El
esclarecido doctor de la Iglesia de Cristo san Isidoro, fué de muy ilustre
linaje, hijo de Severiano, capitán de la milicia de Cartagena, y hermano menor
de san Leandro, de san Fulgencio y de santa Florentina. Dícese de él que cuando
determinaba dejar el estudio, desconfiado de su aprovechamiento, se llegó a un
pozo y vio que en el brocal había surcos que con el uso habían hecho las sogas,
y dijo entre sí: Puede la soga cavar la piedra; y ¿no podrá el continuo estudio
imprimir en mí la ciencia? Y con esto se dio muy de veras al estudio, y fué en
las ciencias y lenguas tan consumado, que no hubo en su tiempo quien le
igualase. Estando sus santos hermanos desterrados por Leovigirdo, se opuso a
los herejes arríanos con tanto fervor y elocuencia, que no pudiendo resistirle,
trataron de matarle, y pusiéranlo por obra, si Dios no le guardara para mayores
cosas. A la muerte de san Leandro, le nombraron por aclamación universal,
sucesor de su hermano en la iglesia de Sevilla, y arrebatándole el pueblo, con
grandes aplausos le sentaron por fuerza en la silla episcopal, donde luego
comenzó a resplandecer como sol y alumbrar al mudo. Llamóle el pontífice San
Gregorio Magno, otro Salomón; y le envió el palio con la jurisdicción vicaria
de la Santa Sede en toda la iglesia de España. Escribió regla para los monjes,
ablandando el rigor de la antigua, hizo misal y breviario que por su nombre se
llamó Gótico Isidoriano, y por haber usado de él los cristianos que vivían
entre los moros se llamó Mozárabe. Presidió en el cuarto Concilio Toledano y en
el segundo Hispalense, y fué muy venerado de los reyes y prelados, y
considerado universalmente como oráculo de la cristiandad. El solo nos conservó
en sus libros numerosísimos muchos tesoros de la antigua sabiduría, y edificó
en Sevilla algunos Colegios, donde se criase en virtud y letras la juventud más
escogida de toda España; y de su escuela salieron varones muy insignes, y entre
ellos san Ildefonso y san Braulio. Finalmente después de haber gobernado
santísimamente su iglesia por espacio de cuarenta años, tomó seis meses para
darse del todo a la oración y prepararse para la muerte; y al cabo se hizo
llevar a la iglesia de san Vicente y cubiertas sus carnes de cilicios y ceniza,
entregó su alma purísima a Dios, que para tanto bien le había criado.
Reflexión:
En la hora de su muerte, profetizó san Isidoro a los españoles, que si se
apartaban de la Doctrina evangélica que habían recibido, caerían de la cumbre
de aquella felicidad en que estaban, en un abismo de gravísimas calamidades;
pero que si después se reconociesen, Dios los levantaría y haría más gloriosos
que a otras muchas naciones. Cumplióse la profecía en la destrucción de España
por los moros, y en su reparación, después de haberlos vencido; porque la
nación española no sólo llegó a ser la primera nación y potencia del mundo,
sino que vio tan extendido su imperio, que podía decir que nunca se ponía en
ella el sol. ¡Qué maravilla, pues, que por haber pecado de nuevo adorando los
ídolos, de las naciones extranjeras, al paso que ha ido perdiendo la integridad
de su fe, haya ido perdiendo también sus inmensos dominios, y venido a la
presente miseria? Roguemos a Dios que se apiade de esa malograda nación para
que reconociendo y detestando su prevaricación vuelva al recto sendero de la
ley católica y a su antigua gloria, poderío y grandeza.
Oración:
Oh Dios, que diste a tu pueblo al bienaventurado Isidoro por ministro de la
eterna salud; concédenos que tengamos por intercesor en los cielos a quien en
la tierra tuvimos por maestro de la vida. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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