Ha llegado el momento de celebrar el santo
Sacrificio. La Iglesia, llena del Espíritu Santo, va a pagar el tributo
de su agradecimiento, ofreciendo la víctima que nos ha merecido tal don
por su inmolación. El introito resuena con un esplendor y una melodía
sin par. Raras veces se eleva el canto gregoriano a tal entusiasmo. Las
palabras contienen un oráculo del libro de la Sabiduría que se cumple
hoy en nosotros. Es el Espíritu que se derrama sobre la tierra y que da a
los Apóstoles el don de lenguas como prenda inequívoca de su presencia.
INTROITO
El Espíritu del Señor llenó el orbe de las
tierras, aleluya: y, el que lo contiene todo, tiene la ciencia de la
voz, aleluya, aleluya, aleluya. — Salmo: Levántese Dios, y sean
disipados sus enemigos: y huyan, los que le odiaron, de su presencia. V.
Gloria al Padre.
La colecta expresa nuestros deseos en tan gran
día. Nos advierte, además, que dos son los dones principales que nos
trae el Espíritu Santo: el gusto por las cosas de Dios y el consuelo del
corazón; pidamos que ambos permanezcan en nuestro corazón para que
seamos perfectos cristianos.
COLECTA
Oh Dios, que en este día intruiste los
corazones de los fieles con la ilustración del Espíritu Santo: haz que
saboreemos en el mismo Espíritu las cosas rectas, y que nos alegremos
siempre de su consuelo. Por el Señor., en la unidad del mismo Espíritu
Santo.
EPÍSTOLA
Lección de los Hechos de los Apóstoles.
Al cumplirse los días de Pentecostés, estaban
todos los discípulos juntos en el mismo lugar: y vino de pronto un ruido
del cielo, como de viento impetuoso: y llenó toda la casa donde estaban
sentados. Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, y se
sentó sobre cada uno de ellos: y fueron todos llenados del Espíritu
Santo, y comenzaron a hablar en varias lenguas, como el Espíritu les
hacía hablar. Y había entonces en Jerusalén judíos, varones religiosos,
de todas las naciones que hay bajo el cielo. Y, corrida la nueva, se
juntó la multitud, y se quedó confusa, porque cada cual les oía hablar
en su lengua. Y se pasmaban todos, y se admiraban, diciendo: ¿No son
acaso galileos todos estos que hablan? ¿Y cómo es que cada uno de
nosotros les oímos en la lengua en que hemos nacido? Partos, y Medos, y
Elamitas, y los que habitan en Mesopotamia, en Judea y en Capadocia, en
el Ponto y en Asia, en Frigia, y en Panfilia, en Egipto y en las
regiones de la Libia, que está junto a Cirene, y los extranjeros
Romanos, y también los Judíos, y los Prosélitos, los Cretenses, y los
Arabes: todos les hemos oído hablar en nuestras lenguas las maravillas
de Dios.
LOS GRANDES SUCESOS DE LA HISTORIA.
— Cuatro grandes sucesos señalan la existencia del linaje humano sobre
la tierra, y los cuatro dan testimonio de la bondad de Dios para con
nosotros. El primero es la creación del hombre y su elevación al estado
sobrenatural, que le asigna por fin último la clara visión de Dios y su
posesión eterna. El segundo es la encamación del Verbo, que, al unir la
naturaleza humana a la divina en la persona de Cristo, la eleva a la
participación de la naturaleza divina, y nos proporciona, además, la
víctima necesaria para rescatar a Adán y su descendencia de su
prevaricación. El tercer suceso es la venida del Espíritu Santo, cuyo
aniversario celebramos hoy. Finalmente, el cuarto es la segunda venida
del Hijo de Dios, que vendrá a librar a la Iglesia su Esposa y la
conducirá con El al cielo para celebrar las nupcias sin fin. Estas cuatro
operaciones de Dios, de las cuales la última aún no se ha cumplido, son
la clave de la historia humana; nada hay fuera de ellas; pero el hombre
animal no las ve ni piensa en ellas. "La luz brilló en medio de las
tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron".
Bendito sea, pues, el Dios de misericordia que
se dignó "llamarnos de las tinieblas a la admirable luz de la fe" . Nos
ha hecho hijos de esta generación "que no es de la carne y de la sangre
ni de la voluntad del hombre, sino de la voluntad de Dios". Por esta
gracia, he aquí que hoy estamos atentos a la tercera de las operaciones
de Dios sobre el mundo, la venida del Espíritu Santo, y hemos oído el
emocionante relato de su venida. Esta tempestad misteriosa, estas
lenguas, este fuego, esta sagrada embriaguez nos transporta a los
designios celestiales y exclamamos: "¿Tanto ha amado Dios al mundo?" Nos
lo dijo Jesús mientras estaba sobre la tierra: "Sí, ciertamente, tanto
amó Dios al mundo que le dió su unigénito Hijo." Hoy tenemos que
conpletar y decir: "Tanto han amado el Padre y el Hijo al mundo, que le
han dado su Espíritu divino." Aceptemos este don y consideremos qué es
el hombre. El racionalismo y el naturalismo quieren engrandecerle
esforzándose en colocarle bajo el yugo del orgullo y de la sensualidad;
la fe cristiana nos exige la humildad y la renuncia; pero en pago de
ello Dios se da a nosotros.
El primer verso aleluyático está compuesto por
las palabras de David, en las cuales se manifiesta el Espíritu Santo
como autor de una creación nueva, como el renovador de la tierra. El
segundo es una oración por la cual la Iglesia pide que el Espíritu Santo
descienda sobre sus hijos. Se reza siempre de rodillas.
ALELUYA
Aleluya, aleluya. V. Envía tu Espíritu, y serán creados, y renovarás la faz de la tierra.
Aleluya. (Aquí se arrodilla.) V. Ven, Espíritu
Santo, llena los corazones de tus fieles: y enciende en ellos el fuego
de tu amor.
Sigue la secuencia, una pieza llena de entusiasmo a la vez
que de ternura para el que viene eternamente con el Padre y con el Hijo y
que establecerá su reino en nuestros corazones. Es de Anales del siglo
XIII y se atribuye con bastante probabilidad a Inocencio III.
SECUENCIA
1. Ven, Espíritu Santo,
Y envía desde el cielo
Un rayo de tu luz.
2. Ven, Padre de los pobres.
Ven, dador de los dones,
Ven, luz de los corazones.
3. Optimo Consolador,
Dulce huésped del alma,
Dulce refrigerio nuestro.
4. Descanso en el trabajo.
Frescura en el estío,
En el llanto solaz. 5. ¡Oh felicísima Luz!
Llena lo más escondido.
Del corazón de tus fieles.
6. Sin tu santa inspiración,
Nada hay dentro del hombre,
Nada hay que sea puro.
7. Lava lo que está sucio,
Riega lo que está seco,
Sana lo que está herido.
8. Doma lo que es rígido,
Templa lo que está frío,
Rige lo que se ha extraviado.
9. Concede a todos tus fieles,
Que sólo en ti confían,
Tu sagrado Septenario.
10. Da de la virtud el mérito,
Da un término dichoso,
Y da el perenne gozo.
Amén. Aleluya.
Y envía desde el cielo
Un rayo de tu luz.
2. Ven, Padre de los pobres.
Ven, dador de los dones,
Ven, luz de los corazones.
3. Optimo Consolador,
Dulce huésped del alma,
Dulce refrigerio nuestro.
4. Descanso en el trabajo.
Frescura en el estío,
En el llanto solaz. 5. ¡Oh felicísima Luz!
Llena lo más escondido.
Del corazón de tus fieles.
6. Sin tu santa inspiración,
Nada hay dentro del hombre,
Nada hay que sea puro.
7. Lava lo que está sucio,
Riega lo que está seco,
Sana lo que está herido.
8. Doma lo que es rígido,
Templa lo que está frío,
Rige lo que se ha extraviado.
9. Concede a todos tus fieles,
Que sólo en ti confían,
Tu sagrado Septenario.
10. Da de la virtud el mérito,
Da un término dichoso,
Y da el perenne gozo.
Amén. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si
alguien me ama, observará mis palabras, y mi Padre le amará, y
vendremos a él y haremos nuestra morada cerca de él: el que no me ama,
no observa mis palabras. Y, las palabras que habéis oído, no son mías,
sino de Aquel que me envió, del Padre. Os he dicho esto, permaneciendo a
vuestro lado. Mas el Espíritu Santo Paráclito, que enviará el Padre en
nombre mío, os enseñará todo, y os sugerirá todo lo que yo os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy como la da el mundo. No se
turbe vuestro corazón, ni se asuste. Ya me habéis oído deciros: Voy, y
vuelvo a vosotros. Si me amarais, os alegraríais ciertamente porque voy
al Padre: porque el Padre es mayor que yo. Y os lo he dicho ahora, antes
de que suceda: para que, cuando hubiere sucedido, creáis. Ya no hablaré
mucho con vosotros. Porque viene el príncipe de este mundo, y no tiene
nada en mí. Mas es para que conozca el mundo que amo al Padre, y, como
me lo mandó el Padre, así obro.
LA HABITACIÓN DE LA TRINIDAD EN NUESTRA ALMA.
— La venida del Espíritu Santo no interesa solamente al género humano
como tal, sino que todos y cada uno de sus individuos está llamado a
recibir esta visita, que en el día de hoy "renueva la faz de la tierra"
El designio misericordioso de Dios es hacer una
alianza individual con todos nosotros. Jesús sólo pide de nosotros una
cosa: quiere que le amemos y que guardemos su palabra. Con tal
condición, Él nos promete que su Padre nos amará y vendrá con Él a
habitar en nosotros. Pero no es esto todo. Nos anuncia, además, la
venida del Espíritu Santo, el cual, por su presencia, completará la
habitación de Dios en nosotros. La augusta Trinidad hará como otro cielo
de esta pobre morada, esperando que seamos transportados después de
esta vida a la mansión, en la cual podamos contemplar a nuestro huésped
divino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que tanto han amado a esta
creatura humana.
EL ESPÍRITU SANTO, DON DEL PADRE Y DEL HIJO.
Jesús nos enseña más en este pasaje, sacado del discurso que pronunció a
sus discípulos después de la Cena, que el Espíritu Santo que desciende
hoy sobre nosotros es un don del Padre, pero del Padre "en nombre del
Hijo"; del mismo modo que en otro lugar dice Jesucristo que "El es quien
enviará al Espíritu Santo". Estos modos diferentes de expresión
muestran la relación que hay entre las dos primeras personas de la
Santísima Trinidad y el Espíritu Santo. Este Espíritu divino es del
Padre, pero también del Hijo. El Padre le envía, pero también el Hijo le
envía, porque procede de ambos como de un solo principio.
En este día de Pentecostés, nuestro
agradecimiento lo mismo se ha de dirigir al Padre que al Hijo; porque el
don que nos viene del cielo nos viene de ambos. Desde la eternidad
engendró el Padre al Hijo, y cuando llegó la plenitud de los siglos le
envió al mundo como su mediador y salvador. Desde la eternidad el Padre y
el Hijo produjeron al Espíritu Santo y en la hora señalada le enviaron a
la tierra para ser entre los hombres el principio de amor como lo es
entre el Padre y el Hijo. Jesús nos dice que la misión del Espíritu es
posterior a la del Hijo, porque convenía que los hombres fuesen
iniciados en la verdad por Él, que es la Sabiduría. En efecto, no
habrían podido amar a quien no conocían. Pero cuando Jesús, consumada su
obra y su humanidad se sentó a la diestra de Dios Padre, en unión con
el Padre envía al Espíritu divino para conservar en nosotros esta
palabra que es "espíritu y vida" y preparación del amor.
El ofertorio está tomado del salmo LXII, en el
cual David profetiza la venida del Espíritu Santo para confirmar la obra
de Jesús. El Cenáculo extingue todos los resplandores del templo de
Jerusalén: en adelante no habrá más que Iglesia católica que no tardará
en recibir en su seno a los reyes y a los pueblos.
OFERTORIO
Confirma, oh Dios, esto que has obrado en nosotros: en tu templo, que está en Jerusalén, te ofrecerán dones los reyes, aleluya.
En presencia de los dones que va a ofrecer y
que descansan sobre el altar, la Iglesia pide en la Secreta que la
venida del Espíritu Santo sea para los fieles un fuego que limpie sus
manchas y una luz que ilumine su espíritu con entendimiento más perfecto
de las enseñanzas del Hijo de Dios.
SECRETA
Suplicámoste, Señor, santifiques los dones
ofrecidos: y purifica nuestros corazones con la iluminación del Espíritu
Santo. Por el Señor... en la unidad del mismo Espíritu Santo.
PREFACIO
Es verdaderamente digno y justo, equitativo y
saludable que, siempre y en todo lugar, te demos gracias a ti. Señor
santo. Padre omnipotente, eterno Dios: por Cristo, nuestro Señor. El
cual, ascendiendo sobre todos los cielos, y sentándose a tu derecha,
derramó (este día) sobre los hijos de adopción el Espíritu Santo
prometido. Por lo cual, todo el mundo, esparcido por el orbe de las
tierras, se alegra con profuso gozo. Y también las celestiales Virtudes,
y las angélicas Potestades, cantan el himno de tu gloria, diciendo sin
cesar: ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!
La antífona de la comunión celebra el momento
de la venida del Espíritu Santo. Jesús se ha dado a sus fieles como
alimento en la Eucaristía, pero el Espíritu les ha preparado tal favor, y
ha cambiado el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de la sagrada
víctima. El también les ayudará a conservar en ellos el alimento que
guarda las almas para la vida eterna.
COMUNIÓN
Vino de pronto un ruido del cielo, como de
viento impetuoso, donde estaban sentados, aleluya: y fueron todos
llenados del Espíritu Santo, hablando las maravillas: de Dios, aleluya,
aleluya.
Ahora que la Iglesia posee a su divino Esposo,
le pide en la poscomunión que el Espíritu Santo permanezca en el alma de
sus fieles, y al mismo tiempo nos revela una de las prerrogativas del
Espíritu Santo, quien, encontrando áridas e incapaces de fructificar a
nuestras almas, se transforma en rocío para fecundarlas.
POSCOMUNIÓN
Haz, Señor, que la infusión del Espíritu Santo
purifique nuestros corazones y los fecunde con la íntima aspersión de su
rocío. Por el Señor... en la unidad del mismo Espíritu Santo.
POR LA TARDE
INAUGURACION DE LOS SACRAMENTOS
El gran día avanza en su carrera, y llenos del
Espíritu Santo, como lo hemos sido en la hora de Tercia, no podemos
hacernos extraños a los sucesos de Jerusalén. El fuego que inundaba el
corazón de los Apóstoles se ha comunicado a la muchedumbre.
El pesar de haber crucificado al "Señor de la
gloria" ha domado el orgullo de estos judíos que acompañaron a Jesús en
el camino del dolor, insultándole y maldiciéndole. ¿Qué les falta para
ser cristianos? Conocer y creer, después ser bautizados. De en medio del
torbellino del Espíritu Santo que les rodea, resuena la voz de Pedro y
de sus hermanos: "El que fue crucificado y que resucitó de entre los
muertos es el propio Hijo de Dios engendrado eternamente del Padre; el
Espíritu que se manifiesta en este momento es la tercera persona de la
única y divina esencia." El misterio de la Trinidad, de la Encarnación,
de la Resurrección, resplandece ante los ojos de estos discípulos de
Moisés;- las sombras desaparecen para dar lugar al día clarísimo de la
nueva alianza.
Ya ha llegado el día en que se cumpla la
predicción de San Juan Bautista pronunciada a las orillas del Jordán y
de la cual muchos se acuerdan: "Entre vosotros hay uno a quien vosotros
no conocéis, de quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia.
Yo os bautizo en agua, El os bautizará en el Espíritu Santo y en el
fuego"
Con todo eso, este bautismo de fuego debe
administrarse por el agua. El Espíritu, que es fuego, obra por el agua,
pues él mismo se ha llamado "fuente de agua viva". El profeta Ezequiel
había saludado de lejos este momento solemne cuando expresaba de este
modo el oráculo divino: "He aquí que derramaré sobre vosotros agua pura y
os limpiaré todas vuestras manchas y seréis purificados de todos
vuestros ídolos. Y os daré un corazón nuevo y pondré en medio de
vosotros un nuevo espíritu. Y quitaré de vuestro pecho ese corazón de
piedra y os daré un corazón de carne. Colocaré mi espíritu en medio de
vosotros, y os haré ir por la senda de mis mandamientos, y vosotros
guardaréis mi ley; y seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios" (Ezequiel, XXXVI. 25-28).
EL BAUTISMO. — La
profecía era manifiesta y la hora en la cual venía el Espíritu era la
misma en la que el agua iba a manar. Hemos visto en Epifanía cómo este
elemento sobre el cual se cernía el Espíritu divino al principio del
mundo recibe contacto con la carne del Hijo de Dios y cómo la paloma une
su acción santificante a la del Hijo de Dios. Después hemos visto cómo
la mano del Pontífice introducía en la fuente bautismal el sábado santo
un cirio encendido, figura de Cristo, y oímos esta oración: "Descienda
sobre esta fuente el poder y la gracia del Espíritu Santo." Hoy la
fuente purificadora extiende sus aguas sobre Jerusalén; la mano de Pedro
y sus hermanos sumergen en este elemento sagrado a los hijos de Israel y
tres mil son regenerados en estas aguas y hechos cristianos. ¡Qué
hermosos son estos nuestros padres en la fe, en quienes veneramos las
primicias del cristianismo! Más hermosos que los tres Magos que vimos
bajar gozosos de sus camellos y penetrar en el establo para depositar a
los pies del Rey de los judíos las místicas ofrendas de Oriente. Ahora
se cumplen todos los misterios; nosotros hemos sido redimidos, Jesús
está sentado a la diestra del Padre, el Espíritu Santo enviado por Él
acaba de llegar para quedarse con nosotros hasta el fin de los siglos.
