El quinto domingo después de Pascua, es llamado en la
Iglesia griega, el domingo del Ciego de nacimiento, porque en él se lee
el relato del Evangelio en que se refiere la curación de este ciego. Se
llama también el domingo del Episozomeno, que es uno de los nombres con
el que los griegos designan el misterio de la Ascensión, cuya
solemnidad, entre ellos como entre nosotros, interrumpe el curso de esta
semana litúrgica.
MISA
Isaías presenta la materia del Introito. Su voz
convida a todas las naciones de la tierra a celebrar la victoria que
Cristo resucitado ha traído y cuyo precio ha sido nuestra liberación.
INTROITO
Anunciadlo con voz jocunda, y sea oído,
aleluya: anunciadlo hasta el fin de la tierra: el Señor ha libertado a
su pueblo, aleluya, aleluya. — Salmo: Canta jubilosa a Dios, tierra
toda, decid un salmo a su nombre: glorificad su alabanza. V. Gloria al
Padre.
En la Colecta la Santa Iglesia nos enseña que
nuestros pensamientos y nuestras acciones, para ser meritorias para la
vida eterna, necesitan de la gracia que inspire las unas y ayude nuestra
voluntad para cumplir las otras.
COLECTA
Oh Dios, de quien proceden todos los bienes:
danos, a los que te suplicamos, la gracia de que, con tu inspiración,
pensemos lo que es recto, y de que, con tu dirección, lo hagamos. Por el
Señor.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. Santiago.
Carísimos: Sed obradores de la palabra, y no
sólo oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque, si alguien es oidor
de la palabra, y no obrador, este tal será comparado a un hombre que
contempla en un espejo su rostro natural: se mira, y se va, y al punto
se olvida de cómo es. Mas, el que contemplare la ley perfecta de la
libertad, y perseverare en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino
hacedor de obra, este tal será bienaventurado en su acción. Y, si
alguien cree que es religioso, no refrenando su lengua, sino engañando a
su corazón, la religión de ese tal es vana. La religión pura e
inmaculada ante Dios y el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos, y a
las viudas, en su tribulación, y conservarse inmaculado de este mundo.
LAS OBLIGACIONES DE NUESTRA VIDA NUEVA.
— El Santo Apóstol, cuyos consejos acabamos de escuchar, había recibido
las enseñanzas del Salvador resucitado; no debemos, pues, admirarnos
del tono autoritario con que nos habla. También Jesús se había dignado
concederle una de sus manifestaciones particulares: esto nos demuestra
el afecto con que distinguía a este apóstol, al que le unían los lazos
de la sangre por su madre, llamada también María. Hemos visto a esta
santa mujer dirigirse al sepulcro, con Salomé su hermana, en compañía de
Magdalena. Santiago el Menor es verdaderamente el Apóstol del Tiempo
Pascual, en que todo nos habla de la vida nueva que debemos llevar con
Cristo resucitado. Es el Apóstol de las obras y quien nos ha trasmitido
esta máxima fundamental del cristianísimo, que si la fe es necesaria
ante todo para el ¡cristiano, esta virtud, sin las obras, es una fe
muerta que no puede salvarle.
Insiste hoy sobre la obligación que tenemos de
cultivar en nosotros mismos la atención a las verdades que primeramente
hemos comprendido y de mantenernos en guardia contra este olvido
culpable que causa tantos estragos en las almas inconsideradas. Entre
estos en quienes se ha realizado el misterio de la Pascua, algunos no
perseverarán en él; y les sucederá esta desdicha porque se entregaron al
mundo, en lugar de usar del mundo como si no usasen. Recordemos siempre
que debemos caminar en una vida nueva, a imitación de aquella de Jesús
resucitado que no puede ya morir.
Los dos versículos del Aleluya celebran el
esplendor de su resurrección; pero en ellos ya se anuncia su Ascensión
próxima. Salido del Padre eternamente, bajado en el tiempo hasta nuestra
terrestre morada, nos advierte que dentro de pocos días va a remontarse
a su Padre.
Aleluya, aleluya. V. Resucitó Cristo, y nos
iluminó a los que redimió con su sangre. Aleluya. V. Salí del Padre, y
vine al mundo: otra vez dejo el mundo, y voy al Padre. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: En
verdad, en verdad os digo: Si pidiereis algo al Padre en mi nombre, os
lo dará. Hasta ahora no le habéis pedido nada: Pedid, y recibiréis, para
que vuestro gozo sea pleno. Os he dicho estas cosas en proverbios. Ya
llega la hora en que no os hablaré en proverbios, sino que os hablaré
claramente del Padre. En aquel día pediréis en nombre mío: y no os digo
que yo rogaré al Padre por vosotros: porque el mismo Padre os ama,
porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí del Padre.
