ORACIÓN POR LOS PECADORES.
— Todavía continúan hoy las súplicas de la Iglesia y el ejército del
Señor recorre por segunda vez las calles de las ciudades y los caminos
de la campiña. Unámonos a él y hagamos oír este grito que penetra el
cielo, ¡Kyrie eleison! ¡Señor, tened piedad! pensemos en el número
inmenso de pecados que cada día y cada noche se cometen e imploramos
misericordia. En los días del diluvio "toda carne había corrompido su
camino"; pero los hombres no pensaron en pedir gracia al cielo. "El
diluvio vino y les perdió a todos", dice el Señor. Si hubiesen orado,
si hubiesen hecho penitencia aceptable a la divina justicia, la mano de
Dios se hubiera detenido; no hubiera desencadenado sobre la tierra las
cataratas del gran abismo. También vendrá un día en que no las aguas,
pero un fuego atizado por la cólera celestial abrasará esta tierra que
hollamos. Abrasará hasta las raíces de los montes y devorará a los
pecadores sorprendidos en su falsa seguridad, como sucedió en los días
de Noé.
Pero antes la Santa Iglesia, oprimida por sus
enemigos, diezmada por el martirio de sus hijos, agotada por las
defecciones, privada de todo apoyo terreno, sentirá que se acerca el
día, porque la oración como la fe se enrarecerá. Velemos, pues y oremos,
para que estos días de la consumación sean retrasados, para que la vida
cristiana tan agotada, tome un poco de vigor y que este mundo
envejecido no desaparezca en nuestros tiempos. Todavía lo llenamos todo,
pero el número de los nuestros ha disminuido visiblemente.
La herejía ocupa extensas regiones en que antes
florecía la catolicidad; en los países perdonados por la herejía, la
incredulidad y la indiferencia han arrastrado a la mayor parte de los
hombres a no ser cristianos más que de nombre y a quebrantar sin
remordimientos los deberes religiosos los más esenciales; entre un gran
número de aquellos que cumplen todavía las obligaciones de católicos,
las verdades son enrarecidas, la energía de la fe ha sido suplantada por
la molicie en las convicciones, se han intentado y seguido
conciliaciones imposibles, los sentimientos y las acciones de los santos
que animaba el espíritu de Dios, los actos y las enseñanzas de la
Iglesia son tachadas de exageración y de incompatibilidad con un pseudo
progreso; la búsqueda de placeres ha llegado a constituir un estudio
serio, el anhelo de bienes terrenales una noble pasión, la independencia
un ídolo al que se sacrifica todo, la sumisión una humillación que es
necesario huir o disimular; finalmente el sensualismo, impregna por
doquier, como atmósfera nauseabunda, una sociedad que se diría ha
resuelto abolir hasta el recuerdo de la Cruz.
De aquí provienen tantos peligros para esta
sociedad que anhela otras condiciones distintas de aquellas que Dios la
impuso. Si el Evangelio es divino, ¿cómo podrán los hombres anularle sin
provocar al cielo a lanzar sobre ellos sus iras que aniquilan cuando no
salvan? Seamos justos y sepamos reconocer nuestras miserias ante la
soberana santidad: los pecados de la tierra se multiplican en número y
en intensidad de una manera alarmante; y sin embargo en el cuadro que
acabamos de trazar, no hemos hablado ni de la impiedad desenfrenada, ni
de las enseñanzas perversas cuyo virus circula por doquier, ni de los
pactos con Satanás que amenaza hacer descender a nuestro siglo al nivel
de los siglos paganos, ni de la conspiración tenebrosa organizada contra
todo orden, toda justicia, toda verdad. Una vez más, unámonos a la
Santa Iglesia, y exclamemos con ella en estos días: "De vuestra cólera,
¡líbranos, Señor!"
ORACIÓN POR LOS BIENES DE LA TIERRA.
— Otro de los fines de las Rogativas es atraer la bendición de Dios
sobre las mieses y los frutos de la tierra; es la petición del pan
cuotidiano, la que trata de presentar solemnemente a la majestad divina.
