Hoy ocupa de una manera especial
la atención de la Iglesia, el segundo Misterio de la Epifanía, el Misterio del
Bautismo de Cristo, en el Jordán. El Emmanuel se ha manifestado a los Magos
después de haberse mostrado a los pastores; pero esta manifestación ha ocurrido
en el angosto recinto de un establo de Belén, y los hombres de este mundo no
han podido conocerla. En el Misterio del Jordán Cristo se manifiesta con mayor
aparato. Su venida es anunciada por el Precursor; la multitud que se agolpa en
torno al Bautismo de agua, es testigo del hecho; Jesús va a comenzar su vida
pública. Más ¿quién será capaz de describir la grandeza de los detalles que
acompañan esta segunda Epifanía?
EL MISTERIO DEL AGUA. — La segunda Epifanía tiene por objeto, lo
mismo que la primera, el bien y la salvación del género humano; pero sigamos el
curso de los Misterios. La Estrella condujo a los Magos a Cristo; antes,
aguardaban, esperaban; ahora creen. Comienza en el seno de la Gentilidad la fe
en el Mesías. Pero no basta creer para salvarse; hay que lavar en el agua las
manchas del pecado. "El que creyere y fuere bautizado, será salvo":
es, por tanto, tiempo de que ocurra una nueva manifestación del Hijo de Dios,
con el fin de inaugurar el gran remedio que debe dar a la Fe, el poder de
causar la vida eterna.
Ahora bien, los designios de la
divina Sabiduría habían escogido el agua como instrumento de esa sublime
regeneración de la raza humana. Por eso, al principio del mundo, se nos muestra
al Espíritu divino caminando sobre las aguas, para que la naturaleza de estas
concibiese ya en su seno un germen de santificación, como canta la Iglesia en
el Sábado Santo. Pero las aguas debían servir a la justicia castigando a un
mundo culpable, antes de ser llamadas a cumplir los designios de su
misericordia. Todo el género humano, a excepción de una sola familia,
desapareció, por un terrible decreto, bajo las olas del diluvio.
Sin embargo de eso, al fin de
aquella espantosa escena apareció un nuevo indicio de la futura fecundidad de
este predestinado elemento. La paloma que salió un momento del arca de
salvación, volvió a entrar en ella, trayendo un ramo de olivo, símbolo de la
paz devuelta a la tierra, después del diluvio. Pero la realización del misterio
anunciado estaba todavía lejano.
En espera del día en que se había
de manifestar este misterio, Dios multiplicó las figuras destinadas a mantener
la esperanza de su pueblo. Así, hizo que este pueblo no llegara a la Tierra
prometida, sin haber atravesado las olas del Mar Rojo; durante el misterioso
paso, una columna de humo cubría a la vez la marcha de Israel y las benditas
olas a las que debía la salvación.
Pero, sólo el contacto con los
miembros humanos de un Dios encarnado podía comunicar a las aguas la virtud
purificadora por la que suspiraba el hombre culpable. Dios había dado su Hijo
al mundo, no sólo como Legislador, Redentor y Víctima de salvación, sino para ser
Santificador de las aguas; en el seno, pues, de este sagrado elemento debía
darle un testimonio divino y manifestarle por segunda vez.
EL BAUTISMO DE JESÚS. — Se adelanta, pues, Jesús de treinta años de
edad, hacia el Jordán, río célebre ya por los prodigios proféticos operados en
sus aguas. El pueblo judío, reanimado por la predicación de Juan Bautista,
acudía en tropel a recibir aquel Bautismo, que si podía excitar al
arrepentimiento del pecado, no conseguía borrarlo. También nuestro divino Rey
se dirige hacia el río, no para buscar la santificación, pues es principio de
toda santidad, sino para comunicar a las aguas la virtud de engendrar una raza
nueva y santa, como canta la Iglesia. Desciende al lecho del Jordán, no como
Josué para atravesarlo a pie enjuto, sino para que el Jordán le envuelva con
sus olas y reciba de Él, para luego comunicarla a todo el elemento, esa virtud
santificadora que ya no volverá a perder nunca. Animadas por los rayos divinos
del Sol de justicia, se hacen fecundas las aguas, cuando la cabeza augusta del
Redentor se sumerge en su seno, ayudada por la mano temblorosa del Precursor.
Mas, es necesario que intervenga toda la Trinidad en este preludio de la nueva
creación. Abrénse los cielos; baja la Paloma, no ya simbólica y figurativa,
sino anunciadora de la presencia del Espíritu de amor que da la paz y
transforma los corazones. Detiénese y descansa en la cabeza del Emmanuel,
cerniéndose a la vez sobre la humanidad del Verbo y sobre las aguas que bañaban
sus sagrados miembros.
EL TESTIMONIO DEL PADRE. — Pero, aún no había sido manifestado con
suficiente realce el Dios humanado; era preciso que la voz del Padre resonase
sobre las aguas y removiese hasta lo más profundo de sus abismos. Entonces, se
dejó oír aquella Voz que había cantado David: Voz del Señor que retumba sobre
las aguas, trueno del Dios majestuoso que derrumba los cedros del Líbano,
(orgullo de los demonios) que apaga el Juego de la ira divina, que conmueve el
desierto y anuncia un nuevo diluvio (Salmo XXVIII), un diluvio de misericordia;
esta voz clamaba ahora: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas
mis complacencias." De este modo se manifestó la Santidad del Emmanuel con
la presencia de la celestial Paloma y con la voz del Padre, como lo había sido
su realeza con el mudo testimonio de la Estrella. Realizado el misterio, dotado
el elemento del agua de su nueva virtud purificadora, sale Jesús del Jordán, y
sube a la orilla, llevando tras de sí, según opinión de los Padres, a la
humanidad regenerada y santificada y dejando allí sumergidos todos sus crímenes
y pecados.
COSTUMBRES. — Sin duda es importante la fiesta de Epifanía, cuyo
objeto es honrar tan altos misterios; no debemos admirarnos, que la Iglesia de
Oriente hiciera de este día una de las fechas para la solemne administración
del Bautismo. Los antiguos monumentos de la Iglesia de las Gallas indican que
esta era también la costumbre entre nuestros antepasados; más de una vez, en
Oriente, según cuenta Juan Mosch, se vió llenarse el sagrado Baptisterio, con
un agua milagrosa, el día de esta festividad, y vaciarse por sí mismo después
de la administración del Bautismo. La Iglesia Romana, desde tiempos de San
León, insistió en que se reservase a las fiestas de Pascua y Pentecostés el
honor de ser los únicos días consagrados a la solemne administración del
primero de los Sacramentos; pero, en muchos lugares de Occidente, se conservó y
conserva aún la práctica de bendecir el agua con una solemnidad especial, el
día de Epifanía.
La Iglesia de Oriente guardó celosamente
esta costumbre. La función se desarrolla ordinariamente en la Iglesia; pero, a
veces, el Pontífice se traslada a orillas de un río, acompañado de los
sacerdotes y ministros revestidos de sus más ricos ornamentos, y seguido de
todo el pueblo. Después de recitar oraciones de una gran belleza, que sentimos
no poder citar, el Pontífice sumerge en las aguas una cruz engastada en
pedrería que representa a Cristo, imitando de esta suerte la acción del
Precursor. En San Petersburgo, la ceremonia se realizaba en otros tiempos sobre
el Neva, introduciendo el Metropolitano la cruz en las aguas, a través de una
abertura practicada en el hielo. Este rito se observa de manera parecida en las
Iglesias de Occidente que han conservado la costumbre de bendecir el agua en la
fiesta de Epifanía.
Los fieles se apresuran a extraer
del río el agua santificada, y San Juan Crisóstomo, en su Homilía venticuatro
sobre el Bautismo de Cristo afirma, poniendo por testigos a sus oyentes, que
esta agua no se corrompía. Idéntico prodigio fué muchas veces observado en
Occidente.
Demos, pues, gloria a Cristo por
la segunda manifestación de su carácter divino, y agradezcámosle con la Iglesia
el habernos dado junto con la Estrella de la Fe que nos ilumina, el Agua capaz
de borrar nuestras culpas. Admiremos, agradecidos, la humildad del Salvador que
se inclina bajo la mano de un mortal, para realizar toda justicia, como El
mismo dice: porque, habiendo tomado consigo la forma de pecador, era necesario
que asumiese también las humillaciones para levantarnos de nuestra postración.
Agradezcámosle la gracia del Bautismo que nos ha abierto las puertas de la
Iglesia de la tierra y de la Iglesia del cielo. Finalmente, renovemos los
compromisos contraídos en la sagrada fuente, y que fueron condición del nuevo
nacimiento.
MISA DE LA OCTAVA DE EPIFANIA.
Introito, Epístola, Gradual,
Verso del Aleluya, Ofertorio y Comunión son los mismos del día de Epifanía.
INTROITO
Aquí viene el Señor Dominador: y
en su mano están el reino, y la potestad y el imperio. Salmo: Oh Dios, da tu
juicio al Rey: y tu justicia al Hijo del Rey. En la Colecta, la Iglesia pide
para sus hijos la gracia de hacerse semejantes a Jesucristo aparecido en el
Jordán, lleno del Espíritu Santo, objeto de las complacencias del Padre
Celestial, pero revestido de nuestra naturaleza y fiel en el cumplimiento de
toda justicia.
ORACION
Oh Dios, cuyo Unigénito apareció
en la sustancia de nuestra carne: suplicámoste hagas que, por Aquel, a quien
hemos conocido semejante a nosotros en lo exterior, seamos reformados
interiormente. El cual vive y reina contigo.
