El glorioso obispo de la edad
apostólica fué discípulo de san Juan evangelista y maestro de san Ireneo, el
cual dice de él: «Policarpo no sólo fué enseñado por los apóstoles, y conversó
con muchos que habían visto y conocido al Señor, sino que los mismos apóstoles
le eligieron por obispo de Esmirna, en Asia. Yo le traté en el tiempo de mi
mocedad, porque murió muy viejo, y tenía ya muchos años cuando pasó de esta
vida después de un glorioso e ilustre martirio. Enseñó siempre aquella misma
doctrina que había aprendido de los apóstoles, la que enseña la Iglesia, y la
que es únicamente doctrina verdadera. En tiempo de Aniceto vino a Roma y reconcilió
con la Iglesia de Dios a muchos seguidores de los herejes, publicando que la
doctrina que él había aprendido de los apóstoles no era otra sino la que la
Iglesia enseñaba.» Hasta aquí san Ireneo (Lib. de haeres). Fué también muy
amigo de san Policarpo, el fervorosísimo mártir san Ignacio, obispo de
Antioquía, el cual, cuando era conducido a Roma, y condenado a las fieras del
anfiteatro, tuvo grande consuelo al pasar por Esmirna para dar su último abrazo
a Policarpo, a quien escribió todavía dos cartas llenas de celo apostólico.
También fué a Roma san Policarpo,
siendo de edad de ochenta años, para consultar con el Papa Aniceto algunos
puntos de disciplina eclesiástica, y allí topó con el famoso hereje Marción; y
preguntándole éste: ¿Me conoces? Respondióle el varón apostólico: Sí; te
conozco; eres el hijo primogénito del diablo. Ochenta y seis años tenía, cuando
en la sexta persecución de la Iglesia le prendieron y llevaron al anfiteatro de
Esmirna. Al entrar en aquel lugar de su martirio, oyó una voz del cielo que le
decía: ¡Buen ánimo, Policarpo, y persevera firme! Exhortándole luego el
procónsul a maldecir a Jesús, respondió el venerable anciano: Ochenta y seis
años ha que sirvo a mi Señor Jesucristo, jamás me ha hecho ningún mal, antes,
cada día he recibido de él nuevas mercedes; ¿cómo quieres, pues, que le
maldiga? Enojóse con esta respuesta el tirano, y clamaron los gentiles con
grandes voces diciendo: ¡Al fuego! ¡Al fuego! Entonces hicieron con grande
prisa una hoguera, en la cual arrojaron al santo obispo; mas el fuego no tocó
al santo, ni le quemó, antes estaba a manera de una vela de nave que navega
hinchada de próspero viento; y dentro de su seno parecía el cuerpo del santo,
no como carne quemada, sino como oro resplandeciente en el crisol, y las mismas
llamas, para mayor milagro, echaban, de sí un olor suavísimo como de incienso
quemado en las brasas. Finalmente, viendo los ministros que no se podía acabar
la vida de aquel santo con fuego, determinaron acabarle pasándole el cuerpo con
una espada, y en este martirio voló aquella alma dichosa al cielo para gozar
eternamente de Dios.
Reflexión: Así morían los santos obispos de la primitiva Iglesia y
los inmediatos discípulos de los apóstoles. Después de haber enseñado con
palabras y ejemplos la santísima doctrina del Señor, la sellaban con la sangre
del martirio, única recompensa que llevaban de este mundo, pero magnífica
prenda de alta gloria por toda la eternidad. ¿Te cuesta algún trabajo el ser
cristiano de veras? Anímate, pues, recordando que mucho más padecieron los
maestros de nuestra santa fe, y nunca te olvides de lo que dice san Pablo, a
saber: Que todas las penas de esta vida no son nada en comparación con la
futura gloria con que Dios recompensa a sus escogidos.
Oración: Oh Dios, que cada año nos alegras con la solemnidad de tu
bienaventurado mártir y pontífice Policarpo, concédenos tu gracia, a fin de que
mientras honramos su nacimiento en la gloría, nos holguemos mereciendo en la
tierra su protección celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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