Toda la antigüedad ha dado a san
Basilio el título de Magno, porque en él, todas las cosas fueron grandes:
grande su ingenio, grande su elocuencia, grande sus milagros. Nació en Cesárea
de Capadocia y fué hijo de san Basilio y de santa Emilia, nieto de santa
Macrinia, hermano de san Gregorio Niseno, de san Pedro de Sebaste y de santa
Macrina la joven. Aprendió las letras humanas primero en Cesárea y después en
Constantinopla y en Atenas, que era a la sazón madre de todas las ciencias;
donde trabó muy estrecha y cordial amistad con Gregorio Nazianzeno, porque eran
los dos muy parecidos no menos en el ingenio que en la virtud. Allí alcanzó
fama de varón sapientísimo en todo género de letras, y las enseñó con grande
aplauso. Convirtió a Eubulo su maestro; y los dos fueron a Jerusalén a visitar
los santos lugares, y bautizarse en el Jordán. Al tiempo que Máximo, obispo de
Jerusalén. bautizaba a Basilio, bajó una llamarada de fuego del cielo y de ella
salió una paloma que tocó con sus alas las aguas, y luego voló a lo alto,
dejando llenos de admiración y temor a los que estaban presentes. Ordenado de
presbítero en Cesárea, se retiró por no ser compelido a aceptar la dignidad de
obispo, a un desierto del Ponto, y allí vivió algunos años en compañía de san
Gregorio Nazianzeno, con un género de vida tan admirable que más parecían
ángeles que hombres. Mas como en tiempo del emperador Valente, arriano, la
herejía como furioso incendio abrasase todo el Oriente, y en Cesárea hiciese
grandes estragos, salió el santo de su yermo para oponerse a los herejes. En
esta sazón murió el obispo de Cesárea; y todo el clero y pueblo aclamó por su
pastor a san Basilio. En una hambre cruelísima que sucedió, vendió el santo
todas sus posesiones, y predicó de la limosna en los templos, plazas, calles y
casas de los ricos, con que alivió aquella extremada necesidad. Edificó para
los pobres un hospital tan insigne y suntuoso, que se podía contar entre las
maravillas del mundo, como escribe el Nazianzeno. Habiendo rogado a Dios que
atajase los pasos del emperador Juliano el Apóstata, que intentaba matarle y
destruir toda la Iglesia de Cristo, fué aquel impío tirano muerto en la guerra
de Persia: y queriendo el emperador Valente desterrar al santo, al tiempo de
firmar el decreto, la silla en que estaba se quebró, la pluma no dio tinta,
aunque la mudó tres veces, y el brazo comenzó a temblarle como si estuviera
tocado de perlesía. Entonces se rindió y rasgó el decreto. La penitencia de san
Basilio era más admirable que imitable, y estaba tan flaco que no parecía tener
más que la piel y los huesos. Finalmente después de haber gobernado
santísimamente su Iglesia ocho años, obrado estupendos milagros y escrito
admirables libros, murió a los cincuenta y un años de su edad.
Reflexión: Las alabanzas que dan
a san Basilio los santos doctores Gregorio Nazianzeno, Gregorio Niseno, Efrén y
otros, son tantas y con tan grande encarecimiento, que ellas solas bastan para
entender la estimación y veneración con que hemos de horarle e imitarle.
Sigamos pues los ejemplos y doctrinas de este gran doctor de la Iglesia tan
lleno de espíritu de Dios, y andaremos seguros por el camino de nuestra eterna
salud sabiendo de cierto que agradamos a nuestro Señor, el cual para nuestra
enseñanza le hizo tan sabio y tan santo.
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