NECESIDAD MAS ACTUAL DE LA REPARACIÓN
Al terminar la Encíclica Miserentissimus, Pío
XI hacía resaltar la gran necesidad actual del deber de la reparación,
más necesario ahora que nunca para nuestro pobre mundo, "anegado en el
mal" (S. Juan, V, 19). Pasan los años y el llamamiento del Papa conserva su actualidad.
Por todas partes se escuchan los gemidos de los pueblos y se puede decir
con toda verdad "que los reyes y los príncipes se unen para ir contra
Dios y su Iglesia"
MALES ACTUALES DE LA IGLESIA.
— Hemos contemplado en Rusia, Méjico y España, y contemplamos en la
actualidad en Europa Central y en Asia, el triste espectáculo que se nos
ofrece: "Los templos son demolidos y destruidos; los religiosos y
sagradas vírgenes son arrojados de sus casas y molestados con insultos,
crueldades, hambre y cárceles; grupos de niños y doncellas son
arrebatados del seno de la madre Iglesia, e inducidos a renegar y
blasfemar de Cristo; toda la cristiandad, sobrecogida de espanto y
dispersa, se encuentra en continuo peligro de apostasia, o de atrocísima
muerte", o por lo menos, de crueles vejaciones. Hemos visto a numerosas
naciones hacerse guerra atroz y despiadada, durante largos años, sordas
a la voz del Padre común de todos los fieles, que las invitaba a una paz
justa y cristiana, que evitaría para el futuro males funestos. Los
pueblos cierran sus ojos a las lecciones de pruebas tan terribles,
rehusando su conversión, y se entregan ciegamente a sus ansias de goces,
a sus egoísmos y a sus odios, en lugar de abrazar la ley de Cristo.
"Y es todavía más de lamentar que entre los
mismos fieles aumente la despreocupación por la disciplina eclesiástica y
por las antiguas instituciones, en que se apoya toda vida cristiana, y
por las que se rige la familia y defiende la santidad del matrimonio. Se
descuida totalmente o se falsea por una dulzura exagerada la educación
de los hijos; a la misma Iglesia se la pone en la imposibilidad de
educar a la juventud cristiana; es lamentable el olvido del pudor
cristiano en la vida ordinaria..., es desenfrenada la codicia de los
bienes pasajeros, y desenfrenado el modo de las luchas políticas, y no
se conocen leyes en los esfuerzos hechos para ganar la opinión por la
propaganda. Se desacredita a la autoridad legítima y se desprecia la
palabra de Dios, tanto que la fe misma se derrumba o se pone en próximo
peligro. Y así, y aún a su pesar, el espíritu se siente dominado por la
idea de que se acercan aprisa los tiempos de que vaticinó Nuestro Señor:
"y puesto que abundó la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos". (Mat., XXIV, 12)
LA PREOCUPACIÓN POR LA EXPIACIÓN.
— Prosiguiendo este tema en su Encíclica: "Caritate Compulsi" del 3 de
mayo de 1932, Pío XI deploraba que en nuestros días la idea y el nombre
de expiación y de penitencia, para muchas almas hubiesen perdido, en
gran parte, la virtud de excitar los entusiasmos del corazón y los
heroísmos de sacrificios, que en tiempos pasados eran capaces de
infundir, cuando, a los ojos de los hombres de fe, se presentaban como
sellados con el carácter divino, que les dieron los ejemplos de Cristo y
de sus santos. No faltan hoy quienes presumen dar de mano a las
mortificaciones externas, motejándolas de antiguallas, sin hablar del
"hombre moderno", que, invocando la autonomía de la voluntad, desprecia
orgullosamente la penitencia, como un acto de índole servil.
"Y es cosa natural que, cuanto más se debilita
la fe en Dios, tanto más se oscurece y desvanece la idea del pecado
original y de la primitiva rebelión del hombre contra Dios, llegando, en
consecuencia, hasta dejar de sentirse la necesidad de penitencia y de
expiación. Mas nosotros debemos mantener bien altos estos nombres y
estos conceptos y conservarlos en su verdadera significación, en su
genuina nobleza y aun más en su práctica y necesaria aplicación a la
vida cristiana. A esto nos impele la misma defensa de Dios y de la
religión que profesamos..." Y el Padre Santo pide que "este espíritu de
oración y de desagravio se mantenga en todos los fieles vivo y en plena
actividad, durante toda la Octava de la fiesta del Sagrado Corazón, para
que sea ésta para todos los cristianos una Octava de reparación y de
santa tristeza, días de mortificanción y de plegarias."