Salí del Padre, y vine al mundo: otra vez dejo el mundo, y voy al Padre.
Dijéronle sus discípulos: He aquí que ahora hablas claramente, y no
dices ningún proverbio. Ahora sabemos que lo sabes todo, y no es preciso
que nadie te pregunte: en esto creemos que has salido de Dios.
EL ADIÓS DE CRISTO.
— Cuando el Salvador, en la última Cena, anunció de este modo a sus
apóstoles su próxima partida, estos estaban aún lejos de comprender lo
que significaba. Con todo; ya creían "que había salido de Dios". Pero
esta creencia era vacilante, ya que no debía tener una realización
inmediata. En los días en que nos encontramos, rodeando a su Maestro
resucitado, iluminados por sus palabras, lo llegan a comprender mejor.
Ha llegado el momento "en que no les habla ya en parábolas"; hemos visto
qué enseñanzas les da, cómo, les prepara para ser los doctores del
mundo. Ahora pueden decirle: "Oh Maestro, verdaderamente has salido de
Dios." Pero por esto mismo comprenden ya la pérdida de que son
amenazados; tiene la idea del vacío inmenso que su ausencia les hará
sentir.
Jesús comienza a recoger el fruto que su divina
bondad sembró en ellos y que esperó con una paciencia tan inefable. Si
en el Cenáculo el Jueves Santo les felicitaba ya por su fe; ahora que le
han visto resucitado, que le han oído, merecen sus elogios pero de un
modo muy distinto, porque se han hecho más firmes y más fieles. "El Padre
os ama—les decía entonces—porque vosotros me amáis"; ¿cuánto más debe
amarlos el Padre ahora que su amor se ha acrecentado? Estas palabras
deben infundirnos también a nosotros esperanza. Antes de la Pascua
nosotros amábamos flojamente al Salvador, estábamos vacilantes en su
servicio; ahora que hemos sido instruidos por Él, fortalecidos por sus
misterios, podemos esperar que el Padre nos amará, porque nosotros
amamos más, amamos mejor a su Hijo. Este divino Redentor nos invita a
pedir al Padre en su nombre todas nuestras necesidades. La primera de
todas es nuestra perseverancia en el espíritu de la Pascua; insistamos
para obtenerla y ofrecazmos a esta intención la Santa Víctima que dentro
de pocos instantes será presentada sobre el altar.
El Ofertorio, tomado de los Salmos, es canto de
acción de gracias. El fiel, unido a Jesús resucitado, le ofrece a Dios
que se ha dignado estabilizarle en la vida nueva, haciéndole partícipe
de sus misericordias las más escogidas.
OFERTORIO
Bendecid, gentes, al Señor nuestro Dios, y
haced oír la voz de su alabanza: El dio vida a mi alma, y no permitió
que resbalaran mis pies: bendito sea el Señor, que no desoyó mi oración,
ni alejó su misericordia de mí, aleluya.
En la Secreta, la Iglesia pide para nosotros la
entrada en la gloria celestial cuyo atrio es la Pascua terrestre. Todos
los misterios obrados aquí abajo tienen por fin santificarnos, para
prepararnos a la visión y la posesión eterna de Dios.
SECRETA
Recibe, Señor, las preces de los fieles con las
oblaciones de las hostias: para que, por estos actos de nuestra piadosa
devoción, pasemos a la celeste gloria. Por el Señor.
La Antífona de la Comunión es un cántico de júbilo que expresa la alegría continua de la Pascua.
COMUNIÓN
Cantad al Señor, aleluya: cantad al Señor, y bendecid su nombre: anunciad bien de día en día su salud, aleluya, aleluya.
La Santa Iglesia nos sugiere en la Poscomunión
la fórmula de nuestras súplicas a Dios. Es necesario desear el bien;
pidamos este deseo y continuemos nuestra oración hasta que el bien mismo
nos llegue. La gracia descenderá entonces y ella hará en nosotros que
no la despreciemos.
POSCOMUNIÓN
Danos, Señor, a los saciados con la virtud de
la mesa celestial, el desear lo que es recto, y el conseguir lo deseado.
Por el Señor.
Año Litúrgico de Guéranger
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