El glorioso pontífice y mártir
san Silverio fué natural de la campaña de Roma, e hijo de Hormisdas, el cual
habiendo enviudado, se ordenó de Diácono de la iglesia Romana, y fué elevado
después a la cátedra de san Pedro. No ascendió su hijo Silverio al sumo
pontificado con puras y santas intenciones; mas apenas se vio sentado en la
Silla apostólica sintió trocársele el corazón, lloró con amargas lágrimas su
ambición pasada, edificó toda la cristiandad con el ejemplo de sus santas
costumbres, y protegió la Iglesia de Dios hasta dar la vida en su defensa.
Porque pretendiendo la emperatriz Teodora, que era hereje, restituir la silla
de Constantinopla a Antimo, cabeza de los herejes eutiquianos, quiso que san
Silverio, con su autoridad apostólica le volviese a aquella iglesia, y aun
escribió a Belisario, general de sus tropas, que en caso que san Silverio se
resistiese, le privase del pontificado. Propuso, pues, Belisario al pontífice
lo que la emperatriz ordenaba, y el santo no hizo ningún caso de ello; sino que
con gran constancia respondió que antes perdería el pontificado y la vida, que
restituir a la silla de Constantinopla a un hereje impenitente y justamente
condenado. Al ver Belisario lo poco que podían los fieros y amenazas con el
santo pontífice, no quiso poner en él las manos sin algún justo o aparente
pretexto. Entonces la mujer de Belisario, llamada Antonina, concertó con los
herejes una gran maldad, fingiendo algunas cartas como escritas en nombre de
Silverio a los godos, en que les prometía que si llegaban a Roma les entregaría
la ciudad y al mismo Belisario que en ella estaba. Llamaron después Belisario y
Antonina a su palacio al santo pontífice, y habiendo entrado, detuvieron a la
otra gente que le acompañaba; y llegado al aposento donde estaba Antonina en la
cama y Belisario a su cabecera, la descompuesta y loca mujer comenzó a dar
voces contra el santo pontífice como si fuera un traidor que los quería vender
y entregar en manos de sus enemigos; y diciendo y haciendo le despojaron de su
hábito pontifical y le vistieron de monje, y con buena guardia le enviaron
desterrado a Patara de Licia. Y aunque a suplicación del obispo de aquella
ciudad, el emperador Justiniano le mandó volver a Roma, pudieron tanto los
herejes con Belisario, que luego desterró al santo a una isla desierta del mar
de Toscana, llamada Palmaria, donde afligido y consumido de pobreza,
calamidades y miserias vino a morir.
Reflexión: Caso extraño y
lastimoso parece que nuestro Señor haya permitido que se tratase con tanto
desacato a un vicario suyo en la tierra, pero debemos reverenciar sus secretos.
Con estas calamidades quiso hacer santo a Silverio y honrarle como mártir con
corona de eterna gloria; y a los que pusieron en él las manos les castigó
severamente, porque Belisario que había sido uno de los más famosos capitanes
del mundo perdió la gracia del emperador y fué despojado de su dignidad y
hacienda; Teodora, la emperatriz, fué descomulgada y murió infelizmente, y Justiniano
el emperador que era católico, cayó en la herejía de los monotelitas, y los
Hunos, gente fiera y bárbara, le hicieron cruel guerra en Oriente, y los godos
tornaron a hacerse señores de Roma, en castigo de lo que se había hecho contra
el pontífice. ¡Así suele nuestro Señor castigar aun en esta vida con poderosa
mano a los perseguidores de su santa Iglesia!
Oración: Oh Dios omnipotente,
mira compasivo nuestra humana fragilidad; y por la intercesión de tu
bienaventurado pontífice y mártir Silverio, alívianos del peso de nuestras
miserias. Por Jesucristo; nuestro Señor. Amén.
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