El martirio de los valerosos
mártires de Cristo san Juan y san Pablo escribió Terenciano, el cual siendo
capitán de la guardia imperial de Juliano el Apóstata, por su mandato los hizo
matar, y después se convirtió a la fe de Jesucristo nuestro Señor. Eran pues
estos dos santos hermanos italianos de nación y cortesanos muy favorecidos del
emperador Constantino, el cual los escogió para que sirviesen a su hija la
princesa Constancia en los más nobles oficios de su palacio. Habían estado
también con Galiciano en la guerra contra los Escitas, y convertido en ella a
aquel capitán general del ejército romano, y alcanzado milagrosa victoria de
aquellos bárbaros. Mas habiendo subido al imperio Juliano el Apóstata, hizo
matar a Galiciano, y sabiendo que Juan y Pablo repartían con largas manos a los
pobres las grandes riquezas que Constancia les había dado, buscó algún color
para quitarles también la hacienda y la vida, y mandó a Terenciano a decirles
que de buena gana se serviría de ellos y los honraría en su palacio, si
adoraban a los dioses del imperio; mas que, si no lo quisiesen hacer así, les
costaría caro. A esto respondieron los dos santos que no querían la amistad de
Juliano, ni entrar en el palacio de aquel apóstata; y como Terenciano les
concediese diez días para que mejor lo pensasen, ellos le dijeron que hiciese
cuenta que ya los días eran pasados y que ejecutase lo que su amor mandaba.
Entendiendo pues que presto habían de morir por Cristo, dieron a los pobres en
aquellos diez días cuanto tenían, ocupándose de día y de noche en hacer largas
limosnas. Al onceno día, a la hora de cena vino Terenciano con grande
acompañamiento de soldados a la casa de ellos y hallólos puestos en oración; y
mostróles una estatua pequeña de Júpiter, hecha de oro, que llevaba consigo, y
dijoles que el emperador mandaba que la adorasen y le ofreciesen incienso, y si
no, que allí fuesen degollados, porque no quería que muriesen en público por
ser perdonas tan principales (aunque a la verdad lo que le movió a hacerles
morir en secreto fué el temor de algún alboroto en la ciudad) . Ellos con gran
constancia respondieron que se preciaban de no tener por Señor sino a
Jesucristo: por lo cual Terenciano los mandó allí, degollar y enterrar
secretamente en una hoya que se hizo en la misma casa, y publicar por la ciudad
que habían sido desterrados. Pero muchos energúmenos comenzaron a publicar que
allí estaban los santos mártires Juan y Pablo, y fueron libres de los demonios
por su intercesión; y entre ellos un hijo de Terenciano, lo cual fué ocasión
para que este reconociese su culpa, y postrado ante los mártires, les pidió
perdón, y se convirtió a la fe, y escribió el martirio de estos dos santos
hermanos, que es el que aquí queda referido.
Reflexión: ¿Quién pudo engañar a
Dios o librarse de sus manos? Un año después de este martirio, fué el apóstata
Juliano a la guerra contra los Persas, y murió infelicísisimamente el mismo día
en que hizo degollar a aquellos santos hermanos. Casi todos los perseguidores
de la religión han acabado sus días con muerte desastrosa; para que entendamos
cuan celoso es Dios de su Iglesia divina, y que no pueden sus enemigos
perseguirla y afligirla impunemente, sin recibir el castigo que merecen por tan
grande crimen, en esta vida o en la otra.
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