Una fiesta tan importante como la
de Epifanía no podía carecer de una Octava. Esta Octava sólo es inferior en
dignidad a la de Pascua y de Pentecostés; y es más privilegiada que la do
Navidad, la cual admite fiestas de rito doble y semidoble, mientras que la
Octava de Epifanía sólo cede ante una fiesta Patronal de primera clase. De los
antiguos Sacramentarlos se desprende también, que en la antigüedad, los dos
días posteriores a Epifanía, eran fiestas de precepto lo mismo que los dos días
siguientes a las fiestas de Pascua y Pentecostés. Todavía son conocidas las
Iglesias estacionales donde clero y fieles se reunían en estos dos días.
Con el fin de entrar más de lleno
en el espíritu de la Iglesia, durante esta gloriosa Octava, contemplaremos
diariamente el Misterio de la Vocación de los Magos, acudiendo con ellos al
sagrado retiro de Belén, para ofrecer allí nuestros dones al divino Niño, al
que hemos sido conducidos por la estrella.
Y ¿quiénes son estos Magos, sino
los precursores de la conversión de todos los pueblos al Señor su Dios, los
padres de las naciones en la fe del Redentor venido, los patriarcas del género
humano renovado? Súbitamente hacen su aparición en Belén, en número de tres,
según la tradición de la Iglesia, conservada por San León, por San Máximo de
Turín, San Cesáreo de Arlés y por las pinturas cristianas que, desde la era de
las persecuciones, adornan las catacumbas de la ciudad santa.
De esta manera se continúa en
ellos el Misterio señalado ya desde los primeros días del mundo por tres
hombres justos: Abel, sacrificado, como figura de Cristo; Seth, padre de los
hijos de Dios, separados de la raza de Caín; Enoch, que tuvo la honra de
reglamentar el culto del Señor.
Y también ese segundo Misterio de
otros tres antepasados del género humano, de los cuales salieron todas las
razas después del diluvio: Sem, Cam y Jafet, hijos de Noé.
FINALMENTE, el tercer Misterio de
los tres abuelos del pueblo escogido: Abraham, padre de los creyentes; Isaac,
nueva figura de Cristo inmolado; Jacob, fuerte en su lucha con Dios y Padre de
los doce Patriarcas de Israel.
Mas, todos esos hombres sobre
quienes se cifraba la esperanza del género humano, tanto en el orden de la
naturaleza como en el de la gracia, fueron simples depositarios de la promesa;
y sólo de lejos, como dice el Apóstol, saludaron su afortunada realización
(Hebr., XI, 13). Los pueblos no marcharon hacia Dios en pos de ellos; cuanto
más luminosa brillaba la luz sobre Israel, tanto más profunda se hacía la
ceguera de las naciones. Muy al contrario los Magos no llegan a Belén sino como
nuncios y precursores de las generaciones venideras. En ellos, la figura pasa a
la más completa realidad por la misericordia del Señor, que habiendo venido a
buscar al perdido, se dignó tender los brazos a todo el género humano porque
todo él había perecido.
Contemplemos también a esos
felices Magos figurados por aquellos tres fieles reyes, gloria del trono de
Judá, mantenedores en el pueblo escogido de las tradiciones relativas a la
espera del Libertador, y enemigos de la idolatría: David, tipo sublime del Mesías;
Ecequías, cuyo valeroso brazo aleja a los falsos dioses; Josías, restableeedor
de la ley del Señor, olvidada por su pueblo.
Los sagrados libros nos presentan
todavía otro tipo de esos piadosos viajeros que, desde la remota Gentilidad
acuden a saludar al Rey pacífico y ofrecerle sus presentes; es la reina de
Sabá, figura de la Gentilidad, y que, atraída por la fama de la profunda
sabiduría de Salomón, llamado el Pacífico, llega a Jerusalén con sus camellos
cargados de oro, aromas y piedras preciosas, y venera la realeza del Mesías en
uno de sus más significados prototipos.
De esta suerte, oh Cristo, es
como, en esa tenebrosa noche, que consintiéndolo la justicia de tu Padre, se
habla esparcido por todo el mundo pecador, iluminan el cielo algunos rayos de
gracia, prometiendo días más serenos, cuando el Sol de tu justicia aparezca por
fin sobre las tinieblas de la muerte. Para nosotros pasó ya el tiempo de esas
funestas tinieblas; no tenemos ya que contemplarte bajo las pálidas figuras de
vacilantes luces. Te poseemos a ti mismo y para siempre ¡oh Emmanuel! Es
cierto, que sobre nuestra frente no brilla la diadema de la reina de Sabá; pero
no por eso somos peor recibidos ante tu cuna. Has invitado a unos pastores a
recibir las primeras lecciones de tu doctrina: todos los hijos de los hombres
son llamados a formar parte de tu corte; haciéndote niño, has puesto al alcance
de todos, los tesoros de tu sabiduría infinita. ¡Cuán grande debe ser nuestra
gratitud por este beneficio de la luz de la Fe, sin la cual lo ignoraríamos
todo, aun creyendo saberlo todo! ¡Cuán menguada, incierta y falaz es la ciencia
humana comparada con la tuya, cuya fuente tenemos a nuestro lado! Guárdanos
siempre ¡oh Cristo! No permitas que despreciemos nunca esa luz que haces
brillar ante nuestros ojos, tamizándola con el velo de tu humilde infancia.
Líbranos del orgullo que todo lo obscurece, endureciendo el corazón; confíanos
a los cuidados de tu Madre, María, para que nuestro amor nos mantenga siempre
junto a ti, bajo su maternal mirada.
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