La inefable sucesión de los misterios del Hombre-Dios está a punto de recibir su último complemento. Pero el gozo de la
tierra ha subido hasta los cielos; las jerarquías angélicas se disponen a
recibir al jefe que les fue prometido, y sus príncipes están esperando a
las puertas, prestos a levantarlas cuando resuene la señal de la
llegada del triunfador. Las almas santas, libertadas del limbo hace
cuarenta días, aguardan el dichoso momento en que el camino del cielo,
cerrado por el pecado, se abra para que puedan entrar ellas en pos de su
Redentor. La hora apremia, es tiempo que el divino Resucitado se
muestre y reciba los adioses de los que le esperan hora por hora y a
quienes Él dejará aún en este valle de lágrimas.
EN EL CENÁCULO. —
Súbitamente aparece en medio del Cenáculo. El corazón de María ha
saltado de gozo, los discípulos y las santas mujeres adoran con ternura
al que se muestra aquí abajo por última vez. Jesús se digna tomar
asiento en la mesa con ellos; condesciende hasta tomar parte aún en una
cena, pero ya no con el fin de asegurarles su resurrección, pues sabe
que no dudan; sino que en el momento de ir a sentarse a la diestra del
Padre, quiere darles esta prueba tan querida de su divina familiaridad.
¡Oh cena inefable, en que María goza por última vez en este mundo del
encanto de sentarse al lado de su Hijo, en que la Iglesia representada
por los discípulos y por las santas mujeres está aún presidida
visiblemente por su Jefe y su Esposo!
¿Quién podría expresar el respeto, el
recogimiento, la atención de los comensales y describir sus miradas
fijas con tanto amor sobre el Maestro tan amado? Anhelan oír una vez más
su palabra; ¡les será tan grata en estos momentos de despedida!... Por
fin Jesús comienza a hablar; pero su acento es más grave que tierno.
Comienza echándoles en cara la incredulidad con que acogieron la noticia
de su resurrección. En el momento de confiarles la más imponente misión
que haya sido transmitida a los hombres, quiere invitarles a la
humildad. Dentro de pocos días serán los oráculos del mundo, el mundo
creerá sus palabras y creerá lo que él no ha visto, lo que sólo ellos
han visto.
La fe pone a los hombres en relación con Dios; y
esta fe no la han tenido, desde el principio, ellos mismos: Jesús
quiere recibir de ellos la última reparación por su incredulidad pasada,
a fin de establecer su apostolado sobre la humildad.
LA EVANGELIZACIÓN DEL MUNDO.
Tomando enseguida el tono de autoridad que a él sólo conviene, les
dice: "Id al mundo entero, predicad el Evangelio a toda creatura. El que
crea y se bautice, se salvará; el que no crea, se condenará". Y esta
misión de predicar el Evangelio en el mundo entero; ¿cómo la cumplirán?
¿Por qué medio tratarán de acreditar su palabra? Jesús se lo indica: "He
aquí los milagros que acompañarán a los que creyeren: arrojarán los
demonios en mi nombre; hablarán nuevas lenguas; tomarán las serpientes
con la mano; si bebieren algún veneno, no les dañará; impondrán sus
manos sobre los enfermos, y los enfermos sanarán".
Quiere que el milagro sea el fundamento de su
Iglesia como Él mismo lo escogió para que fuese el argumento de su
misión divina. La suspensión de las leyes de la naturaleza anuncia a los
hombres que el autor de la naturaleza va a hablar; a ellos sólo les
toca entonces escuchar y someterse humildemente.
He aquí pues a estos hombres desconocidos del
mundo, desprovistos de todo medio humano, investidos de la misión de
conquistar la tierra y de hacer reinar en ella a Jesucristo. El mundo
ignora hasta su existencia; sobre su trono, Tiberio, que vive entre el
pavor de las conjuraciones no sospecha en absoluto esta expedición de un
nuevo género que va a abrirse y llegará a conquistar al imperio romano.
