EL REINO DE LA FE
TRIUNFO DE CRISTO.—Bajemos
a la tierra nuestras miradas, que han estado fijas en el cielo para
seguir a aquel que nos ha dejado. Busquemos los efectos del misterio de
la Ascensión hasta en nuestra humilde y pobre morada donde el Hijo de
Dios ha dejado de vivir visiblemente. ¡Qué espectáculo tan asombroso
atrae nuestra atención aquí abajo! El mismo Jesús que subió al cielo
este día, sin que la ciudad de Jerusalén se conmoviese, sin que se diese
cuenta de ello, sin que el género humano sintiese la nueva partida de
su divino huésped; ese mismo Jesús, en el simple aniversario de hoy,
diecinueve siglos después del suceso, conmueve aún toda la tierra con el
esplendor de su Ascensión. En estos días aciagos la fe languidece; ¿En
qué región del globo, sin embargo, no hay cristianos, ya sea colectiva o
individualmente?; esto es suficiente para que todo el universo oiga
decir que Jesús subió al cielo y que este día está consagrado a celebrar
su gloriosa Ascensión.
Durante treinta y tres años vivió nuestra vida
en la tierra. La estancia del Hijo eterno de Dios entre nosotros fué ignorada de todas las naciones, salvo una. Esta nación le crucificó; los
gentiles ni siquiera le hubieran mirado; porque "aunque la luz brille
en las tinieblas, las tinieblas no la acogerán" y Dios pudo "venir a su
obra misma y no ser acogido por los suyos". Para el corazón del pueblo
preparado para su visita, su palabra fue esta simiente que cae en
terreno pedregoso y no germina, que cae entre espinas y es sofocada y
que encuentra apenas un rincón de tierra buena donde pueda fructificar.
Si a fuerza de paciencia y de bondad mantiene a su lado algunos
discípulos, su confianza en él permaneció débil, vacilante, siempre
dispuesta a extinguirse.
Sin embargo, después de la predicación de los
Apóstoles, el nombre y gloria de Jesús son conocidos en todas partes; en
todas lenguas, en todas razas, es proclamado el Hijo de Dios encarnado;
tanto los pueblos civilizados como los bárbaros han venido a él; se
celebra su nacimiento en el establo de Bethléhem, su muerte dolorosa en
la cruz donde pagó el rescate del mundo, su resurrección que confirmó la
misión divina que vino a cumplir; en fin, su Ascensión por la que se
sentó el Hombre-Dios a la derecha de su Padre. En todo el universo la
voz de la Iglesia hizo resonar el misterio de la gloriosa Trinidad, que
vino a revelar al mundo. La Iglesia que fundó, enseña en todas las
naciones la verdad revelada, y en todas encuentra almas dóciles que
repiten su símbolo.
LA FE. — ¿Cómo se
cumplió esta maravilla?, ¿cómo perseveró y persevera después de XX
siglos? Jesús, que sube al cielo, nos lo explica con una palabra: "Me
voy, dice, y os es ventajoso que me vaya" (S. Juan, XVI, 7). ¿Qué quiere decir, sino que
en nuestro estado actual hay para nosotros algo más ventajoso que su
presencia? Esta vida no es el momento de verle y contemplarle; para
conocerle y gustarle aún en su naturaleza humana es necesario otro
elemento: es la fe. Ahora bien, la fe en los misterios del Verbo
Encarnado no comienza a reinar en la tierra, sino en el momento de dejar
de ser visible aquí abajo.
¿Quién podrá explicar la fuerza triunfante de
la fe? San Juan le da un nombre glorioso. "La fe, dice, es la victoria
que humilla al mundo a nuestros pies" (S. Juan, V, 4). Ella es quien humilló ante los
pies de nuestro divino Jefe, ausente de este mundo, la potestad, el
orgullo y las supersticiones de la antigua sociedad; y el homenaje ha
subido hasta el trono donde tomó asiento hoy Jesús, Hijo de Dios y de
María.
ENSEÑANZAS DE SAN LEÓN.
— San León Magno, intérprete del misterio de la Encarnación, comprendió
esta doctrina con su penetración habitual y la expresó con la
elocuencia que le es familiar. "Después de haber cumplido la predicación
del Evangelio y misterios de la Nueva Alianza, dice, Jesucristo nuestro
Señor, subiendo al cielo ante las miradas de sus discípulos, puso
término a su presencia corporal y debe permanecer a la derecha de su
Padre hasta que se cumpla el tiempo destinado a la multiplicación de los
hijos de la Iglesia; después vendrá como juez de vivos y muertos, con
la misma carne con que subió. Así, todo lo que era visible aquí de
nuestro Redentor pasó al orden de los misterios; y para hacer la fe más
excelente y más fime, la vista fue reemplazada por una enseñanza, cuya
autoridad, rodeada de una irradiación celestial, arrastra los corazones
de los creyentes.
