LA SAGRADA EUCARISTÍA. —
El tercer Sacramento— el de la Eucaristía—tiene una relación muy íntima
con la Pasión del Salvador, ya que su institución estuvo retardada
hasta después de la resurrección. Hemos honrado en el Jueves Santo, el
acto por el cual Jesús preludió el Sacrificio sangriento del día
siguiente, al inaugurar el misterio de su Cuerpo y de su Sangre,
verdaderamente inmolados en la Cena Eucarística. No solamente hemos
visto a los Apóstoles admitidos a participar, en nombre de todas las
generaciones que seguirán hasta el fin de los siglos, del alimento
celestial "que da la vida al mundo'", sino que también hemos oído al
Sacerdote eterno conferirles el poder de hacer en adelante lo que
acababa de hacer Él mismo. El misterio está establecido para siempre, el
sacerdocio nuevo instituido; y Jesús resucitado no hace sino instruir a
sus Apóstoles sobre la naturaleza y la importancia del don que se dignó
hacer a los hombres en esta circunstancia, y sobre la manera de ejercer
el poder que les ha conferido, cuando el Espíritu Santo bajado del
cielo dé a la Iglesia el signo de usar de todas sus prerrogativas.
En la última Cena, los Apóstoles todavía
groseros, preocupados del acontecimiento que se iba a revelar,
inquietos por las palabras de su Maestro que les había advertido que
esta Pascua sería la última que celebraría con ellos, no podían
comprender todo lo que Jesús había hecho por ellos, cuando les dijo:
"Tomad y comed; esto es mi cuerpo; bebedlo todos; esto es mi sangre."
Menos aún habían podido darse cuenta de la amplitud del poder que habían
recibido de renovar el misterio que acaba de operarse ante sus ojos.
Era a Jesús resucitado a quien pertenecía revelar estas maravillas y lo
hace en los días en que nos encontramos. El Sacramento de la Eucaristía
no es ahora instituido, pero es declarado, expuesto, glorificado por la
misma boca de su divino Institutor; y ésta circunstancia contribuye a
hacer más sagrado todavía el período que transcurrimos en este momento.
Entre todos los Sacramentos no hay ninguno que
se le pueda comparar en dignidad; los otros nos transmiten la gracia,
pero este contiene al autor mismo de la gracia; los otros son solamente
Sacramentos, y este es a la vez un Sacramento y un Sacrificio.
Procuraremos desenvolver todas las magnificencias en la fiesta del
Santísimo Sacramento. Hoy solamente debemos rendir el homenaje de
nuestras adoraciones y de nuestro amor a Jesús, "el pan vivo que da la
vida al mundo'" y proclamar su solicitud por sus ovejas, que El parece
abandonar para volver a su Padre, y en medio de las cuales le retiene su
amor bajo este misterio, en el que su presencia, aunque invisible, no
es menos real.
Te bendecimos, pues, Hijo eterno del Padre que
en los divinos oráculos de la antigua alianza, no has ya revelado que
"tus delicias es estar con los hijos de los hombres". Nos lo mostráis
hoy por este Sacramento que concilia vuestra ausencia anunciada y
vuestra permanencia constante en medio de nosotros. Te bendecimos por
haber querido alimentar nuestras almas como alimentas nuestros cuerpos.
En tiempo de Navidad te hemos visto nacer en Belén, que significa la
casa de Pan. Eras un Salvador que nacía entonces por nosotros y era al
mismo tiempo un alimento que descendía del cielo para nuestras almas.
Te bendecimos a ti que no contento de haber
obrado en la última Cena él más admirable de los prodigios, convirtiendo
el pan en tu cuerpo y el vino en tu sangre, quieres también que esta
maravilla se renueve en todos los lugares y hasta el fin de los tiempos,
para sostener y consolar nuestras almas. Te bendecimos, por no haber
puesto ningún límite a nuestro deseo para recurrir a este Pan de vida;
sino al contrario, de habernos animado para hacer de Él nuestro sustento
habitual, para que no llegásemos a desfallecer en el camino de esta
vida.
Te bendecimos por la generosidad con la que has
expuesto hasta tu honor para comunicarnos a nuestras almas,
resignándote a las blasfemias de los herejes, a las profanaciones de los
malos cristianos, a la indiferencia de los tibios.
Te bendecimos, Cordero divino, que sellas la
nueva Pascua por la efusión de tu sangre y convocas al nuevo Israel a
sentarse en la mesa en que se ofrece tu cuerpo sagrado para alimento de
tus fieles, que vienen a beber la vida en su misma fuente, y tomar su
parte de alegrías inefables de tu Resurrección.
Te bendecimos, oh Jesús, por haber instituido,
en la Eucaristía, no solamente el más noble de los Sacramentos, sino
también el más augusto de todos los Sacrificios, aquel por el que
podemos ofrecer a la eterna majestad el único homenaje digno de ella,
presentarla una acción de gracias proporcionada a sus beneficios, dar
una reparación sobreabundante por nuestros pecados, finalmente, pedir y
obtener todas las gracias de que tenemos necesidad en nuestra vida.
Te bendecimos, oh Emmanuel, que en los días de
tu vida mortal, has prometido darnos este pan y esta bebida; que, la
víspera en que debías sufrir, te has dignado dejar este divino
Sacramento como el Testameto de tu amor, y que en las últimas horas de
tu estancia visible aquí abajo, has manifestado sus excelencias a tus
Apóstoles para que nuestra fe se elevase a la altura del don que nos
hacíais.
Te ofrecemos este homenaje de la fe a tu
palabra, ¡oh divino Resucitado! Te confesamos que en este misterio el
pan se cambia en tu Cuerpo y el vino en tu Sangre; y nosotros lo creemos
así porque lo has dicho y porque nadie es superior a tu poder.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
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