El
bienaventurado y fervorosísimo siervo de Dios, beato Andrés Hibernen nació en
la ciudad de Murcia de padres pobres aunque eran hijosdalgo de Cartagena.
Queriendo darle una cerrera, le enviaron a unos tíos suyos que vivían en
Valencia; pero estos le hicieron guardar el ganado, en cuyo oficio llegó con
admirable inocencia a la edad de veinte años. Habiendo recibido ochenta ducados
de manos de su tío, pensaba dotar con ellos a una hermana suya, pero como unos
ladrones se los robasen, determinó de abrazar la Regla del Patriarca de los pobres:
y tomó el hábito de fraile lego en el convento de Elche para servir a Dios con
extremada humildad, penitencia y desnudez, ejerciendo los oficios de portero,
hortelano, refitolero y cocinero. Cuando andaba en las cosas de la cocina,
maravillábanse los religiosos de que a pesar de verle casi siempre en oración
guisase tan bien los manjares, en los cuales hallaban un sabor tan delicado,
que parecía del cielo. Tuvo después el cargo de limosnero, y era tanta la
gracia del Señor con que pedía limosna por Jesucristo, que por su medio se pudo
acabar la obra del monasterio de san Juan de Valencia, y el famoso noviciado de
aquella custodia, y más tarde el nuevo convento de Murcia llamado el Real de
san Diego. Convertía a los pobres que se llegaban a la portería para pedir
limosna, curaba milagrosamente a los enfermos, interpretaba con soberana luz
los lugares difíciles de la Sagrada Escritura, penetraba los secretos de los
corazones, y hasta los cardenales Doria y Borja y el arzobispo de Valencia
beato Juan de Ribera, le veneraba como a santo. Morando en Gandía, y
entendiendo que se llegaba el día y la hora de pasar de esta vida, barrió con
extraordinario aseo los claustros y corredores por donde había de pasar el
Señor, a quien recibió por viático, y clavando los ojos en la imagen de
Jesucristo crucificado, murió tranquilamente a los cincuenta y ocho años de su
edad. Tres días estuvo el santo cuerpo recibiendo los obsequios de los fieles
de Gandía, sin que se oyesen en el templo otras voces que las aclamaciones de los
que le llamaban santo, y las alabanzas de los enfermos que repentinamente
alcanzaban la salud por los méritos del siervo de Dios.
Reflexión:
Ahí tienes un pobrecillo fraile lego de san Francisco, despreciable a los ojos
del mundo, pero muy apreciable, grande y glorioso a los ojos de Dios. ¡Oh! si
entendieses en qué está la verdadera grandeza! ¡Cuán poca estima hicieras de
las vanidades del mundo" ¡oh! si considerases que también ha de llegar un
día para tí, en el cual no se hará nigún caso de tus riquezas, de tus honras y
talentos, sino solamente de tus virtudes, y buenas obras! Este es el secreto de
la sabiduría de Dios que nos enseñó su Hijo Unigénito: La verdadera grandeza es
para los humildes; el reino de los cielos es para los pobres de espíritu y el
gozo de Dios es para los que toman la cruz y siguen a Jesucristo. La sabiduría
del mundo piensa y siente todo lo contrario: y por esta causa dice el apóstol,
«que la sabiduría de este siglo es necedad delante de Dios».
Oración:
Oh Dios, que nos alegras con la solemnidad anual de tu confesor e]
bienaventurado Andrés, concédenos propicio, que los que veneramos su nacimiento
para el cielo, imitemos también sus virtuosas acciones. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario