SOLEMNIDAD DE SAN JOSE
Hoy se suspende la serie de misterios del
Tiempo pascual; otro objeto atrae por un momento nuestra atención. La
Santa Iglesia nos incita a consagrar la jornada al culto del Esposo de
María, del Padre nutricio del Hijo de Dios, Patrón de la Iglesia
universal. El 19 de marzo le hemos rendido nuestro homenaje anual; pero
se trata de erigir para la piedad del pueblo cristiano un monumento de
reconocimiento a San José, socorro y apoyo de todos los que le invocan
con confianza.
HISTORIA DEL CULTO HACIA S. JOSÉ.
— La devoción a S. José estaba reservada para estos últimos tiempos. Su
culto, fundado en el Evangelio mismo, no debía desarrollarse en los
primeros siglos de la Iglesia; no porque los fieles, considerando el
papel de San José en la economía del misterio de la Encarnación,
estuviesen coartados de algún modo en los honores que hubieran querido rendirle; sino que la divina
Providencia tenía sus razones misteriosas para retardar el momento en
que la Liturgia debía prescribir cada año los homenajes públicos debidos
al Esposo de María. El Oriente precedió al Occidente, así como ocurrió
otras veces, en el culto especial de San José; pero en el siglo XV, la
Iglesia latina le habla adoptado todo entero, y desde entonces no ha
cesado de progresar en las almas católicas. Las grandezas de S. José han
sido expuestas el 19 de Marzo; el fin de la presente fiesta no es el
volver sobre este inagotable asunto. Tiene su motivo especial de
institución que es necesario dar a conocer.
La bondad de Dios y la fidelidad de nuestro
Redentor a sus promesas se unen siempre más estrechamente de siglo en
siglo, para proteger en este mundo la chispa de vida sobrenatural que
debe conservar él hasta el último día. En este fin misericordioso, una
sucesión ininterrumpida de auxilios viene a caldear, por decirlo así,
cada generación, y a traerle un nuevo motivo de confianza en la divina
Redención. A partir del siglo XIII, en que comenzó a hacerse sentir el
enfriamiento del mundo, como nos lo atestigua la misma Iglesia,
("Frigescente mundo"—Oración de la fiesta de los Estigmas de S.
Francisco), cada época ha visto abrirse una nueva fuente de gracias.
Apareció primero la fiesta del Santísimo
Sacramento, cuyo desarrollo ha producido sucesivamente la Procesión
solemne, las Exposiciones, las Bendiciones, las Cuarenta Horas. A ella
siguió la devoción al santo Nombre de Jesús, cuyo apóstol principal fue
S. Bernardino de Sena y la del "Vía Crucis" o "Calvario", que produjo
tantos frutos de compunción en las almas. El siglo XVI vio renacer la
comunión frecuente, por la influencia principal de S. Ignacio de Loyola y
de su Compañía. En el XVII fue promulgado el culto del Sagrado Corazón
de Jesús, que se estableció en el siglo siguiente. En el XIX, la
devoción a la Santísima Virgen tomó un incremento y una importancia que
son las características sobrenaturales de nuestro tiempo. Ha sido
restablecida la devoción al santo Rosario, y al Santo Escapulario, que
nos legaron las edades precedentes; las peregrinaciones a los santuarios
de la Madre de Dios, suspendidas por los prejuicios jansenistas y
racionalistas, han vuelto a resurgir; la Archicofradía del Sagrado
Corazón de María ha extendido sus afiliaciones por el mundo entero;
numerosos prodigios han venido a recompensar la fe rejuvenecida; en fin,
para terminar: el triunfo de la Inmaculada Concepción, preparado y
esperado en los siglos menos favorables.
Pero la devoción a María no podía desarrollarse
sin el culto ferviente de San José. María y José se hallan tan
íntimamente unidos en el misterio de la Encarnación, ia una como Madre
del Hijo de Dios, el otro como guardián del honor de la Virgen y Padre
nutricio del Niño-Dios, que no se les puede aislar el uno del otro. Una
veneración particular a S. José ha sido pues la consecuencia del
desarrollo de la piedad hacia la Virgen Santísima.
