El fervorosísimo misionero de
los pobres Juan Francisco de Regis, de la Compañía de Jesús, fué natural de una
aldea de Francia llamada Fontcuberta, que está en el obispado de Narbona. Nació
de padres nobles y ricos, y desde su niñez fué muy inclinado a socorrer a los
pobres. Habiendo entrado en la Compañía de Jesús a los diez y nueve años de su
edad, hizo tales progresos en la virtud, que le llamaban la Regla viva de san
Ignacio. Bien enseñado en las letras humanas y divinas y ordenado de sacerdote
fué destinado al apostólico ministerio de evangelizar a los pobres. Predicaba
dos y tres veces cada día; dormía dos o tres horas en el duro suelo, su
ordinario alimento era pan y agua, y en los diez últimos años de su vida jamás
se desnudó el áspero cilicio con que traía afligida su carne. Partíase a sus
misiones en tiempo de hielos muy rigurosos, llegándole la nieve algunas veces a
la rodilla y a la cintura: pero como él estaba tan abrasado de amor de Dios y
deseoso de padecer por la eterna salud de las almas, todo lo llevaba en
paciencia y con alegría. Jamás fueron parte para estorbar sus intentos los
rigores del frío, los vientos, los precipicios y la aspereza de las montañas.
No hubo pueblo, aldea, choza ni cabana en los obispados del Puy, Viena,
Valencia y Viviers, donde no predicase la divina palabra. En Fai dio vista a
dos ciegos; en Marlhes libró a un furioso endemoniado, en Montfaucon asistió
con admirable caridad a los apestados y por sus oraciones cesó el contagio; y
en una grande hambre y carestía que afligió en Puy multiplicó tres veces el
trigo destinado para el sustento de los pobres. Había fundado en varias principales
ciudades, algunas casas de recogimiento para las mujeres arrepentidas: no es
fácil decir los malos tratamientos que por esta causa padeció; porque fué
calumniado, abofeteado, azotado, arrastrado y no pocas veces perseguido de
muerte. Llamáronle una vez unos hombres de vida licensiosa diciendo que se
querían confesar con él; mas el santo sabiendo por divina revelación que
llevaban intención de matarle, les habló con tanto espíritu de Dios, que en
efecto confesaron con grande sentimiento y lágrimas sus pecados. Finalmente
después de haber convertido a penitencia a innumerables herejes calvinistas y
pecadores, y alcanzándoles la gracia señaladísima de la perseverancia, a los
cuarenta y cuatro años de edad descansó en la paz del Señor. Su muerte fué muy
llorada de todos, especialmente de los pobres, de los cuales siempre iba
rodeado diciendo que eran la porción más escogida del rebaño de Jesucristo.
Reflexión: El Señor ha querido
ilustrar el sepulcro de san Juan Francisco de Regis con innumerables y estupendos
prodigios. La aldea de Lalovesco, donde se halla, es ya una crecida población,
célebre por el concurso de peregrinos que acuden de muchas provincias para
hallar remedio en toda suerte de enfermedades: y el feliz suceso de tantas
curaciones milagrosas que el santo está obrando, atrae peregrinos de muchas
otras regiones apartadas. Al pie de aquel famoso sepulcro pueden también hallar
seguramente los incrédulos, la fe y la salud de sus almas, viendo por sus ojos
las maravillas que obra el Señor para acreditar la gloria de aquel gran santo.
Oración: ¡Oh Dios! que adornaste
con una admirable caridad, y con una invencible paciencia a tu confesor el
bienaventurado Juan Francisco, para que pudiese sufrir tantos trabajos por la
salvación de las almas; concédenos benigno, que enseñados de sus ejemplos y
protegidos con su intercesión, merezcamos el premio de la vida eterna. Por
Jesucristo, nuestra Señor. Amén.
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