OBJETO DE ESTA FIESTA. — En la Liturgia de de este Domingo la
Iglesia cantaba antiguamente la realeza de Cristo y su imperio eterno, uniendo
sus cánticos a los de los coros angélicos en la adoración del Dios humanado
pero guiada por el Espíritu Santo y maternalmente previsora, juzgó que podía
ser útil invitar a los hombres de nuestros días a considerar hoy las mutuas
relaciones de Jesús, de María y de José; para recoger las lecciones que se
desprenden de ellas y aprovechar la ayuda tan eficaz que ofrece su ejemplo.
Podemos creer que, en la elección
del lugar que ocupa ahora en el calendario esta nueva fiesta, ha influido
bastante el evangelio asignado en el Misal al Domingo Infraoctava de Epifanía
que es el mismo de la actual fiesta de la Sagrada Familia.
Por lo demás, esta fiesta tampoco
nos aparta de la contemplación de los misterios de Navidad y Epifanía: ¿no
nació la devoción a la Sagrada Familia en Belén, donde María y José recibieron
el homenaje de los pastores y de los Magos? Y aunque es verdad que el objeto de
la presente festividad va más allá de los primeros momentos de la existencia
terrena del Salvador, extendiéndose hasta los treinta años de su vida oculta,
¿no encontramos ya en el pesebre algunos de sus más significativos aspectos? En
la voluntaria debilidad en que le sitúa su infantil estado, se abandona Jesús a
aquellos a quienes los designios de su Padre han encargado de su guarda; María
y José cumplen en espíritu de adoración todas las obligaciones que su misión
sagrada les impone con respecto a Aquel de quien deriva su autoridad.
MODELO DE HOGAR CRISTIANO. — Hablando el Evangelio más tarde de la
vida de Jesús en Nazaret al lado de María y de José, la describe con estas
sencillas palabras: "Estaba sumiso a ellos. Y su madre conservaba todas
estas cosas en su corazón, y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia
delante de Dios y de los hombres A pesar de su concisión, este sagrado texto
contiene una luminosa visión de orden y de paz que revela a nuestra mirada, la
autoridad, sumisión, dependencia y mutuas relaciones de la Sagrada Familia. La
santa casa de Nazaret se presenta a nuestra vista como el modelo perfecto del
hogar cristiano. José manda allí con tranquila serenidad, como el que tiene
conciencia de que al obrar así hace la voluntad de Dios y habla en nombre suyo.
Comprende que, al lado de su virginal Esposa y de su divino Hijo él es el más
pequeño; y con todo eso, su humildad hace que, sin temor ni turbación, acepte
su papel de jefe de la Sagrada Familia que Dios le ha encomendado, y como un
buen superior, no piensa en hacer uso de su autoridad sino para cumplir de un
modo más perfecto su oficio de servidor, de súbito y de instrumento. María,
como conviene a la mujer, se somete humildemente a José, y adorando al mismo
tiempo a quien manda, da sin vacilar sus órdenes a Jesús en las múltiples
ocasiones que se presentan en la vida de familia, llamándole, pidiendo su
ayuda, señalándole tal o cual trabajo, como lo hace una madre con su hijo. Y
Jesús acepta humildemente sus indicaciones: se muestra atento a los menores
deseos de sus padres, dócil a sus más leves órdenes. El más hábil, más sabio
que María y que José, se somete a ellos en todos los detalles de la vida
ordinaria y así continuará obrando hasta su vida pública, porque es la
condición de la humanidad que ha asumido, y la voluntad de su Padre. "En
efecto, exclama San Bernardo entusiasmado ante un espectáculo tan sublime, el
Dios a quien están sujetos los Angeles, a quien obedecen los Principados y
Potestades, estaba sometido a María; y no sólo a María, sino también a José por
causa de María. Admirad, por tanto, a ambos, y ved cuál es más admirable, si la
liberalísima condescencia del Hijo o la gloriosísima dignidad de la Madre. De
los dos lados hay motivo de asombro; por ambas partes, prodigio. Un Dios
obedeciendo a una criatura humana, he ahí una humildad nunca vista; una
criatura humana mandando a un Dios, he ahí una grandeza sin igual'".
