandantes:
Es verdadero pan de los hijos,
Que no se debe echar a los perros.
22. En figuras fue anunciado:
Con Isaac es inmolado:
Cordero de Pascua es reputado:
Maná es dado a los padres.
23. Buen pastor, pan verdadero,
Jesús, de nosotros ten piedad:
Pástanos tú, y defiéndenos:
Y tus bienes haznos ver
En la tierra de los vivientes.
24. Tú, que todo lo sabes y puedes:
Que apacientas aquí a los mortales:
Haznos allá comensales,
Coherederos y compañeros
De los santos ciudadanos.
Amén. Aleluya.
Alaba al Caudillo y al Pastor
Con himnos y cánticos.
2. Cuanto puedas, tanto osa:
Porque es mayor que toda loa,
Ni bastas para alabarle.
3. Tema especial de la loa
Que se propone este día,
Es un Pan vivo y vital.
4. El que en la Mesa sagrada,
A la turba de los Doce
Fue dado sin vacilar.
5. Sea plena, sea sonora la loa,
Sea agradable, sea graciosa
Del alma la exultación.
6. Porque es el solemne día
En que se celebra la primera
Institución de esta Mesa.
7. En esta mesa del nuevo Rey,
La nueva Pascua de la nueva Ley
Termina la Pascua antigua.
8. El nuevo rito anula al antiguo;
La verdad a la sombra pone en fuga,
La luz a la noche elimina.
9. Lo que en la Cena hizo Cristo,
Mandó también que se hiciera
En memoria y recuerdo suyo.
10. Los iniciados en los sagrados ritos
Consagramos el pan y el vino
En hostia de salvación.
11. Es enseñanza dada a los cristianos,
Que el pan se convierte en carne,
Y el vino en sangre se torna.
12. Lo que no entiendes ni ves,
Lo afirma la animosa fe,
Sobre el orden natural de las cosas.
13 Bajo distintas especies,
Que son signos y no cosas,
Yacen realidades excelsas.
14. La carne es comida, la sangre bebida:
Pero Cristo permanece todo
Debajo de cada especie.
15. No es cortado por el que lo toma,
Ni quebrado ni partido:
Es recibido íntegramente.
16. Lo toma uno, lo toman mil:
Cuanto éstos, tanto aquél:
Ni recibido se consume.
17. Lo toman buenos, lo toman malos:
Pero con suerte desigual,
Para vida o para muerte.
18. Es muerte para los malos, es vida para los
Mira de una misma recepción [buenos:
Qué dispar es el efecto.
19. Dividido, en fin, el Sacramento,
No vaciles, sino piensa,
Que hay tanto bajo un fragmento
Cuanto se esconde en el todo.
20. Nada se rompe del ser:
Solo el signo es dividido:
Pero ni el estado ni la estatura
Del designado se disminuye.
21. Este es el Pan de los Ángeles,
Hecho comida de los viandantes:
Es verdadero pan de los hijos,
Que no se debe echar a los perros.
22. En figuras fue anunciado:
Con Isaac es inmolado:
Cordero de Pascua es reputado:
Maná es dado a los padres.
23. Buen pastor, pan verdadero,
Jesús, de nosotros ten piedad:
Pástanos tú, y defiéndenos:
Y tus bienes haznos ver
En la tierra de los vivientes.
24. Tú, que todo lo sabes y puedes:
Que apacientas aquí a los mortales:
Haznos allá comensales,
Coherederos y compañeros
De los santos ciudadanos.
Amén. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Juan. (VI, 56-59).
En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los
judíos: Mi carne es verdaderamente comida, y mi sangre es verdaderamente
bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en
él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre: así, el
que me coma a mí, también vivirá por mí. Este es el pan que descendió
del cielo. No será como con vuestros padres, que comieron el maná y
murieron. El que coma este pan, vivirá eternamente.
LA EUCARISTÍA, ALIMENTO DE VIDA PARA EL ALMA...
El discípulo amado no podía pasar en silencio el misterio del amor. Sin
embargo de eso, cuando escribió su Evangelio, la institución de este
sacramento estaba suficientemente relatada por los tres Evangelistas que
le habían precedido, y por el Apóstol de los gentiles. Sin repetir esta
historia divina, completa su relato con el de la solemne promesa que
hizo el Señor, un año antes de la Cena, a orillas del lago de
Tiberiades.
