EL SACRAMENTO DEL ORDEN.
— Hemos contemplado al Redentor instituyendo las ayudas sacramentales
por las cuales el hombre es elevado y mantenido en el estado de la
gracia santificante desde el momento de su entrada en este mundo hasta
aquel de su paso a la visión eterna de Dios. Nos falta ahora considerar
el sublime Sacramento que Jesús ha establecido para ser la fuente de la
que emana sobre los hombres esta gracia divina que toma todas las formas
y se adapta a todas nuestras necesidades.
El Orden es este Sacramento, y es así llamado
porque es comunicado por etapas diferentes a los miembros de la Iglesia
que son honrados con él. Del mismo modo que en el cielo los santos
ángeles están escalonados según diversos rangos distintos en luz y en
poder, de manera que los rangos superiores influyen sobre aquellos que
les son inferiores, del mismo modo en el Sacramento del Orden, todo está
ordenado conforme a una armonía semejante, de manera que el grado
superior influye sobre aquel que está bajo este poder y esta luz que es
la propiedad de la Jerarquía eclesiástica.
Jerarquía significa Principado sagrado. Este
principado aparece en el Sacramento del Orden por tres grados:
Episcopado, Presbiterado y Diaconado, en el que debemos comprender las Órdenes inferiores que han sido separadas. Se llama a este conjunto
Jerarquía de Orden, para distinguirla de Jerarquía de jurisdicción. Esta
última, destinada al gobierno de la sociedad cristiana, se compone del
Papa, los Obispos y de los miembros del clero inferior, en los cuales
ellos delegan una parte de su poder de gobierno. Hemos visto cómo esta
Jerarquía toma su origen en el acto por el que Jesús, Pastor de los
hombres, dio a Pedro las llaves del Reino de Dios. La Jerarquía del
Orden, ligada íntimamente a la primera, tiene por objeto la
santificación de los hombres por los dones de la gracia que es
depositaría aquí abajo. En la tarde de la Pascua—como lo hemos recordado
muchas veces—Jesús se presenta a sus Apóstoles y les dice: "Como mi
Padre me envió, así yo os envío a vosotros." Así pues, el Padre ha
enviado a su hijo para que fuese el Pastor de los hombres, y hemos oído a
Jesús decir a Pedro que apacentase los corderos y las ovejas. El Padre
envió a su Hijo para que fuese el doctor de los hombres y hemos visto a
Jesús confiar a sus Apóstoles el depósito de verdades que serán objeto
de nuestra fe. Pero el Padre ha enviado a su Hijo para ser también el
Pontífice de los hombres; es necesario, pues, que Jesús deje sobre la
tierra—para que sea ejercido hasta el fin de los tiempos—este cargo de
Pontífice que ha ejercido él mismo en toda su plenitud. Así pues. ¿Quién
es el Pontífice? Es el intermediario entre el cielo y la tierra; él es
el que une al hombre con Dios, el que ofrece el sacrificio para que la
majestad divina sea honrada y el pecado del hombre reparado ; él es
quien purifica la conciencia del pecador y le hace justo; él, en fin,
quien le une a Dios por los misterios de que es dispensador.
Jesús, nuestro Pontífice, ha realizado todas
estas cosas por orden del Padre; pero el Padre quiere que se perpetúen
en la tierra, cuando su Hijo ascienda a los cielos. Es necesario, pues,
que Jesús comunique a algunos hombres su cualidad de pontífice por un
Sacramento especial, lo mismo que ha conferido a todos los fieles el
honor de ser sus miembros en el bautismo. El Espíritu Santo obrará en
este nuevo misterio, en cada uno de los grados del Sacramento. Esta
intervención totalmente divina produjo la presencia del Verbo encarnado
en el seno de la Virgen y será la que imprimirá sobre el alma de
aquellos fueren presentados el carácter augusto de Jesús, el Sacerdote
eterno. Así hemos visto a nuestro divino Redentor—después de las
palabras que acabamos de recordar—enviar su hálito sobre los Apóstoles y
decirles: "Recibid el Espíritu Santo", mostrando de este modo que por
una infusión especial del Espíritu del Padre y del Hijo estos hombres
son puestos en estado "de ser enviados por el Hijo, como el Hijo mismo
fue enviado por el Padre."
