El gloriosísimo apóstol de las
gentes san Pablo fué hebreo de nación y de la tribu de Benjamín: nació en la
ciudad de Tarso (como él mismo lo dice). Tuvo padres honrados y ricos, y de
ellos fué enviado a Jerusalén, para que debajo del magisterio de Gamaliel,
famoso letrado, fuese enseñado en la ley de Moisés. Entendiendo que los
discípulos de Jesucristo eran contrarios a aquella doctrina, les comenzó a
perseguir cruelísimamente; y no contentándose con haber procurado la muerte de
san Esteban y de guardar los mantos de los que le apedreaban para apedréale con
las manos de todos, él mismo ofreció al sumo sacerdote para perseguir a los
cristianos; y con gente armada se partió para la ciudad de Damasco para traer
aherrojados a todos los que hallase, hombres y mujeres que creyesen en Cristo,
y hacerlos infame y cruelmente morir. Pero en el mismo camino de Damasco le
apareció el Señor, y cegándole primero con su luz, le alumbró y con su voz
poderosa como trueno le asombró y derribó del caballo, y de lobo le hizo cordero,
y de perseguidor, defensor de su Iglesia, y vaso escogido para que llevase su
santo nombre por todo el mundo, como se dijo en el día de su conversión. No se
puede explicar con pocas palabras lo que este santísimo apóstol trabajó y
padeció predicando el Evangelio en Damasco, en Chipre, en Panfilia, en Pisidia,
en Lystra, en Jerusalén, en muchas regiones de Siria, Galacia y Macedonia, y en
las populosas ciudades de Filipos, de Atenas, de Efeso, de Corinto, y dé Roma,
alumbrando como sol divino tantas naciones, islas y regiones que estaban
asentadas en las tinieblas y sombras de la muerte. El mismo dice de sí que fué
encarcelado más veces que los otros apóstoles, y que se vio lastimado con
llagas sobremanera, y muchas vsces en peligro de muerte. Su vida no parecía de
hombre mortal, sino de hombre venido del cielo, que con verdad pudo decir:
«Vivo yo, más no yo, sino Cristo vive en mí.» El fué el grande intérprete del
Evangelio que sin haber aprendido nada de los demás apóstoles, fué enseñado
por' el mismo Dios, y descubrió a los hombres las riquezas y tesoros que están
escondidos en Cristo, confirmando su predicación con divinos portentos, como
decía a los fieles de Corinto: «Las señales de mi apostolado ha obrado Dios
sobre vosotros, en toda paciencia, en milagros y prodigios, y en obras
maravillosas.» Y escribe san Lucas, que con poner los lienzos de san Pablo
sobre los enfermos y endemoniados, todos quedaban libres de sus dolencias.
Después de haber estado el santo apóstol dos años preso en Roma, es fama que
sembró también la semilla y doctrina del cielo por Italia y Francia y que vino
a España donde predicó con gran fruto. Finalmente volviendo a Roma a los doce
años del imperio de Nerón, fué degollado, en el lugar llamado de las tres
fontanas, sellando con su sangre la fe de Cristo.
Reflexión: Alabemos pues y
glorifiquemos a los príncipes de la Iglesia san Pedro y san Pablo; porque ellos
son las lumbreras del mundo, las columnas de la fe, los fundadores del reino de
Cristo, los ejemplos de los mártires, los maestros de la inocencia y los
autores de la santidad, alabados del mismo Dios. Amémoslos como buenos hijos a
sus padres, oigámoslos como discípulos a sus maestros, sigámoslos como oveja a
sus pastores; imitémoslos como a santos, y pidámosles socorro y favor como a
bienaventurados.
Oración: ¡Oh Dios! que
alumbraste a los gentiles por medio de la predicación del apóstol san Pablo;
suplicámoste nos concedas sea nuestro protector para contigo aquel cuya fiesta
celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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