El celosísimo apóstol de
Alemania san Bonifacio nació en la provincia de los Sajones occidentales en el
reino de Inglaterra. Procuró su padre inclinarle a las cosas del mundo con
halagos y con amenazas, pero cayendo malo de una grave enfermedad, conoció que
aquel era castigo del cielo por la violencia que hacía a su hijo; y llorando su
culpa condescendió con él enviándole a un monasterio para que allí se dedicase
a la virtud y a las letras. Ordenado de sacerdote, queríanle los monjes por
superior y abad, mas encendido él de un ardiente deseo de predicar el Evangelio
a los gentiles y sellar su predicación con su sangre, se fué a Roma donde el
papa Gregorio II le dio un tesoro de reliquias y un breve muy favorable para
que predicase a los infieles de cualquier parte del mundo. Pasó luego el varón
apostólico a Alemania y evangelizó las provincias de Turingin, Frisia y Hasia
que confina con la Sajorna, donde bautizó gran número de infieles, derribó los
templos de los falsos dioses y edificó otros nuevos al verdadero Dios, el cual
le favoreció con singulares prodigios. Arrancando un día un árbol de
extraordinaria grandeza que llamaban el árbol de Júpiter, concurrió gran
multitud de paganos para estorbarlo y matarle, pero viendo que en comenzando él
a dar con la segur en el tronco, caía el árbol hecho pedazos en cuatro partes,
se convirtieron y él edificó en aquel lugar un oratorio en honra del apóstol
san Pedro. Pasaron de cien mil los infieles que convirtió; por lo cual el papa
Gregorio III a la dignidad de obispo que ya tenía el santo, quiso añadirle la
de arzobispo, mandándole que ordenase obispos donde fuesen menester. Presidió
san Bonifacio un concilio en que se halló Carlomagno, donde se ordenaron muchas
cosas muy útiles para el bien de la Iglesia; fué nombrado arzobispo de
Maguncia, y en nombre del pontífice coronó por rey de Francia a Pipino.
Habiendo tenido noticia de que los Frisones habían vuelto a su antigua
superstición, se embarcó con tres presbíteros y tres diáconos y cuatro monjes,
para reparar los daños que el demonio había hecho en aquella provincia; y
estando un día el santo con sus compañeros cerca de un río aguardando que
viniesen los gentiles bautizados para recibir la Confirmación, cayeron sobre
ellos de repente armados los bárbaros paganos y mataron a aquellos apostólicos
varones y a otros cincuenta y tres compañeros, todos los cuales alcanzaron con
san Bonifacio la palma del martirio.
Reflexión: Es muy celebrado un
dicho de san Bonifacio, el cual hablando de los sacerdotes y de los cálices
antiguos y de los de su tiempo, dijo que los sacerdotes antiguos eran de oro y
celebraban en cálices de madera, y los de su tiempo eran sacerdotes de madera y
celebraban en cálices de oro. De este dicho se hace mención en el Decreto y en
el concilio Triburense. No quiso decir el santo que no estuviese bien empleado
el oro en el servicio de Dios, que bien merece nuestro Señor todo esto y mucho
más: sino que deseaba que los sagrados ministros fuesen también puros y
preciosos como el oro en el acatamiento divino. Roguemos pues al Señor por los
sacerdotes, para que no permita que ninguno se haga indigno de su sagrado y
angelical ministerio, sino que todos resplandezcan por su vía ejemplar, y sean,
como dice Jesucristo, la luz del mundo y la sal de la tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario