martes, 2 de enero de 2018

3 de enero OCTAVA DE SAN JUAN, APOSTOL Y EVANGELISTA Dom Próspero Gueranguer


Hoy termina la Octava de San Juan: es el último tributo de homenaje que rendimos al Discípulo amado. El sagrado ciclo nos traerá toda vía su gloriosa memoria, el día seis de mayo, cuando celebremos en medio de las alegrías de la Resurrección de su Maestro, su valiente Confesión en Roma, ante la Puerta Latina; agradezcámosle hoy los dones que nos ha alcanzado de la misericordia del divino Niño, y recordemos algunos de los favores que recibió del Emmanuel.

EL APÓSTOL. — El Apostolado de Juan fué fecundo en obras de salvación, para los pueblos a los que fué enviado. Recibió de él el Evangelio la nación de los Partos, y por él fueron fundadas la mayor parte de las Iglesias del Asia Menor, el mismo Jesucristo eligió siete de entre ellas para representar en el sagrado Apocalipsis, las diversas clases de pastores, y tal vez, las siete épocas de la Iglesia, como muchos han pensado. No debemos olvidar que estas Iglesias del Asia Menor, imbuidas en la doctrina de San Juan, enviaron Apóstoles a las Gallas, siendo la Ilustre Iglesia de Lyon una de sus pacíficas conquistas. Pronto, también en el santo tiempo de Navidad, celebraremos al heroico Policarpo, obispo de Esmirna, discípulo de San Juan, y cuyo discípulo a su vez, fué el mismo San Potino, primer obispo de Lyon.

EL HIJO DE MARÍA. — Los trabajos apostólicos de San Juan no le distrajeron de los cuidados que su filial ternura y la recomendación del Salvador le imponían con respecto a la purísima María. Mientras Jesucristo lo consideró necesario para el afianzamiento de su Iglesia, tuvo San Juan el insigne honor de gozar de su compañía, de poder rodearla con sus demostraciones de ternura, hasta que, después de haber vivido en Efeso a su lado, volvió con Ella a Jerusalén, desde donde, como canta la Iglesia la Sma. Virgen, se elevó hasta el cielo desde el desierto de este mundo, semejante a una tenue nube de mirra e incienso. Juan sobrevivió todavía a esta segunda separación, y esperó en medio de los trabajos del apostolado el día en que a él también le sería dado escalar la afortunada región donde le esperaban el divino Amigo y su incomparable Madre.

EL DOCTOR. — Los Apóstoles, aquellas brillantes lumbreras puestas en el candelero por el mismo Cristo, se iban apagando poco a poco por la muerte del martirio; sólo él quedaba de pie en la Iglesia de Dios; las Iglesias recogían las palabras inspiradas de su boca, como regla de su fe; su profecía de Patmos demostraba que conocía bien los secretos del futuro de la Iglesia. En medio de tanta gloria, Juan permanecía sencillo y humilde como el Niño de Belén; y uno se siente enternecido ante el relato de los antiguos, que nos le muestran acariciando con dulzura a una avecilla posada en sus sagradas manos.

Este anciano que en sus años juveniles habla descansado sobre el pecho de Aquel cuyas delicias son el estar con los hijos de los hombres; él, el único de los Apóstoles que le había seguido hasta la Cruz, y que había visto traspasar con la lanza aquel corazón que tanto amó al mundo, gustaba sobre todo hablar del amor fraterno. Su misericordia para con los pecadores era digna del amigo del Redentor, y es conocida aquella evangélica persecución que llevó a cabo contra un joven, a quien había amado con amor de padre, y que, en ausencia del santo Apóstol, se habla entregado a toda clase de desórdenes. A pesar de su ancianidad, Juan le siguió hasta los montes, trayéndole de nuevo arrepentido al redil.

Mas, el hombre de tan insigne caridad, era inflexible contra la herejía la cual destruyendo la fe, destruye la caridad en su misma fuente. De él tomó la Iglesia su máxima de huir del hereje como de un apestado: No le saludéis siquiera, escribe el amigo de Cristo en su segunda Epístola; porque él que le saluda, comulga con sus perversas obras. Habiendo entrado cierto día en un baño público, supo que allí se hallaba el heresiarca Cerinto, y salió inmediatamente como de un lugar maldito. Por eso, los discípulos de Cerinto trataron de envenenarle con una copa que estaba a su uso; pero, al hacer el santo Apóstol la señal de la Cruz sobre la bebida, salió de allí una serpiente, lo cual puso de manifiesto la maldad de los sectarios y la santidad del discípulo de Cristo. Esta apostólica energía en la guarda del tesoro de la fe, le hizo temible a los herejes del Asia, justificando su profético apellido de Hijo del trueno que el mismo Salvador le habla dado, lo mismo que a su hermano Santiago el Mayor, el Apóstol de España.

En recuerdo de este milagro que acabamos de contar, la tradición de los artistas católicos, dió al santo como emblema un cáliz, del cual sale una serpiente, y en muchas regiones de la cristiandad, sobre todo en Alemania, el día de la fiesta de este Apóstol, se bendice solemnemente el vino con una oración que recuerda este episodio. Es también costumbre en esas tierras, beber al fin de la comida una copa, llamada la copa de San Juan, como para poner bajo su amparo la refección tomada.

