El
humildísimo y gloriosísimo fundador de la sagrada religión de los Mínimos, san
Francisco de Paula, nació en una villa de Calabria, llamada Paula, de padres
pobres, y fué hijo de oraciones, por lo cual cuando llegó el niño a los trece
.años le consagraron a Dios en la religión de san Francisco de Asís. A los
catorce años hizo su peregrinación a Asís y a Roma, y volviendo a su patria, se
retiró a una heredad de sus padres, y luego a una gruta que halló cerca del
mar, donde imitó la vida austerísima de los solitarios de Tebaida. A los diez y
nueve años edificó un monasterio en cuya fábrica, hasta los nobles mancebos y
damas principales le ayudaban, llevando por devoción al santo espuertas de
arena. Allí hizo brotar una fuente de agua, de la cual tenían necesidad los
operarios; allí metióse en un horno de cal y cerró las grietas de él sin
recibir lesión del fuego; allí detuvo un gran peñasco que amenazaba desplomarse
sobre el convento; allí le trajeron un nombre para que el santo le curase la
pierna, y el santo mandó al enfermo que no se podía menear, que cargase con un
andamio, como lo hizo. Es imposible decir los grandes milagros que obró en el
resto de su vida, porque no parecía sino que le había hecho Dios, señor de
todas las criaturas y que todas ellas le obedecían, el fuego, el aire, el mar,
la tierra, la muert, los hombres y los demonios. Profetizó la toma de
Constantinopla; mandó en nombre de Dios al Rey de Ñapóles tomar las armas
contra los Turcos y echarlos de Calabria; y aseguró al rey católico don Fernando
la gloriosa conquista de Granada. Suplicó al rey de Francia, Luis XI, al Papa
Sixto IV que ver, pensando alcanzar de su mano la salud. Fué el santo por
obediencia y dijo al rey: «Vuestra Majestad me ha llamado para que le alargue
la vida, y el Señor me ha traído para disponerle a una santa muerte». Y así
cada día pasaba el rey dos o tres horas en sabrosas pláticas con el santo,
hasta que tuvo la dicha de morir en sus brazos. Nunca quiso el humildísimo san
Francisco de Paula ordenarse de sacerdote y a sus religiosos llamó con el
nombre de Mínimos. Finalmente, habiendo dejado el admirable Patriarca escritas
tres reglas, una para sus frailes, otra para las monjas y otra para los que se
llaman Terceros, siendo ya de noventa y un años se hizo llevar a la Iglesia, y
con los pies descalzos y una soga al cuello, recibió el santísimo Viático, y el
día siguiente en viernes, a las tres de la tarde, levantadas las manos y ojos
al cielo, expiró como Jesucristo, diciendo: «En tus manos, Señor, encomiendo mi
espíritu». Estuvo el cuerpo once días expuesto a la veneración de los fieles,
entero, fresco y despidiendo de sí un olor celestial y suavísimo.
Reflexión:
Mira cuan humilde fué san Francisco Paula y cuan soberbio eres tú. Y con todo,
él era un ángel y tú eres un abominable pecador; él hacía grandes milagros y tú
eres por ventura un portento de malicia; él humillaba su carne con ásperas
penitencias y mandó que sus frailes se obligasen a perpetua abstinencia
cuaresmal; y tú procuras regalar cuanto puedes tu carne pecadora; él ardía en
el amor divino, y por esto quiso que la caridad que abrasaba su pecho fuese el
símbolo de su orden sagrada; y tú que jamás has sabido amar a Dios, y que sólo
sabes ofenderle, ¿osarás levantar los ojos al cielo?
Oración:
¡Oh, Dios!, que ensalzas a los humildes, y sublimaste a la gloria de los
santos, al^ bienaventurado confesor Francisco, rogámoste nos concedas que por
sus méritos y la imitación de sus virtudes alcancemos la dichosa recompensa
prometida a los humildes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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