La
fidelísima y dichosa sierva de Jesucristo santa María Cleofé era parienta de la
santísima Virgen pues estaba casada con Alfeo, el cual era hermano del glorioso
patriarca san José, e hijo como él de Jacob. Tuvo de su bendito matrimonio
cuatro hijos, que fueron san Simón, llamado Simón Cananeo o Ze~ lotes, Santiago
el menor, Judas Tadeo, y Joseph o José. Los tres primeros fueron escogidos para
el apostolado de nuestro Señor Jesucristo; y el último entró, como se cree, en
el número de los setenta y dos discípulos. A estos cuatro bienaventurados hijos
de santa María Cleofé llama el Evangelio hermanos del Señor, conforme a la
costumbre de los hebreos, que llamaban con el nombre de hermanos a los que sólo
eran próximos parientes. Pues, esta dichosa parienta de la Madre de Dios, y
santa madre de tres Apóstoles, cobró tan grande y entrañable devoción a la
adorable persona de nuestro Señor Jesucristo, que no pudo separarse de El ni
aun en el tiempo de su pasión en que los mismos discípulos huyeron y le
desampararon: y así, refieren los santos Evangelios, que se halló presente en
el Calvario con María Madre de Jesús, y María Salomé y el discípulo amado san
Juan. Ella asistió también al entierro del divino cadáver; ella fué con Salomé
y la Magdalena a embalsamarlo con aromas y ungüento preciosos al amaneceré del
primer día de la semana, que ahora es el domingo; siendo estas tres santas
mujeres las primeras que oyeron de boca de los ángeles la alegre nueva de la
resurrección; y a ellas se apareció después el mismo Señor resucitado y
glorioso, y les mandó que fueran a dar noticia de esto a los discípulos, a los
cuales se mostró la tarde de aquel mismo día, cuando por temor de los judíos
estaban recogidos en el Cenáculo, cerradas las puertas. También se manifestó el
Señor resucitado a Cleofás, que era el marido de santa María Cleofé, cuando iba
con otro discípulo al castillo de Emaús, y se les descubrió en la fracción del
pan. Finalmente después de tantos y tan divinos regalos con que el Señor
recompensó la devoción y amor de esta su sierva, le concedió la gracia
singularísima de morir asistida por los santos Apóstoles y por la misma Madre
de Dios, como piadosamente se cree.
Reflexión:
No podemos leer sino movidos de envidia santa la inefable dicha que tuvo la
bienaventurada María Cleofé de conversar, obsequiar y adorar la sagrada persona
de nuestro Señor Jesucristo; mas traigamos a la memoria lo que el mismo Señor
dijo a santo Tomás: «Bienaventurados los que no vieron y creyeron, (Jo. XX.)
porque, como dice Tertuliano, son muy grandes los méritos de la fe, y ordenados
a grande recompensa. Con todo si lees los cuatro Evangelios, escritos por los
apóstoles y discípulos del Señor, podrás en ellos ver y oir espiritualmente a
Jesucristo: porque, como nos dice san Juan Evangelista, los santos Apóstoles
nos anunciaron en el Evangelio lo que vieron por sus ojos, lo que oyeron por
sus oídos y lo que palparon con sus manos; y como refieren los hechos y
palabras del Señor con tan grande sencillez y verdad, no podremos menos de
creer con viva fe las cosas que dicen, enamorarnos de la divina persona de
Jesucristo, y derramar suavísimas lágrimas, viendo las finezas de amor que ha
hecho Dios por los hombres, a fin de que creyendo que Jesucristo es verdadero
Hijo de Dios, y guardando su santa ley, alcancemos la vida eterna.
Oración:
Oh Dios, autor de nuestra salud, dígnate oír nuestras súplicas, para que como
nos alegramos en la fiesta de la bienaventurada María Cleofé, así aprendamos de
ella a servirte con afectuosa y piadosa devoción. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.
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