Al
tiempo que murió el glorioso pontífice san Marcos, pusieron todos los ojos en
san Julio, porque por su rara prudencia, doctrinas y excelentes virtudes
parecía el más digno de sentarse como Vicario de Cristo en la silla de san
Pedro. Y bien era menester una entereza y santidad, como la de este insigne
pontífice para defender la causa de san Atanasio, patriarca de Alejandría,
contra los herejes arríanos; los cuales con el favor de los emperadores
pretendían derribarle, y con él, a toda la Iglesia de Jesucristo. Volvía san
Julio, cuando los herejes nombraron por patriarca a un Gregorio de Capadocia,
hombre facineroso, hereje insolente y atrevido, el cual entrando en la ciudad
con mucha gente de guerra y bárbara, hizo un estrago en toda aquella población
tan extraño y lastimoso, como si fuera un ejército de enemigos, no perdonando a
doncellas ni casadas, ni a viejos ni a niños, ni a seglares, ni a
eclesiásticos, ni a cosa sagrada ni profana, divina ni humana, con tan grande
impiedad y fiereza que no se puede explicar. Y viendo san Atanasio esta
calamidad tan lastimosa, se salió a escondidas de la ciudad y vino a Roma para
ver si con la autoridad del sumo pontífice podría hallar algún remedio para
detener el ímpetu furioso de los herejes y apagar aquel incendio que abrasaba
no solo a Alejandría, mas también a Egipto y a todas las partes de Oriente.
Recibióle muy bien el santo pontífice Julio y celebró un concilio en Roma en el
cual aprobó su inocencia, y declaró que era valeroso capitán del Señor, e
invencible defensor de su Iglesia, y cuatro años después con el consentimiento
del emperador Constante convocó un concilio ecuménico y universal en Sárdica,
el cual fué de trescientos obispos de todas las provincias de la Iglesia
occidental y setenta y seis de la oriental, presidiendo en él, Osio, español,
obispo de Córdoba con otros dos legados de la sede apostólica. Y con la
sentencia de este concilio, y las cartas que el santo papa Julio escribió a los
prelados de Alejandría, volvió san Atanasio a su iglesia, y fué privado de
aquella silla el usurpador, a quien acababa de matar el mismo pueblo por no
poder sufrir sus desafueros. Finalmente habiendo aprobado el santo pontífice
los veintiún cánones del concilio general de Sárdica y dado sabios reglamentos
a la Iglesia, que gobernó santísimamente por espacio de quince años, descansó
en la paz del Señor. Se conserva una excelente carta suya, o de su concilio, en
la cual defiende la verdad con una entereza y vigor digno del vicario de
Cristo.
Reflexión:
Decía el santo papa Julio en su carta a los fieles de Alejandría: «Recibid,
amados míos, a vuestro obispo Atanasio, con entera gloria y alegría espiritual,
y con él a todos los que han sido sus compañeros en sus grandes y trabajosas
persecuciones. Yo cierto tengo particular alegría cuando me pongo a pensar la
que cada uno de vosotros ha de tener cuando llegue vuestro pastor a esa •
ciudad, como toda ella ha de salir a recibirle, y la fiesta que se ha de hacer.
¡Qué día tan regocijado será para vosotros, cuando nuestro hermano vuelva a
veros, y los males pasados tendrán fin y el corazón de todos será uno!» Como
esta ha de ser la unión de paz y amor que ha de reinar entre el pastor y las
ovejas del rebaño de Jesucristo. No turbemos jamás esta santa concordia, como
suele turbarla por cualquier motivo los herejes, antes, como obedientes .hijos
de la Iglesia, procuremos a todo trance conservarla.
Oración:
Rogámoste, Señor, que oigas las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu
bienaventurado confesor y pontífice Julio, y que por la intercesión y
merecimientos de aquel que dignamente te sirvió nos absuelvas de todos nuestros
pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario