OBJETO DE LA FIESTA. — La Iglesia ha revelado ya a
los hijos de la nueva Alianza, el precio de la Sangre con que fueron
rescatados, su virtud fortificante, y la honra y adoración que merece.
El Viernes Santo, la tierra y los cielos contemplaron todos los crímenes
anegados en la ola de salvación, cuyos diques eternos habíanse roto,
por fin, con el esfuerzo unido de la violencia de los hombres y del amor
del Corazón divino. La fiesta del Santísimo Sacramento nos ha visto
postrados ante los altares en los que se perpetúa la inmolación del
Calvario y el derramamiento de la Sangre preciosa, convertida en bebida
de humildes y en objeto de los honores de los poderosos de este mundo.
Con todo eso, he aquí que la Iglesia nos
invita de nuevo a los cristianos a celebrar los torrentes que fluyen de
la fuente sagrada. Quiere decir con esto que las solemnidades
precedentes no han agotado el misterio. La paz traída por esta Sangre,
la corriente de sus ondas que saca de los abismos a los hijos de Adán
purificados, la sagrada mesa dispuesta para ellos, y este cáliz de donde
procede el licor embriagador, todos estos preparativos quedarían sin
objeto, todas estas magnificencias serían incomprendidas si el hombre no
viese en ellas los efectos de un amor cuyas pretensiones no pueden ser
sobrepujadas por ningún otro amor. La Sangre de Jesús debe ser ahora
para nosotros la Sangre del Testamento, la prenda de la alianza que Dios
nos propone la dote ofrecida por la eterna Sabiduría al llamar a los
hombres a la unión divina, cuya consumación en nuestras almas prosigue
sin cesar el Espíritu santíficador.
VIRTUD DE LA SANGRE DE JESÚS. — "Confiemos,
hermanos míos, nos dice el Apóstol; y por la Sangre de Cristo entremos
en el Santo de los Santos; sigamos el camino nuevo cuyo secreto
conocemos, el camino vivo que nos ha trazado a través del velo, es
decir, de su carne. Acerquémonos con corazón sincero, con fe plena,
enteramente limpios, con esperanza inquebrantable; porque el que está
comprometido con nosotros, es fiel. Exhortémonos cada uno con el ejemplo
al acrecentamiento del amor (Hebr., X, 19-24). Y el Dios de paz, que resucitó de entre
los muertos en virtud de la Sangre de la Alianza eterna, al gran Pastor
de las ovejas, nuestro Señor Jesucristo, os dé perfección cabal en todo
bien, a fin de que cumpláis su voluntad, haciendo Él en vosotros lo que
es agradable a sus ojos, por Jesucristo, a quien sea dada gloria por los
siglos de los siglos".
HISTORIA DE LA FIESTA. — No debemos dejar de
recordar aquí que esta fiesta es el memorial de una de las más brillantes
victorias de la Iglesia. Pío IX fue expulsado de Roma en 1848 por la
revolución triunfante; por estos mismos días, al año siguiente, volvió
al poder. El 28, 29 y 30, con la protección de los Apóstoles, la hija
primogénita de la Iglesia, fiel a su pasado glorioso, arrojó a sus
enemigos de las murallas de la Ciudad Eterna; el 2 de Julio, fiesta de
María, terminaba la conquista. En seguida un doble decreto notificaba a
la Ciudad y al mundo el agradecimiento del Pontífice y la manera con que
quería perpetuar por la sagrada Liturgia el recuerdo de estos sucesos.
El 10 de Agosto, desde Gaeta, lugar de su refugio durante la lucha, Pío
IX, antes de volver a tomar el mando de sus Estados, se dirigió al Jefe
invisible de la Iglesia y se la confiaba por la institución de la fiesta
de este día, recordándole que, por esta Iglesia, había derramado toda
su Sangre.
Poco después, de nuevo en su capital, se
dirigía a María, como lo hicieron en otras circunstancias S. Pío V y Pío
VII; el Vicario de Jesucristo devolvía a la que es Socorro de los
cristianos, el honor de la victoria ganada el día de su gloriosa
Visitación, y disponía que la fiesta del 2 de Julio se elevase del rito
de doble mayor al de segunda clase para todas las Iglesias: preludio de
la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, que el inmortal
Pontífice proyectaba desde entonces, y que acabaría de aplastar la
cabeza de la serpiente.
Durante el Jubileo que instituyó en 1933 para
celebrar el 19 centenario de la Redención, Pío XI elevó la fiesta de la
Preciosa Sangre al rito doble de primera clase, con el fin de inculcar
más en el alma de los fieles el recuerdo y la estima de la Sangre del
Cordero de Dios, y de alcanzar frutos más copiosos para nuestras almas.
M I S A
La Iglesia, que los Apóstoles han formado con
todas las naciones que hay bajo el cielo, se dirige al altar del Esposo
que la ha rescatado con su Sangre, y canta en el Introito su amor
misericordioso. Ella es en adelante el reino de Dios, la depositaria de
la verdad.