Pero a estos guerreros les hace falta una armadura, y una armadura de
temple celestial. Jesús les anuncia que están para recibirla. "Quedaos
en la ciudad, les dice, hasta que hayáis sido revestidos de el poder de
lo alto". ¿Cuál es, pues, esta armadura? Jesús se lo va a explicar. Les
recuerda la promesa del Padre, "esta promesa, dice, que habéis oído de
mi boca. Juan ha bautizado en agua; pero vosotros, dentro de pocos días,
seréis bautizados en el Espíritu Santo".
HACIA EL MONTE DE LOS OLIVOS. — Pero la hora de
la separación ha llegado. Jesús se levanta y todos los asistentes se
disponen a seguir sus pasos. Ciento veinte personas se encontraban
reunidas allí con la madre del triunfador que el cielo reclamaba. El
Cenáculo estaba situado sobre el monte Sión, una de las colinas que
cerraba el cerco de Jerusalén. El cortejo atraviesa una parte de la
ciudad, dirigiéndose hacia la puerta oriental que se abre sobre el valle
de Josafat. Es la última vez que Jesús recorre las calles de la ciudad
réproba. Invisible en adelante a los ojos de este pueblo que ha renegado
de Él, avanza al frente de los suyos, como en otro tiempo la columna
luminosa que dirigió los pasos del pueblo israelita.
¡Qué bella e imponente es esta marcha de María,
de los discípulos y de las santas mujeres, en pos de Jesús que no debe
detenerse más que en el cielo, a la diestra del Padre! La piedad de la
edad media la celebraba en otro tiempo por una solemne procesión que
precedía a la Misa de este gran día. Dichosos siglos, en que los
cristianos deseaban seguir cada uno de los pasos del Redentor y no
sabían contentarse, como nosotros, de algunas vagas nociones que no
pueden engendrar más que una piedad vaga como ellas.
LA ALEGRÍA DE MARÍA.-—Se
pensaba también entonces en los sentimientos que debieron ocupar el
corazón de María durante los últimos instantes que gozó de la presencia
de su hijo. Se preguntaba qué era lo que más pesaba en su corazón
maternal, si la tristeza de no ver más a Jesús, o la dicha de sentir que
iba por fin a entrar en la gloria que le era debida. La respuesta venía
al punto al pensamiento de esos verdaderos cristianos, y nosotros
también, nos la damos a nosotros mismos. ¿No había dicho Jesús a sus
discípulos: "¿Si me amaseis, os alegraríais de que fuese a mi Padre?".
Ahora bien, ¿quién amó más a Jesús que María?
El corazón de la madre estaba pues alegre en el
momento de este inefable adiós. María no podía pensar en sí misma,
cuando se trataba del triunfo debido a su hijo y a su Dios.
Después de las escenas del Calvario, podía ella
aspirar a otra cosa que a ver al fin glorificado al que ella conocía
por el soberano Señor de todas las cosas, al que ella había visto tan
pocos días antes, negado, blasfemado, expirando en medio de los dolores
más atroces.
El cortejo ha atravesado el valle de Josafat y
ha pasado el torrente del Cedrón; se dirige por la pendiente del monte
de los Olivos. ¡Qué recuerdos vienen a la memoria! Este torrente, del
que el Mesías había bebido el agua fangosa en sus humillaciones, se ha
convertido hoy para Él en el camino de la gloria. Así lo había anunciado
David. Se deja a la izquierda el huerto que fue testigo de la Agonía,
la gruta en que fue presentado a Jesús y aceptado por Él el cáliz de
todas las expiaciones del mundo. Después de haber franqueado un espacio
que San Lucas calcula como el que les era permitido recorrer a los
judíos en día de Sábado, se llega al terreno de Betania a esta aldea en
que Jesús buscaba la hospitalidad de Lázaro y de sus hermanas. Desde
este rincón del monte de los Olivos se dominaba Jerusalén que aparecía
majestuosa con su templo y sus palacios.
