El martirio del glorioso e inocente
niño san Simón, lo escribió pocos días después de haber pasado, Juan Matías
Tiberino, cuya relación compendiada es como sigue: «Habitaban, dice, en un
barrio de Trento, que está a la izquierda del castillo, tres familias de
judíos, cuyas cabezas eran Tobías, Angelo y Samuel, con quienes vivía un
infernal y bárbaro viejo llamado Moisés. Estos se juntaron el jueves de la
semana santa en la sinagoga y dijeron a Tobías: Tú solo, oh Tobías, puedes
satisfacer nuestros deseos; porque tu tienes familiar comunicación con los
cristianos, y así puedes con gran facilidad cogerles un niño, y si esto haces,
tú vivirás con descanso, tus hijos con grandes medras. Con esta promesa Tobías
entró a la tarde en la calle que llaman de las Fosas, y luego puso los ojos en
un niño hermoso de dos años y cuatro meses, que estaba sentado y solo sobre el
umbral de la puerta de su casa, y mirando el traidor a una y otra parta de la
calle, y viendo que nadie le observaba, se llegó a la inocente criatura, y
púsole con gran cariño un dedo en su tierna manecita. El niño le tomó el
índice, y levantándose le fué siguiendo, hasta que habiendo pasado dos o tres
casas, puso el judío una moneda en las manos del Niño, y acariciándole en sus
brazos para que no llorase, lo llevó fuera del barrio y se entró en casa de
Samuel. Allí le pusieron en la cama, y como llorase e invocase el nombre de su
madre, le daban uvas pasas, confites y otras cosillas. Entre tanto la madre
andaba desesperada buscando al hijo de sus entrañas, sin poderlo hallar en
ninguna parte. A la noche el cruel viejo Moisés con los otros judíos, tomando
aquel inocente ángel que descuidado dormía, pasaron al lugar de la sinagoga que
estaba en la misma casa, y allí desnudaron aquella inocente víctima dejándola
en carnes; y tomando Samuel un lienzo, le rodeó el cuello embarazándole el
aliento, para que no se oyesen sus gritos, y teniéndole los demás los pies y
las manos. Entonces el viejo Moisés circuncidó al niño para disponerlo al
sacrificio. Sacó después unas tijeras y comentó a abrirle desde la barba la
mejilla derecha, y cortándole un pequeño pedazo de carne la puso en una fuente
que tenía para recoger la sangre. Tomó después cada uno de los judíos las
tijeras para hacer por turno la misma sacrílega y sangrienta ceremonia, y en
acabando, el infame viejo abrió con un cuchillo la pierna derecha del mártir, y
cortó un pedacito de carne de la pantorrilla; y los demás hicieron lo mismo.
Luego el viejo levantó en alto al niño, en forma de cruz, y le fueron punzando
con agujas todo el cuerpo más de una hora, hasta que el niño espiró, y pasó a
gozar de Dios en el coro de los inocentes mártires.»
Reflexión: Jamás permitió a los judíos
la ley de Dios dada por Moisés, sacrificio alguno de víctimas humanas, a pesar
de ser tan usada esta bárbara costumbre entre las naciones y pueblos idólatras.
La religión cristiana abolió hasta los sacrificios de animales, y toda práctica
de culto sangriento, y así no fué la religión divina la que inspiró a aquellos
judíos los nefandos sacrificios de niños que hacían, sino la abominable
superstición en que cayeron, después de haber crucificado al Hijo de Dios, y
rechazado la ley de su divino Mesías. Los pueblos que dejan la verdadera
religión, se olvidan de la ley de la caridad, y se vuelven egoístas, inhumanos
y crueles.
Oración: Señor Dios, cuya Pasión
santísima confesó el santo inocente niño Simón, no hablando, sino perdiendo por
ti la vida; concédenos que nuestra vida pregone con inculpables costumbres, la misma
fe que confesamos con nuestros labios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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