La
extática y maravillosa virgen María Ana de Jesús nació en Madrid, de muy noble
e ilustre linaje, y su padre Luis Navarro Ladrón de Guevara servía en la corte
del rey don Felipe III. Cuando llevaban en brazos a la iglesia aquella -.anta
niña, notaban que al tiempo de alzar la Hostia y el Cáliz se quedaba arrobada;
y cuando apenas sabía andar por sus pies, buscaba algún lugar recogido de su
casa, y allí la veían puesta en oración delante de una imagen de nuestro Señor
crucificado, bañados los ojos en lágrimas o cercado su rostro de resplandores.
Gozaba de la presencia visible de su Ángel custodio; y platicaba de la
beatísima Trinidad, de la Encarnación del Verbo, y de la adorable Eucaristía,
que son los más inefables Misterios de nuestra divina Religión, como de cosas
que más parecía entenderlas que creerlas. Recibió la primera comunión en edad
muy temprana, v cada vez que tomaba el Pan de los angeles, parecía
transformarse en un ángel que gozaba de Dios. Mas, ¿quién no se espantará ahora
de las durísimas pruebas porque hubo de pasar esta alma angelical? Muy presto
tuvo en lugar de madre una madrastra de condición asperísima, que la afligía
sobremanera, y no le iba el padre a la mano tanto como debiera, especialmente
cuando la santa doncella hizo voto de perpetua virginidad, contra la voluntad
del padre que quería casarla. Era ella, de gentil disposición v muy hermosa; y
se cortó un día con las újeras la rubia cabellera, pensando que así se
entibiaría el amor del que la pretendiera por esposa: entonces fué cuando su
padre y su madrastra salieron de sí y cargaron sobre ella una tempestad de
injurias y golpes, con tanto enojo v crueldad, como si fueran verdugos de su
hija mártir. Cuando cesaron los malos tratos permitió que su sierva se viese
todos los instantes del día fieramente atormentada por torpísimas imaginaciones
y tentaciones las cuales le duraron anee años, y a todo esto se añadían
penosísimas enfermedades y agudísimos dolores, que acrisolaron como el oro su
invencible paciencia. Dejó al fin la casa de sus padres, y con la aprobación
del venerable Fray Juan Bautista, que era su confesor, y fué el fundador de los
Mercenarios descalzos, se labró una celdilla junto a la ermita de santa
Bárbara, y recibió después el hábito de nuestra Señora de la Merced de manos
del Maestro general de la orden: y en aquella pobrísima casa la visitaban hasta
los príncipes, porque era muy grande la fama de sus arrobamientos, milagros y
profecías. Finalmente, después de una vida llena de trabajos y celestiales
consuelos, en un éxtasis suavísimo entregó su alma al Señor a los cincuenta y
nueve años de su edad.
Reflexión:
Los cilicios e instrumentos de penitencia que usaba la santa, y se conservan en
el convento de santa Bárbara de Madrid, llenan de asombro y compunción a los
que los miran. Llevaba pegado al pecho un peto de espinas y a las espaldas unas
cruces anchas sembradas de puntas de hierro; en los brazos unos cilicios, y en
la cabeza una corona de espinas: y solía hacer el viacrucis con una pesada cruz
en los hombros. La causa de esta asombrosa mortificación no era otra sino el
amor grande que tenía esta inocentísima virgen a su divino Amor crucificado, y
tan desagradecido e injuriado de los hombres. Pues, ¿quién no exclamará aquí
diciendo: «Esta santa virgen tan inocente y tan penitente; y yo tan pecador y
tan inmortificado»?
Oración:
O clementísimo Dios, Señor de las virtudes, que llenaste de los dones de tu
gracia a la bienaventurada María Ana, concédenos por sus ruegos, que los que la
honramos con solemnes cultos, imitemos también sus obras. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
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