Esta vista emocionó a los discípulos. La patria
terrestre hace aún palpitar el corazón de estos hombres; por un momento
olvidan la maldición pronunciada sobre la ingrata ciudad de David, y
parecen no acordarse ya de que Jesús acaba de hacerles ciudadanos y
conquistadores del mundo entero. El delirio de la grandeza mundana de
Jerusalén les ha seducido de repente y osan preguntar a Jesús su
Maestro: "Señor, ¿es este el momento en que establecerás el reino de
Israel?"
Jesús responde a esta pregunta indiscreta: "No
os pertenece saber los tiempos y los momentos que el Padre ha reservado a
su poder." Estas palabras no quitaban la esperanza de que Jerusalén
fuese un día reedificada por Israel convertido al cristianismo; pues
este restablecimiento de la ciudad de David no debía tener lugar más que
al fin de los tiempos, y no era conveniente que el Salvador diese a
conocer el secreto divino. La conversión del mundo pagano, la fundación
de la Iglesia, era lo que debía preocupar a los discípulos. Jesús les
lleva inmediatamente a la misión que les dió momentos antes: "Vais a
recibir, les dice, el poder del Espíritu Santo que descenderá sobre
vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaría y
hasta los confines de la tierra".
LA ASCENSIÓN AL CIELO.
— Según una tradición que remonta a los primeros siglos del
cristianismo, era el medio día la hora en que Jesús fue elevado sobre
la cruz cuando, dirigiendo sobre la concurrencia una mirada de ternura
que debió detenerse con complacencia filial sobre María, elevó las manos
y les bendijo a todos. En este momento sus pies se desprendieron de la
tierra y se elevó al cielo.
Los asistentes le seguían con la mirada; pero
pronto entró en una nube que le ocultó a sus ojos. Los discípulos
tenían aún los ojos fijos en el cielo, cuando, de repente, dos Ángeles
vestidos de blanco se presentaron ante ellos y les dijeron: "Varones de
Galilea, ¿porqué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que os ha dejado
para elevarse al cielo vendrá un día de la misma manera que le habéis
visto subir". Del mismo modo que el Salvador ha subido, debe el Juez
descender un día: todo el futuro de la Iglesia está comprendido en estos
dos términos. Nosotros vivimos ahora bajo el régimen del Salvador; pues
nos ha dicho que "el hijo del hombre no ha venido para juzgar al,
mundo, sino para que el mundo sea por Él salvado". Y con este fin
misericordioso los discípulos acaban de recibir la misión de ir por toda
la tierra y de convidar a los hombres a la salvación, mientras tienen
tiempo.
¡Qué inmensa es la tarea que Jesús les ha
confiado, y en el momento en que van a dar comienzo a ella Jesús les
abandona! Les es preciso descender solos del monte de los Olivos de
donde ha partido Él para el cielo, Su corazón, sin embargo, no está
triste; tienen con ellos a María, y la generosidad de esta madre
incomparable se comunica a sus almas. Aman a su Maestro; su dicha en
adelante consistirá en pensar que ha entrado en su descanso.
Los discípulos entraron de nuevo en Jerusalén
"llenos de una viva alegría", nos dice S. Lucas, expresando por esta sola
palabra uno de los caracteres de esta fiesta de la Ascensión, impregnada
de una tan dulce melancolía, pero que respira al mismo tiempo más que
cualquier otra alegría y el triunfo. Durante su Octava, intentaremos
penetrar los misterios y presentarla en toda su magnificencia; hoy nos
limitaremos a decir que esta solemnidad es el cumplimiento de todos los
misterios del Redentor y que ha consagrado para siempre el jueves de
todas las semanas, día tan augusto por la institución de la santa
Eucaristía.
