LA HUMILDAD Y LA FE ANTE LA PREDICACIÓN APOSTÓLICA.— Acabamos de oírlo: el Hijo de Dios al disponerse a ir a su Padre,
dijo a sus Apóstoles: "Id, enseñad a todas las naciones; predicad el
Evangelio a toda creatura." Así, las naciones no oirán la palabra
inmediata del Hombre-Dios; nos hablará por medio de intérpretes. La
gloria y la dicha de oírle a él mismo directamente fueron reservadas a
Israel; y aún la predicación de Jesús no duró más que tres años. El
impío ha dicho en su orgullo: "¿Porqué hombres entre Dios y yo?" Dios
podría responderle: "¿Con qué derecho querías tú obligarme a que te
hablase yo mismo, cuando tú puedes estar tan seguro de mi palabra como
si la hubieses oído?" ¿Debía, pues, el Hijo de Dios permanecer en la
tierra hasta el fin de los siglos, para conquistar la obediencia de
nuestra razón a sus enseñanzas? El que mida la distancia que separa al
Creador de la creatura se horrorizará de semejante blasfemia. "Si
recibimos testimonio de los hombres, el testimonio de Dios ¿no es más
digno aún de nuestro respeto?" (S. Juan, V, 9.) ¿Hay un testimonio
humano como el de los Apóstoles que se presentan a los hombres y les
ofrecen como garantía de su veracidad el poder que su Maestro les dejó
sobre la naturaleza que no obedece sino a Dios? Pero el orgullo de la
razón puede rebelarse, puede discutir y rechazar el creer a los hombres
que hablan en nombre de Dios. ¿Quién duda de ello? ¿El Hijo de Dios vivo
no encontró más incrédulos que creyentes? ¿Por qué? Porque se decía
Dios y no mostraba más que apariencias humanas. Había, pues, que hacer
un acto de fe en él, cuando el mismo Jesús hablaba; el orgullo podía
pues rebelarse y decir: "No creeré", lo mismo que lo dirá cuando los
Apóstoles hablen en nombre de su Maestro. La explicación es la misma.
Dios en esta vida exige de nosotros la fe; pero la fe no es posible más
que con la humildad. Dios apoya su palabra con el milagro; pero siempre
le es posible al hombre resistir; y he aquí por qué la fe es virtud.
Si alguno preguntare por qué Dios, al sustraer a
su Hijo de la tierra, no encargó a los Ángeles ejercer aquí abajo la
función de doctores en su nombre, en lugar de confiar a hombres frágiles
y mortales tan alta misión respecto a sus semejantes, se le podría
responder que no pudiendo el hombre ser levantado de la caída a que su
orgullo le había conducido, mas que por la sumisión y la humildad, era
justo que el ministerio de la enseñanza divina nos fuese dispensado por
órganos cuya naturaleza superior no estuviese en condiciones de estado
de adular nuestra vanidad. Fiándonos de la palabra de la serpiente,
habíamos tenido el orgullo de creer que nos era posible llegar a ser
tanto como dioses: el Creador, para salvarnos, nos dió la ley de
someternos en adelante a los hombres que hablan en su nombre.
Esos hombres "predicarán pues el Evangelio a
toda creatura"; y "el que no crea se condenará". ¡Oh Palabra divina,
semilla maravillosa confiada al campo de la Iglesia, que fecunda eres!
Dentro de poco tiempo la cosecha blanqueará en el campo. La fe estará
por doquiera, en todas partes se encontrarán fieles. ¿Y cómo han captado
la fe? "Por el oído", nos responde el gran Apóstol de las gentes.
(Rom., X, 17.) Escucharon la palabra y creyeron. ¡Oh dignidad y
superioridad del oído durante nuestra vida mortal! Escuchad a este
respecto el lenguaje admirable de S. Bernardo; nadie ha expuesto, en
este mundo, mejor que él el destino de ese nuestro sentido privilegiado.
"A primera vista parecería sería más digno que
la verdad entrase en nuestra alma por la vista que es el sentido más
noble; pero Dios nos ha reservado esto para la otra vida cuando le
veamos cara a cara, disponiendo sabiamente que ahora entre el remedio
por donde entró el mal y que llegue a nosotros la vida por los pasos de
la misma muerte; que la luz nos venga por las tinieblas, y el antídoto
de la verdad por el cammino que siguió el veneno de la serpiente. Así,
el ojo enfermo será curado. El oído fue la primera puerta por donde
entró la muerte y debe ser abierto el primero para dar paso a la vida.
Corresponde, a su vez, al oído disponer a la vista; porque si no
empezamos por creer, no podremos comprender. Porque si no creemos los
misterios no los comprenderemos después. Por donde se ve es el oído
medio indispensable para alcanzar el mérito y la visión será la
recompensa... y para que sepas que el Espíritu Santo observa también
este orden en el aprovechamiento del alma y que la forma el oído antes
de alegrarla con la visión: "Oye—dice—hija y mira'". Cual si dijera.
¿Por qué te preocupas de los ojos? Más te valdría preparar tus oídos.
¿Deseas ver a Cristo? pues debes primero escuchar lo que él dice,
escuchar lo que se dice de Él, a fin de que, cuando le veas, puedas
decir: "Como lo oimos así lo hemos visto". Su claridad deslumhra; tu
vista es débil, y no podrás soportarla. Podéis, sí, hablar de ella, más
verla no... Que sea piadosa, fiel y vigilante; la fe purificará las
manchas de la impiedad y la obediencia abrirá la puerta que cerró la
desobediencia".
Año Litúrgico de Dom Guéranger
No hay comentarios:
Publicar un comentario