miércoles, 10 de enero de 2018

11 de enero: SEXTO DIA DE LA OCTAVA DE EPIFANIA. LOS DONES DE LOS MAGOS. Dom Próspero Gueranguer


No se contentaron los Magos con adorar al gran Rey que María presentaba a su veneración. Como la Reina de Sabá que vino a honrar al Rey pacífico en la persona del sabio y opulento hijo de David, los tres Reyes de Oriente abrieron sus tesoros y sacaron ricos presentes. El Emmanuel se dignó aceptar sus misteriosos dones; pero, lo mismo que Salomón, su abuelo, no dejó marchar a los Príncipes vacíos, sino que les colmó de presentes infinitamente más ricos que los que él había aceptado. Los Magos le presentaron ofrendas terrenas; Jesús les colmó de celestiales dones. Robusteció en ellos la fe, la esperanza y la caridad; en sus personas enriqueció a toda su Iglesia a quien representaban; en ellos así como en la Sinagoga que los había dejado marchar solos en busca del Rey de Israel. Se cumplieron las palabras del Cántico sagrado de María: "A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos dejó en la miseria." 

Más consideremos los presentes de los Magos y reconozcamos con la Iglesia y los Padres los Misterios que en ellos se encierran. Tres fueron los dones, con el fin de honrar el sagrado número de las Personas en la unidad de la Esencia divina; pero este inspirado número alcanzaba una nueva aplicación en un triple carácter del Emmanuel. El hijo de Dios venía a reinar en el mundo: convenía ofrecerle el ORO que indica el poder supremo. Venía a ejercer el Supremo Sacerdocio, y a reconciliar por su medio, el cielo con la tierra: era conveniente ofrecerle el INCIENSO que debe quemarse en manos del sacerdote. Sólo su muerte podía darle posesión del trono preparado para su humanidad gloriosa; esa muerte debía inaugurar el eterno Sacrificio del divino Cordero; allí estaba la MIRRA para representar la muerte y la sepultura de una víctima inmortal. El Espíritu Santo, inspirador de los Profetas, había por tanto, inspirado a los Magos en la elección de estos misteriosos dones; nos lo dice San León con toda su elocuencia, en uno de sus Sermones sobre Epifanía: "¡Oh fe admirable que conduce a la perfecta ciencia, y que no ha sido ilustrada en la escuela de una sabiduría terrena, sino en la del mismo Espíritu Santo! Porque ¿dónde habían descubierto la naturaleza inspirada de estos presentes, aquellos hombres que salieron de su patria, sin haber visto aún a Jesús, sin haber hallado en sus miradas la luz que con tanta seguridad dirigió la elección de sus ofrendas? Al mismo tiempo que la Estrella iluminaba sus ojos corporales, los rayos de la verdad penetraban en sus corazones con mayor viveza. Antes de emprender los trabajos de un largo camino habían conocido ya a Aquel a quien con el Oro debían rendir honores de Rey; con el Incienso, culto divino; y con la Mirra, fe en su mortalidad."

Si bien es cierto que estos presentes representan maravillosamente las características del Hombre-Dios, no lo es menos que están llenos de enseñanzas, por las virtudes que significan, y que el divino Niño reconocía y confirmaba en el alma de los Magos. El Oro significa para nosotros como para ellos, el amor que une a Dios; el Incienso, la oración que atrae y conserva a Dios en el corazón del hombre; la Mirra, la renuncia, el dolor, la mortificación, medios por los que nos sustraemos a la esclavitud de la naturaleza corrompida. Hallad un corazón amante de Dios, que se eleve a Él por la oración, que comprenda y sepa gustar la virtud de la cruz; y tendréis en ese corazón el don más digno de Dios, el que siempre le será agradable. 

Abrímoste, pues, nuestros cofres ¡oh Jesús! poniendo a tus pies nuestros dones. Después de haber confesado tu triple gloria, de Dios, Sacerdote y Hombre, te suplicamos aceptes el deseo que tenemos de responder con amor al amor que nos manifiestas; hasta nos atrevemos a decirte que te amamos; ¡oh Dios, oh Sacerdote, oh Hombre! Aumenta este amor nacido al calor de tu gracia. Atiende también nuestra oración, tibia e imperfecta, pero unida a la de tu Iglesia. Enséñanos a hacerla de manera digna de Ti y proporcionada a los efectos que quieres que produzca; créala en nosotros, para que se eleve continuamente de nuestro corazón, como una nube de aromas. Recibe, finalmente el homenaje de nuestros corazones contritos y arrepentidos, y la voluntad que tenemos de imponer a nuestros sentidos el freno que les domine y la expiación que les purifique. 
Iluminados por los excelsos misterios que nos revelan la grandeza de nuestra miseria y la inmensidad de tu amor, sentimos la necesidad que, ahora más que nunca tenemos de alejarnos del mundo y de sus concupiscencias, para darnos a Ti. No en vano habrá brillado la Estrella sobre nosotros; no en vano nos habrá conducido hasta Belén, donde Tú eres el Rey de los corazones. Pues, cuando Tú mismo te entregas a nosotros ¡oh Emmanuel! ¿Tendremos nosotros algún tesoro que no queramos depositar a tus plantas? 

¡Oh María, protege nuestra ofrenda! La de los Magos fué agradable a tu Hijo porque fué hecha por tu medio; la nuestra, presentada por ti, será grata a pesar de su imperfección. Ven en ayuda de nuestro amor con el tuyo; apoya nuestras plegarias por medio de tu maternal, Corazón; fortalécenos en la lucha con el mundo y con la carne. Haz que, para asegurar nuestra perseverancia no olvidemos nunca los dulces misterios que ahora celebramos, y que como tú, los guardemos siempre grabados en nuestro corazón. ¿Quién sería capaz de ofender a Jesús en Belén, o de rehusar algo a su amor, en el momento en que, sobre tus rodillas, aguarda nuestros presentes? ¡Oh María, haz que nunca echemos en olvido que somos los hijos de los Magos, y que Belén está para nosotros siempre abierto!

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