Ha terminado la fiesta de
Navidad; han concluido las cuatro Octavas; estamos ya ante la solemnidad de la
Epifanía del Salvador. Sólo un día nos queda para prepararnos a la plena
Manifestación que del misterio de su gloria nos ha de hacer, el Angel del gran
Consejo. Unas horas más y la estrella se detendrá, y los Magos llamarán a la
puerta de la casa de Belén. Esta Vigilia no es de penitencia como la de
Navidad. Ha llegado ya el Niño que esperábamos entonces con corazón compungido,
y ansias de nuestra alma; lo tenemos entre nosotros, y ahora nos prepara nuevas
gracias. Como los que le han precedido, este día víspera de la nueva fiesta, es
un día de gozo. Por tanto, nada de ayunos en la Vigilia; la Santa Iglesia
tampoco se reviste de ornamentos de duelo. Hoy luce los blancos colores, lo
mismo que lo hará mañana. Este día es el duodécimo del Nacimiento del Salvador.
Si la Vigilia de la Epifanía cae en Domingo, no es anticipada como las demás
Vigilias, participando en esto del mismo privilegio que la de Navidad. Goza de
todas las prerrogativas de los Domingos; la Misa es la del Domingo infraoctava
de Navidad. Celebremos, pues, esta Vigilia en íntima alegría, preparando
nuestras almas para recibir las gracias que le están reservadas*.
La Iglesia griega guarda hoy
ayuno en memoria de la preparación al Bautismo, que en otros tiempos y sobre
todo en el Oriente se administraba durante la noche anterior al día de la
Epifanía. Todavía, en esta fiesta bendice con toda solemnidad las aguas
bautismales; de esta ceremonia cuyos vestigios no han desaparecido aun
completamente entre nosotros, hablaremos en otro lugar más detenidamente. La
Santa Iglesia romana hace memoria en este día de uno de sus Papas Mártires, San
Telesforo. Este Pontífice subió a la Sede Apostólica el año 127. Sufrió un
glorioso martirio, según la expresión de San Ireneo, y fué coronado con la
gloria celestial el año 138. El Líber Pontificalis indica que fué sepultado
junto a San Pedro, en el Vaticano Nuestras últimas palabras en el Adviento,
fueron las de la Esposa, en la profecía del Discípulo amado: ¡Ven, Señor Jesús,
ven! Terminaremos la primera parte del Tiempo de Navidad con una frase de
Isaías que la Santa Iglesia ha repetido en son de triunfo: ¡Un Niño nos ha
nacido.' Los cielos han destilado su rocío, el justo ha bajado del cielo, la
tierra ha engendrado al Salvador, EL VERBO SE HA HECHO CARNE, la Virgen ha dado
a luz su fruto, al Emmanuel, es decir al Dios con nosotros. El Sol de justicia
brilla ahora entre nosotros, las tinieblas han huido; ¡Gloria a Dios, en las
alturas, en la tierra Paz a los hombres! Estos son los bienes que hemos alcanzado
gracias a la humilde y gloriosa venida de este Niño. Adorémosle en su cuna;
amémosle por tanto amor; preparemos los presentes que mañana hemos de ofrecerle
con los Magos. La alegría de la Santa Iglesia continúa: los Angeles siguen
admirados, la creación entera está rebosante de dicha: ¡Un Niño nos ha nacido!
*Esta Vigilia, única en su género en todo el Año litúrgico,
es de rito semidoble; tiene primeras Vísperas y un Oficio de nueve Lecciones.
Por otra parte, no se hace mención en ella del misterio de Epifanía. La Misa es
la de la Octava de Navidad. El Evangelio y la Homilía nos habla de la vuelta de
la Sagrada Familia a Galilea. En realidad no es pues, una Vigilia, en el
sentido en que ordinariamente se toma esta palabra, sino una prolongación de la
fiesta de Navidad, una especie de festiva transición a la solemnidad de
Epifanía. Esta Vigilia sustituye también al Oficio del Domingo entre la
Circuncisión y la Epifanía, y tiene todos sus privilegios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario