EL REY DE LOS ÁNGELES
La realeza sobre los hombres no es la única
diadema que recibe nuestro triunfador en su Ascensión. El apóstol enseña
que Jesús es también "Jefe de todos Principados y Potestades". Por
encima del género humano se elevan los grados de la jerarquía angélica,
la obra más maravillosa de la creación. Después de la prueba suprema,
estas nobles y santas milicias diezmadas por la caída y la reprobación
de los rebeldes, entran en el goce sobrenatural del bien soberano y
comienza el canto sin fin que resuena alrededor del trono de Dios y en el
que expresan su adoración, amor y acción de gracias.
Pero una condición ha faltado hasta el presente
en su completa felicidad. Estos innumerables Espíritus tan bellos y
luminosos, colmados de los dones divinos, esperan un complemento de
gloria y de felicidad. Se cree que después de su creación, Dios les
reveló, que debía crear aún otros seres, de naturaleza inferior a la
suya, y que de entre estos dos seres compuestos de alma y cuerpo, debía
nacer uno que el Verbo eterno uniría a su naturaleza divina en una sola
persona. Se les manifestó que esta naturaleza humana, cuya gloria a la
vez que la del mismo Dios, fue el fin de la creación, sería llamada
"primogénito de toda criatura" y que todo ángel, como todo hombre,
debería doblar la rodilla ante ella, la cual, después de haber sido
humillada en la tierra sería glorificada en el cielo; que por fin
llegaría el momento en que todas las jerarquías celestiales,
Principados, Potestades, Querubines y Serafines le tendrían por Jefe.
JESUCRISTO MEDIADOR DE LOS ÁNGELES.
— Jesucristo fue pues, esperado por los Ángeles, como lo fue por los
hombres. Fue esperado por los Ángeles como perfeccionamiento supremo de
sus jerarquías, cuya multiplicidad llegaría por Él a la unidad y los
cuales estarían más estrechamente unidos a Dios por medio de este
intermediario que reuniese en su persona una naturaleza divina y una
naturaleza creada; fue esperado por los hombres como reparador hecho
necesario por el pecado que nos había cerrado el cielo, y también como
el medianero predestinado desde la eternidad para tomar a la raza humana
en los límites de la nada, y reuniría a Dios que resolvió comunicarla
su gloria. Así, mientras en la tierra los justos que vivieron antes de
la Encarnación, se hacían agradables a Dios uniéndose a este reparador, a
este mediador venidero; del mismo modo, en el cielo, los homenajes de
los Ángeles a la majestad divina ascienden hasta ella por la ofrenda
anticipada que le presentaban estos espíritus bienaventurados, uniéndose
a este Jefe cuya misión no realizada aún estaba presente en los
decretos eternos del Antiguo de días.
Por fin, habiendo llegado la plenitud de los
tiempos como dice el Apóstol, "Dios introdujo en la tierra a su
primogénito" arquetipo de la creación, y en esta hora sagrada no son los
hombres los que adoran los primeros al Jefe de su raza; el mismo
Apóstol nos recuerda que los Ángeles son los primeros que le rinden su
homenaje. El Salmista lo había predicho en su cántico sobre la venida
del Emmanuel y era justo que así fuese; porque la espera de los Ángeles
había durado más tiempo y además no venía como reparador suyo, sino
únicamente como mediador esperado con ansiedad, que debía unirles más
estrechamente a la infinita bondad, objeto de sus delicias eternas y
llenar por decirlo así el intervalo que no había sido llenado hasta
entonces sino con los deseos de verle por fin ocupar el lugar que le
estaba destinado.
Entonces se cumplió este acto de adoración
hacia el Dios-Hombre, este acto exigido de los espíritus celestiales al
principio de todas las cosas como la prueba suprema, que debía decidir
su suerte eterna. Con qué amor y sumisión no hemos visto cumplido este
acto de adoración en Bethléhem, por los Ángeles fieles, cuando vieron a
su Jefe y el nuestro, el Verbo hecho carne, reclinado en los brazos de
su casta madre y fueron a anunciar a los hombres representados por los
pastores, la feliz nueva de la llegada del común mediador.
Mas hoy, no es en la tierra donde los Espíritus
celestes contemplan al hijo de María; no es en el camino de las
humillaciones y sufrimientos por los que le fue menester pasar para
quitar primeramente el obstáculo del pecado que nos privaba del honor de
llegar a ser sus miembros dichosos: es en el trono preparado a la
derecha del Padre donde le han visto elevarse, allí le contemplan en
adelante, allí se unen a él más estrechamente proclamándole su Jefe y
Príncipe. En este instante sublime de la Ascensión, un estremecimiento
de dicha desconocido recorre toda la sucesión de jerarquías celestiales,
descendiendo y subiendo de los Serafines a los Ángeles que están más
cerca de la naturaleza humana. Una felicidad nueva que consiste en el
goce real de un bien cuya esperanza está ya colmada de delicias para el
corazón de una criatura, obra una renovación de felicidad en estos seres
privilegiados, que pudiérase imaginar llegados al apogeo de las
alegrías eternas. Sus miradas se fijan en la belleza incomparable de
Jesús y los Espíritus inmateriales se admiran de ver la carne revestida
de un esplendor que traspasa su brillo, por la plenitud de la gracia que
reside en esta naturaleza humana. Su vista para profundizar más hondo
en la luz increada, atraviesa esta naturaleza inferior a la suya, pero
divinizada por su unión con el Verbo divino; penetra en las
profundidades que aún no había sondeado. Sus deseos son más ardientes,
su vuelo más rápido, sus conciertos más melodiosos; porque, así como lo
canta la santa Madre Iglesia, los Ángeles y Arcángeles, Potestades y
Dominaciones, Querubines y Serafines alaban en adelante la majestad del
Padre celestial por Jesucristo su Hijo: por quien alaban tu majestad los Ángeles.
Mas ¿quién podrá describir los transportes de
los Espíritus celestiales a la llegada de esta multitud de habitantes de
la tierra, miembros como ellos del mismo Jefe, apresurándose y
colocándose según las diversas jerarquías, allí donde la caída de los
ángeles malos dejó lugares vacíos? La resurrección general no ha
restituido aún a estas almas los cuerpos a los que estuvieron unidos;
pero, ¿entre tanto no es ya glorificada su carne en la de Jesús? Más
tarde, a la hora señalada, estas almas bienaventuradas recobrarán su
vestidura terrestre, desde ahora destinada a la inmortalidad. Entonces,
los santos ángeles reconocerán con entusiasmo fraternal en los rasgos de
Adán, los de su Hijo Jesús y en los rasgos de Eva los de su hija María;
mas esta semejanza será más perfecta en el cielo que en el Paraíso
terrenal. Venga, pues, este glorioso día donde el magnífico misterio de
la Ascensión será realizado en sus últimas consecuencias; donde las dos
creaciones, angélica y humana, se abrazarán por la eternidad en la
unidad de un mismo Jefe.
Año Litúrgico de Guéranger
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