domingo, 7 de enero de 2018

7 enero SEGUNDO DIA DE LA OCTAVA DE EPIFANIA LOS MAGOS


Una fiesta tan importante como la de Epifanía no podía carecer de una Octava. Esta Octava sólo es inferior en dignidad a la de Pascua y de Pentecostés; y es más privilegiada que la do Navidad, la cual admite fiestas de rito doble y semidoble, mientras que la Octava de Epifanía sólo cede ante una fiesta Patronal de primera clase. De los antiguos Sacramentarlos se desprende también, que en la antigüedad, los dos días posteriores a Epifanía, eran fiestas de precepto lo mismo que los dos días siguientes a las fiestas de Pascua y Pentecostés. Todavía son conocidas las Iglesias estacionales donde clero y fieles se reunían en estos dos días.

Con el fin de entrar más de lleno en el espíritu de la Iglesia, durante esta gloriosa Octava, contemplaremos diariamente el Misterio de la Vocación de los Magos, acudiendo con ellos al sagrado retiro de Belén, para ofrecer allí nuestros dones al divino Niño, al que hemos sido conducidos por la estrella.

Y ¿quiénes son estos Magos, sino los precursores de la conversión de todos los pueblos al Señor su Dios, los padres de las naciones en la fe del Redentor venido, los patriarcas del género humano renovado? Súbitamente hacen su aparición en Belén, en número de tres, según la tradición de la Iglesia, conservada por San León, por San Máximo de Turín, San Cesáreo de Arlés y por las pinturas cristianas que, desde la era de las persecuciones, adornan las catacumbas de la ciudad santa.

De esta manera se continúa en ellos el Misterio señalado ya desde los primeros días del mundo por tres hombres justos: Abel, sacrificado, como figura de Cristo; Seth, padre de los hijos de Dios, separados de la raza de Caín; Enoch, que tuvo la honra de reglamentar el culto del Señor.

Y también ese segundo Misterio de otros tres antepasados del género humano, de los cuales salieron todas las razas después del diluvio: Sem, Cam y Jafet, hijos de Noé.

FINALMENTE, el tercer Misterio de los tres abuelos del pueblo escogido: Abraham, padre de los creyentes; Isaac, nueva figura de Cristo inmolado; Jacob, fuerte en su lucha con Dios y Padre de los doce Patriarcas de Israel.

Mas, todos esos hombres sobre quienes se cifraba la esperanza del género humano, tanto en el orden de la naturaleza como en el de la gracia, fueron simples depositarios de la promesa; y sólo de lejos, como dice el Apóstol, saludaron su afortunada realización (Hebr., XI, 13). Los pueblos no marcharon hacia Dios en pos de ellos; cuanto más luminosa brillaba la luz sobre Israel, tanto más profunda se hacía la ceguera de las naciones. Muy al contrario los Magos no llegan a Belén sino como nuncios y precursores de las generaciones venideras. En ellos, la figura pasa a la más completa realidad por la misericordia del Señor, que habiendo venido a buscar al perdido, se dignó tender los brazos a todo el género humano porque todo él había perecido.

Contemplemos también a esos felices Magos figurados por aquellos tres fieles reyes, gloria del trono de Judá, mantenedores en el pueblo escogido de las tradiciones relativas a la espera del Libertador, y enemigos de la idolatría: David, tipo sublime del Mesías; Ecequías, cuyo valeroso brazo aleja a los falsos dioses; Josías, restableeedor de la ley del Señor, olvidada por su pueblo.

Los sagrados libros nos presentan todavía otro tipo de esos piadosos viajeros que, desde la remota Gentilidad acuden a saludar al Rey pacífico y ofrecerle sus presentes; es la reina de Sabá, figura de la Gentilidad, y que, atraída por la fama de la profunda sabiduría de Salomón, llamado el Pacífico, llega a Jerusalén con sus camellos cargados de oro, aromas y piedras preciosas, y venera la realeza del Mesías en uno de sus más significados prototipos.


De esta suerte, oh Cristo, es como, en esa tenebrosa noche, que consintiéndolo la justicia de tu Padre, se habla esparcido por todo el mundo pecador, iluminan el cielo algunos rayos de gracia, prometiendo días más serenos, cuando el Sol de tu justicia aparezca por fin sobre las tinieblas de la muerte. Para nosotros pasó ya el tiempo de esas funestas tinieblas; no tenemos ya que contemplarte bajo las pálidas figuras de vacilantes luces. Te poseemos a ti mismo y para siempre ¡oh Emmanuel! Es cierto, que sobre nuestra frente no brilla la diadema de la reina de Sabá; pero no por eso somos peor recibidos ante tu cuna. Has invitado a unos pastores a recibir las primeras lecciones de tu doctrina: todos los hijos de los hombres son llamados a formar parte de tu corte; haciéndote niño, has puesto al alcance de todos, los tesoros de tu sabiduría infinita. ¡Cuán grande debe ser nuestra gratitud por este beneficio de la luz de la Fe, sin la cual lo ignoraríamos todo, aun creyendo saberlo todo! ¡Cuán menguada, incierta y falaz es la ciencia humana comparada con la tuya, cuya fuente tenemos a nuestro lado! Guárdanos siempre ¡oh Cristo! No permitas que despreciemos nunca esa luz que haces brillar ante nuestros ojos, tamizándola con el velo de tu humilde infancia. Líbranos del orgullo que todo lo obscurece, endureciendo el corazón; confíanos a los cuidados de tu Madre, María, para que nuestro amor nos mantenga siempre junto a ti, bajo su maternal mirada.

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