Pero no será por la insuflación—que está
reservada al Verbo—, principio de vida por la que los apóstoles y sus
sucesores conferirán este nuevo sacramento. Ellos impondrán las manos
sobre aquellos que fueren elegidos para este cargo y este honor. En este
momento el Espíritu divino cubrirá con su sombra estos que fuesen
seleccionados y destinados a esta iniciación suprema. La trasmisión del
don celestial se trasmitirá de este modo de generación en generación,
según los grados respectivos conforme a la voluntad de la Jerarquía por
la cual y con la cual el Espíritu Santo obra; y cuando Jesús descienda
para juzgar al mundo, encontrará trasmitido e intacto sobre la tierra
este carácter que él mismo imprimió en sus Apóstoles cuando les confirió
su Espíritu.
LA JERARQUÍA. —
Contemplemos con amor esta escala luminosa de la Santa Jerarquía que
Jesús erigió para conducirnos hasta el cielo. En la cumbre y dominando
los otros tramos, resplandece el Episcopado que contiene en sí mismo la
plenitud del Orden, con la fecundidad para producir nuevos Pontífices,
nuevos Sacerdotes y nuevos Diáconos. El poder de ofrecer el Sacrificio
reside en él, descansan en sus manos las llaves para abrir y cerrar el
cielo; tiene poder sobre todos los Sacramentos, le pertenecen la
consagración del crisma y del óleo Santo, y no solamente bendice sino
que consagra.
Debajo de él aparece el Sacerdote que es su
hijo, que ha engendrado por la imposición de sus manos; el sacerdote,
cuyo carácter es tan augusto, pero que con todo no posee la plenitud del
Hombre-Dios. Sus manos—por santas que sean - no han recibido la
fecundidad para producir otros sacerdotes; bendice pero no consagra;
recibe del Obispo el Crisma sagrado que es impotente de confeccionar.
Con todo, su dignidad es grande, porque reside en él él poder de ofrecer
el Sacrificio, y su hostia divina es la misma que la del Pontífice.
Perdona los pecados a los fieles que el Pontífice ha colocado bajo sus
cuidados. Le está confiada la administración solemne del bautismo,
cuando el Obispo no la ejerce por sí mismo, y la Extrema-Unción le
compete como propia.
El grado inferior es el del Diácono, que es el
ayudante del sacerdote conforme a la significación de su nombre. Falto
del sacerdocio, no puede ofrecer el sacrificio, no puede perdonar los
pecados, no puede dar la Unción a los moribundos; pero asiste y sirve al
sacerdote en el altar y penetra hasta en la nube misteriosa donde se
realiza el augusto misterio. Los fieles le oyen leer con solemnidad el
Santo Evangelio desde la prominencia del ambón. Está confiada a su
guarda la Santa Eucaristía y podría, a falta de Sacerdote, distribuirla
al pueblo. En el mismo caso, podría administrar el Bautismo
solemnemente, ha recibido el poder de anunciar al pueblo la divina
palabra.
Estos son los tres grados de la Jerarquía del
Orden, correspondiendo, según la doctrina de Dionisio Areopagita, a los
tres grados por los que el hombre llega a unirse con Dios: la
purificación, la iluminación, y la perfección. Al Diácono toca preparar
al catecúmeno y al pecador, instruyéndoles en la palabra divina que les
librará de los errores del espíritu, y le hará concebir el
arrepentimiento de sus faltas con el deseo de verse libre de ellas; al
sacerdote iluminar estas almas, hacerlas luminosas para el Bautismo, la
remisión de los pecados, la participación en la hostia sagrada; al
Obispo derramar en ellas los dones del Espíritu Santo, y elevarlas por
la contemplación de lo que es en sí mismo, hasta la unión con
Jesucristo, de quien él posee el completo carácter de Pontífice. Este es
el Sacramento del Orden, medio esencial de salvación para los hombres,
canal esencial de las gracias de la Encarnación, y que perpetúa sobre la
tierra la presencia y la acción del Redentor.
Demos gracias a Jesús por este beneficio, y
honremos como al tesoro de la tierra este Sacerdocio nuevo que inauguró
en sí mismo, y que después confía a los hombres encargados de continuar
en su plenitud la misión que el Padre le había dado. La acción
sacramental es el gran móvil del mundo; está entre las manos del
Sacerdote. Pidamos por estos que son establecidos en estos rangos
temibles; porque estos grados son plenamente divinos y aquellos que les
ocupan no son más que hombres. No forman una tribu, un linaje, como el
sacerdocio de la antigua Alianza; la imposición de las manos les
engendra de toda raza; de cualquier familia, e inferiores por naturaleza
a los Ángeles, son superiores a ellos por sus funciones.
Año Litúrgico de Guéranger
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