La gloriosa reina Ediltrudis,
fué hija de Anas, rey de los ingleses orientales, varón muy religioso, el cual
la casó con Tombrecto, príncipe de los girvios australes. Viviendo con este
príncipe guardó siempre la bendita Ediltrudis su virginidad y entereza. Y
aunque por muerte de su esposo, fué segunda vez casada con Ecfrido, rey de los
nordanimbros, con quien vivió por espacio de doce años, conservó siempre su
pureza virginal, con el beneplácito del rey su marido, a quien ella quería y
amaba más que a todas las cosas de esta vida. Suplicóle muchas veces le diese
licencia para servir en un monasterio al Rey de los cielos, y al cabo de doce
años lo consiguió, y se entró en un monasterio donde era abadesa Evacia, tía de
su esposo, y allí tomó el velo de manos del santo obispo Wilfrido. Fué nombrada
después por abadesa de dos monasterios que fundó en su mismo reino, donde
gobernó santamente a muchas devotas monjas, a quienes fué ejemplo de vida
celestial. Desde que entró en el monasterio no quiso traer más vestidura de
lino, sino de lana. Entraba raras veces en los baños (tan usados por todas
personas en aquellos tiempos), y estas en las fiestas principales, como el día
de Pentecostés y Epifanía, y como si fuese sierva de todas sus hermanas, se
ejercitaba con grande humildad en los más bajos oficios del monasterio. No
comía más de una vez al día, sino en los días de gran fiesta. Desde la hora de
maitines hasta el alba estaba siempre en la iglesia en oración. Tuvo espíritu
de profecía y profetizó una pestilencia que había de venir, y que-había de
morir en ella, y nombró otros que también habían de morir en dicha peste, como
sucedió. Viéndose afligida con una muy penosa llaga en el cuello, daba
continuamente gracias al Señor, sufriéndola con grande paciencia y alegría; y
diciendo que Dios castigaba con ella la vanidad que había tenido en su
juventud, cuando llevaba en la corte preciosos collares de perlas y diamantes.
Finalmente después de una larga enfermedad, y de una vida purísima y llena de
admirables virtudes, entregó su alma al /Creador, y fué sepultada humildemente
en un sepulcro de madera, como ella lo había dispuesto. A los diez años de su
muerte, su hermana Sexburga, viuda del rey de Cantua, que la sucedió en el
gobierno del monasterio, mandó trasladar el santo cuerpo a un sepulcro de
piedra, y lo hallaron sin corrupción alguna: y un famoso médico le miró la
llaga que tenía y la halló cicatrizada como si estuviera viva, y se la hubiesen
curado los cirujanos.
Reflexión: ¡Qué bella parece la
flor de la virginidad resplandeciendo en la persona de una reina cristiana!
Esta virtud guardó pura e intacta la gloriosa Ediltrudis, la cual, a pesar de
ser esposa de dos reyes, no quiso perder el nombre de esposa del Rey de los
cielos y Señor de los que dominan. Por esta causa enamorados los coros
angélicos de la hermosura de aquella alma purísima la presentaron al trono del
Rey de los reyes, el cual la coronó con inmarcesible diadema de gloria.
Tengamos pues en grande estima y aprecio esta virtud celestial; y pensemos que
si su hermosura es tan agradable a los ojos de Dios, que ha querido ser
glorificado por ella en tantos santos, la fealdad de los vicios contrarios a
esta virtud le son muy desagradables y dignos de aborrecimiento y severo castigo.
Oración: Señor Dios, que
quisiste que la bienaventurada reina Ediltrudis se conservase intacta aun en
dos matrimonios: concédenos que sepamos dignamente estimar la virtud de la
continencia; y podamos por la intercesión de la santa, observarla cada uno según
pide su estado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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