"Por la virtud de esta fe, cuya energía aumentó
la Ascensión del Señor y que el Espíritu Santo vino a fortificar, ni
las cadenas, ni los calabozos, ni el destierro, ni el hambre, ni las
hogueras, ni los dientes de las fieras feroces, ni los suplicios
inventados por la crueldad de los perseguidores pudieron asustar a los
cristianos. Por la fidelidad en esta fe, todo el mundo, no solamente los
hombres, sino también las mujeres, no sólo los niños y adolescentes,
sino jóvenes delicados, combatieron hasta el derramamiento de su sangre.
Esta es la fe que arrojó a los demonios, hizo desaparecer las
enfermedades y resucitó a los muertos. Después vimos a los Apóstoles,
que, después de haber sido confirmados por tantos milagros, instruidos
con tantos discursos del Señor, se horrorizaron por la indignidad de su
Pasión y no aceptaron la verdad de su Resurrección hasta después de
titubear, les vimos cambiados inmediatamente después de su Ascensión, de
tal modo, que las cosas que hasta entonces no les inspiraban más que
terror, de repente son causa de alegría. Toda la fortaleza de la mirada
de su alma se dirigió a la divinidad del que está sentado a la derecha
del Padre; la vista de su cuerpo no quitaba la viveza de su ojo desde
que comprendieron el Misterio y llegaron a entender que al descender de
los cielos no se separó de su Padre y que al subir no dejaba solos a sus
discípulos.
El momento en que el Hijo del Hombre, e Hijo de
Dios, se manifestó de una manera más excelente y más augusta es aquel
en que se retiró a la gloria y majestad de su Padre; porque entonces es
cuando, por un proceso inefable, se hizo más presente por su divinidad a
medida que su humanidad se alejaba más de nosotros. Entonces la fe, más
iluminada que el ojo terrestre, se ha acercado con paso firme a aquel
que es el Hijo igual al Padre, ella, que no ha tenido necesidad de
palpar en Cristo esta naturaleza humana por la que es inferior a él. La
sustancia de este cuerpo glorificado ha permanecido la misma; pero la fe
de los creyentes tenía en adelante su cita allí donde, no una mano de
carne, sino una inteligencia espiritual es admitida a tocar al Hijo
igual al Padre. De ahí que el Señor resucitado, cuando María Magdalena,
que representaba a la Iglesia, se lanzó para asir sus pies, la detuvo
con estas palabras: "No me toques, porque no he subido todavía a mi
Padre"; como si dijese: "No quiero que llegues a Mí por un camino
sensible, ni que me reconozcas por contacto humano; te he reservado a
una experiencia más sublime; he preparado para ti una suerte digna de
envidia. Cuando haya subido a mi Padre, entonces me comprenderás, pero
de una manera más perfecta y verdadera, porque, siendo los sentidos
sobrepasados, la fe te revelará lo que los ojos no verán aún".
BENEFICIOS DE LA FE.
— Con la partida del Señor se inauguró este reino de la fe que debe
prepararnos para ver eternamente el supremo bien; y esta fe dichosa que
es nuestro elemento, nos da, al mismo tiempo, toda la luz compatible con
nuestra débil condición para entender y adorar al Verbo consustancial
al Padre y para tener conocimiento de los misterios que el Verbo
Encarnado obró aquí en su humanidad. Muchos siglos nos separan del
momento en que se hizo visible en la tierra y le conocemos mejor que le
conocieron y le gustaron sus propios discípulos antes de la Ascensión en
el Monte de los Olivos. Nos convenía, ciertamente, que se alejase; su
presencia hubiera impedido el desarrollo de nuestra fe, y nuestra fe
sola podía llenar el intervalo que le separa de nosotros, hasta que
entremos "en el interior del velo".
¡Cuán profunda es la ceguera de esos hombres
que no sienten el poder sobrehumano de este elemento de la fe, por el
que el mundo fue no solamente vencido, sino transformado! Pretenden
haber descubierto la composición de los evangelios y no ven este
Evangelio viviente salido de diez y nueve siglos de fe unánime, salido
de la confesión generosa de tantos millones de mártires, de la santidad
de tantos justos, de la conversión sucesiva de tantas naciones,
comenzando por las más civilizadas y acabando por las más bárbaras.
Aquel que, después de haber visitado un rincón de esta tierra durante
algunos años, bastó que desapareciera para atraer a sí la fe de los más
grandes genios como la de los corazones más sencillos y rectos,
seguramente que es lo que nos ha dicho que era: el Hijo eterno de Dios.
¡Gloria y acción de gracias te sean dadas, Señor, que para consolarnos
de tu partida nos has dado la fe por la cual el ojo de nuestra alma se
purifica, la esperanza de nuestro corazón se inflama y las realidades
divinas que poseemos las sentimos en todo su poder! Conserva en nosotros
este don precioso de tu bondad completamente gratuita, acreciéntale
sin cesar; haz que se abra en toda su madurez, en el momento solemne que
ha de preceder a aquel en que te reveles a nosotros cara a cara.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
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