INTROITO
Nos redimiste, Señor, con tu Sangre de toda
tribu y lengua y nación: y nos hiciste un reino para nuestro Dios. —
Salmo: Cantaré eternamente las misericordias del Señor: anunciaré con mi
boca tu verdad de generación en generación. V. Gloria al Padre.
Prenda de paz entre el cielo y la tierra,
objeto de los más solemnes honores y centro de toda la Liturgia,
protección segura contra los males de esta vida, la Sangre de Jesucristo
derrama desde ahora en las almas y cuerpos de los que ha rescatado, el
germen de las alegrías eternas. La Iglesia en la Colecta, pide, al Padre
que nos dió a su único Hijo, que este germen divino no sea estéril en
nosotros, y que alcance su máximo desarrollo en los cielos.
COLECTA
Omnipotente y sempiterno Dios, que
constituíste a tu unigénito Hijo Redentor del mundo, y quisiste
aplacarte con su Sangre: haz, te suplicamos, que veneremos con solemne
culto el precio de nuestra salud, y que, por su virtud, seamos
preservados en la tierra de los males de la presente vida, para que
gocemos de su perpetuo fruto en los cielos. Por el mismo Señor.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Hebreos. (IX, 11-15).
Hermanos: Cristo, el Pontífice de los futuros
bienes, penetró una vez en el Santuario por un tabernáculo más amplio y
perfecto, no hecho a mano, es decir, no de creación humana: ni tampoco
por medio de la sangre de cabritos y becerros, sino por medio de su
propia Sangre, efectuada la redención eterna. Porque, si la sangre de
cabritos y toros, y la aspersión con ceniza de becerra santificaba con
la purificación de la carne a los manchados: ¿cuánto más la Sangre de
Cristo, que se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios por el Espíritu
Santo, purificará nuestra conciencia de las obras muertas, para servir
al Dios vivo? Y, por eso, es el Mediador del Nuevo Testamento: para que,
mediando su muerte, en redención de aquellas prevaricaciones que había
bajo el primer Testamento, reciban, los que han sido llamados, la
promesa de la eterna herencia: en Jesucristo, nuestro Señor.
LA SANGRE DEL PONTÍFICE. — Es ley establecida
por Dios desde el principio, que no puede haber perdón de los pecados ni
redención completa, sin sacrificio que expie y repare; y que este
sacrificio exija derramamiento de sangre. En la antigua alianza la
sangre exigida era la de animales inmolados ante el Tabernáculo del
Templo. Pero solamente valía para limpiar el exterior y no podía ni
santificar a las almas, ni darles derecho para entrar en el tabernáculo
celestial.
Pero, el día fijado por la Sabiduría eterna,
vino Cristo, nuestro verdadero y único Pontífice. Derramó en sacrificio
su preciosísima Sangre. Nos purificó, y, en virtud de esta sangre
derramada, entra y nos hace entrar en el santuario del cielo. Desde
entonces "su expiación y nuestra redención son cosas adquiridas
definitivamente para la eternidad". Su sangre, transmisora de su vida,
purifica no sólo nuestro cuerpo sino nuestra alma, centro de nuestra
vida; borra en nosotros las huellas del pecado, expía, reconcilia, sella
y consagra la alianza nueva, y una vez purificados y reconciliados, nos
hace adorar y servir a Dios con culto digno de él.
SERVICIO DE DIOS VIVO. — "Porque el fin de la
vida es adorar a Dios. La pureza de conciencia y la santidad tienen por
fin último y por término el culto que debemos a Dios. No es uno bueno
por ser bueno y contentarse con eso. No es uno puro por ser puro y no ir
más lejos. Toda bondad sobrenatural tiene por fin la adoración. Esto es
lo que quiere el Padre celestial: adoradores en espíritu y en verdad; y
nuestra adoración crece ante Dios con nuestra santidad y nuestra
dignidad sobrenatural. Por eso el fin de nuestra vida sobrenatural no
somos nosotros, sino Dios. Dios es el que, en último término, recoge el
beneficio de lo que hacemos nosotros con su gracia y con su ayuda. Dios,
en nosotros, trabaja para él. Toda nuestra vida, temporal y eterna, es
litúrgica y ordenada hacia Dios" ( D. Delatte, Epíst. de S. Pablo, II, 388).
El Gradual nos recuerda el gran testimonio del
amor del Hijo de Dios, confiado al Espíritu Santo con la Sangre y agua
de los Misterios; testimonio que se une desde aquí abajo al que da en
los cielos la Santísima Trinidad. Si nosotros recibimos el testimonio
de los hombres, dice el verso, mayor es el de Dios. ¿No es esto decir
una vez más que debemos ceder a las repetidas invitaciones del amor?
Nadie puede excusarse pretextando ignorancia, o falta de vocación para
cosas más altas que aquellas por las que se arrastra nuestra tibieza.
GRADUAL
Este es Jesucristo, el cual vino por el agua y
la sangre: no sólo por el agua, sino por el agua y la sangre. V. Tres
son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu
Santo; y estos tres son una sola cosa. Y tres son los que dan
testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres
son una sola cosa.