TÍTULOS DE S. JOSÉ A NUESTRA DEVOCIÓN.
— Pero la devoción al Esposo de María no es solamente un justo tributo
que rendimos a sus prerrogativas; es también para nosotros la fuente de
un nuevo socorro tan extenso como poderoso, habiendo sido puesto entre
las manos de San José por el mismo Hijo de Dios. Escuchad el lenguaje
inspirado de la Iglesia en la Liturgia: ¡"Oh José, honra de los
habitantes del cielo, esperanza de nuestra vida aquí abajo, el "sostén
de este mundo"! (Himno de Laudes de la Solemnidad de S. José. "Caelitum,
Joseph, decus atque nostrae"... etc.)
¡Qué poder en un hombre! Pero buscad también un
hombre que haya tenido con el Hijo de Dios sobre la tierra relaciones
tan íntimas como José. Jesús se dignó estarle sumiso aquí abajo; en el
cielo, tiene empeño en glorificar a aquel de quien quiso depender, y a
quien confió su niñez y el honor de su Madre. El poder de S. José es
pues ilimitado; y la Santa Iglesia nos invita hoy a recurrir con una
confianza absoluta a este Protector omnipotente. En medio de las
terribles agitaciones de las cuales es el mundo víctima, invóquenlo los
fieles con fe y serán protegidos. En todas las necesidades de alma y
cuerpo, en todas las pruebas y crisis que el cristiano deba atravesar,
así en el orden temporal como en el orden espiritual, que recurra a S.
José y su confianza no se verá defraudada. El Rey de Egipto decía a sus
pueblos hambrientos: "Id a José." (Gén., XLI, 55); el Rey del cielo nos
hace la misma invitación; y el fiel custodio de María tiene más crédito
ante él que el hijo de Jacob, intendente de los graneros de Menfis, lo
tuvo ante el Faraón.
La revelación de este nuevo refugio preparado
para los últimos tiempos ha sido, desde luego, comunicada, según la
costumbre que Dios guarda de ordinario, a las almas privilegiadas a las
cuales estaba ella confiada como un germen precioso: así fue para la
institución de la fiesta del Santísimo Sacramento, para la del Sagrado
Corazón de Jesús, y para otras más. En el siglo XVI, Santa Teresa cuyos
escritos estaban llamados a extenderse por el mundo entero, recibió en
un grado superior comunicaciones divinas a este propósito, y consignó
sus sentimientos y sus deseos en su vida escrita por ella misma.
SANTA TERESA Y S. JOSÉ.
— He aquí como se expresa Santa Teresa: "Tomé por abogado y señor al
glorioso San José y encomendeme mucho a él. Vi claro que así de esta
necesidad, como de otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y
señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo,
hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa
que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este
bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo
como de alma: que a otros santos parece les dió el señor gracias para
socorrer una necesidad; a este glorioso santo tengo experiencia que
socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como
le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre siendo ayo,
le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide. Esto han visto
otras algunas personas, a quien yo decía se encomendase a él, también
por experiencia; y aun hay muchas que le son devotas de nuevo
experimentando esta verdad." (Vida. cap. VI.)
Para responder a numerosos deseos y a la
devoción del pueblo cristiano, el 10 de Septiembre de 1847, Pío IX
extendió a la Iglesia universal la fiesta del Patrocinio de S. José que
había sido concedido a la Orden de los Carmelitas y a algunas Iglesias
particulares. Más tarde, Pío X debía elevar esta fiesta al rango de las
mayores solemnidades dotándola de una Octava.
Pongamos pues nuestra confianza en el poder del
augusto Padre del pueblo cristiano, José, sobre quien han sido
acumuladas tantas grandezas para que las repartiese entre nosotros, en
una medida más abundante que los otros santos, las influencias del
misterio de la Encarnación del mal ha sido, después de María, el
principal ministro sobre la tierra.
Del Año Litúrgico de Dom Guéranger
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