LA INSTITUCIÓN DE LOS SACRAMENTOS.
— Hemos visto a Jesús constituir su Iglesia y poner en manos de los
apóstoles el depósito de verdades que serán objeto de nuestra fe. Hay
otra obra no menos importante para el mundo, en la que pone sus cuidados
durante este último período de su permanencia sobre la tierra: es la
institución definitiva de los Sacramentos. No basta creer; es necesario
también que nos santifiquemos es decir nos hagamos conformes a la
santidad de Dios; es necesario que la gracia, fruto de la redención,
descienda a nosotros, se incorpore a nosotros, para que llegando a ser
los miembros vivos de nuestro divino Jefe, podamos ser coherederos de su
reino. Así pues, por medio de los sacramentos Jesús obrará en nosotros
esta maravilla de la justificación, aplicándonos los méritos de su
Encarnación y de su Sacrificio por los medios que Él ha decretado en su
poder y en su sabiduría.
FUENTES Y CANALES DE LA GRACIA.
— Como soberano señor de la gracia es libre de determinar las fuentes
por las que la hará descender sobre nosotros; a nosotros nos toca
conformarnos a su voluntad. Cada uno de los Sacramentos será, pues, una
ley de su religión, de manera que el hombre no podrá pretender recibir
los efectos que el Sacramento está destinado a producir si desdeña o
retarda cumplir las condiciones según las cuales opera. Admirable
economía que concilia en un mismo acto, la humilde sumisión del hombre
con la más pródiga largueza de la munificencia divina.
Hemos mostrado hace algunos días, cómo la
Iglesia, sociedad espiritual era al mismo tiempo una sociedad visible y
exterior, ya que el hombre a la que está destinada está compuesto de
cuerpo y alma. Jesús, al instituir sus Sacramentos, asigna a cada uno su
rito esencial; y este rito es exterior y sensible. El Verbo, al tomar
carne, ha hecho de ella, en su Pasión sobre la cruz, el instrumento de
nuestra salvación: por la sangre de sus venas nos ha rescatado;
prosiguiendo este plan toma los elementos de la naturaleza física como
auxiliares en la obra de nuestra justificación. Los eleva al estado
sobrenatural y les hace conductores fieles y omnipotentes de su gracia
hasta lo más íntimo de nuestras almas. De este modo se aplicará hasta
sus últimas consecuencias el misterio de la Encarnación, que ha tenido
como fin elevarnos, por las cosas visibles, al conocimiento y a la
posesión de las invisibles. De este modo es quebrantado el orgullo de
Satanás, que despreciaba la criatura humana, porque el elemento material
se unía en ella a la grandeza espiritual, y que rehusó para su eterna
desdicha, doblar la rodilla ante el Verbo hecho carne.
Al mismo tiempo, los sacramentos, siendo signos
sensibles, formaron un nuevo lazo entre los miembros de la Iglesia ya
unidos entre sí por la sumisión a Pedro y a los Pastores que él envía, y
por la confesión de una misma fe. El Espíritu Santo nos dice en las
Santas Escrituras que "el lazo triple difícilmente se rompe'"; por tanto
así es este que nos liga a la gloriosa unidad de la Iglesia: Jerarquía,
Dogma y Sacramentos, todo contribuye a hacer de nosotros un solo
cuerpo. Del septentrión al mediodía, de oriente a occidente, los
Sacramentos proclaman la fraternidad de los cristianos; son en todos los
lugares su señal de reconocimiento y el distintivo que les designa a
los ojos de los infieles. Por este fin estos Sacramentos son idénticos
para todas las razas bautizadas, cualquiera que sea la variedad de
fórmulas litúrgicas que acompañan su administración; por doquier el
fondo es el mismo y se produce la misma gracia bajo los mismos signos
esenciales.
EL SEPTENARIO SAGRADO.
— Jesús resucitado escoge siete para el número de sus sacramentos.
Sabiduría eterna del Padre, nos revela en el Antiguo Testamento, que se
construirá una casa, que es la Santa Iglesia, y añade que la cimentará
sobre siete columnas. Esta Iglesia la simboliza ya en el tabernáculo de
Moisés y ordena que un candelabro de siete brazos cargados de flores y
de frutos, ilumine día y noche el Santuario. Si arrebata al cielo en
éxtasis a su discípulo amado es para mostrarse a él rodeado de siete
candelabros y teniendo siete estrellas en su mano. ¡Si se manifiesta con
las apariencias de Cordero vencedor, este Cordero tiene siete cuernos,
símbolo de su fuerza, y siete ojos que indican la amplitud infinita de
su ciencia. Cerca de él está el libro que contiene los destinos del género
humano, y este libro está sellado con siete sellos que el Cordero sólo
puede levantar. Ante el trono de la Majestad divina el discípulo ve
siete Espíritus bienaventurados resplandecientes como siete lámparas,
atentos a las menores órdenes de Dios, y prestos a llevar su palabra
hasta los últimos límites de la creación.
LOS SIETE PECADOS CAPITALES.
— Si ahora nos volvemos hacia el reino de las tinieblas vemos al
espíritu del mal ocupado en remedar la obra divina y usurpando el número
siete para mancillarle consagrándole al mal. Siete pecados capitales
son el instrumento de su victoria sobre el hombre; y el Señor nos ha
advertido que cuando Satanás en su furor se lance sobre un alma, toma
con él siete espíritus de los más perversos del abismo. Sabemos que
Magdalena, afortunada pecadora, no recobró la vida del alma sino después
que el Salvador hubo expulsado de ella siete demonios. Esta provocación
del espíritu del orgullo forzará a la cólera divina, cuando caiga sobre
el mundo pecador, a imprimir el número siete hasta sus justicias. San
Juan nos enseña que siete trompetas, tocadas por siete Ángeles,
anunciarán las convulsiones sucesivas de la raza humana y que otros
siete Ángeles verterán sucesivamente sobre la tierra pecadora siete
copas colmadas de la cólera de Dios.
Nosotros, pues, que queremos ser salvos y gozar
de la gracia en este mundo y en la otra de la visión de nuestro Maestro
resucitado, acojamos con respeto y reconocimiento el Septenario
misericordioso de sus Sacramentos. En este número sagrado ha sabido
encerrar todas las formas de su gracia. Sea que él vele en su bondad
para hacernos pasar de la muerte a la vida, por el bautismo y la
penitencia; sea que se aplique a sostener en nosotros la vida
sobrenatural y a consolarnos en nuestras pruebas, por la Confirmación,
la Eucaristía y la Extrema-Unción; sea en fin que provea al ministerio
de su Iglesia y a su propagación por el Orden y el Matrimonio: no se
encontrará una necesidad del alma, una indigencia de la sociedad
cristiana, que no haya llenado por medio de las siete fuentes de la
regeneración y de la vida que tiene abiertas para nosotros y que no cesa
de hacer correr sobre nuestras almas.
Los siete sacramentos bastan para todo; uno
solo que faltase, la armonía se destruiría. Las Iglesias de Oriente,
separadas de la unidad católica después de tantos siglos, confiesan con
nosotros el septenario sacramental; y el protestantismo, al poner sobre
este número su mano pecadora, ha demostrado con esto, como en todas sus
otras reformas pretendidas, que le falta el sentido cristiano. No nos
admiremos; la teoría de los sacramentos se impone en toda su totalidad a
la fe; primeramente, la humilde sumisión del fiel debe acogerla como
dimanando del soberano Maestro; cuando ella se aplica al alma, su
magnificencia y su eficacidad divina se revelan, entonces nosotros
comprendemos, porque hemos creído. Credite et intellígetis.