A las numerosas muchedumbres que atrae en pos
de Sí por el reciente milagro de la multiplicación de los panes y peces,
Jesús se presenta como el verdadero Pan de vida venido del cielo y que
preserva de la muerte, a la indiferencia del maná que dió Moisés a sus
padres. La vida es el primero de los bienes, así como la muerte es el
último de los males. La vida reside en Dios como en su origen; solo Él
puede comunicarla a quien quiere, y devolverla a quien la perdió.
El Verbo de Dios vino a los hombres para que
tuvieran la vida y la tuvieran abundantemente. Y, como lo propio del
alimento es aumentar, sostener la vida, Él se hizo alimento, alimento
vivo y vivificador descendido de los cielos. La carne del Verbo,
participando ella misma de la vida eterna que toma directamente del seno
del Padre, comunica esta vida a quien la come. Lo que es corruptible
por su naturaleza, dice San Cirilo de Alejandría, no puede ser
vivificado de otro modo que por la unión corporal al cuerpo del que es
vida por naturaleza; ahora bien, del mismo modo que dos trozos de cera
fundidos juntos por el fuego no son más que uno solo, así hace de
nosotros y de Cristo la participación de su Cuerpo y de su Sangre
preciosos. Esta vida, pues, que reside en la carne del Verbo, hecha
nuestra en nosotros mismos, no será ya vencida por la muerte como
tampoco lo será en Él; sacudirá el día señalado las ligaduras del
antiguo enemigo y triunfará de la corrupción en nuestros cuerpos
inmortales.
... Y PARA EL CUERPO.
— Era, pues, necesario que no sólo el alma fuese renovada por el
contacto con el Verbo, sino que este mismo cuerpo terrestre y vil,
participase en su medida de la virtud vivificadora del Espíritu, según la expresión del Señor. (S. Juan, VI, 64). Los que han bebido veneno por asechanzas de sus enemigos, dice
admirablemente San Gregorio de Nisa, extiguen en ellos el virus por un
remedio opuesto; mas como sucede con el brevaje mortal, es necesario que
la bebida saludable sea introducida hasta sus entrañas, a fin de que
extienda por todo el organismo su virtud curativa. Los que hemos gustado
del fruto deletéreo, tenemos necesidad de un remedio saludable que
nuevamente reúna y armonice los elementos disgregados y confundidos de
nuestra naturaleza, y penetrando lo interior de nuestra sustancia,
neutralice y haga salir el veneno por una fuerza contraria. ¿Cuál será
ese contraveneno? Ningún otro que este Cuerpo que se mostró más poderoso
que la muerte y asentó para nosotros el principio de la vida. Así como
un poco de levadura, dice el Apóstol, asimila toda masa, así este
Cuerpo, entrando en el nuestro, le transforma en el suyo. Mas nadie
puede penetrar así en nuestra sustancia corporal, sino mediante la
comida y bebida; y por este modo, conforme a su naturaleza, llega a
nuestro cuerpo la virtud vivificadora.
El Ofertorio está formado por un pasaje del
Levítico, donde el Señor recomienda la santidad a los sacerdotes de la
antigua alianza, por razón de la ofrenda de incienso simbólico y panes
de proposición que hacían a Dios. En tanto cuanto el sacerdocio del
Nuevo Testamento sobrepasa el misterio de la ley de las figuras, en eso
deben sobrepasar en santidad a las manos de Aarón, las que presentan a
Dios Padre el verdadero pan de los cielos como incienso de perfecto
olor.
OFERTORIO
Los sacerdotes del Señor ofrecerán a Dios
incienso y panes: y, por tanto, serán santos ante su Dios, y no
mancharan su nombre, aleluya.
El sacerdote pide para la Iglesia, en la
Secreta, la unidad y la paz, que son la gracia especial del divino
Sacramento, como lo enseñan los Padres, conforme a la composición de los
dones sagrados formados de numerosos granos de trigo o de la vid
reunidos bajo la muela o la prensa.
