martes, 16 de enero de 2018

17 de enero: SAN ANTONIO, ABAD. (t 356) Flos Sanctorvm Santoral


El admirable patriarca de los monjes, san Antonio, nació en Como de Egipto, de nobilísimos y cristianísimos padres, los cuales murieron siendo él de edad de diez y siete años. Entrando pues un día en la iglesia, al tiempo que se leía aquel Evangelio en que el Señor decía a un mancebo: «Si quieres ser perfecto, vé y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, que así hallarás gran tesoro en los cielos», Antonio tomó tan de veras aquellas palabras, como si para él sólo las hubiera dicho Cristo nuestro Señor, y volviendo a casa dio a su hermana la parte de la hacienda que le cabía y repartió todo lo demás a los pobres. Había ya en el desierto algunos solitarios, y entre ellos uno a quien el santo se propuso imitar; aunque como abeja solícita también iba a visitar a los otros monjes, para tomar de todos, como de flores, con que labrar la miel de su devoción; y sacar en sí un perfectísimo retrato de las virtudes que veía en los otros. Pero el demonio, temiendo tan gloriosos principios, le asaltó con todas sus fuerzas, tentándole reciamente para que dejase la soledad, acometiéndole con la llama de los apetitos libidinosos, apareciéndole en figura de una doncella sobremanera hermosa y lasciva, y atormentándole, ya con gritos, alaridos y horribles visiones de monstruos infernales, ya con azotes y otros suplicios, hasta dejarle como muerto. Triunfó el santo de todo el poder del infierno, y aún acrecentó sus austeridades, encerrándose en la cueva de un castillo desamparado, donde moró por espacio de veinte años, hasta que, viniendo a él muchos hombres tocados de Dios, que querían vivir debajo de su santa instrucción, salió de su encerramiento y comenzó a fundar muchos monasterios, los cuales fueron tantos, que aquellos desiertos parecían ciudades populosas, habitadas por ciudadanos del cielo. Sabiendo entonces que muchos cristianos eran presos en la persecución de Maximiliano y llevados a Alejandría, encendióse en gran deseo del martirio; servíales en las cárceles, acompañábales a los tribunales, animábales en los tormentos, muriendo porque no moría por Cristo. Más no quiso el Señor que se acabase con el filo de la espada la vida del que era padre y maestro de innumerables monjes. No se puede fácilmente creer la grandeza de los milagros que obró el Señor por este su siervo fidelísimo, ni la muchedumbre de enfermos que prodigiosamente sanó. Finalmente, habiendo vivido ciento cinco años, y llenado el mundo con la fragancia de su santidad y de sus milagros y victorias, mandó a solas a dos discípulos suyos que en muriendo, le sepultasen, sin que ninguno supiese el lugar donde estaba enterrado, y despidiéndose luego tiernamente de todos, extendió los pies, y miró con alegría la muerte, como quien veía los coros de los ángeles que venían por su alma para llevarla al cielo.

Reflexión: San Juan Crisóstomo decía; «Si alguno ahora viniere a los desiertos de Egipto, hallará que están más a menos y deleitosos que el paraíso, y verá innumerables compañías de ángeles en figura humana, y ejércitos de mártires y coros de vírgenes, y la tiranía del demonio derribada y el reino de Cristo resplandeciente». ¡Oh, qué bien estaría la sociedad si se gobernase por las leyes del Evangelio! Fuerza tiene hasta para formar ciudades de santos, ¿cuánto más, para hacer a los ciudadanos, medianamente virtuosos? Desengañémonos; al paso que la sociedad se acerca a Dios, se va tornando en paraíso; y al paso que se aleja de píos, se convierte en infierno. Y lo mismo pasa en la familia.


Oración: Suplicámoste, Señor, que nos recomiende a ti la intercesión del bienaventurado Antonio, abad, para lograr por su intercesión lo que no podemos alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, Señor nuestro. Amén. 

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