RITOS ANTIGUOS. —
Hemos hablado de la procesión solemne por la cual se celebraba, en la
edad media, la partida de Jesús y de sus discípulos al monte de los
Olivos; debemos recordar también que en este día se bendecía
solemnemente el pan y los frutos nuevos, en memoria de la última comida
que el Salvador tomó en el Cenáculo. Imitemos la piedad de estos tiempos
en que los cristianos tenían a pecho el recoger los menores rasgos de
la vida del Hombre-Dios y de apropiárselos, por decirlo así,
reproduciendo en su modo de vivir todas las circunstancias que el santo
Evangelio les revelaba. Jesucristo era verdaderamente amado y adorado en
esos tiempos en que los hombres se acordaban sin cesar que es el
soberano Señor. Actualmente, es el hombre quien reina con sus peligros y
riesgos. Jesucristo es rechazado en lo íntimo de la vida privada. Y por
tanto, tiene derecho a ser nuestra preocupación de todos los días y de
todas las horas.
Los Ángeles dijeron a los Apóstoles: "Del mismo
modo que le habéis visto subir, así bajará un día." ¡Ojalá le
hubiésemos amado y servido durante su ausencia con suficiente
diligencia, para que pudiésemos soportar sus miradas cuando aparezca!
MISA
La Iglesia romana señala hoy para la Estación
la basílica de San Pedro. Es un bello pensamiento el de reunir en tal
día la asamblea de fieles alrededor de la tumba de uno de los
principales testigos de la Ascensión de su Maestro.
En esta basílica, como en las Iglesias más
humildes de la cristiandad, el símbolo litúrgico de la fiesta es el
Cirio pascual, que vimos brillar en la noche de la Resurrección, y que
estaba destinado a figurar, por su luz de cuarenta días, la duración de
la estancia del Señor Resucitado en medio de los que él se dignó llamar
sus hermanos, Las miradas de los fieles reunidos se fijan con
complacencia sobre su llama que parece brillar con una luz más viva, á
medida qué se aproxima el instante en que será apagada. Bendigamos a
nuestra madre la Iglesia a quien el Espíritu Santo ha inspirado el arte
de instruirnos por medio de tantos símbolos, y glorifiquemos al Hijo de
Dios que nos ha dicho: "Yo soy la luz del mundo".
El Introito anuncia la gran solemnidad por la
cual nos congregamos. Está compuesto por las palabras dichas por los Ángeles a los Apóstoles sobre el monte de los Olivos. Jesús ha subido a
los cielos, pero, descenderá un día.
INTROITO
Varones de Galilea, ¿por qué os admiráis
mirando el cielo? aleluya: como le habéis visto ascendiendo al cielo,
así vendrá, aleluya, aleluya, aleluya. Salmo: Todos los pueblos aplaudid
con las manos: cantad a Dios con voces de júbilo.
V. Gloria al Padre.
La Iglesia, recogiendo las súplicas de sus
hijos en la Colecta, pide para ellos a Dios la gracia de tener sus
corazones unidos al divino Redentor, a quien deben, buscar en adelante,
en el cielo, donde ha subido el primero.
COLECTA
Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que,
los que creemos que tu Unigénito, nuestro Redentor, ascendió hoy a los
cielos, habitemos también con nuestra mente en los cielos. Por el mismo
Señor.
EPÍSTOLA
Lección de los Hechos de los Apóstoles.
El primer tratado que he hecho, oh Teófilo,
habla de todo lo que comenzó a obrar y enseñar Jesús, hasta el día en
que instruyendo por el Espíritu Santo a los Apóstoles que escogió, fue
arrebatado: a los cuales se presentó El mismo vivo después de su pasión
con muchas pruebas, apareciéndose a ellos durante cuarenta días y
hablándoles del reino de Dios. Y, comiendo con ellos, les ordenó que no
se marcharan de Jerusalén, sino que esperaran la promesa del Padre, la
que habéis oído (dijo) de mi boca: Porque Juan bautizó ciertamente con
agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo no muchos
días después de estos. Entonces los que se habían reunido, le
preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino de Dios en este
tiempo? Y les dijo: No toca a vosotros saber los tiempos o el momento
que el Padre ha puesto en su potestad: pero recibiréis la virtud del
Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en
Jerusalén y en toda Judea, y en Samaría y hasta el fin de la tierra, y
habiéndo dicho esto, viéndole ellos, se elevó, y una nuve lo arrebató de
sus ojos. Y, estando mirando cómo Él se iba al cielo, he aquí que dos
varones se pusieron a su lado, con vestidos blancos y les dijeron:
Varones Galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús, que se ha
elevado de vosotros al cielo, así vendrá, como le habéis visto ir al
cielo.
JESÚS SUBE AL CIELO.
— Acabamos de asistir, siguiendo este relato, a la partida del Emmanuel
a los cielos. ¿Hay algo más tierno que la mirada de los discípulos fija
sobre su Maestro que se eleva al cielo bendiciéndoles? Pero una nube
viene a interponerse entre Jesús y ellos, y sus ojos impregnados de
lágrimas han perdido la huella de su paso. Están solos ya en el monte;
Jesús les ha ocultado su presencia visible. ¡Cuán pesada les sería la
estancia en este mundo, si su gracia no les sostuviese, si el Espíritu
divino no estuviese a punto de bajar sobre ellos y de crear en ellos un
nuevo ser! Solo en el cielo volverán a ver a quien, siendo Dios, se
dignó ser su Maestro durante tres años y que, en la última Cena, quiso
llamarles sus amigos.
Pero no sólo ellos lo lamentan. Esta tierra que
recibía temblando de gozo la huella de los pasos del Hijo de Dios, no
será ya pisada por sus sagrados pies. Ha perdido esta gloria que esperó
tanto tiempo, la gloria de servir de habitación a su autor. Las naciones
esperan un Libertador; pero, fuera de Judea y Galilea, los hombres
ignoran que ha venido el libertador y ha subido a los cielos. La obra de
Jesús, no se ceñirá a estas regiones. El género humano conocerá que ha
venido; y, en cuanto a su Ascensión al cielo en ese día, escuchad la
voz de la Iglesia que resuena en las cinco partes del mundo y proclama
el triunfo del Emmanuel. Diez y nueve siglos han transcurrido desde su
partida, y nuestra despedida llena de respeto y de amor se une a la que
le dirigieron sus discípulos, cuando subía al cielo. También nosotros
lloramos su ausencia; pero nos regocijamos de verle glorificado,
coronado y sentado a la diestra de su Padre. Has entrado en tu reposo,
Señor; nosotros, a quienes redimiste y conquistaste te adoramos en tu
trono. Bendícenos, llévanos a ti, y dígnate hacer que tu última venida
sea nuestra esperanza y no nuestro temor.
Los últimos versillos del Aleluya repiten los
acentos de David cuando ensalzaba de ante mano a Cristo que sube en su
gloria, las aclamaciones de los Ángeles, los ruidosos sonidos de las
trompetas celestiales, el magnífico trofeo que el vencedor arrastra tras
de sí en esos dichosos cánticos que ha extraído del limbo.
ALELUYA
Aleluya, aleluya. V. Ascendió Dios con júbilo, y el Señor con clamor de trompeta.
Aleluya. V. El Señor, como en el Sinaí, así está én el santuario: subiendo a lo alto, llevó cautiva a la cautividad. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Marcos.
En aquel tiempo, estando los once discípulos
sentados a la mesa, se apareció a ellos Jesús: y les reprochó su
incredulidad y su dureza de corazón: porque no creyeron a los que le
habían visto resucitado. Y díjoles: Yendo por todo el mundo, predicad el
Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado se salvará:
pero el que no creyere se condenará. Y, a los que creyeren les seguirán
estas señales: en mi nombre lanzarán los demonios: hablarán lenguas
nuevas: quitarán las serpientes: y si bebieren algo mortífero, no les
hará daño: pondrán las manos sobre los enfermos, y sanará. Y el Señor
Jesús, después que les habló, fue arrebatado al cielo, y está sentado a
la diestra de Dios. Y ellos, partiendo, predicaron por doquier,
cooperando con ellos el Señor, y confirmando la palabra con las señales
que se sigan.
DESEAR A CRISTO. —
Después de haber acabado el diácono estas palabras, un acólito sube al
ambón, y apaga el Cirio que nos recordaba la presencia de Jesús
resucitado. Este rito expresivo anuncia el comienzo de la viudez de la
Iglesia y advierte a nuestras almas que para contemplar en lo sucesivo a
nuestro Salvador, nos es preciso mirar al cielo donde él reside. ¡Qué
rápido ha sido su paso por aquí abajo! ¡qué de generaciones se han
sucedido! ¡qué de generaciones se sucederán aún hasta que se muestre de
nuevo!
Lejos de él, la Santa Iglesia siente las
tristezas del destierro; sigue sin embargo habitando este valle de
lágrimas; porque de la tierra ha de elevar al cielo a los hijos que la
ha dado su Esposo divino por medio de su Espíritu; pero le falta la
vista de Jesús y si somos cristianos, también a nosotros nos debe
faltar. "¡Oh, cuándo llegará el día en que revestidos de nuevo con
nuestra carne, nos lancemos al cielo al encuentro del Señor, para morar
con El eternamente"! Entonces, y solamente entonces, alcanzaremos el
fin para el que fuimos creados.
Todos los misterios del Verbo encarnado que
hemos celebrado hasta aquí debían desembocar en la Ascensión; las
gracias que recibimos día por día deben terminarse con la nuestra. "Este
mundo no es más que una sombra que pasa". Y estamos en camino para
irnos a juntarnos con nuestro Jefe. En Él está nuestra vida, nuestra
felicidad; en vano trataremos de buscarla en otra parte. Todo lo que hos
acerca a Jesús es bueno para nosotros; todo lo que nos aleja de Él es
malo y funesto. El misterio de la Ascensión es el último destello que
Dios hace brillar ante nuestros ojos para mostrarnos el camino. Si
nuestro corazón aspira a encontrar a Jesús, es que vive la verdadera
vida; si está apegado a las criaturas y no siente atracción de Jesús,
imán celestial, es que está muerto.
Levantemos, pues, los ojos como los discípulos y
sigamos con el deseo a aquel que sube hoy para prepararnos un lugar.
¡Arriba los corazones! "¡Sursum corda!" Tal es el grito de despedida que
nos envían nuestros hermanos que suben en pos del divino Triunfador: es
el grito de los santos Ángeles congregados ante el Emmanuel, y que nos
invitan a formar parte de sus filas.
Para Antífona del Ofertorio, la Iglesia emplea
las mismas palabras que para el primer aleluya. Sólo expresa un
pensamiento: el triunfo de su Esposo, la alegría del cielo en la cual
quiere que tomen parta también los habitantes de la tierra.
OFERTORIO
Ascendió Dios en el júbilo, y el señor al son de trompeta, aleluya.
Entrar en pos de Jesús en la vida eterna,
evitar los obstáculos que pueden encontrarse en el camino, tales deben
ser nuestros deseos en este día, tal es también la petición que la
Iglesia formula en la oración Secreta.
SECRETA
Recibe, Señor, los dones que te ofrecemos, por
la gloriosa Ascensión de tu Hijo: y concede propicio, que seamos libres
de los peligros presentes, y lleguemos a la vida eterna. Por Jesucristo.