EL BAUTISMO. —
Hoy, consagramos nuestra admiración y nuestro reconocimiento al primero
de los Sacramentos, al bautismo. El tiempo pascual nos le presenta en
toda su gloria. Le hemos visto en el Sábado Santo, colmando los votos
del feliz catecúmeno y alumbrando para la patria celestial a pueblos
enteros. Pero este misterio había tenido su preparación.. En la fiesta
de Epifanía adoramos a Emmanuel descendiendo sobre las aguas del Jordán y
comunicando al elemento por el contacto de su carne, la virtud de
purificar todas las máculas del alma. El Espíritu Santo viene a
descansar sobre la cabeza del Hombre- Dios y a fecundar con su influjo
divino el elemento regenerador, mientras que la voz del Padre celestial
resonaba en la nube, anunciando la adopción que él se dignaría hacer de
los bautizados, en, su Hijo Jesús, objeto de su eterna complacencia.
Durante su vida mortal, el Redentor se explica
ya delante de un doctor de la ley sobre sus misteriosas intenciones:
"Aquel—dice—-que no fuere regenerado en el agua y en el Espíritu Santo
no podrá entrar en el reino de Dios'". Según su costumbre casi
constante, anuncia lo que debe hacer en el futuro, pero todavía no lo
cumple; nosotros solamente sabemos que no habiendo sido puro nuestro
primer nacimiento, El nos prepara uno segundo que será santo y del que
el agua será el instrumento.
Pero en estos días ha llegado el momento en el
que va a declarar el poder que ha dado a las aguas de producir la
adopción proyectada por el Padre. Dirigiéndose a sus Apóstoles les dice
con la majestad de un rey que promulga la ley fundamental de su imperio:
"Id, enseñad a todas las naciones; bautizadlas en el nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo'". La salvación por las aguas, con la
invocación de la Santísima Trinidad, tal es el beneficio capital que
anuncia al mundo; porque dice también: "El que creyere y fuere bautizado
se salvará". Revelación llena de misericordia para con la raza humana;
inauguración de los sacramentos por la declaración del primero, de
aquel que según la expresión de los Padres, es la puerta de todos los
demás.
Saludemos con amor, este augusto misterio
nosotros que le debemos la vida de nuestras almas, con el sello eterno y
misterioso que hace de nosotros los miembros de Jesús. San Luis,
bautizado en la desconocida pila de Poissy, se complacía en firmar Luis
de Poissy, considerando la fuente bautismal como una madre que la había
engendrado a la vida celestial, y olvidando su origen real para no
acordarse más que de el Hijo de Dios. Nuestros
sentimientos deben ser los mismos que los de este santo rey.
Pero admiremos la condescendencia de Jesús
resucitado, cuando instituyó el más indispensable de los sacramentos. La
materia que escogió es la más común; la más fácil de encontrar. El pan,
el vino, el aceite de oliva, no se encuentran siempre en todas las
partes de la tierra; el agua corre por doquier; la providencia de Dios
la ha multiplicado bajo todas las formas, para que el día señalado, la
fuente de regeneración estuviese al alcance en todas partes para el
hombre pecador.
Sus demás Sacramentos el Salvador se los ha
confiado al sacerdocio, el cual sólo tiene poder para administrarlos; no
ocurre lo mismo con el bautismo. Todo fiel puede ser el ministro sin
distinción de sexo ni de condición. Más aún, todo hombre, aunque no sea
miembro de la Iglesia cristiana, puede conferir a su semejante, por
medio del agua y la invocación de la Santa Trinidad, la gracia bautismal
que no posee él con la única condición, de querer cumplir seriamente en
este acto lo que hace la Iglesia, cuando ella administra el sacramento
del Bautismo.
Y más aún. Puede faltar este ministro del
sacramento al hombre que va a morir; la eternidad se va a abrir para él
sin que la mano de otro se levante para derramar sobre su cabeza el agua
purificadora; el autor divino de la regeneración de las almas no le
abandona en este momento supremo. Que rinda homenaje al santo Bautismo,
que le desee con todo el ardor de su alma, que entre en los sentimientos
de una compunción sincera y de un verdadero amor; después si muere: la
puerta del cielo se le ha abierto por el bautismo de deseo.
Pero el niño que aún no tiene uso de razón y
que la muerte va a segar en algunas horas ¿ha quedado olvidado en esta
munificencia general? Jesús ha dicho: "Aquel que creyere y fuere
bautizado se salvará, entonces ¿cómo obtendrá la salvación este ser
débil que va a extinguirse, cargado con la falta original e incapaz de
la fe? Tranquilizaos. El poder del bautismo se extiende hasta él. La fe
de la Iglesia—que le quiere por hijo—le va a ser imputada; que se
derrame el agua sobre su cabeza en nombre de las tres divinas personas, y
será cristiano para siempre. Bautizado en la fe de la Iglesia, esta fe
es ahora personal en él, con la esperanza y la caridad; el agua
sacramental ha producido esta maravilla. Que expire ahora: el reino de
los cielos es para él.
Tales son, oh Redentor los prodigios que operas
en el primero de tus sacramentos, por el efecto de esta voluntad
sincera que tienes de la salvación de todos; de manera que aquellos en
quienes esta voluntad no se realiza, no se excluyen de la gracia de la
regeneración sino de resultas del pecado cometido anteriormente, pecado
que tu eterna justicia no te permite prevenir siempre en sí mismo, o
reparar en sus consecuencias. Pero tu misericordia viene en su ayuda;
ella tiende sus redes e innumerables justos caen en ellas. El agua santa
corre hasta sobre la frente del niño que agoniza entre los brazos de
una madre pagana y los ángeles abren sus coros para recibirle. Ante
tantas maravillas, sólo nos queda exclamar con el Salmista: "Nosotros
que poseemos la vida bendigamos al Señor."
El cuarto domingo después de Pascua se llama en
la Iglesia griega el Domingo de la Samaritana, porque se lee el pasaje
del Evangelio en que se refiere la conversión de esta mujer.
La Iglesia Romana comienza hoy en el Oficio de
la noche la lectura de las Epístolas Canónicas, que se continúan hasta
la fiesta de Pentecostés.
MISA
La Iglesia adoptando en el Introito uno de los
más bellos cánticos del Salmista celebra con entusiasmo los beneficios
que el Señor ha derramado sobre ella, convocando a todas las naciones a
reconocer sus grandezas, a recibir la efusión de la santidad de quien es
la fuente, la salud de aquél que ha llamado a todos los hombres.
INTROITO
Cantad al Señor un cántico nuevo, aleluya:
porque el Señor ha hecho maravillas, aleluya: reveló su justicia ante la
faz de las gentes, aleluya, aleluya, aleluya. Salmo: Le salvó su
diestra: y su santo brazo. V. Gloria al Padre.
Colmados de los beneficios de Dios que les une
en un solo pueblo por sus Sacramentos los fieles deben elevarse al amor
de los preceptos del Señor y aspirar a las alegrías eternas que les
promete: la Iglesia implora para ellos esta gracia en la Colecta.
COLECTA
Oh Dios, que unes las almas de los fieles en
una sola voluntad, da a tus pueblos el amar lo que mandas, el desear lo
que prometes: para que, entre las mundanas variedades, nuestros
corazones estén fijos allí donde están los verdaderos gozos. Por el
Señor.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. Santiago. Carísimos:
Toda óptima dádiva, y todo don perfecto,
procede de arriba, desciende del Padre de las luces, en el cual no hay
cambio, ni sombra de mudanza. Pues Él nos engendró voluntariamente con
la palabra de la verdad, para que fuésemos el comienzo de su creación.
Ya lo sabéis, carísimos hermanos míos. Sea, pues, todo hombre veloz para
oír; pero tardo para hablar, y tardo para la ira. Porque la ira del
hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual, rechazando toda
inmundicia y todo exceso dé malicia, recibid con mansedumbre la palabra
inspirada, la cual puede salvar vuestras almas.
IMITAR AL PADRE. —
Los favores derramados sobre el pueblo cristiano proceden de la sublime
y serena bondad del Padre celestial. El es el principio de todo en el
orden de la naturaleza; y si en el orden de la gracia hemos llegado a
ser sus hijos, es porque él mismo nos ha enviado su Verbo consustancial,
que es la Palabra de verdad, por la que hemos llegado a ser, mediante
el bautismo, hijos de Dios. De aquí se deduce que debemos imitar, en
cuanto es posible a nuestra flaqueza, la serenidad de nuestro Padre que
está en los cielos y librarnos de esta agitación pasional que es el
carácter de una vida toda terrestre, mientras que la nuestra debe ser
del cielo donde Dios nos arrastra. El santo Apóstol nos exhorta a
recibir con mansedumbre esta Palabra que nos convierte en lo que somos.
Ella es según su doctrina un injerto de salvación hecho en nuestras
almas. Si ella actúa allí, si su crecimiento no es obstaculizado por
nosotros, seremos salvos.
En el primer versículo aleluyático, Cristo
resucitado celebra por la voz del Salmista el poder del Padre que le ha
dado la victoria en su resurrección.
El segundo, tomado de San Pablo, proclama su vida inmortal.
ANTÍFONA
Aleluya, aleluya. V. La diestra del Señor ejerció su poder: la diestra del Señor me ha exaltado.
Aleluya. V. Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no morirá: la muerte no le dominará más. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
Voy a Aquel que me envió: y nadie de vosotros me pregunta: ¿Dónde vas?
Sino que, porque os he dicho esto, la tristeza ha llenado vuestro
corazón. Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya: porque,
si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros: más, si me fuere, os
lo enviaré a vosotros. Y, cuando venga Él, convencerá al mundo de
pecado, y de justicia, y de juicio. De pecado ciertamente, porque no han
creído en mí: y de justicia, porque voy al Padre, y ya no me veréis: y
de juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado. Todavía
tengo mucho que deciros: pero ahora no podéis entenderlo. Mas, cuando
venga el Espíritu de verdad, os enseñará toda la verdad. Porque no
hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que ha oído, y os anunciará
lo que ha de venir. El me glorificará: porque lo recibirá de mí, y os lo
anunciará a vosotros.
EL ANUNCIO DEL ESPÍRITU SANTO.
— Los apóstoles se entristecieron cuando Jesús les dijo: " Yo me voy."
¿No lo estamos también nosotros que después de su nacimiento en Belén,
le hemos seguido constantemente, gracias a la Liturgia que nos ha hecho
seguir sus pasos? Todavía algunos días más, y se elevará al cielo y el
año perderá ese encanto que recibía día tras día con sus acciones y con
sus discursos. Con todo, no quiere que nos dejemos invadir por una
excesiva tristeza. Nos anuncia que en su lugar va a descender sobre la
tierra el Consolador, el Paráclito y que permanecerá con nosotros para
iluminarnos y fortificarnos hasta el fin de los tiempos. Aprovechemos
con Jesús estas últimas horas; pronto será tiempo de prepararnos a
recibir al huésped celestial que vendrá a reemplazarle.
