lunes, 22 de mayo de 2017

EL MARTES DE ROGATIVAS. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

ORACIÓN POR LOS PECADORES. — Todavía continúan hoy las súplicas de la Iglesia y el ejército del Señor recorre por segunda vez las calles de las ciudades y los caminos de la campiña. Unámonos a él y hagamos oír este grito que penetra el cielo, ¡Kyrie eleison! ¡Señor, tened piedad! pensemos en el número inmenso de pecados que cada día y cada noche se cometen e imploramos misericordia. En los días del diluvio "toda carne había corrompido su camino"; pero los hombres no pensaron en pedir gracia al cielo. "El diluvio vino y les perdió a todos", dice el Señor. Si hubiesen orado, si hubiesen hecho penitencia aceptable a la divina justicia, la mano de Dios se hubiera detenido; no hubiera desencadenado sobre la tierra las cataratas del gran abismo. También vendrá un día en que no las aguas, pero un fuego atizado por la cólera celestial abrasará esta tierra que hollamos. Abrasará hasta las raíces de los montes y devorará a los pecadores sorprendidos en su falsa seguridad, como sucedió en los días de Noé. 


Pero antes la Santa Iglesia, oprimida por sus enemigos, diezmada por el martirio de sus hijos, agotada por las defecciones, privada de todo apoyo terreno, sentirá que se acerca el día, porque la oración como la fe se enrarecerá. Velemos, pues y oremos, para que estos días de la consumación sean retrasados, para que la vida cristiana tan agotada, tome un poco de vigor y que este mundo envejecido no desaparezca en nuestros tiempos. Todavía lo llenamos todo, pero el número de los nuestros ha disminuido visiblemente. 


La herejía ocupa extensas regiones en que antes florecía la catolicidad; en los países perdonados por la herejía, la incredulidad y la indiferencia han arrastrado a la mayor parte de los hombres a no ser cristianos más que de nombre y a quebrantar sin remordimientos los deberes religiosos los más esenciales; entre un gran número de aquellos que cumplen todavía las obligaciones de católicos, las verdades son enrarecidas, la energía de la fe ha sido suplantada por la molicie en las convicciones, se han intentado y seguido conciliaciones imposibles, los sentimientos y las acciones de los santos que animaba el espíritu de Dios, los actos y las enseñanzas de la Iglesia son tachadas de exageración y de incompatibilidad con un pseudo progreso; la búsqueda de placeres ha llegado a constituir un estudio serio, el anhelo de bienes terrenales una noble pasión, la independencia un ídolo al que se sacrifica todo, la sumisión una humillación que es necesario huir o disimular; finalmente el sensualismo, impregna por doquier, como atmósfera nauseabunda, una sociedad que se diría ha resuelto abolir hasta el recuerdo de la Cruz. 


De aquí provienen tantos peligros para esta sociedad que anhela otras condiciones distintas de aquellas que Dios la impuso. Si el Evangelio es divino, ¿cómo podrán los hombres anularle sin provocar al cielo a lanzar sobre ellos sus iras que aniquilan cuando no salvan? Seamos justos y sepamos reconocer nuestras miserias ante la soberana santidad: los pecados de la tierra se multiplican en número y en intensidad de una manera alarmante; y sin embargo en el cuadro que acabamos de trazar, no hemos hablado ni de la impiedad desenfrenada, ni de las enseñanzas perversas cuyo virus circula por doquier, ni de los pactos con Satanás que amenaza hacer descender a nuestro siglo al nivel de los siglos paganos, ni de la conspiración tenebrosa organizada contra todo orden, toda justicia, toda verdad. Una vez más, unámonos a la Santa Iglesia, y exclamemos con ella en estos días: "De vuestra cólera, ¡líbranos, Señor!" 