A continuación viene el Prefacio, que es hoy y
durante la octava, el mismo de la Navidad del Señor. Nos recuerda la
intima conexión de los dos misterios de Navidad y del Santísimo
Sacramento. En Belén, casa de Pan, Jesús verdadero pan de vida,
descendió de los cielos por el seno de la Virgen madre.
SECRETA
Suplicámoste, Señor, concedas propicio a tu
Iglesia los dones de la unidad y de la paz, místicamente representados
en estos presentes ofrecidos. Por nuestro Señor.
PREFACIO
Es verdaderamente digno y justo, equitativo y
saludable que, siempre y en todas partes, te demos gracias a ti, Señor
santo, Padre omnipotente, eterno Dios: Porque, por el misterio del Verbo
encamado, ha brillado ante los ojos de nuestra alma una nueva luz de tu
claridad: para que, mientras conocemos visiblemente a Dios, por Él nos
elevemos ál amor de las cosas invisibles. Y, por eso, con los Ángeles y
los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia
del ejército celeste, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin
cesar:
Santo, Santo, Santo, etc.
La Iglesia, fiel al mandato de Cristo
notificado por el Apóstol en la Epístola de la fiesta, recuerda a sus
hijos en la Antífona de la Comunión que, recibiendo el Cuerpo del Señor,
anuncian su muerte y deben guardarse en santo temor de acercarse
indignamente a los misterios de salvación.
COMUNIÓN
Cuantas veces comáis este pan, y bebáis el
cáliz, anunciaréis la muerte del Señor, hasta que venga: por tanto,
quien comiere el pan, o bebiere el cáliz del Señor indignamente, será
reo del cuerpo y de la sangre del Señor, aleluya.
La Iglesia concluye los Misterios pidiendo para
siempre la unión sin velos al Verbo divino, esa unión perfecta de la
que la participación transitoria y oculta en la real sustancia del
Cuerpo y de la Sangre preciosa, es aquí prenda y figura.
POSCOMUNIÓN
Suplicámoste, Señor, hagas que nos llenemos de la sempiterna fruición de tu divinidad, que nos augura esta temporal
recepción de tu precioso Cuerpo y Sangre. Tú, que vives.
LA PROCESIÓN
¿Quién es ésta que viene embalsamando el
desierto del mundo con una nube de incienso, de mirra y de toda suerte
de perfumes? La Iglesia rodea la litera de oro en que aparece el Esposo
en su gloria. Junto a Él están ordenados los fuertes de Israel,
sacerdotes y levitas del Señor poderosos ante Dios. Hijas de Sión, salid
a su encuentro, contemplad al verdadero Salomón en el esplendor de la
diadema que le puso su madre en el día de sus bodas y de la alegría de
su corazón (Cant., III, 5-11). Esta diadema es la carne que recibió el Verbo de la
purísima Virgen cuando tomó a la humanidad por Esposa (S. Gregrorio, sobre el cántico). Por este cuerpo
perfectísimo y por esta carne sagrada, se perpetúa todos los días, en el
altar, el inefable misterio de las bodas del hombre y la Sabiduría
eterna. Para el verdadero Salomón, pues, cada día es también el día de
la alegría del corazón y de goces nupciales. ¿Qué más natural que, una
vez al año, la Iglesia de libre curso a sus transportes hacia el Esposo
oculto bajo los velos del Sacramento? Por esta razón el sacerdote
consagra hoy dos hostias y después de consumir una, coloca la otra en la
custodia, que respetuosamente llevada en sus manos, atravesará bajo
palio, al canto de himnos, las filas de la muchedumbre prosternada.
RESUMEN HISTÓRICO.
— Este solemne homenaje hacia la Eucaristía, como hemos dicho más
arriba, es de origen más reciente que la fiesta del Corpus. Urbano IV no
habla aún en su bula de institución, en 1264. Por el contrario, Martín V
y Eugenio IV, en sus Constituciones citadas anteriormente, (26 de mayo
1429 y 26 de mayo 1433), prueban que estaba en uso en su tiempo, pues
conceden indulgencias a los que la siguen. El milanés Donato Bossius
refiere en su crónica, que "el Jueves 29 de Mayo de 1404, se llevó
solemnemente por vez primera el Cuerpo de Cristo por las calles de
Pavía, como se ha usado después." Algunos autores concluyeron que la
procesión del Corpus no remontaba más allá de esta fecha y debía su
primer origen a la Iglesia de Pavía. Pero esta conclusión va más allá
del texto sobre el que se apoya, que acaso no expresa más que un hecho
de la crónica local.
