El
glorioso y venerable abad de Cluni, san Hugo, nació en Semur, de u n a ilustre
y antigua familia de Borgoña. Su padre llamado Dalmacio era señor de Semur, y
su madre Aremberga, descendiente de la antigua casa de Vergi. Quería el padre
que su hijo Hugo siguiese, como, noble, la carrera de las armas, pero
sintiéndose él más inclinado di retiro y a la piedad que a la guerra, recabó
licencia para ir a cultivar las letras humanas en Chálon-sur-Saóne, donde la
santidad de los monjes de Cluni, gobernados por el piadoso abad Odilón, le
movió a dar libelo a todas las cosas de la tierra, y a tomar el hábito en aquel
célebre monasterio. Hizo allí tan extraordinarios progresos en las ciencias y virtudes,
que mereciéndose la fama de su eminente santidad, sabiduría y prudencia por
toda Europa, el emperador Enrique le nombró padrino de su hijo; y Alfonso rey
de España, hijo de Fernando, acudió a él para librarse de la prisión en que le
tenía su ambicioso hermano Sancho, lo cual recabó el santo con su grande
autoridad, y también puso íin a las querellas del prelado de Autún y del duque
de Borgoña que devastaba las posesiones de la Iglesia. Y no fué menos apreciado
de los sumos pontífices, por su rara • prudencia y santidad: nombróle León IV
para que le acompañase en su viaje a Francia, y su sucesor Víctor II previno al
cardenal Hildebrando, después Gregorio VII, que le tomase por socio y consejero
en la legacía cerca del rey de los franceses; Esteban X eme sucedió a Víctor,
le llamó cabe sí, y auiso morir en sus brazos, y el gran pontífice Gregorio VII
se aconsejaba de este santísimo abad de Cluni en todos los negocios más graves
de la cristiandad. Es increíble lo mucho que trabajó este santo en la viña del
Señor, edificándola con sus heroicas virtudes, defendiéndola de sus enemigos, y
acrecentándola con su celo apostólico. Finalmente después de haber fundado el
célebre monasterio de monjas de Mareigni, y echado los cimientos de la
magnífica iglesia de Cluni, lleno de días y merecimientos falleció en la paz
del Señor a la edad de ochenta y cinco años.
Reflexión:
Entre las muchas cartas de san Hugo, se halla una escrita a Guillermo el
Conquistador, el cual le había ofrecido para su monasterio cien libras por cada
monje que le enviase a Inglaterra. Respóndele el santo abad «que él daría la
misma suma por cada buen religioso que le enviasen para su monasterio, si fuese
cosa que se pudiese comprar; en cuyas palabras manifestaba el temor de que se
relajasen los monjes que enviase a Inglaterra no pudiendo vivir allí en
monasterios reformados. Y si todas estas preocupaciones juzgaba el santo
necesarias para conservar la virtud de aquellos tan fervorosos monjes, ¿cómo
imaginamos nosotros poder estar seguros de no perder la gracia divina, si
temerariamente nos metemos en medio de los peligros y lazos del mundo? Quejanse
muchos de las tentaciones que padecen, y murmuran de la Providencia por los
recios y continuos combates que les dan los tres enemigos del alma, mundo,
demonio y carne: pero día vendrá en que Dios se justifique recordándoles que
ellos mismos se metían las más de las veces en las tentaciones, y haciéndose
sordos a las voces de la gracia y de la conciencia, se ponían voluntariamente
en las ocasiones de pecar, y se rendían a sus mortales enemigos.
Oración:
Suplicámoste, Señor, que nos recomiende delante de Ti, la intercesión del
bienaventurado Hugo, abad; para que alcancemos por su patrocinio, lo que no
podemos conseguir por nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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