Aleluya, aleluya. V. Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor. Aleluya.
EVANGELIO
En aquel tiempo, habiendo tomado Jesús el
vinagre, dijo: Se ha terminado. E, inclinando la cabeza, entregó el
espíritu. Los judíos, pues (porque era la Parasceve), para que no
permanecieran los cuerpos en la cruz el sábado (porque era un gran día
aquel sábado), rogaron a Pilatos que fueran quebradas sus piernas y se
quitaran. Fueron, pues, los soldados: y quebraron ciertamente las
piernas del primero, y las del otro que había sido crucificado con Él.
Mas, cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no quebraron sus
piernas, sino que uno de los soldados abrió con la lanza su costado, y
al punto salió sangre y agua. Y, el que lo vió, da testimonio de ello: y
su testimonio es verdadero.
LA SANGRE DEL CORAZÓN DE JESÚS. — El Viernes
Santo escuchamos ya por vez primera este pasaje del discípulo amado. La
Iglesia dolorida al pie de la Cruz, donde acababa de expirar su Señor,
no tenía entonces lágrimas y lamentaciones suficientes. Hoy se conmueve
con otros sentimientos, y el mismo pasaje que causaba sus lágrimas, la
hace desbordarse ahora en antífonas de alegría y en cantos triunfales.
Si queremos saber su causa, preguntémosla a los autorizados intérpretes a
quienes ella misma quiso encargar nos diesen a conocer su pensamiento
en este día. Nos dirán que la nueva Eva celebra hoy su nacimiento del
costado del Esposo dormido; que, a partir del momento solemne en que el
nuevo Adán permitió que la lanza del soldado abriese su Corazón, somos
verdaderamente hueso de sus huesos y carne de su carne. No nos admiremos
de que la Iglesia no vea en esta Sangre que se derrama, sino amor y
vida. Y tú, oh alma, rebelde tanto tiempo a los llamamientos secretos de
las gracias de elección, no te desconsueles; no digas: "¡El amor no es
para mí!" Por muy lejos que haya podido llevarte el antiguo enemigo con
sus funestas astucias, ¿no es verdad que no hay ningún lugar oculto, ni
abismo siquiera, a donde no te hayan seguido los arroyos nacidos de la
fuente sagrada? ¿Crees acaso que el largo trayecto que has querido
imponer a su perseguimiento misericordioso, haya agotado su virtud? Haz
la prueba; lo primero y báñate en estas ondas purificadoras; después haz
beber a grandes tragos en el río de la vida a esa tu pobre alma
fatigada; en fin, armándote de fe remonta el curso del río divino.
Porque, si es verdad que, para llegar hasta ti, no se ha separado de su
punto de partida, también es verdad que, haciendo esto, hallarás la
fuente misma.
La Iglesia, al presentar los dones para el
Sacrificio, recuerda en sus cantos que el cáliz presentado por ella a la
bendición de los sacerdotes, se convierte, por virtud de las palabras
sagradas, en el inagotable depósito del cual se derrama sobre el mundo
la Sangre del Señor.
OFERTORIO
El cáliz de bendición, que bendecimos, ¿no es
la comunión de la Sangre de Cristo? Y el pan, que partimos, ¿no es la
participación del Cuerpo del Señor?
La Secreta pide el pleno efecto de la divina
Alianza, de la que es medio y prenda la Sangre de Jesús, desde que su
derramamiento hizo cesar el grito de venganza, que, como el de Abel,
subía de la tierra al cielo.
SECRETA
Suplicámoste, Señor, hagas que, por estos
divinos Misterios, nos acerquemos a Jesús, Mediador del Nuevo
Testamento, y que renovemos sobre tus altares la aspersión de una Sangre
más elocuente que la de Abel. Por el mismo Señor nuestro.
La Antífona de la Comunión canta el amor
misericordioso que el Señor nos demostró con su venida, sin dejarse
apartar de sus proyectos divinos por el cúmulo de crímenes que habría de
borrar con su propia Sangre para purificar a la Iglesia. Gracias al
adorable Misterio de la fe, que obra en el secreto de los corazones,
cuando venga visiblemente, no quedará de este pasado doloroso sino un
recuerdo de triunfo.
COMUNIÓN
Cristo se ofreció una vez para redimir los
pecados de muchos: aparecerá segunda vez sin pecado para salud de los
que le esperan.
Saciados de alegría en las fuentes del Señor,
que son sus sagradas llagas, pidamos que la Sangre preciosa que enrojece
nuestros labios, sea, hasta en la eternidad, la fuente viva en que
poseamos la felicidad y la vida.
POSCOMUNIÓN
Admitidos, Señor, a esta sagrada Mesa, hemos
bebido con gozo las aguas en las fuentes del Salvador: haz, te
suplicamos, que su Sangre sea para nosotros una fuente de agua que salte
hasta la vida eterna. Por Él, que vive contigo.
Año Litúrgico de Guéranger