He aquí porqué se abren las fuentes de los Sacramentos. En este momento
el Espíritu del Padre y del Hijo ha levantado el primero de los sellos y
el agua bautismal corre abundante para no cesar hasta que haya
regenerado al último de los cristianos que pase por la tierra.
LA CONFIRMACIÓN. —
El Espíritu divino es el "don del Altísimo"; los Apóstoles poseen este
don; pero no lo deben retener sólo para ellos. Se abre otro sello y la
Confirmación comunica a los neófitos el Espíritu Santo que ha bajado al
Cenáculo. Por el poder que les ha sido dado, Pedro y sus hermanos,
pontífices de la nueva alianza, comunican a estos hombres, por medio del
Espíritu Santo, la fortaleza que necesitarán para confesar a Jesús,
cuyos miembros serán para siempre.
LA MISA Y LA EUCARISTÍA.—Pero
los recién nacidos a la gracia no están divinizados bastante, aunque
están ya marcados con un doble carácter; les falta recibir a Cristo, que
instituyó los sacramentos, mediador y redentor que ha unido Dios a los
hombres. Tiene que levantarse un tercer sello, para que, actuando el
nuevo sacerdocio por vez primera por los Apóstoles, produzca a Jesús,
Pan de vida, para que esta multitud hambrienta guste de este maná, que
alimenta no sólo el cuerpo como el del desierto, "sino que da la vida al
mundo" (S. Juan, VI. 33). El Cenáculo, perfumado aún con el recuerdo de lo que hizo
Cristo la víspera de su Pasión, vuelve a presenciar el prodigio de que
fue testigo. Rodeado de sus hermanos, Pedro pronuncia las palabras
divinas que aún no habían pronunciado sus labios, y el Espíritu de amor
produce entre sus manos el cuerpo y la sangre de Cristo. Se ha
inaugurado el nuevo Sacrificio, que no cesará de ofrecerse todos los
días hasta el fin del mundo. Los neófitos se acercan para recibir de
manos de los Apóstoles el sagrado alimento que consuma su unión con
Dios, por medio de Jesús pontífice eterno según el orden de Melquisedec.
MARÍA EN EL CENÁCULO.
— Pero no olvidemos que, en este primer sacrificio ofrecido por Pedro
asistido por sus compañeros en el apostolado, también participa María de
esta carne sagrada que ha tomado el ser en su seno virginal. Abrasada
por el fuego del Espíritu Santo que había venido a confirmar en ella la
maternidad para con los hombres que Jesús la había confiado en la cruz,
se une en el misterio de amor a su Hijo amado que se ha ido al cielo y
la ha encargado el cuidado de la Iglesia naciente. En adelante le
recibirá todos los días hasta que también ella vaya al cielo para gozar
eternamente de su vista, prodigarle sus caricias y recibir las suyas.
Qué dicha la de los neófitos que merecieron
acercarse a tal reina, la Virgen Madre, a quien habia sido dado el
llevar en su seno castísimo al que era la esperanza de Israel.
Contemplaron el rostro de la nueva Eva, oyeron su voz y experimentaron
la confianza filial que inspira a los discípulos de Jesús. En otra época
nos hablará la Iglesia de estos afortunados neófitos; no hacemos aquí
más que recordar su dicha para demostrar cuán grande fue este día que
vio el comienzo de la Iglesia. La jerarquía eclesiástica queda
constituida en Pedro, Vicario de Cristo, en los Apóstoles y demás
discípulos escogidos por Jesús. La semilla de la palabra divina fue echada en buena tierra, el agua bautismal regeneró lo más escogido de
Israel, el Espíritu se les comunicó con su fortaleza, el Verbo les
alimentó con su carne, que es verdadera comida, y con su sangre, que es
verdadera bebida, y María les recibió en sus brazos maternales cuando
acababan de nacer.
Año Litúrgico de Guéranger
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