Por muchos años desearon tener
hijos los ilustres padres de san Ildefonso, y prometía su madre a María
Santísima que, si le daba un varón, con todas sus fuerzas procuraría que fuese
su capellán. Cumplió el Señor tan santos deseos, naciendo el santo niño.
Criáronle sus padres con todo cuidado, y señaladamente su madre por tenerlo
ofrecido a Nuestra Señora. Llegado a la edad competente, le enviaron a san
Isidoro, arzobispo de Sevilla, para que en su colegio aprendiese, con otros
mancebos de su edad, las letras humanas y divinas, principalmente el amor y temor de Dios. Pasados doce años, volvió de
Sevilla, docto y bien ejercitado en la filosofía y las Letras Sagradas, y
abandonando todas las cosas del mundo, retiróse en el monasterio de
benedictinos. Mas su padre fué con gente armada para sacarlo del claustro; y no
pudiendo lograrlo, por haberse ocultado el santo joven entre unas paredes
ruinosas, desistió de su mal propósito. Vieron los monjes en Ildefonso un
acabado modelo de perfección y sabiduría, y de común acuerdo le eligieron por
su abad: más habiendo fallecido su tío el arzobispo de Toledo, san Eugenio, a
propuesta del rey y por aclamación del pueblo fué escogido por sucesor nuestro
santo, y por más que lloraba y gemía, no pudo resistir a la voluntad de Dios, y
hubo de sentarse en la cátedra arzobispal de Toledo. Aquí, como en más ancho
campo, resplandecieron y dieron mayor brillo sus dotes naturales y sus virtudes.
Amábanle todos, como a padre; llamábanle
Crisóstomo y boca de oro por su elocuencia, y doctor de la Iglesia por sus
admirables escritos. Convenció en pública disputa a los herejes venidos de la
Galia gótica, que ponían mácula en la virginal integridad de Nuestra Señora; y
en recompensa de este celo y devoción, mereció que la virgen santa Leocadia en
el día de su fiesta a vista de todo el pueblo se levantase de su sepulcro y le
dijese: «Ildefonso, por ti vive la gloria de mi Reina». Cortó después el santo
con la daga del rey Recesvinto, que estaba presente, una parte del velo que
cubría el rostro de la santa virgen. Entrando otro día en la catedral,
aparecióle la Reina de los cielos con grande majestad, y le regaló una preciosa
casulla, como a su amado capellán. Finalmente, a los sesenta años de edad,'
murió el santo arzobispo con gran sentimiento de toda su grey, y fué sepultado
el sagrado cuerpo en el templo de santa Leocadia: después en la invasión de los
moros fué llevado por los cristianos a Zamora, donde es tenido en gran
veneración.
Reflexión: Aunque san Ildefonso fué admirable en todas sus obras,
en lo que más se esmeró, fué en la devoción de Nuestra Señora, que se le había
pegado ya en las entrañas de su madre; y así en las muchas y provechosas obras
que escribió resplandece su santidad y una ternura y afecto entrañable cuando
trata de la sacratísima Virgen María, y entonces parece que extiende las velas
de su devoción y se deja llevar con el viento fresco del espíritu del cielo que
le guiaba. Imitémosle todos en es tierna y filial devoción a la Madre de Dios,
porque es prenda de eterna vida. Ninguno de los devotos de la Santísima Virgen
ha tenido la desgracia de morir en pecado mortal y condenarse. Todos los que
han sido fieles devotos de la Virgen están en el cielo.
Oración: Oh Dios, que honraste por medio de la gloriosísima Madre
de tu Hijo al bienaventurado Ildefonso tu confesor y pontífice, enviándole un
regalo de los tesoros celestiales, concédenos propicio, que por sus ruegos
alcancemos los eternos dones. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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