"Todos los seres—dice el Salmista—elevan con esperanza sus ojos hacia
ti, Señor y tú les das el sustento en la estación conveniente; tú abres
la mano y extiendes tu bendición sobre todo lo que alienta".
Apoyada en estas palabras, la Santa Iglesia
suplica al Señor, dé también este año a los habitantes de la tierra el
sustento que necesitan. Confiesa que son indignos por sus ofensas;
reconozcamos con ella los derechos de la divina justicia sobre nosotros y
conjurémosla se deje vencer por la misericordia. Las calamidades que
podrían malograr las esperanzas orgullosas del hombre están en la mano
de Dios; no supondría para él ningún esfuerzo pulverizar tan halagüeñas
esperanzas; una perturbación en la atmósfera bastaría para desolar a los
pueblos. Pretenda lo que quiera la ciencia económica: de bueno o mal
grado necesita contar con Dios.
Ella habla de él pocas veces; parece consentir
en olvidarse; pero "no duerme aquel que guarda a Israel". Si él retiene
su mano bienhechora, nuestros trabajos agrícolas—en los que estamos tan
confiados—nuestros cultivos—con cuya ayuda nosotros nos vanagloriamos
de hacer imposible la carestía—inmediatamente se esterilizan. Vendrá de
repente una peste cuyo origen permanece desconocido—así lo hemos
visto—sobre los frutos de la tierra, y esto será lo bastante para
hambrear los pueblos, para acarrear las más terribles perturbaciones en
un orden social que se ha manumitido de la ley cristiana y no tiene otra
razón para subsistir que la compasión divina.
Y con todo, si el Señor se digna también este
año dar fecundidad y protección a las mieses que nuestras manos han
sembrado, entonces se podrá decir que habrá dado el sustento a aquellos
que le olvidan, a aquellos que le blasfeman, como a aquellos que piensan
en él y le honran.
Los ciegos y los perversos, abusando de esta
longanimidad, se aprovechan para proclamar cada vez más alto la
inviolabilidad de las fuerzas de la naturaleza; Dios continuará callando
y les alimentará. ¿Por qué contiene su indignación? Es porque su
Iglesia ha orado, es que ha reconocido sobre la tierra los diez justos
es decir, el contingente tan débil con el que se contenta en su adorable
bondad. El dejará pues hablar y escribir a estos sabios economistas a
quienes les sería tan fácil confundir. Por esta paciencia sucede que
muchos se dejan llevar por los caminos del absurdo; una circunstancia
inesperada les abrirá los ojos y algún día creerán y orarán con
nosotros. Otros se hundirán cada vez más en sus tinieblas: desafiarán a
la justicia divina hasta el fin y merecerán que se cumpla sobre ellos
este terrible oráculo: "El Señor ha hecho todas las cosas para él y el
impío para el día aciago".
Para nosotros que nos gloriamos de la
simplicidad de nuestra fe, que esperamos todo de Dios y nada de nosotros
mismos, que nos reconocemos pecadores e indignos de sus dones,
pediremos durante estos tres días, el pan de su piedad y diremos con la
Santa Iglesia: "Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra: Señor,
te lo suplicamos, óyenos." ¡Que se digne oír úna vez más el clamor de
nuestra angustia! En este mismo año volveremos a dirigirle la misma
súplica. Caminando bajo el estandarte de la cruz, correremos también los
mismos senderos haciendo resonar en los aires las mismas Letanías, y
nuestra confianza se fortalecerá más y más, con el pensamiento de que
por toda la cristiandad, la Iglesia conduce sus hijos en esta marcha
suplicante. Después de quince siglos, el Señor está acostumbrado a
recibir los votos de sus fieles en esta época del año; no querramos
nosotros en adelante disminuir los homenajes que le son debidos, y
esforcémonos por suplir, por el fervor de nuestras oraciones, la
indiferencia y la pereza que se unen con frecuencia, para hacer
desaparecer de nuestras costumbres tantos signos de catolicidad que
fueron apreciados por nuestros padres.
Año Litúrgico de Guéranger
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