PREFACIO
Es verdaderamente digno y justo, equitativo y
saludable que, siempre y en todo lugar, te demos gracias a ti. Señor
santo. Padre omnipotente, eterno Dios: por Cristo, nuestro Señor. El
cual, después de su resurrección, se apareció claramente a todos sus
discípulos, y, viéndole ellos, se elevó al cielo, para hacernos a
nosotros partícipes de su divinidad. Y, por tanto, con los Ángeles y los
Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia
del ejército celesté, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin
cesar: Santo, Santo, Santo, etc.
Un nuevo versículo de David forma parte de la
Antífona de la Comunión. El rey-profeta anuncia en él, mil años antes
que el Emmanuel se elevara a los cielos por el Oriente. En efecto, del
monte de los Olivos situado al Este de Jerusalén hemos visto hoy partir a
Jesús para el reino de su Padre.
COMUNIÓN
Cantad salmos al Señor, que asciende a lo más
alto de los cielos, hacia el Oriente, aleluya. El pueblo fiel acaba de
sellar su alianza con su divino Jefe participando del augusto
Sacramento; la Iglesia pide a Dios que este misterio, que contiene a
Jesús invisible en adelante, obre en nosotros lo que expresa al
exterior.
POSCOMUNIÓN
Concédenos te rogamos, oh Dios omnipotente y
misericordioso, sentir el efecto invisible de los Misterios visibles que
acabamos de recibir. Por N. S. Jesucristo.
MEDIODÍA
Una tradición de los primeros siglos y
confirmada por las revelaciones de los santos, nos dice que la hora de
la Ascensión del Salvador fue la del mediodía. Los Carmelitas reformados
por Santa Teresa honran con un culto particular este piadoso recuerdo. A
la hora expresada. Se reúnen en el coro para vacar en la contemplación
del último de los misterios de Jesús y seguir con el pensamiento y con
el corazón al Emmanuel a la altura que le lleva su vuelo divino.
Sigámosle también nosotros; pero antes de fijar
nuestras miradas en el radiante medio día que ilumina su triunfo,
volvamos un momento con el pensamiento al punto de partida. A media
noche apareció en medio de tinieblas, en el establo de Belén. Esta hora
nocturna y silenciosa convenía al comienzo de su misión. Su obra entera
estaba ante Él, y debían transcurrir treinta y tres para cumplirla. Esta
misión se desarrolló año tras año; día tras día, y estaba cercana a su
fin, cuando los hombres, en su malicia, se apoderaron de Él y le
clavaron en una cruz. A medio día apareció elevado en los aires; pero su
Padre no quiso que el sol iluminara lo que era una humillación y no un
triunfo. Densas tinieblas cubrieron la tierra, este día no tuvo
mediodía. Cuando el sol reapareció, era ya la hora de Nona. Tres días
después, salía de la tumba al alborear de la aurora.
Hoy su obra está consumada. Jesús ha pagado con
su sangre el rescate de nuestros pecados, ha vencido la muerte
resucitando glorioso; ¿no tiene derecho de escoger para su partida la
hora en que el sol, su imagen, vierte todo su fuego e inunda con su luz
la tierra cuyo Redentor va a cambiar por el cielo? ¡Salve, pues, hora
del medio día, dos veces sagrada, porque tú nos recuerdas todos los días
la misericordia y la victoria de nuestro Emmanuel! ¡Gloria a ti por la
doble aureola que llevas: la salvación del hombre por medio de la cruz, y
la entrada del hombre en el reino de los cielos!
Pero ¿no eres Tú mismo el Medio día de nuestras
almas, ¡oh Jesús, Sol de justicia!? ¿Dónde encontraremos esta plenitud
de luz a la cual aspiramos, este ardor de amor eterno que únicamente él
puede hacernos dichosos, sino en ti que has venido aquí abajo a iluminar
nuestras tinieblas y derretir nuestros hielos? Con esta esperanza,
escuchamos las melodiosas palabras de Gertrudis tu fiel esposa y pedimos
la gracia de poder un día repetirlas con ella: "¡Oh amor, de medio día
cuyo ardor es tan dulce, eres la hora del reposo sagrado, la paz entera
que se gusta en ti constituye nuestras delicias! ¡Oh Amado, escogido
sobre toda creatura, hazme saber, muéstrame el lugar en que apacientas
tu rebaño, y descansas a la hora del medio día! Mi corazón se inflama
pensando en tus dulces ocios en este momento. ¡Oh si me fuese dado
acercarme a ti de modo que no sólo estuviese cerca de ti, sino en ti!
