El
glorioso redentor de los cautivos y mártir de la caridad san Pedro Armengol
nació en la Guardia de los Prados, villa del arzobispado de Tarragona, y su
apellido queda todavía en la muy ilustre familia de los barones de Rocafort,
descendientes de los condes de Urgel y emparentados con los antiguos condes de
Barcelona, y reyes de Francia, condes de Flandes y reyes de Castilla y Aragón.
Hallóse presente en su nacimiento el venerable padre Bernardo Cortbera,
religioso de la Merced, el cual profetizó del niño recién nacido diciendo: «A
este niño un patíbulo ha de hacerle santo.» Crióle su padre Amoldo como a mayorazgo,
noble, rico y deseado: pero ¡oh fuerza de las malas compañías y cuántas torres
de virtud has derribado! El ilustre mancebo que parecía un ángel por su piedad
e inocentes costumbres, con el ejemplo de otros mozos desenvueltos, bravos y
valientes con quienes jugaba y como brioso caballero de su edad probaba con las
armas en la mano la destreza y el valor, vino a desenfrenarse de manera, que
hacía gala de sus desórdenes y oscurecía su linaje capitaneando una cuadrilla
de ladrones. Por este tiempo determinó el rey don Jaime pasar de Valencia a
Mompeller y entendiendo que los Pirineos estaban infestados de salteadores,
mandó a Amoldo que con dos compañías de infantes y algunos caballos limpiase
aquellos caminos de bondoleros. Entonces lucharon cuerpo a cuerpo Amoldo y su
hijo Pedro hasta que después de haberse herido, se reconocieron, y el hijo,
llenos de lágrimas los ojos, se echó a los pies del padre, con grande
arrepentimiento de su mala vida. Partióse de allí a Barcelona y después de
hacer una confesión general de todas sus culpas, pidió el hábito de los
religiosos de la Merced, y comenzó una vida llena de admirables y
extraordinarias virtudes. Ordenáronle de sacerdote, y todos los días celebraba
la misa con tantas lágrimas que hacía llorar de devoción a todos los que la
oían. Rescató en Murcia doscientos cuarenta cautivos, convirtió al bey
AlmohazenMahomet, el cual se hizo Mercedario y se llamó Fray Pedro de santa
María. Pasando después el santo de Argel a Bugía con Fr. Guillermo, florentino,
rescató ciento y diez y nueve cautivos, y para sacar de la esclavitud a diez y
ocho niños se quedó en rehenes de mil escudos que ofreció por ellos. Ocho meses
estuvo encerrado en un calabozo, padeciendo cada día palos y azotes; y como no
llegasen los mil escudos a su tiempo, le condenaron a la horca. Vino ocho días
después del suplicio su compañero Guillermo con los mil escudos, y con grande
espanto le halló vivo todavía y pendiente de la horca, en la cual dijo el santo
que la santísima Virgen le había sostenido en sus manos. Finalmente después de
haber convertido con estupendos pródigos a muchos infieles a nuestra santa fe,
entregó su bendita alma al Señor en su mismo convento de nuestra Señora de los
Prados.
Reflexión:
La vida admirable de este santo nos manifiesta cuan poderosa es la gracia de
nuestro Señor Jesucristo para trocar los corazones de los hombres, hasta hacer
de un capitán de bandidos un perfectísimo religioso, un celoso misionero y un
gloriosísimo mártir de la caridad. Esta es una excelencia propia de nuestra
santa Religión; porque ninguna fuerza ni convicción humana sería bastante para
trocar con tan extraña mudanza el ánimo y las costumbres de los hombres, si no
interviniera en ello la mano poderosa de Dios.
Oración:
Oye, Señor, benignamente las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu
glorioso confesar el bienaventurado Pedro, para que consigamos por la
intercesión del que tanto te agradó lo que no podemos esperar de nuestros
merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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