ORACIÓN POR LOS BIENES DE LA TIERRA. — Otro de los fines de las Rogativas es atraer la bendición de Dios sobre las mieses y los frutos de la tierra; es la petición del pan cuotidiano, la que trata de presentar solemnemente a la majestad divina. "Todos los seres—dice el Salmista—elevan con esperanza sus ojos hacia ti, Señor y tú les das el sustento en la estación conveniente; tú abres la mano y extiendes tu bendición sobre todo lo que alienta". 


Apoyada en estas palabras, la Santa Iglesia suplica al Señor, dé también este año a los habitantes de la tierra el sustento que necesitan. Confiesa que son indignos por sus ofensas; reconozcamos con ella los derechos de la divina justicia sobre nosotros y conjurémosla se deje vencer por la misericordia. Las calamidades que podrían malograr las esperanzas orgullosas del hombre están en la mano de Dios; no supondría para él ningún esfuerzo pulverizar tan halagüeñas esperanzas; una perturbación en la atmósfera bastaría para desolar a los pueblos. Pretenda lo que quiera la ciencia económica: de bueno o mal grado necesita contar con Dios. 


Ella habla de él pocas veces; parece consentir en olvidarse; pero "no duerme aquel que guarda a Israel". Si él retiene su mano bienhechora, nuestros trabajos agrícolas—en los que estamos tan confiados—nuestros cultivos—con cuya ayuda nosotros nos vanagloriamos de hacer imposible la carestía—inmediatamente se esterilizan. Vendrá de repente una peste cuyo origen permanece desconocido—así lo hemos visto—sobre los frutos de la tierra, y esto será lo bastante para hambrear los pueblos, para acarrear las más terribles perturbaciones en un orden social que se ha manumitido de la ley cristiana y no tiene otra razón para subsistir que la compasión divina. 


Y con todo, si el Señor se digna también este año dar fecundidad y protección a las mieses que nuestras manos han sembrado, entonces se podrá decir que habrá dado el sustento a aquellos que le olvidan, a aquellos que le blasfeman, como a aquellos que piensan en él y le honran. 


Los ciegos y los perversos, abusando de esta longanimidad, se aprovechan para proclamar cada vez más alto la inviolabilidad de las fuerzas de la naturaleza; Dios continuará callando y les alimentará. ¿Por qué contiene su indignación? Es porque su Iglesia ha orado, es que ha reconocido sobre la tierra los diez justos es decir, el contingente tan débil con el que se contenta en su adorable bondad. El dejará pues hablar y escribir a estos sabios economistas a quienes les sería tan fácil confundir. Por esta paciencia sucede que muchos se dejan llevar por los caminos del absurdo; una circunstancia inesperada les abrirá los ojos y algún día creerán y orarán con nosotros. Otros se hundirán cada vez más en sus tinieblas: desafiarán a la justicia divina hasta el fin y merecerán que se cumpla sobre ellos este terrible oráculo: "El Señor ha hecho todas las cosas para él y el impío para el día aciago". 


Para nosotros que nos gloriamos de la simplicidad de nuestra fe, que esperamos todo de Dios y nada de nosotros mismos, que nos reconocemos pecadores e indignos de sus dones, pediremos durante estos tres días, el pan de su piedad y diremos con la Santa Iglesia: "Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra: Señor, te lo suplicamos, óyenos." ¡Que se digne oír úna vez más el clamor de nuestra angustia! En este mismo año volveremos a dirigirle la misma súplica. Caminando bajo el estandarte de la cruz, correremos también los mismos senderos haciendo resonar en los aires las mismas Letanías, y nuestra confianza se fortalecerá más y más, con el pensamiento de que por toda la cristiandad, la Iglesia conduce sus hijos en esta marcha suplicante. Después de quince siglos, el Señor está acostumbrado a recibir los votos de sus fieles en esta época del año; no querramos nosotros en adelante disminuir los homenajes que le son debidos, y esforcémonos por suplir, por el fervor de nuestras oraciones, la indiferencia y la pereza que se unen con frecuencia, para hacer desaparecer de nuestras costumbres tantos signos de catolicidad que fueron apreciados por nuestros padres.


Año Litúrgico de Guéranger 




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