El angelical patrón de la
juventud san Luis Gonzaga nació en Castellón, y fué hijo primogénito de don
Ferrante Gonzaga, príncipe del imperio y marqués de Castellón, y de doña María
Tana Santena de Chieri del Piamonte, dama muy principal y muy favorecida de la
reina doña Isabel, mujer del rey don Felipe II. Criáronle sus padres con gran
cuidado como heredero suyo y de otros dos tíos suyos, en cuyos estados había de
suceder. Siendo de cinco años, y tratando con los soldados de cosas de guerra
con más ánimo que discreción, disparó un arcabuz y se quemó la cara, y otro día
estuvo en peligro de perder la vida por poner fuego a un tiro pequeño de
artillería. Entonces se le pegaron algunas palabras desconcertadas, que oía
decir a los soldados sin entender lo que significaban, pero siendo avisado y
reprendido por su ayo nunca jamás las dijo, y quedó de esto tan avergonzado, que
tuvo éste por el mayor pecado de su vida. Siendo ya de ocho años se crió en la
corte del duque de Toscana e hizo voto de perpetua virginidad ante la imagen de
la Anunciada, y tuvo un don de castidad tan perfecta, que, como aseguraba el
santo cardenal Belarmino, que le confesó generalmente, jamás sintió estímulo en
el cuerpo ni imaginación torpe en el alma, a pesar de ser, de su natural,
sanguíneo, vivo y amoroso. No dejaba él de ayudarse para conservar aquella
preciosa joya, refrenando sus sentidos, y llevando bajos los ojos, sin mirar
jamás el rostro a las damas, ni a la emperatriz, ni aun a su propia madre.
Ayunaba tres días por semana, traía a raíz de las carnes las espuelas de los
caballos y se disciplinaba rigurosamente. Comulgando la fiesta de la Asunción
en el colegio de la Compañía de Jesús de Madrid, oyó una voz clara y distinta
que le decía se hiciese religioso de la Compañía de Jesús. No se puede creer
los medios que tomó su padre para divertirle de su vocación; mas después de
muchas y recias batallas, rindió el santo joven el corazón del padre y
renunciando sus estados en favor de su hermano Rodolfo, entró en el noviciado
de san Andrés de Roma, a la edad de diez y ocho años no cumplidos. Entonces
resplandecieron con toda su claridad celestial las virtudes de aquel angelical
mancebo. Era tan dado a la oración que parece vivía de ella, y preguntado si
padecía en ella distracciones, dijo al superior que todas las que había
padecido en el espacio de seis meses no llegarían a tiempo que es menester para
rezar un Ave María. De sólo oir hablar de amor divino se le encendía
súbitamente el rostro como un fuego, y cuando oraba delante del santísimo
Sacramento, parecía un abrasado serafín encarne mortal. Finalmente habiendo
asistido a los pobres enfermos de mal contagioso, fué víctima de su ardentísima
caridad, y como tuviese revelación del día de su muerte, cantó el Te Deum
laudamus, y besando tiernísimamente el crucifijo, dio su bendita alma al
Criador, siendo de edad de veintitrés años.
Reflexión: El sumo pontífice
Benedicto XIII, que puso al bienaventurado Luis en el catálogo de los santos,
lo declaró también patrón y ejemplar de la juventud estudiosa. Mírense pues en
este celestial espejo todos los jóvenes cristianos, y aprendan de él a
conservar la inocencia de su alma, y, si la han ya perdido, a compensar con la
penitencia la pérdida de joya tan preciosa.
Oración: ¡Oh Dios! repartidor de
los dones celestiales, que juntaste en el angelical mancebo Luis una grande
inocencia de alma con una maravillosa penitencia: concédenos por su intercesión
y por sus merecimientos, que imitemos en la penitencia al que no hemos imitado
en la inocencia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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