Por tu influencia, oh Sol de Justicia, todas las flores de las virtudes
florecerían en mí que no soy más que polvo y ceniza. Fecundada por tus
rayos, oh Maestro y Esposo, mi alma produciría los nobles frutos de la
perfección. Arrebatada de este valle de miseria y admitida a contemplar
tu faz tan deseada, mi dicha eterna será pensar que no te has desdeñado,
oh espejo sin mancha, unirte a una pecadora como yo".
TARDE
PLEGARIA.— ¡Oh
nuestro Emmanuel! finalmente has llegado al término de tu obra y hoy
mismo te vemos entrar en tu reposo. Al comienzo del mundo, empleaste
seis días para disponer todas las partes del Universo creado por tu
poder; después de lo cual entraste en tu descanso. Más tarde, cuando
resolviste levantar tu obra caída por la malicia del ángel rebelde, tu
amor te hizo pasar, durante treinta y tres años, por una sucesión
sublime de actos por medio de los cuales se obraron nuestra redención y
nuestro restablecimiento en el grado de santidad y de gloria del que
habíamos caído.
No olvidaste nada, oh Jesús, de lo que había
sido propuesto en los consejos de la Trinidad, ni de lo que los Profetas
habían anunciado de ti. Tu Ascensión concluye la misión que has
cumplido en tu misericordia. Por segunda vez entras en tu descanso; pero
entras con toda la naturaleza humana, llamada en adelante, a tomar
parte en honores divinos.
Ya forman parte en las filas de los coros
angélicos los justos de nuestra raza que has sacado del limbo, pues, al
marcharte nos dijiste: "Voy a prepararos un lugar".
Confiados en tu palabra, resueltos a seguirte
en todos tus misterios que has cumplido sólo por nosotros, a acompañarte
en la humildad de Belén, en la participación de los dolores del
Calvario, en la resurrección de Pascua y aspiramos a imitarte también,
cuando llegue la hora, en tu triunfante Ascensión. Entretanto, nos
unimos a los coros de los Apóstoles que saludan tu llegada, a nuestros
Padres cuya multitud te acompaña y te sigue.
Fija tu mirada en nosotros, ¡oh divino Pastor! no ha llegado aún el momento de juntarnos.
Guarda a tus ovejas y ten cuidado que no se
extravíe ninguna ni sea ingrata a tus cuidados. Conociendo nuestro fin y
firmes en el amor y la meditación de los misterios que nos han
conducido al de hoy, tomamos a éste como objeto de nuestra espera y el
término de nuestros deseos. Constituye el fin de tu venida a este mundo,
por medio de la cual descendiendo tú hasta nuestra bajeza, nos
ensalzaste hasta hacernos partícipes de tu grandeza, y haciéndote hombre
nos hiciste dioses a nosotros.
¿Pero qué haríamos aquí abajo hasta que nos
juntásemos contigo, si la Virtud del Altísimo que nos habéis prometido
no descendiese pronto sobre nosotros, si no nos diese paciencia en el
destierro, fidelidad en la ausencia y el amor suficiente para sostener
un corazón que suspira por poseerte? ¡Ven, pues, oh Espíritu divino! No
nos dejes languidecer, a fin de que nuestra mirada permanezca fija en el
cielo donde Jesús reina y nos espera, y no permitas que el mortal sea
tentado, en su cansancio, a arrastrarse por un mundo terrestre en el
cual Jesús no se dejará ver en adelante.
Año Litúrgico de Guéranger