OBRAS DE PENITENCIA.
— Termina el Papa indicándonos algunos medios de penitencia y
reparación: "Absténganse los fieles de todo espectáculo y de toda otra
diversión aunque sea lícita; los más acomodados, cercenen
voluntariamente, con espíritu de cristiana austeridad, algo siquiera de
su acostumbrada manera de vivir, dispensando a los pobres generosamente
el fruto de sus voluntarias privaciones, ya que la limosna es también
medio excelente para satisfacer a la divina Justicia y atraer las
divinas misericordias.
"Los pobres por su parte y todos los que en
este tiempo están sometidos a la dura prueba de la falta de trabajo y
escasez de pan, ofrezcan al Señor con igual espíritu de penitencia y la
mayor resignación, las privaciones que les imponen los tiempos difíciles
actuales y la condición social que la divina Providencia con
inescrutable, pero siempre amoroso designio, les ha asignado, y acepten
con ánimo humilde y confiado, como venidos de la mano de Dios, los
efectos de la pobreza, agravados hoy por la estrechez que aflige a toda
la humanidad. Elévense más generosamente hasta la divina sublimidad de
la Cruz de Cristo, pensando que si el trabajo es uno de los mayores
valores de la vida, ha sido más bien el amor de Dios paciente el que ha
salvado al mundo. Confórtelos, por fin, la certeza de que sus
sacrificios y sus penas, cristianamente sufridas, concurrirán
eficazmente a acelerar la hora de la misericordia y de la paz."
ORACIÓN. —
Recitemos, para terminar, la consagración de una religiosa del Buen
Pastor, la Madre María del Divino Corazón. Gustábala repetir "que sin el
espíritu de sacrificio, la devoción al Sagrado Corazón no es más que
pura imaginación." Pidió con insistencia a León XIII, que consagrara el
género humano al Sagrado Corazón, y, satisfechos sus deseos, murió en
Porto el 8 de junio de 1899.
"Amabilísimo Jesús mío: me consagro hoy
nuevamente y sin reserva a tu divino Corazón: Te consagro mi cuerpo con
todas sus facultades y mi ser entero. Te consagro mis pensamientos,
palabras y obras, todos mis padecimientos y penas, todas mis esperanzas,
consuelos y alegrías, y de modo especial Te consagro mi pobre corazón,
para que seas su único amor y se consuma como víctima en las llamas de
tu caridad.
"Acepta, oh Jesús, mi amabilísimo Esposo, mi deseo de consolar a tu divino Corazón y pertenecerte para siempre".
"Toma posesión de mí, de suerte que, en adelante, mi única libertad sea amarte y mi única vida la de padecer y morir por Ti".
"En Ti pongo toda mi confianza, una confianza
sin límites, y espero alcanzar de tu misericordia infinita, el perdón de
todos mis pecados".
"En tus manos pongo mis cuidados, y sobre todo
el de mi salvación eterna. Te prometo amarte y honrarte hasta el último
momento de mi vida, y propongo propagar, por todos los medios posibles,
el culto de tu Sagrado Corazón".
"Dispón de mí, oh Jesús mío, a tu gusto; no aspiro a otra recompensa fuera de tu mayor gloria y tu santo amor".
"Concédeme la gracia de hallar mi morada en tu
divino Corazón; ahí quiero pasar todos los días de mi vida y exhalar mi
último suspiro. Establece en mi corazón tu morada y el lugar de tu
reposo, para que permanezcamos íntimamente unidos, para que un día pueda
alabarte amarte y poseerte por toda la eternidad, allá arriba, en los
cielos, donde cantaré eternamente las infinitas misericordias de tu
Corazón. Así sea".
Año Litúrgico de Guéranger
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