El apostólico obispo,
antiquísimo escritor y fortísimo mártir de Cristo, san Ireneo, dicen algunos
que fué francés de nación; pero lo más cierto es que nació en Asia, porque él
mismo escribe de sí, que siendo muchacho, oyó a san Policarpo, obispo de
Esmirna y discípulo de san Juan Evangelista, y conoció y trató a Papías y otros
varones del tiempo de los apóstoles. Llámanle leonés, porque fué obispo de León
de Francia, a donde fué enviado desde Asia por san Policarpo su maestro, para
alumbrar con la luz del Evangelio aquella ciudad. Siendo aún presbítero, fué
enviado como legado de aquella iglesia al sumo pontífice san Eleuterio, el cual
le recibió con grande benignidad, y con esta ocasión se informó el santo de
todos los ritos, costumbres y tradiciones que los gloriosos príncipes de los
apóstoles san Pedro y san Pablo habían ensebado a la Iglesia romana. Habiendo
sido martirizado Fotino obispo de León, por voluntad de Dios fué elegido san
Ireneo de todo el pueblo cristiano por sucesor de Fotino. Procuró primeramente
recoger la grey de Cristo que estaba asombrada y descarriada con la persecución,
y desarraigó la gentilidad de las provincias comarcanas, enviando a la ciudad
de Besanzón a Ferreolo, presbítero, y a Ferrución diácono, y a la de Valencia a
Félix presbítero, y Aquileo diácono y Fortunato. Y porque los herejes
Valentino, Marción y otros monstruos inficionaban la Iglesia católica, san
Ireneo escribió en griego divinamente contra ellos, deshaciendo sus errores, y
declarando la sincera y verdadera doctrina, que él había aprendido de los
varones apostólicos. Habiéndose levantado aquel tiempo en la Iglesia una muy
reñida cuestión, acerca del día en que se había de celebrar la Pascua de
Resurrección, queriendo algunas iglesias de Oriente que se celebrase a los
catorce días de la luna de marzo, como la celebró Cristo, según la ley vieja, y
la celebran los judíos), y queriendo por otra parte el papa san Víctor, que se
celebrase el primer domingo siguiente en que el Salvador había resucitado, (por
haberlo enseñado así el Príncipe de los apóstoles) ; san Ireneo se puso de por
medio, y escribió a los prelados y a las iglesias que se sujetasen a la Iglesia
romana, ya que era maestra y cabeza de las demás. Finalmente en el tiempo que
Septimio Severo derramó tanta sangre de cristianos especialmente en León de
Francia, donde, corno dice san Gregorio Turonense, corrían arroyos de sangre
por las calles, san Ireneo como pastor celoso murió en esta persecución con
casi toda la ciudad, siendo de edad de noventa años.
Reflexión: Para que los libros
en que san Ireneo escribió la sincera y verdadera doctrina que había aprendido
de los varones apostólicos, fuesen trasladados fielmente, puso el santo en
ellos al fin esta cláusula: «Yo te conjuro, dice, a ti, que trasladas este
libro, por Jesucristo nuestro Señor, Dios y Hombre verdadero, y por su glorioso
advenimiento, por el cual ha de juzgar a los vivos y a los muertos, que después
que le hubieres trasladado, le confieras y enmiendes diligentísimamente con el
original de donde le trasladaste.» Esto es de san Ireneo: donde se echa de ver
con cuanto solicitud quería se guardase las tradiciones de los apóstoles, que
son el arma más fuerte contra los herejes, y contra las nuevas invenciones de
los que se apartan del camino de su salvación.
Oración: ¡Oh Dios! que
concediste al bienaventurado Ireneo, tu mártir y pontífice, la gracia de vencer
a los herejes y asegurar felizmente la paz de la Iglesia, rogámoste des a tu
pueblo constancia en la santa religión, y la paz deseada en nuestros tiempos.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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