domingo, 7 de mayo de 2017

8 de Mayo: LUNES DE LA CUARTA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA REVELACIÓN. — Jesús resucitado no se limita a constituir su Iglesia, a establecer la jerarquía que debe regirla en su nombre hasta la consumación de los siglos; confía al mismo tiempo a sus discípulos su divina palabra, las verdades que vino a revelar a la tierra, y cuyo conocimiento ha esbozado ante ellos durante los tres años que precedieron a su pasión. La palabra de Dios, que también llamamos Revelación, es, con la gracia el más precioso don que el cielo haya podido hacernos. Por la Palabra de Dios conocemos los misterios de su divina esencia, el plan según el cual ha ordenado la creación, el fin sobrenatural que ha preparado para los seres inteligentes y libres, las consecuencias de la caída original, la obra de la reparación por la Encarnación del Verbo, en fin, los medios por los cuales debemos honrarle y servirle y lograr nuestro fin.
 


Dios, en el principio, hizo oír su palabra al hombre; más tarde habló por los Profetas; pero cuando llegó la plenitud de los tiempos, su propio Hijo descendió sobre la tierra para completar la primera revelación. Jesús no cesó de enseñar a los hombres durante tres años, y para hacer penetrar su doctrina en sus espíritus, se puso, por decirlo así, a su nivel. Nada más elevado, más divino, y al mismo tiempo, nada más familiar que su enseñanza; para facilitar su inteligencia, hizo uso frecuentemente de ingeniosas y sencillas parábolas en las cuales la imaginación ayudaba a comprenderlas a sus oyentes. Sus apóstoles y sus discípulos, destinados a recibir la herencia de su doctrina, fueron el objeto de una instrucción especial; pero hasta el cumplimiento de los misterios de la muerte y de la resurrección de su Maestro, no pudieron comprender gran cosa de lo que les decía.
 
Después de su resurrección, tomó de nuevo el trabajo de su iniciación. Su espíritu captaba mejor su enseñanza; en esos días en que se la da con todo el ascendiente de su victoria sobre la muerte, en que su inteligencia se ha desarrollado a la luz de los acontecimientos sobrehumanos que ellos vieron cumplirse. Si cuando la última cena podía decirles: "Ya no os llamaré más mis siervos, sino mis amigos; pues todo lo que he aprendido de mi Padre, os lo he manifestado." (S. Juan, XV, 15.) ¿Cómo debe tratarlos hoy en que ha resumido ante sus ojos toda la suma de sus enseñanzas, que están en plena posesión de su palabra, y no esperan más que la venida del Espíritu Santo para confirmarla en su inteligencia y darles fuerza para proclamarla ante el mundo entero?
 
LA FE. — Palabra divina, revelación sagrada, que nos inicias en los secretos de Dios, que la razón no conoció nunca, nos inclinamos ante ti con reconocimiento y sumisión. Das principio a una virtud "sin la cual el hombre no podrá ser agradable a Dios" (Heb., XI, 6), a una virtud por la cual comienza la obra de la salvación del hombre, y sin la que esta obra no podría ni continuarse ni concluirse. La fe es esta virtud, la fe que somete a la razón ante la divina Palabra; la fe que difunde más luz, desde el fondo de sus gloriosas tinieblas, que todas las especulaciones de la razón rodeadas de toda su evidencia. Esta virtud será el lazo íntimo de la nueva sociedad; para hacerse miembro, será preciso comenzar por creer; para continuar siendo miembro, será preciso no cesar un solo instante de creer. "El que crea", nos dirá luego Jesús en el momento de subir al cielo, "el que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea será condenado." (S. Marc., XVI, 16.) A fin de expresar esta necesidad de la fe, los miembros de la nueva sociedad llevarán el bello nombre de "fieles" y se llamará "infieles" a los que no tienen la dicha de creer.
 
Siendo la fe el primer lazo que une sobrenaturalmente al hombre con Dios, lazo cuya ruptura entraña una separación completa, el que, después de haber disfrutado de este lazo, tenga la desgracia de romperlo rechazando la palabra divina para sustituirla por una doctrina contraria, habrá cometido el mayor de los crímenes. Se le llamará "hereje", es decir, "el que se separa"; y los fieles verán su ruina con terror. Aún cuando su ruptura con la palabra revelada no tuviera lugar más que sobre un solo artículo, cometería la más enorme blasfemia; porque o se separa de Dios como de un ser impostor, o declara que su razón engañosa tan débil y tan limitada, está por encima de la Verdad eterna e infinita.
 
EL RACIONALISMO.— La herejía se mostrará durante muchos siglos, atacando y buscando alterar un dogma después de otro, pero en vano.  La revelación saldrá siempre más pura y más luminosa de estos redoblados asaltos. Pero llegará un tiempo, y este tiempo es el nuestro, en que la herejía no se ejercerá más sobre tal o cual artículo de fe, conservando los otros. Aparecerán hombres que proclamarán la independencia absoluta de la razón frente a toda revelación divina, declarada imposible; y este sistema impío se intitulará con el nombre soberbio de Racionalismo. Al decir de esos infieles, Jesucristo no existió, su Iglesia es una escuela de rebajamiento de la dignidad humana, y una ilusión diez y nueve siglos de civilización cristiana. Esos hombres que se dicen Filósofos quieren dominar en la sociedad humana. Sus libelos la habrían aniquilado si Dios no la hubiese ayudado, cumpliendo su promesa de no dejar perecer en el seno de la humanidad la Palabra revelada de la que la dotó, ni la Iglesia depositarla de esta divina Palabra hasta el último día.
 
EL NATURALISMO. — Otros, menos audaces, y no pudiendo cerrar los ojos a los hechos tan evidentes de la historia de la humanidad que atestiguan progreso tan visible, cuya fuente ha sido el cristianismo en el mundo, rechazando por otra parte el someter su razón a misterios intimados de lo alto, procuran de modo distinto borrar de este mundo el elemento de la fe. Persiguiendo toda creencia revelada, todo prodigio destinado a certificar la intervención divina, pretenden explicar por la marcha natural de los acontecimientos, todos los hechos que dan testimonio de la presencia de Dios aquí abajo. No insultan, desdeñan; según ellos, lo sobrenatural es inútil; se toman, dicen, las apariencias por realidades; poco les importan la historia y las leyes del sentido común. En nombre de su sistema que llaman Naturalismo, niegan lo que no pueden explicar, declaran que diez y nueve siglos se han engañado, y proclaman que el Creador no pudo violar las leyes de la naturaleza, lo mismo que los racionalistas sostienen que no existe nada que esté por encima de la razón.

¡Razón y Naturaleza!, débiles obstáculos para detener el amor del Hijo de Dios que viene en ayuda del hombre. A la razón la endereza y perfecciona por la fe; infringe las leyes de la Naturaleza, con su poder soberano, a fin de que abramos los ojos, y que nuestra fe no sea temeraria, sino apoyada en el testimonio divino que dan los milagros. Jesús resucitó verdaderamente; exulten la razón y la naturaleza, pues viene a elevar y santificar a ambas.


 Año Litúrgico de Dom Guéranger

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