lunes, 15 de mayo de 2017

16 de Mayo: MARTES DE LA QUINTA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA SAGRADA EUCARISTÍA. — El tercer Sacramento— el de la Eucaristía—tiene una relación muy íntima con la Pasión del Salvador, ya que su institución estuvo retardada hasta después de la resurrección. Hemos honrado en el Jueves Santo, el acto por el cual Jesús preludió el Sacrificio sangriento del día siguiente, al inaugurar el misterio de su Cuerpo y de su Sangre, verdaderamente inmolados en la Cena Eucarística. No solamente hemos visto a los Apóstoles admitidos a participar, en nombre de todas las generaciones que seguirán hasta el fin de los siglos, del alimento celestial "que da la vida al mundo'", sino que también hemos oído al Sacerdote eterno conferirles el poder de hacer en adelante lo que acababa de hacer Él mismo. El misterio está establecido para siempre, el sacerdocio nuevo instituido; y Jesús resucitado no hace sino instruir a sus Apóstoles sobre la naturaleza y la importancia del don que se dignó hacer a los hombres en esta circunstancia, y sobre la manera de ejercer el poder que les ha conferido, cuando el Espíritu Santo bajado del cielo dé a la Iglesia el signo de usar de todas sus prerrogativas.


En la última Cena, los Apóstoles todavía groseros, preocupados del acontecimiento que se iba a revelar, inquietos por las palabras de su Maestro que les había advertido que esta Pascua sería la última que celebraría con ellos, no podían comprender todo lo que Jesús había hecho por ellos, cuando les dijo: "Tomad y comed; esto es mi cuerpo; bebedlo todos; esto es mi sangre." Menos aún habían podido darse cuenta de la amplitud del poder que habían recibido de renovar el misterio que acaba de operarse ante sus ojos. Era a Jesús resucitado a quien pertenecía revelar estas maravillas y lo hace en los días en que nos encontramos. El Sacramento de la Eucaristía no es ahora instituido, pero es declarado, expuesto, glorificado por la misma boca de su divino Institutor; y ésta circunstancia contribuye a hacer más sagrado todavía el período que transcurrimos en este momento. 

Entre todos los Sacramentos no hay ninguno que se le pueda comparar en dignidad; los otros nos transmiten la gracia, pero este contiene al autor mismo de la gracia; los otros son solamente Sacramentos, y este es a la vez un Sacramento y un Sacrificio. Procuraremos desenvolver todas las magnificencias en la fiesta del Santísimo Sacramento. Hoy solamente debemos rendir el homenaje de nuestras adoraciones y de nuestro amor a Jesús, "el pan vivo que da la vida al mundo'" y proclamar su solicitud por sus ovejas, que El parece abandonar para volver a su Padre, y en medio de las cuales le retiene su amor bajo este misterio, en el que su presencia, aunque invisible, no es menos real. 

Te bendecimos, pues, Hijo eterno del Padre que en los divinos oráculos de la antigua alianza, no has ya revelado que "tus delicias es estar con los hijos de los hombres". Nos lo mostráis hoy por este Sacramento que concilia vuestra ausencia anunciada y vuestra permanencia constante en medio de nosotros. Te bendecimos por haber querido alimentar nuestras almas como alimentas nuestros cuerpos. En tiempo de Navidad te hemos visto nacer en Belén, que significa la casa de Pan. Eras un Salvador que nacía entonces por nosotros y era al mismo tiempo un alimento que descendía del cielo para nuestras almas. 

Te bendecimos a ti que no contento de haber obrado en la última Cena él más admirable de los prodigios, convirtiendo el pan en tu cuerpo y el vino en tu sangre, quieres también que esta maravilla se renueve en todos los lugares y hasta el fin de los tiempos, para sostener y consolar nuestras almas. Te bendecimos, por no haber puesto ningún límite a nuestro deseo para recurrir a este Pan de vida; sino al contrario, de habernos animado para hacer de Él nuestro sustento habitual, para que no llegásemos a desfallecer en el camino de esta vida. 

Te bendecimos por la generosidad con la que has expuesto hasta tu honor para comunicarnos a nuestras almas, resignándote a las blasfemias de los herejes, a las profanaciones de los malos cristianos, a la indiferencia de los tibios. 

Te bendecimos, Cordero divino, que sellas la nueva Pascua por la efusión de tu sangre y convocas al nuevo Israel a sentarse en la mesa en que se ofrece tu cuerpo sagrado para alimento de tus fieles, que vienen a beber la vida en su misma fuente, y tomar su parte de alegrías inefables de tu Resurrección. 

Te bendecimos, oh Jesús, por haber instituido, en la Eucaristía, no solamente el más noble de los Sacramentos, sino también el más augusto de todos los Sacrificios, aquel por el que podemos ofrecer a la eterna majestad el único homenaje digno de ella, presentarla una acción de gracias proporcionada a sus beneficios, dar una reparación sobreabundante por nuestros pecados, finalmente, pedir y obtener todas las gracias de que tenemos necesidad en nuestra vida. 

Te bendecimos, oh Emmanuel, que en los días de tu vida mortal, has prometido darnos este pan y esta bebida; que, la víspera en que debías sufrir, te has dignado dejar este divino Sacramento como el Testameto de tu amor, y que en las últimas horas de tu estancia visible aquí abajo, has manifestado sus excelencias a tus Apóstoles para que nuestra fe se elevase a la altura del don que nos hacíais. 

Te ofrecemos este homenaje de la fe a tu palabra, ¡oh divino Resucitado! Te confesamos que en este misterio el pan se cambia en tu Cuerpo y el vino en tu Sangre; y nosotros lo creemos así porque lo has dicho y porque nadie es superior a tu poder.


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

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