domingo, 28 de mayo de 2017

29 de Mayo: LUNES DE LA OCTAVA DE LA ASCENSIÓN. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

EL REY DE LOS ÁNGELES
 
La realeza sobre los hombres no es la única diadema que recibe nuestro triunfador en su Ascensión. El apóstol enseña que Jesús es también "Jefe de todos Principados y Potestades". Por encima del género humano se elevan los grados de la jerarquía angélica, la obra más maravillosa de la creación. Después de la prueba suprema, estas nobles y santas milicias diezmadas por la caída y la reprobación de los rebeldes, entran en el goce sobrenatural del bien soberano y comienza el canto sin fin que resuena alrededor del trono de Dios y en el que expresan su adoración, amor y acción de gracias. 


Pero una condición ha faltado hasta el presente en su completa felicidad. Estos innumerables Espíritus tan bellos y luminosos, colmados de los dones divinos, esperan un complemento de gloria y de felicidad. Se cree que después de su creación, Dios les reveló, que debía crear aún otros seres, de naturaleza inferior a la suya, y que de entre estos dos seres compuestos de alma y cuerpo, debía nacer uno que el Verbo eterno uniría a su naturaleza divina en una sola persona. Se les manifestó que esta naturaleza humana, cuya gloria a la vez que la del mismo Dios, fue el fin de la creación, sería llamada "primogénito de toda criatura" y que todo ángel, como todo hombre, debería doblar la rodilla ante ella, la cual, después de haber sido humillada en la tierra sería glorificada en el cielo; que por fin llegaría el momento en que todas las jerarquías celestiales, Principados, Potestades, Querubines y Serafines le tendrían por Jefe. 

JESUCRISTO MEDIADOR DE LOS ÁNGELES. — Jesucristo fue pues, esperado por los Ángeles, como lo fue por los hombres. Fue esperado por los Ángeles como perfeccionamiento supremo de sus jerarquías, cuya multiplicidad llegaría por Él a la unidad y los cuales estarían más estrechamente unidos a Dios por medio de este intermediario que reuniese en su persona una naturaleza divina y una naturaleza creada; fue esperado por los hombres como reparador hecho necesario por el pecado que nos había cerrado el cielo, y también como el medianero predestinado desde la eternidad para tomar a la raza humana en los límites de la nada, y reuniría a Dios que resolvió comunicarla su gloria. Así, mientras en la tierra los justos que vivieron antes de la Encarnación, se hacían agradables a Dios uniéndose a este reparador, a este mediador venidero; del mismo modo, en el cielo, los homenajes de los Ángeles a la majestad divina ascienden hasta ella por la ofrenda anticipada que le presentaban estos espíritus bienaventurados, uniéndose a este Jefe cuya misión no realizada aún estaba presente en los decretos eternos del Antiguo de días. 

Por fin, habiendo llegado la plenitud de los tiempos como dice el Apóstol, "Dios introdujo en la tierra a su primogénito" arquetipo de la creación, y en esta hora sagrada no son los hombres los que adoran los primeros al Jefe de su raza; el mismo Apóstol nos recuerda que los Ángeles son los primeros que le rinden su homenaje. El Salmista lo había predicho en su cántico sobre la venida del Emmanuel y era justo que así fuese; porque la espera de los Ángeles había durado más tiempo y además no venía como reparador suyo, sino únicamente como mediador esperado con ansiedad, que debía unirles más estrechamente a la infinita bondad, objeto de sus delicias eternas y llenar por decirlo así el intervalo que no había sido llenado hasta entonces sino con los deseos de verle por fin ocupar el lugar que le estaba destinado. 

Entonces se cumplió este acto de adoración hacia el Dios-Hombre, este acto exigido de los espíritus celestiales al principio de todas las cosas como la prueba suprema, que debía decidir su suerte eterna. Con qué amor y sumisión no hemos visto cumplido este acto de adoración en Bethléhem, por los Ángeles fieles, cuando vieron a su Jefe y el nuestro, el Verbo hecho carne, reclinado en los brazos de su casta madre y fueron a anunciar a los hombres representados por los pastores, la feliz nueva de la llegada del común mediador. 

Mas hoy, no es en la tierra donde los Espíritus celestes contemplan al hijo de María; no es en el camino de las humillaciones y sufrimientos por los que le fue menester pasar para quitar primeramente el obstáculo del pecado que nos privaba del honor de llegar a ser sus miembros dichosos: es en el trono preparado a la derecha del Padre donde le han visto elevarse, allí le contemplan en adelante, allí se unen a él más estrechamente proclamándole su Jefe y Príncipe. En este instante sublime de la Ascensión, un estremecimiento de dicha desconocido recorre toda la sucesión de jerarquías celestiales, descendiendo y subiendo de los Serafines a los Ángeles que están más cerca de la naturaleza humana. Una felicidad nueva que consiste en el goce real de un bien cuya esperanza está ya colmada de delicias para el corazón de una criatura, obra una renovación de felicidad en estos seres privilegiados, que pudiérase imaginar llegados al apogeo de las alegrías eternas. Sus miradas se fijan en la belleza incomparable de Jesús y los Espíritus inmateriales se admiran de ver la carne revestida de un esplendor que traspasa su brillo, por la plenitud de la gracia que reside en esta naturaleza humana. Su vista para profundizar más hondo en la luz increada, atraviesa esta naturaleza inferior a la suya, pero divinizada por su unión con el Verbo divino; penetra en las profundidades que aún no había sondeado. Sus deseos son más ardientes, su vuelo más rápido, sus conciertos más melodiosos; porque, así como lo canta la santa Madre Iglesia, los Ángeles y Arcángeles, Potestades y Dominaciones, Querubines y Serafines alaban en adelante la majestad del Padre celestial por Jesucristo su Hijo: por quien alaban tu majestad los Ángeles. 

Mas ¿quién podrá describir los transportes de los Espíritus celestiales a la llegada de esta multitud de habitantes de la tierra, miembros como ellos del mismo Jefe, apresurándose y colocándose según las diversas jerarquías, allí donde la caída de los ángeles malos dejó lugares vacíos? La resurrección general no ha restituido aún a estas almas los cuerpos a los que estuvieron unidos; pero, ¿entre tanto no es ya glorificada su carne en la de Jesús? Más tarde, a la hora señalada, estas almas bienaventuradas recobrarán su vestidura terrestre, desde ahora destinada a la inmortalidad. Entonces, los santos ángeles reconocerán con entusiasmo fraternal en los rasgos de Adán, los de su Hijo Jesús y en los rasgos de Eva los de su hija María; mas esta semejanza será más perfecta en el cielo que en el Paraíso terrenal. Venga, pues, este glorioso día donde el magnífico misterio de la Ascensión será realizado en sus últimas consecuencias; donde las dos creaciones, angélica y humana, se abrazarán por la eternidad en la unidad de un mismo Jefe.


Año Litúrgico de Guéranger


 

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