Jesús, que pronunciaba estas palabras la
víspera de la Pasión, no se limita a mostrarnos la venida del Espíritu
Santo como la consolación de sus fieles; al mismo tiempo nos la presenta
como temible para aquellos que desconocen a su Salvador. Las palabras
de Jesús son tan misteriosas como terribles; tomemos la explicación de
San Agustín, el Doctor de los doctores. "Cuando viniere el Espíritu
Santo—dice el Salvador— convencerá al mundo en lo que se refiere al
pecado." ¿Por qué? "Porque los hombres no han creído en Jesús." ¡Cuánta
no será, en efecto, la responsabilidad de aquellos que habiendo sido
testigos de las maravillas obradas por el Redentor no dieron fe a su
palabra! Jerusalén oirá decir que el Espíritu Santo ha descendido sobre
los discípulos de Jesús, y permanecerá tan indiferente como estuvo a los
prodigios que le designaban su Mesías. La venida del Espíritu Santo
será como el preludió de la ruina de esta ciudad deicida. Jesús añade
que "el Paráclito convencerá al mundo con respecto a la justicia,
porque—dice—yo voy al Padre y vosotros no me veréis más." Los Apóstoles y
aquellos que creyeron en su palabra serán santos y justos por la fe.
Ellos creyeron en aquel que había ido al Padre, en aquel que no vieron
ya en este mundo, jerusalén, al contrario, no guardará recuerdo de El
sino para blasfemarle; la justicia, la santidad, la fe de aquellos que
creyeron será su condenación y el Espíritu Santo les abandonará a su
suerte. Jesús dice también: "El Paráclito convencerá al mundo en lo que
se refiere al juicio." Y ¿por qué?; "porque el príncipe de este mundo ya
está juzgado". Aquellos que no siguen a Jesucristo tienen sin embargo
un Jefe al que siguen. Este Jefe es Satanás. Así, pues, el juicio de
Satanás está ya pronunciado. El Espíritu Santo advierte, pues, a los
discípulos del mundo que su príncipe está para siempre sepultado en la
reprobación. Que ellos reflexionen; porque añade San Agustín "el orgullo
del hombre se engañaría al esperar en el perdón; que medite con
frecuencia los castigos que sufren los ángeles soberbios".
En el Ofertorio el cristiano emplea las
palabras de David para celebrar los beneficios de Dios para con su alma.
Asocia toda la tierra a su reconocimiento y con razón; por que los
favores de que es colmado el cristiano son el bien común de todo el
género humano que Jesús resucitado ha llamado a tomar parte, por los
Sacramentos, en las gracias de la redención.
OFERTORIO
Canta jubilosa a Dios, tierra toda, decid un
salmo a su nombre: venid, y oíd, y os contaré, a todos los que teméis a
Dios, cuánto ha hecho el Señor a mi alma, aleluya.
La Santa Iglesia que tiene sus delicias en la
contemplación de la verdad, cuyos tesoros la prodiga Jesús resucitado,
pide para sus hijos en la Secreta, la gracia de llevar una vida pura,
para que puedan merecer ser admitidos a contemplar eternamente esta
augusta verdad en su fuente.
SECRETA
Oh Dios, que por el sacrosanto comercio de este
Sacrificio, nos has hecho partícipes de la única y suprema Divinidad:
suplicámoste hagas que, así como conocemos tu verdad, así la
practiquemos con costumbres dignas. Por el Señor.
La Antífona de la Comunión reproduce las
palabras del Evangelio que acabamos de interpretar y en las que nos es
mostrada la venida del divino Espíritu como portador al mismo tiempo de
recompensa para los creyentes y de castigo para los incrédulos.
COMUNIÓN
Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de verdad, convencerá al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio, aleluya, aleluya.
Al ofrecer sus acciones de gracias por el
divino Misterio en el que acaban de participar, la Santa Iglesia enseña a
sus hijos en la Poscomunión, que la Eucaristía tiene al mismo tiempo la
virtud de purificarnos de nuestros pecados y de preservarnos de los
peligros a los que vivimos expuestos.
POSCOMUNIÓN
Asístenos, Señor, Dios nuestro: para que, por
estas cosas, que hemos recibido fielmente, seamos purificados de los
pecados y libertados de todos los peligros. Por el Señor.
Año Litúrgico de Dom Guéranger.
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