En efecto, encontramos mencionada la Procesión
en un título manuscrito de la Iglesia de Chartres 1330, en un acta del
capítulo de Tournai 1325, en el concilio de París 1323, y en 1320 en el
de Sens. Fueron concedidas indulgencias por estos dos concilios a la
abstinencia y ayuno de la vigilia del Corpus, y se añade: "En cuanto a
la Procesión solemne que se hace el Jueves de la fiesta llevando el
Santísimo Sacramento, como parece que es por una inspiración divina por
la que se ha introducido en nuestros días, no establecemos nada al
presente, dejándolo todo a la devoción del clero y del pueblo". La
iniciativa popular, pues, parece que tuvo gran parte en esta
institución. Y así como Dios había escogido un Papa francés para
establecer la fiesta, así también de Francia se extendió poco a poco por
todo el Occidente este glorioso complemento de la solemnidad del
Misterio de la fe. (Luego del Concilio de 1311, en que definitivamente
se promulgó la fiesta, Vienne adoptó por armas el olmo coronado de un
cáliz y una hostia rodeada de estas palabras: Vienna civitas sonata.)
Mas parece probable que, al principio, la
Hostia no era en todos los lugares llevada al descubierto como hoy día
en las procesiones, sino solamente velada o encerrada en una píxide o
cajita preciosa. Así se llevaba desde el siglo XI en algunas Iglesias,
en la procesión de Ramos y aún en la de Resurrección. En otro lugar
hemos hablado de esas manifestaciones solemnes que, por lo demás, tenían
menos por objeto honrar directamente al Santísimo Sacramento, que hacer
más palpable el misterio del día. De cualquier modo que sea, el uso de
las custodias u ostensorios, como las llama el concilio de Colonia, año
1452, siguió de cerca el establecimiento de la nueva procesión.
DOCTRINA DEL CONCILIO DE TRENTO.
— Con todo eso, la herejía protestante trató pronto de novedad, de
superstición, de idolatría odiosa, estos desenvolvimientos naturales del
culto católico inspirados por la fe y el amor. El concilio de Trento
castigó con el anatema las recriminaciones de los sectarios y en un
capítulo especial, justificó a la Iglesia en términos que no podemos
dejar de reproducir: "El santo Concilio declara piadosa y santísima la
costumbre que se ha introducido en la Iglesia, de dedicar cada año una
fiesta especial para celebrar, todo lo posible, el augusto Sacramento,
así como llevarle en procesión por las calles y plazas públicas con
pompa y honor. Es justo que se establezcan ciertos días en que los
cristianos, con una manifestación solemne y particular, den testimonio
de su gratitud y piadoso recuerdo hacia el Señor y Redentor, por el
beneficio inefable y divino que pone ante nuestros ojos la victoria y
triunfo de su muerte. Convenía además que la verdad victoriosa triunfase
de la mentira y herejía, de tal suerte que sus adversarios, en medio de
tal esplendor y tan grande alegría de toda la Iglesia, o pierdan
ánimos, o, llenos de confusión, vengan, en fin, a arrepentimiento" (Ses., XIII, c, V).
BELLEZAS DEL CORPUS.