Lección saludable la que aquí se
nos ofrece. Dios quiere que se obedezca y que se mande conforme al papel y al
cargo de cada uno, no conforme a sus méritos o sus virtudes. En Nazaret, el
orden de la autoridad y de la dependencia no es precisamente el mismo que el de
la perfección y de la santidad. Lo mismo ocurre de ordinario en la sociedad
humana y en la misma Iglesia: si el superior debe a veces respetar en el inferior
una virtud mayor que la suya, el inferior tiene siempre la obligación de acatar
en. el superior una autoridad derivada de la autoridad misma de Dios.
La Sagrada Familia vivía del
trabajo de sus manos. La oración en común, los santos coloquios por medio de
los cuales formaba y educaba Jesús de manera progresiva las almas de María y de
José, tenían su tiempo señalado, debiendo cesar ante la necesidad de proveer a
los menesteres de la vida cotidiana. La pobreza y el trabajo son medios
aptísimos de santificación para que Dios dejara de imponerlos al grupo bendito
de Nazaret. José ejercía, pues, con asiduidad, su oficio de carpintero, y Jesús
compartirá su trabajo, en cuanto esté en edad propicia. Todavía en el siglo II,
la tradición conservaba el recuerdo de yugos y arados... fabricados por sus
divinas manos. Entretanto, María cumplía con sus deberes de señora de una
humilde casa. Preparaba la comida que José y Jesús debían hallar al final de su
trabajo, cuidaba del orden y la limpieza de la casa, y, sin duda, conforme a la
costumbre de entonces, hacía también casi todos sus propios vestidos y los de
su familia, o bien trabajaba para los de fuera, con el fin de aumentar el
jornal y el bienestar de todos. De esta manera, con su vida obscura y laboriosa
en el taller de José, elevó y ennobleció Jesús el trabajo manual, condición de
la mayoría de los hombres. Al elegir para sí y para sus padres el oficio de
simple artesano elevó y santificó de un modo maravilloso la condición de las
clases trabajadoras, que en adelante pueden ya buscar en tan augustos ejemplos
el estímulo para la práctica de las más nobles virtudes, y un motivo constante
de alegría y contento.
Así se nos presenta la Sagrada
Familia bajo el techo de Nazaret, verdadero modelo de la vida doméstica en sus
mutuas relaciones de amor y en sus inefables bellezas, vida que constituye la
esfera de acción de millares de fieles de todo el mundo; donde el marido
gobierna como José y la mujer obedece como María; donde los padres atienden a
la educación de los hijos, y éstos imitan a Jesús con su obediencia, sus
progresos, su alegría y la luz que esparcen a su alrededor. Según la expresión
de un piadoso autor que nos complacemos en citar aquí, el hogar cristiano es
"el vestíbulo del paraíso" por las gracias que todos los días y en
cada momento derrama el cielo sobre él, por las numerosas virtudes que
ejercita, y, finalmente, por las alegrías que atesora2. Por eso, no hay que
extrañar que sea objeto de los continuos ataques por parte de los enemigos del
género humano; y si éstos logran con frecuencia destacadas victorias sobre el
reino fundado aquí abajo por Nuestro Señor Jesucristo "es porque han
conseguido mancillar la santidad del matrimonio, destruir la autoridad de los
padres o resfriar los afectos y deberes de los hijos para con sus
progenitores." A los ojos del cielo, no es tan detestable una invasión de
hordas salvajes avanzando por una región floreciente y arrasándola a sangre y
fuego, como una ley que sanciona la disolución del vínculo matrimonial, o que
arrebata los niños al cuidado y educación de los padres. Gracias a Dios, la
familia cristiana es una institución universal, defendida por la Iglesia como su
más bella creación y como el mayor beneficio que ha podido prestar a la
sociedad. Ahora bien, la luz, la paz, la pureza y la felicidad que irradia el
hogar cristiano, todo ello dimana de la vida que llevaron en la santa casa de
Nazaret, Jesús María y José.
HISTORIA DE ESTE CULTO. — El culto de la Sagrada Familia se
desarrolló de un modo especial en el siglo xvii, por medio de piadosas
asociaciones que se proponían la santificación de las familias cristianas,
imitando a la del Verbo Encarnado. Esta devoción, introducida en el Canadá por
los Padres de la Compañía de Jesús, se propagó allí rápidamente gracias al celo
de Francisco de Montmorency-Laval, primer obispo de Quebec. Este virtuoso
prelado, por sugerencias, y con la ayuda del P. Chaumonot y de Bárbara de
Boulogne, viuda de Luis de Aillebout de Coulonges, antiguo gobernador de
Canadá, fundó en 1665 una Cofradía cuyos estatutos determinó él mismo,
instituyendo poco después canónicamente en su diócesis la fiesta de la Sagrada
Familia de Jesús, María y José, y ordenando que se hiciese uso de la misa y del
oficio que había hecho componer con tal motivo.
Dos siglos más tarde, ante las
crecientes manifestaciones de la piedad de los fieles hacia el misterio de
Nazaret, el Papa León XIII, por el Breve "Neminem fugit" del 14 de
junio de 1892, establecía en Roma la asociación de la Sagrada Familia, con el
fin de unificar todas las cofradías instituidas bajo este mismo título. Al año
siguiente, el mismo soberano Pontífice decretaba que la fiesta de la Sagrada
Familia fuera celebrada en todas partes donde estaba permitida, el domingo
tercero después de Epifanía, asignándole una Misa nueva y un oficio cuyos
himnos él mismo había compuesto. Finalmente, Benedicto XV, en 1921, extendía
esta fiesta a la Iglesia universal, fijándola en el domingo dentro de la Octava
de Epifanía.
MISA
INTROITO
Gócese mucho el padre del Justo,
alégrense tu Padre y tu Madre; regocíjese la que te engendró. Salmo: ¡Qué
amables son tus tiendas, oh Señor de los ejércitos! Mi alma codicia y ansia los
atrios del Señor. — J. Gloria al Padre. En la Colecta, lo mismo que en la
secreta y en la Poscomunión, la Iglesia trata de resumir las enseñanzas que
propone a los fieles en esta fiesta, y les indica los frutos que desea verles
sacar de la contemplación de este misterio.
ORACION
Señor Jesucristo, que, sometido a
María y a José, consagraste la vida doméstica con inefables virtudes: haz que
nosotros* con el. auxilio de ambos, nos instruyamos con los ejemplos de tu
santa Familia, y alcancemos su eterna compañía. Tú que vives y reinas.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del
Apóstol S. Pablo a los Colosenses. (III, 12-17.)
Hermanos: Revestíos como elegidos
de Dios, como santos y amados (suyos), de entrañas de misericordia, de
benignidad, de humildad, de modestia y de paciencia, soportándoos mutuamente y
perdonándoos los unos a los otros, si alguien tuviese queja contra otro. Como
el Señor os perdonó a vosotros, así debéis hacer vosotros. Más, sobre todas
estas cosas, tened caridad, porque ella es el vínculo de la perfección. Y la
paz de Cristo salte gozosa en vuestros corazones, pues por ella habéis sido
llamados a formar un solo Cuerpo. Y sed agradecidos. La Palabra de Cristo
habite copiosa en vosotros en toda sabiduría, enseñándoos y exhortándoos los
unos a los otros con salmos, e himnos, y cánticos espirituales, cantando con
gracias a Dios en vuestros corazones. Todo cuanto hagáis, de palabra o de obra,
hacedlo en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, dando gracias a Dios y al
Padre por El.
En este trozo del Apóstol San
Pablo hallamos enumeradas las virtudes domésticas que deben adornar al hogar
cristiano: dulzura, humildad, paciencia, virtudes que templan al alma contra el
choque de los defectos y diferencias de carácter y temperamento; el amor mutuo
que hace que cada uno se ingenie por aliviar las cargas de los demás, que sólo
conoce las desgracias y flaquezas para dulcificar su amargura; la benévola
indulgencia que sabe olvidar los roces inevitables, y predispone los corazones
heridos al perdón, por imitar al Señor que todo lo perdonó. Todas estas
disposiciones morales tienen su raíz en la caridad, de la que son como
reflejos: merced a ella se perfeccionan las relaciones domésticas, se
sobrenaturalizan y se desarrollan dentro de un amor profundo, de respeto, de
mutuas atenciones, de sumisión y de obediencia. La práctica de estas virtudes,
unida a los actos de religión que santifican todas las alegrías y las penas
naturalmente anejas a la vida de familia, garantiza a los hombres la mayor
participación posible en la felicidad de que pueden gozar aquí abajo, buscando
su perfecto dechado en las figuras de Jesús, de María y de José.
GRADUAL
Una cosa he pedido al Señor y
esta buscaré: morar en la Casa del Señor todos los días de mi vida. — 7.
Dichosos los que habitan en tu Casa, Señor: te alabarán por los siglos de los
siglos.
ALELUYA Aleluya, aleluya. — J.
Verdaderamente tú eres un Rey escondido, eres el Dios de Israel, el Salvador.
Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio
según San Lucas. (II, 42, 52.)
Cuando Jesús fué de doce años,
subieron ellos a Jerusalén, conforme a la costumbre del día de fiesta. Y, pasados
los días, volviendo ellos, se quedó el Niño Jesús en Jerusalén; y no lo
advirtieron sus padres. Pensando que estaría en la caravana, anduvieron el
camino de un día, y le buscaron entre los parientes y conocidos. Y, no
encontrándole, volvieron a Jerusalén, buscándole. Y aconteció que, tres días
después, le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores, oyéndoles
y preguntándoles. Y, todos los que le oían, se admiraban de su prudencia, y de
sus respuestas. Y, cuando le vieron se pasmaron. Y le dijo su Madre: Hijo ¿por
qué nos has hecho esto? He aquí que tu padre y yo te hemos buscado con dolor. Y
El les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que me conviene atender a las
cosas de mi Padre? Pero ellos no entendieron lo que les dijo. Y bajó con ellos
y vino a Nazaret: y estaba sujeto a ellos. Y su Madre conservaba en su corazón
todas estas palabras. 'Y Jesús crecía en sabiduría, y en edad y en gracia,
delante de Dios y de los hombres.
¡Oh Jesús! has bajado del cielo
para enseñarnos. La flaqueza de la infancia que te oculta a nuestras miradas,
no impide que tu celo nos haga conocer al único Dios que lo ha creado todo, y a
ti, su Hijo a quien envió.
Recostado en el pesebre y con una
simple mirada has instruido a los pastores; bajo tus humildes pañales y en tu
voluntario silencio has revelado a los Magos la luz que buscaban siguiendo a la
estrella. A los doce años, explicas a los doctores de Israel las Escrituras que
dan testimonio de ti; poco a poco disipas las tinieblas de la Ley con tu
presencia y con tus palabras. En trueque de cumplir la voluntad de tu Padre
celestial, no dudas en dejar intranquilo el corazón de tu Madre, buscando almas
para iluminarlas.
Tu amor hacia los hombres ha de
herir todavía con mayor dureza ese tierno corazón el día en que, por la
salvación de esos mismos hombres, te haya de contemplar clavado en el madero de
la cruz, expirando en medio de inmensos dolores. Sé, bendito, oh Emmanuel, en
los primeros misterios de tu infancia, en los cuales apareces preocupado
exclusivamente de nosotros, prefiriendo la compañía de estos hombres pecadores
que un día han de conspirar contra ti, a la de tu misma Madre.
OFERTORIO
Llevaron sus padres a Jesús a
Jerusalén, para presentarle al Señor.
SECRETA
Ofrecémoste, Señor, esta Hostia
de placación, y suplicámoste humildemente que, por intercesión de la Virgen,
Madre de Dios, y del bienaventurado José, consolides firmemente nuestras
familias en tu paz y gracia. Por el mismo Señor.
COMUNION
Bajó Jesús con ellos, y fué a
Nazaret, y estaba sujeto a ellos.
POSCOMUNION
A los que alimentas con estos
celestes Sacramentos, hazlos, Señor, imitar siempre los ejemplos de tu santa
Familia: para que en la hora de nuestra muerte, acompañados de la gloriosa
Virgen, tu Madre, y del bienaventurado José, merezcamos ser recibidos por ti en
las eternas moradas. Tú que vives y reinas.
DOMINGO INFRAOCTAVA DE EPIFANIA
MISA
INTROITO Vi sentarse en alto
trono un varón al que adora la multitud de los Angeles, salmodiando a un
tiempo: He aquí el nombre de Aquel cuyo imperio es eterno. Salmo: Tierra toda,
canta jubilosa a Dios: servid al Señor con alegría. — J. Gloria al Padre.
La Iglesia suplica al Padre
celestial en la Colecta, el poder participar de la luz de nuestro Sol divino,
único que puede revelarnos el camino por el que debemos marchar, y le pide
también que con su calor vivificante nos infunda las fuerzas para llegar hasta
El.
