El gloriosísimo príncipe de los
apóstoles san Pedro fué de nación Galileo, y natural de Bethsaida, y vivía del
arte de pescar. Fué hermano de san Andrés, y se dice que estaba casado con una
mujer llamada Perpetua, y que tuvo una hija que fué santa Petronila. San Andrés
fué quien le llevó a Cristo, y el Señor así que le vio le dijo: «Tú eres Simón;
pero de hoy más te llamarás Pedro, que vale lo mismo que piedra;» porque había
de ser piedra fundamental de su Iglesia. Viendo otro día el Señor a los dos
hermanos que estaban pescando, les dijo: «Veníos en pos de mí para ser
pescadores, no de peces sino de hombres. Y ellos dejando sus redes le
siguieron. San Pedro era el que siempre acompañaba al Señor aun en las cosas
más secretas, como cuando se transfiguró en el monte Tabor, y cuando resucitó a
la hija de Jairo, y cuando se apartó a orar en el huerto. El fué, en cuya barca
entró nuestro Señor a predicar: él quien confesó a Cristo por Hijo de Dios
vivo, y se ofreció con gran denuedo a cualquier peligro y muerte por su amor. Y
aunque permitió el Señor que le negase para que conociese su flaqueza humana,
con todo después de la resurrección, le preguntó el Señor si le amaba más que
todos los otros apóstoles; y confesando Pedro que mucho le amaba, Jesucristo le
hizo pastor universal de toda su Iglesia. El día de Pentecostés, fué el primero
que predicó, convirtiendo en un sermón tres mil almas y en otro cinco mil.
También hizo los primeros y estupendos milagros con que comenzó a acreditarse
la predicación apostólica, dando la salud a innumerables enfermos que traían de
toda la comarca de Jerusalén, a los cuales ponían en las plazas, para que
cuando él pasaba, tocando siquiera la sombra de su cuerpo a alguno de ellos,
todos quedasen sanos. Tuvo san Pedro su cátedra de Vicario de nuestro Señor
Jesucristo, siete años en Antioquía, y veinticuatro años en Roma; y como entre
los innumerables ciudadanos romanos que habían recibido la fe de san Pedro y de
san Pablo, hubiese dos damas amigas de w Nerón que con el bautismo habían
recibido el don de la castidad, y se habían apartado del trato ruin con el
emperador, aquel monstruo de crueldad y lujuria mandó encerrar a los dos santos
apóstoles en la cárcel de Mamertino, y luego dio sentencia que san Pedro como
judío fuese crucificado, y san Pablo como ciudadano romano fuese degollado. De
esta manera acabó su vida el príncipe de los apóstoles, imitando con su muerte
ja muerte de Cristo clavado en la cruz, aunque por tenerse por indigno de morir
en la forma que el Señor había estado, rogó a los verdugos que le crucificasen
cabeza abajo.
Reflexión: ¡Jesucristo
crucificado! ¡San Pedro muerto también en la cruz! ¡San Pablo degollado! ¿Qué
dicen a tu corazón estos adorables testigos de la verdad evangélica? ¿Quién
podrá mirarlos y osará decir que nos engañaron? Para persuadir a los hombres la
divinidad de su doctrina resucitaron muertos, y para que nadie pudiera
sospechar siquiera que nos engañaban, se dejaron matar como mansísimos corderos.
¡Ay de aquellos, que con los lazos de sus malas pasiones tienen aprisionada la
verdad de Dios tan clara y manifiesta a los sabios e ignorantes!
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