— Mas nosotros católicos, fieles adoradores del Santísimo Sacramento,
¡"con qué alegría" exclama el elocuente Padre Fáber, "debemos contemplar
esta resplandeciente e inmensa nube de gloria que la Iglesia hace hoy
subir hacia Dios! ¡Sí, se diría que el mundo está aún en su estado de
fervor e inocencia, primitivas! Mirad estas gloriosas procesiones que
con sus estandartes resplandecientes por el sol, se desarrollan en las
plazas de las opulentas ciudades, por la calles de los pueblos
cristianos cubiertas de flores, bajo las bóvedas venerables de las
antiguas basílicas y a lo largo de los jardines de los Seminarios,
asilos de piedad. En esta aglomeración de pueblos, el color del rostro y
la diversidad de lenguas no son sino nuevas pruebas de la unidad de
esta fe que todos se regocijan de profesar por la voz del magnífico
ritual Romano. ¡En cuántos altares de distinta arquitectura, adornados
con las flores más suaves y resplandecientes, en medio de nubes de
incienso, al son de cantos sagrados y en presencia de una multitud
prosternada y recogida, el Santísimo Sacramento es elevado sucesivamente
para recibir las adoraciones de los fieles, y descendido para
bendecirlos! ¡Cuántos actos inefables de fe y de amor, de triunfo y
reparación, cada una de estas cosas nos representan! El mundo entero y
el aire de la primavera se llenan de cantos de alegría. Los jardines se
despojan de las bellas flores, que manos piadosas arrojan al paso de
Dios, oculto en el Santísimo Sacramento. Las campanas tocan a lo lejos
sus graciosos carrillones. El Papa en su trono y la doncella de su
aldea, las religiosas claustradas y los ermitaños solitarios, los
obispos, los dignatarios y predicadores, los emperadores, los reyes y
los principes, todos piensan hoy en el Santísimo Sacramento. Las
ciudades se ven iluminadas, las moradas de los hombres se animan con
trasportes de alegría. Es tal el gozo universal, que los hombres se
entregan a él sin saber por qué, y que se comunica de rechazo a todos
los corazones donde reina la tristeza, a los pobres, a todos los que
lloran su libertad, su familia o su patria. Todos estos millones de
almas que pertenecen al pueblo regio y al linaje espiritual de San
Pedro, están hoy más o menos preocupados con la idea del Santísimo
Sacramento; de suerte que la Iglesia militante entera salta de un gozo y
de una emoción semejante al oleaje del mar agitado. El pecado parece
olvidado; las lágrimas mismas parecen arrancadas más bien por la
abundancia de felicidad que por la penitencia. Es una embriaguez
semejante a la que transporta al alma a su entrada en el cielo; o bien
se diría que la tierra se convierte en cielo, como podría suceder por
efecto de la alegría de que la inunda el Santísimo Sacramento".
Durante la procesión se cantan los himnos del oficio del día, el Lauda Sion, el Te Deum, y según la duración del trayecto, el Benedictus, el Magníficat
u otras piezas litúrgicas, que tienen alguna relación con la fiesta,
como los himnos de la Ascensión indicados en el Ritual. De vuelta a la
Iglesia, la función se acaba como las exposiciones ordinarias, con el
canto del Tantum ergo, del verso y la oración del Santísimo
Sacramento. Mas después de la Bendición solemne, el Diácono expone la
Sagrada Hostia sobre el trono, donde los fieles la formarán, durante
ocho días, una guardia amorosa y solícita.
No debemos concluir esta festividad sin
mencionar, aunque sea brevemente la gran devoción que en España se viene
teniendo, ya de antiguo, al Santísimo Sacramento, y el esplendor con
que en siglos pasados se celebró y sigue celebrándose hoy día la gran
fiesta del Corpus y su Procesión. Esta veneración hacia Jesús
Sacramentado la testimoniaron de consuno el arte y la literatura. El
arte nos ha legado un tesoro inmenso de custodias que son verdaderas
joyas, cuajadas de primores artísticos no menos que de materias
preciosas. La literatura nos ofrece una riquísima copia de Autos
Sacramentales en que el ingenio y la doctrina de nuestros dramaturgos
clásicos, derrochó galanuras de elocuencia y poesía e hizo de nuestro
pueblo un pueblo que podríamos llamar teólogo.
Esta devoción al Santísimo, junto con la de la
Inmaculada Madre del Verbo hecho Hombre, la supieron inocular nuestros
misioneros en toda la América Española, que, si tenía a gala en competir
antiguamente con la Madre Patria en rendir honores al Dios de la
Hostia, hoy conserva todavía esa singular veneración al más augusto de
los misterios del cristianismo. ¡Gloria a la España Católica, y gloria a
las naciones por ella cristianizadas!
Año Litúrgico de Guéranger
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