ORACION
Suplicámoste, Señor, aceptes con
celestial piedad los votos de este pueblo suplicante, para que vean lo que han
de obrar, y puedan obrar lo que hayan visto. Por el Señor.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del
Apóstol S. Pablo a los Romanos. (XII, 1-5.)
Hermanos: Os suplico, por la
misericordia de Dios, presentéis vuestros cuerpos como una hostia viva, santa,
agradable a Dios, como vuestro racional obsequio. Y no os conforméis con este
siglo, sino reformaos por la renovación de vuestro espíritu, para que
experimentéis cuál sea la, buena y agradable y perfecta voluntad de Dios. Digo,
pues, por la gracia que me ha sido dada, a todos los que están entre vosotros:
No queráis saber más de lo que conviene saber, sino pensad de vosotros con
sobriedad, conforme a la medida de la fe que Dios ha repartido a cada cual.
Porque, del mismo modo que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero todos los
miembros no tienen idéntica función, así en Cristo somos muchos un solo cuerpo,
pero los unos son miembros de los otros: en Nuestro Señor Jesucristo.
Nos invita el Apóstol a hacer
nuestra ofrenda al Dios recién nacido, a imitación de los Magos; pero el don
qué desea el Dueño universal de todo, no es un don inerte y sin vida. Siendo El
la vida, se nos ha entregado por completo; presentémosle en pago, nuestro
corazón, como hostia viviente, santa, agradable a Dios, con una obediencia
razonable a la gracia divina, es decir, una obediencia basada en la intención
expresa de ofrecerse. A semejanza de los Magos que volvieron a su patria por
otro camino, evitemos todo contacto con la ideas mundanas, que son contrarias a
nuestro Rey divino. Cambiemos nuestra vana prudencia por la sabiduría divina
del que, siendo la Sabiduría eterna del Padre, puede también ser sin duda la
nuestra. Entendamos que nadie fué nunca verdaderamente sabio sin la fe, la cual
nos revela el amor que debe unirnos a todos para no formar más que un solo
cuerpo en Jesucristo, participando de su vida, de su sabiduría, de su luz y de
su realeza.
En los cantos siguientes, la
Iglesia continúa celebrando el inefable prodigio del Dios con nosotros, la paz
y la justicia bajadas del cielo sobre nuestros humildes collados.
GRADUAL
Bendito sea el Señor, Dios de
Israel, que hace solo grandes maravillas eternamente. •— J. Los montes llevarán
paz a tu pueblo, y los collados justicia.
ALELUYA
Aleluya, aleluya. — Y.- Tierra
toda, canta jubilosa a Dios: servid al Señor con alegría. Aleluya.
Evangelio Cum factus esset Jesús,
de la fiesta de la Sagrada Familia.
Al Ofertorio continúa la Iglesia
entonando cánticos de alegría inspirados por la presencia del divino Niño.
OFERTORIO
Tierra toda, canta jubilosa a
Dios: servid al Señor con alegría, presentáos ante El con regocijo: porque el
Señor es el mismo Dios.
SECRETA
Haz, Señor, que este sacrificio,
a ti ofrecido, nos vivifique siempre, y nos defienda. Por el Señor. Al
distribuir el Pan de vida bajado del cielo, la Iglesia repite las palabras de
María a su divino Hijo: ¿Qué nos has hecho? Tu Padre y yo te buscábamos. El
buen Pastor, que alimenta a sus ovejas con su propia carne, responde diciendo,
que se debe a la voluntad de su Padre celestial. Ha venido para ser nuestra
vida, nuestra luz, nuestro alimento; he ahí la razón de que lo abandone todo
para darse a nosotros. Los doctores del templo no hicieron más que verle y
oírle; mas a nosotros nos es dado poseerle y gozar de su dulzura en este pan
vivo.
COMUNION
Hijo, ¿por qué nos has hecho
esto? He aquí que tu padre y yo te hemos buscado con dolor. Y, ¿por qué me
buscábais? ¿No sabíais que me conviene atender a las cosas de mi Padre?
La Santa Iglesia que acaba de ver
a sus hijos reanimados por un manjar de tan alto valor, pide para ellos la
gracia de ser siempre agradables a quien les da pruebas de amor tan grande.
POSCOMUNION
Rogámoste humildemente, oh Dios
omnipotente, hagas que, los que alimentas con tus Sacramentos, te sirvan
alegremente con sus buenas costumbres. Por el Señor.
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