Nos falta lugar para contar detalladamente otras tradiciones sobre el Apóstol: se puede consultar a la leyenda; nos limitaremos a decir algo sobre su muerte.

El trozo del Evangelio que se lee en la Misa de San Juan fué con frecuencia interpretado en el sentido de que el Discípulo amado no había de morir; mas, hay que reconocer que se puede explicar el texto sin necesidad de recurrir a esa interpretación. La Iglesia griega, cree en el privilegio de la exención de la muerte concedido a San Juan, y esta opinión de muchos Padres antiguos se halla reproducida en algunas Secuencias e Himnos de las Iglesias de Occidente. Se diría que también la Iglesia romana favorece ese sentimiento al escoger esas palabras para una de las Antífonas de los Laudes de la fiesta; pero, hay que reconocer que jamás se inclinó abiertamente por esa opinión, aunque tampoco la desaprobase. Por otra parte, en Efeso existió el sepulcro del santo Apóstol; los monumentos de la tradición hacen mención de él, así como del prodigio de un maravilloso maná que fluyó de allí durante varios siglos.

Con todo eso, no deja de sorprender que el cuerpo de este santo no haya sido objeto de ninguna traslación; ninguna iglesia se ha gloriado de poseerle; y por lo que se refiere a las reliquias particulares de este Apóstol, son muy escasas en la Iglesia y de una naturaleza muy poco definida. En Roma, cuando se piden reliquias de San Juan, sólo se logran algunas de su sepulcro. Después de todos estos datos, hay que reconocer que exite algún misterio en la desaparición total del cuerpo de un personaje tan querido por toda la Iglesia, en tanto que el cuerpo de todos sus demás compañeros en el Apostolado tienen su historia más o menos definida, disputándoselos muchas Iglesias, total o parcialmente. ¿Quiso el Salvador glorificar antes del día del juicio el cuerpo de su amigo? En los designios impenetrables de su sabiduría, ¿lo sustrajo quizás a todas las miradas como el cuerpo de Moisés? Son cuestiones, que no serán nunca probablemente resueltas en la tierra; pero no hay inconveniente en reconocer, con muchos santos doctores, el misterio de que el Señor ha querido rodear el cuerpo virginal de San Juan, como una nueva señal de la admirable castidad de este gran Apóstol.

¡Oh bienaventurado Juan! te saludamos en este día con el corazón rebosante de gratitud, por habernos acompañado con tan tierno amor en la celebración del Nacimiento de tu divino Rey. Al destacar tus inefables privilegios, glorificamos a Aquel que te distinguió con ellos. Sé, pues, bendito, tú que eres el amigo de Jesús e Hijo de la Virgen. Pero, antes de abandonarnos atiende nuestras plegarias.

¡Apóstol de la caridad fraterna! haz que todos nuestros corazones se fundan en una santa unión; que renazca en el corazón del cristiano de hoy día esa sencillez de la paloma de que fuistes un ejemplo conmovedor. Haz que la fe sin la cual no podría existir la caridad, se mantenga pura en nuestras Iglesias; que sea aplastada la serpiente de la herejía, y que sus pestilentes pócimas no sean más servidas a los labios de un pueblo cómplice o indiferente; que la adhesión a la doctrina de la Iglesia sea firme y valerosa en el corazón de los católicos; que las procacidades profanas o la débil tolerancia de los errores no llegue a empañar las costumbres religiosas de nuestros padres; y que los hijos de la luz no se unan a los hijos de las tinieblas.


Acuérdate, oh santo Profeta, de la sublime visión en la que te fué dado ver el estado de las Iglesias del Asia Menor; alcanza para los Angeles que guardan las nuestras, esa inviolable fidelidad que es la única merecedora de la corona y del premio. Ruega también por las regiones que evangelizaste y claudicaron en la fe. Durante mucho tiempo han padecido la degradación y la esclavitud; hora es ya de que vuelvan a la fe de Jesucristo y de su Iglesia. Envía la paz, desde lo alto del cielo, a tu Iglesia de Efeso y a sus hermanas de Esmirna, de Pérgamo, de Hatira, de Sardes, de Filadelfia y de Loadicea, para que se despierten de su letargo y salgan de sus tumbas; pon pronto fin a los tristes destinos del Islamismo, y haz que desaparezcan el cisma y la herejía que degradan al Oriente, para que todo el rebaño se reúna en un solo aprisco. Protege a la Santa Iglesia romana, que fué testigo de tu gloriosa Confesión, y guardó su memoria entre sus más bellos títulos de gloria, al lado de la de Pedro y Pablo. Envía para ella una nueva efusión de luz y caridad, en estos días en que la cosecha comienza a blanquear por todas partes. Finalmente, ¡oh discípulo predilecto del Salvador de los hombres! alcánzanos el ser admitidos un día a la contemplación de la gloria de tu cuerpo virginal, para que después de habernos presentado en esta tierra a Jesús y a María en Belén, nos les muestres también, en los esplendores de la eternidad.

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