El religiosísimo abad de Micy
san Avito fué hijo de un pobre labrador del territorio de Orleans. Habiendo
visto algunos monjes de la abadía de Micy, se echó a los pies del abad san
Mesmino y le suplicó con los ojos llenos de lágrimas se dignase darle el
sagrado hábito o por lo menos recibirle como criado de su monasterio, añadiendo
que antes se dejaría morir allí que volverse al mundo. Viendo el abad aquella
humildad y resolución del fervoroso mancebo, le admitió y contó entre sus
hijos. Nombróle procurador del monasterio; y él sustentaba con mucha caridad a
los pobres que se llegaban a la puerta, con lo cual merecía que el Señor
lloviese sus bendiciones sobre aquella sagrada comunidad. Mas al poco tiempo
movido de Dios se retiró con licencia de su santo abad, a un bosque muy
solitario que estaba no lejos de allí y se llamaba el desierto de Soloña. Por
este tiempo pasó de esta vida mortal a la eterna son Mesmino; y por voz común
de todos los monjes y del obispo de Orleans, el glorioso san Avito fué nombrado
superior de aquellos religiosos; mas como el santo se juzgase indigno de aquel
cargo, dejó su renuncia por escrito, y llevando consigo a uno de sus monjes se
retiró secretamente a otro desierto llamado de la Percha. Allí dio habla a un
mudo de nacimiento, y corriendo de boca en boca la noticia de este prodigio,
concurrían de todas partes las gentes a visitarle y porque muchos querían
acompañarle en aquella soledad, labró un monasterio que se llamó después el
monasterio de san Avito, donde se vieron los admirables ejemplos que habían
dado los discípulos de san Antonio en Oriente. Dejó algún tiempo el santo abad
un retiro para ir a Orleans donde le llamaba el bien de las almas, y habiendo
alumbrado allí a un ciego de nacimiento, el gobernador de la ciudad para
celebrar este y otros prodigios del varón de Dios mandó abrir las cárceles y
dar libertad a los presos. Volviendo Avito a su convenio, halló en el féretro a
su discípulo que había traído consigo del monasterio de san Mesmino, e
hincándose de rodillas dijo al cadáver: «Yo te mando en nombre de Dios
todopoderoso que te levantes. Y
alzándose el difunto, arrojóse a los pies del santo y fué con él a dar gracias
a Dios. El glorioso san Lubin, obispo de le Chartres, asegura que oyó este
prodigio de boca del mismo monje resucitado, el cual sobrevivió muchos años a
nuestro santo. Finalmente lleno de méritos y virtudes, a la edad de sesenta
años entregó su purísima alma al Señor.
Reflexión: De varios santos
leemos que han alcanzado con su autoridad y sus prodigios la libertad de los
presos, y desde los días de san Pablo que libró de la servidumbre el esclavo
Onésimo y le llamó con el dulce nombre de hermano, hasta la obra de la
Redención de Cautivos y actual rescate de los esclavos de África, siempre se ha
mostrado la Religión cristiana amiga y favorecedora de la libertad. ¿Sabes por
qué? Porque para obligar a los hombres al cumplimiento de sus deberes, tiene
medios más efiscaces que los recursos de la fuerza y de la violencia de que ha
de echar mano la justicia humana: pues ésta sólo puede atar los brazos del
cuerpo; más la religión ata hasta los malos deseos del alma. Por esta causa
vemos que los que temen solamente a la justicia de los hombres se ríen de ella
muchas veces, más el que teme a Dios, tiembla de sus amenazas, porque sabe que
es imposible escaparse de las manos divinas.
Oración: Suplicámoste, Señor,
que nos recomiende delante de ti la intercesióndel bienaventurado san Avito
para que alcancemos por su patrocinio lo que no podemos conseguir por nuestros
méritos. Y Por Jesucristo, nuestro Señor. Amen.
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