EPISTOLA
Lección del Profeta Isaías. (LX,
1-6.)
Levántate, ilumínate, Jerusalén:
porque ha llegado tu luz, y la gloria del Señor ha nacido sobre tí. Porque he
aquí que las tinieblas cubrirán la tierra, y la obscuridad los pueblos: mas,
sobre ti nacerá el Señor, y su gloria será vista en ti. Y caminarán las gentes
a tu luz, y los reyes al resplandor de tu astro. Alza tus ojos en torno y mira:
todos estos se han reunido, han venido a ti: tus hijos vendrán de lejos, y tus
hijas surgirán de todas partes. Entonces verás y brillarás, y se admirará y se
dilatará tu corazón, cuando se hubiere vuelto a ti la multitud del mar y
hubiere acudido a ti la fortaleza de las gentes. Te cubrirá una inundación de
camellos y dromedarios de Madián y Efa; vendrán todos los de Sabá, trayendo oro
e incienso y tributando alabanzas al Señor.
GRADUAL
Vendrán todos los de sabá,
trayendo oro e incienso y tributando alabanzas al Señor. — y. Levántate, e
ilumínate Jerusalén: porque la gloria del Señor ha nacido sobre ti.
ALELUYA
Aleluya aleluya. — J. Vimos su
estrella en Oriente y venimos con dones a adorar al Señor. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio
según San Juan (I, 29-34.)
En aquel tiempo vió Juan a Jesús,
que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el
pecado del mundo. Este es del que dije: En pos de mí viene un Varón que fué
hecho antes que yo, pues existía antes de mí. Y yo no le conocía: más, para que
fuese manifestado a Israel, para eso vine yo bautizando con agua. Y Juan dió
testimonio diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como una paloma, y
reposó sobre él. Y yo no le conocía; pero, el que me envió a bautizar con agua,
me dijo: Sobre el que vieres descender el Espíritu y reposar sobre El, ese es
el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo le vi, y di testimonio de que ese es
el Hijo de Dios.
¡Oh celestial Cordero! bajaste al
río para purificarle; la divina Paloma vino desde el cielo a unir su dulzura a
la tuya y luego saliste a la orilla. Mas ¡oh prodigio de tu misericordia! los
lobos han bajado después de ti a las aguas santificadas y han salido
transformados en corderos. Todos nosotros, manchados con el pecado, nos
volvemos al salir de la fuente sagrada, tan blancos como las ovejas de tu
divino Cántico, que ascienden del baño fecundas todas y ni una sola estéril;
como esas puras palomas que parecen bañadas en leche, y que han puesto su nido
junto a las cristalinas fuentes. ¡Tal es la poderosa virtud purificadora dada
por tu divino contacto a estas aguas! Conserva en nosotros, oh Jesús, esa
blancura que de ti viene, y si la hemos perdido, devuélvenosla por el Bautismo
de la Penitencia, único que puede restituirnos el candor de nuestra primera
vestidura. ¡Ensancha aún más este río de amor, oh Emmanuel! Vayan sus olas a
buscar, hasta el fondo de sus salvajes desiertos, a los que todavía no han
gozado de su contacto; inunda la tierra como lo prometiste. Acuérdate de la
gloria con la que fuiste manifestado en el Jordán; olvida los pecados que desde
hace mucho tiempo impiden la predicación de tu Evangelio en esas regiones
desoladas; el Padre de los cielos manda a todas las criaturas que te escuchen:
¡Habla, pues, a todos, oh Emmanuel!
OFERTORIO
Los reyes de Tarsis y las Islas
ofrecerán dones: los reyes de Arabia y de Sabá llevarán presentes: y le
adorarán todos los reyes de la tierra: todas las gentes le servirán.
En la Secreta, la Iglesia
proclama aún la divina Manifestación, y suplica al Cordero, que nos ha
procurado por su Sacrificio el poder ofrecer a Dios una Hostia pura, que acepte
también esta Hostia, en su misericordiosa clemencia.
SECRETA
Ofrecémoste, Señor, estas
hostias, por la aparición de tu Hijo, suplicándote humildemente que, así como
es El, nuestro Señor Jesucristo el autor de nuestros dones, así sea también su
misericordioso aceptador. El cual vive y reina contigo.
COMUNIÓN
Vimos su estrella en Oriente, y
venimos con dones a adorar al Señor. Al dar gracias por el celestial manjar que
acaba de recibir, la Santa Iglesia implora la protección continua de esta Luz
divina que ha aparecido sobre ella y que la hará capaz de contemplar la pureza
del Cordero, y amarle como su dulzura lo merece.
POSCOMUNION
Suplicámoste, Señor, nos prevengas siempre y
en todas partes con tu celeste luz: para que veamos con puros ojos y percibamos
con digno afecto el Misterio del que has querido hacernos participantes. Por el
Señor.
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